Borges, el cinéfilo
Amante de los westerns y de las películas de Von Sternberg, crítico de cine en Sur, y guionista de varias películas además de la memorable Invasión, el escritor mantuvo una estrecha relación con el cine, definido como "el otro de la literatura"
Además de leer y escribir obras maestras, de asistir a tertulias literarias en casa de amigos y colegas, de pasear por la ciudad solo o acompañado, Jorge Luis Borges frecuentaba mucho las salas de cine porteñas. En una entrevista de 1966 con The Paris Review, el escritor concede al cine al privilegio de haber recuperado la épica para un mundo ya irremediablemente prosaico: "La tradición épica ha sido salvada para el mundo por Hollywood, por improbable que parezca. Cuando fui a París, sentí que deseaba escandalizar a la gente, y cuando me preguntaron—sabían que me interesaba el cine, o que me había interesado, porque apenas si veo ahora—y me preguntaron ‘¿Qué clase de películas le gustan?’, yo dije ingenuamente: ‘Las que más disfruto son los westerns’".
Borges fue espectador de películas estadounidenses y europeas, escribió reseñas para Sur, clasificó los films de Josef von Sternberg como "novelas realistas", apreció las bondades de obras tan disímiles como Luces de la ciudad, de Charles Chaplin, y El ciudadano, de Orson Welles; firmó guiones para películas como Invasión, a veces en asociación con Bioy Casares (como en Los orilleros y El paraíso de los creyentes), y fue un férreo defensor de las proyección de películas en idioma original. Esta relación con el cine, planteada por el autor de Ficciones, adquiere dos dimensiones en sus escritos: Borges considera el cine como espectáculo y como un arte del relato. No sin audacia, muchos críticos han comparado los recursos retóricos puestos en juego por Borges en sus narraciones con travellings, zooms y planos detalle.
"Con Emiliano Jelicié hicimos una lectura no sólo de la literatura y el cine en Borges sino que también nos ocupamos del contexto en el que Borges escribió esos textos, a qué cines iba, cómo participaba en los debates de su época –cuenta Gonzalo Aguilar, autor de Borges va al cine (Libraria)–. Una rareza es que Borges no dejó de ir al cine pese a su ceguera, y algunas películas, como Amor sin barreras de Robert Wise, las ‘vio’ muchísimas veces." Jelicié y Aguilar no dudan en afirmar que, de todas las artes (excepto, obviamente, la literatura), el cine fue la que más le interesó. Es difícil, pero no imposible, encontrar textos de Borges sobre música o pintura. "Comenzó a frecuentar el cine en los años 30 y eso se corresponde –como lo analizamos en nuestro libro– con el abandono de la escritura de la poesía que hasta entonces era el género que más frecuentaba y al que volvería mucho después. Esto marca el interés de Borges por la narración, por la causalidad extraña (el arte narrativo y la magia) y la sucesividad, por la construcción del personaje más que por la metáfora, por el instante y el sujeto lírico. En ese giro tiene una gran importancia el conocimiento de las películas de Von Sternberg que, antes de asociarse con Marlene Dietrich, hizo cine de género y hasta inventó uno: el film de gánsteres que Borges asoció a los malevos." En películas de Von Sternberg como La ley del hampa y Muelles neoyorquinos, Borges encontró una relación productiva entre cine y género. "Y la idea de que en una escena determinada a un personaje se le revela su destino, algo que estará en muchos de sus cuentos", señala Aguilar, crítico e investigador.
"Haber visto el contexto nos permitió descubrir ciertas cosas, como por ejemplo las razones que lo llevaron a escribir su ensayo sobre el doblaje –dice Aguilar–. Ese ensayo no fue una ocurrencia borgiana sino que fue una respuesta contundente del escritor a los intentos que hubo a mediados de los años 40 de querer instalar el doblaje en las salas de cine de nuestro país." Algo que, lamentablemente, ocurre ahora hasta con películas consideradas artísticas. "También pudimos ver sus relaciones a menudo conflictivas con los directores, como cuando la publicidad de la película Días de odio de Leopoldo Torre Nilsson (basada en "Emma Zunz") sugería un relato erótico, algo que espantaba a Borges, o cuando dejó de hablarle a René Mugica porque le sugirió convocar a Isabel Sarli para la adaptación de uno de sus cuentos."
Mugica había hecho Hombre de la esquina rosada y fue el único director junto con Hugo Santiago que Borges defendió como adaptador de sus historias. "El conflicto llega al extremo con Carlos Hugo Christensen quien, valiéndose del famoso epígrafe del cuento ‘La intrusa’, hizo una película explícitamente gay", recuerda Aguilar. Era la época de la dictadura y Borges, indignado con la película, apoyó la censura del film que no se pudo estrenar sino hasta el retorno de la democracia.
Como escribió Edgardo Cozarinsky en Borges y el cine, el autor de Otras inquisiciones no utilizaba ninguna teoría crítica para sus reseñas cinematográficas, sino su biblioteca y su descomunal sistema de referencias. Otro ensayista, David Oubiña, señaló que el cine, para Borges, era "lo otro de la literatura". Borges no se privaba del humor, al menos en privado, para comentar películas que no le habían gustado. En el Borges de Bioy Casares, se cuenta una anécdota: "Hablamos de un film. De los Apeninos a los Andes, que hacen italianos y argentinos, en el que trabaja Laura Saniez. Trata de un chico, que viene de Italia buscando a su madre. Laura refiere que la busca lleva al chico hasta las cataratas del Iguazú; hasta una procesión, en Jujuy, de la Virgen de Tilcara; hasta una cacería del cóndor en los Andes. Borges observa después: ‘Ese director debe de ser un bruto. Si aprovecha la busca del chico para mostrar lugares atrayentes para el turismo, el argumento se va al demonio. Ya no importa el chico, ni hay ansiedad porque encuentre a su madre. Además, ¿por qué la cacería del cóndor va a ser estéticamente interesante?’"