Boleta única: rechazarla es detener el tiempo para perpetuar posibles fraudes
El 10 de febrero de 1912 se sancionó la ley nacional de Elecciones N° 8.871, conocida como “Ley Sáenz Peña”, que desechó el voto calificado y estableció el sufragio universal, secreto y obligatorio y el sistema de lista incompleta, con lo que se dio representación legislativa a la minoría. La ley no era perfecta ni tan universal, porque seguía siendo exclusiva para nativos argentinos y solo habilitaba a hombres mayores de 18 años, de hecho, el primer padrón se confeccionó en base a un registro de servicio militar. Pero tenía una gran virtud: poner fin al fraude y al soborno. Y es que antes de la ley Sáenz Peña, los días de elecciones, los gobernantes de turno hacían votar a los muertos, compraban votos, quemaban urnas y falsificaban padrones. La primera aplicación de la ley Sáenz Peña fue en abril de 1912 en Santa Fe y Buenos Aires y en 1916 consagró presidente a Hipólito Yrigoyen.
A principios del siglo XX, los derechos de las elites estaban consagrados de tal modo que el voto universal venía a cambiar no solo la participación ciudadana sino también a abrirles las puertas a nuevas representaciones políticas populares y de distintas ideologías. Argentina comenzaba así a entender el valor de la democracia.
Algunos datos para tener en cuenta: en 1912, casi el 40% de la población era analfabeta, eran épocas donde solo había unas decenas de miles de líneas telefónicas, casi todas ubicadas en el Buenos Aires. A fines del siglo 19 solo existían 6.000 teléfonos y cuando se votó de modo universal por primera vez en 1912 no llegaban a 20.000. Funcionaban pocas imprentas en el país y los habitantes de los territorios nacionales, no provincializados, aún no podían votar.
En esas elecciones los ciudadanos hacían cola con su documento en mano, con la boleta que cada partido imprimía o venían dentro de las urnas, y en las mesas había fiscales partidarios que acompañaban a la autoridad de mesa. También esta modalidad trajo consigo trampas como el voto cadena, la falsificación de identidades, el robo de boletas y la “volcada de urna”. Muchas de ellas hoy se siguen practicando en algunos distritos del país y en algunos barrios del conurbano. Esas denuncias aparecen en cada elección.
Hoy con el avance de las comunicaciones que permiten con un teléfono celular transmitir un video en vivo a cualquier parte del mundo, con más líneas móviles que personas, con prácticamente toda la sociedad alfabetizada, con recursos tecnológicos que permiten controlar y escrutar los votos con mayor celeridad, los argentinos seguimos votando igual que hace 110 años.
El voto calificado era útil al poder de los partidos conservadores y elitistas como el PAN, del mismo modo que el voto con boleta múltiple lo es para el partido con mayores recursos económicos y humanos, muchos de ellos provenientes del estado, como el peronismo. La boleta múltiple, que fue un gran avance en 1912, es hoy un ancla pesada que detiene cualquier mejora en la calidad institucional de un país vetando de las mismas posibilidades frente a la voluntad popular que deberían tener los llamados “partidos chicos” o “nuevos”.
El Frente de Todos, fuerza política que nuclea a la mayoría de las expresiones peronistas, decidió intentar obstaculizar la sesión de este jueves para que la oposición no trate y consiga media sanción a la llamada ley de Boleta Única, que generaría un cambio en la forma de sufragar que permitiría ahorrar en impresión de boletas y abriría el juego en igualdad de condiciones a otros partidos, de derecha o izquierda, que no tendrían que garantizar millones de boletas partidarias y sostener un fiscal en cada mesa para controlarlas, algo imposible para todas las fuerzas políticas, a excepción del peronismo y, en algunos distritos, para las fuerzas que componen Juntos por el Cambio, y evitaría las “trampas” comunes que esta columna señala en un párrafo anterior y que culminan siendo estafas electorales que pueden decidir la suerte de un Intendente, concejal y hasta de un legislador o, en algunos casos mayores, favorecer el porcentaje de votos de la fuerza triunfante.
Solo 16 países en el mundo no utilizan el sistema de Boleta Única, un modelo creado en Australia en 1858, para elegir representantes y gobiernos, y dos de ellos se encuentran en la región: Argentina y Uruguay. No es una novedad la Boleta Única, que ya es utilizada desde hace muchas décadas en países vecinos, es el modelo que garantiza mayor transparencia y ya se puso en práctica con éxito en Santa Fe, en Córdoba y Mendoza, pero para cargos nacionales se deben adecuar al sistema vigente de boleta múltiple.
Si no comenzamos a llamar las cosas por su nombre y nos quedamos con las infundadas recomendaciones de dirigentes ligados al PJ, que señalan que con la boleta única vamos hacia una parálisis institucional porque crecería el voto nulo o cruzado, estaríamos impidiendo una mejora sustancial en la calidad de nuestra democracia en pos de resguardar los privilegios nada transparentes de los partidos de gobierno que no solo hacen pesar su aparato político financiado con recursos públicos de la mano del clientelismo político, el empleo público y la utilización de recursos humanos que devuelven el favor de un conchabo estatal fiscalizando, trasladando boletas, o llenando el cuarto oscuro de boletas falsas, mirando para otro lado cuando las boletas de sus adversarios desaparecen o contando arbitrariamente los votos en la mesa si logran complicidad de las autoridades porque faltan custodios partidarios de aquellos a los que le “desaparecen” votos legítimos.
En 1911, al presentar el proyecto de sufragio secreto, obligatorio y universal ante el congreso, Roque Sáenz Peña afirmó: “En éste momento decisivo y único vamos jugando el presente y el porvenir de las instituciones. Hemos llegado a una etapa en que el camino se bifurca con rumbos definitivos. O habremos de declararnos incapaces de perfeccionar el régimen democrático que radica todo entero en el sufragio o hacemos otra Argentina, resolviendo el problema de nuestros días, a despecho de intereses transitorios que hoy significaron la arbitrariedad sin término ni futura solución”.
Quienes se oponen a la Boleta Única deberían leer a Sáenz Peña, rescatar sus intenciones y darse cuenta que si no somos capaces de dar vuelta esta página de la historia para salirse con la suya deteniendo un cambio que viene a transparentar lo más sagrado que tiene una democracia como es la voluntad popular, sin dudas estamos frente a una fuerza política que estaría quedando expuesta en sus posibles intenciones de necesitar de aquellos caminos que “ayuden” a ganar una elección sin respetar las voluntades de cada uno de los ciudadanos.
Y eso, en cualquier parte del mundo, se sigue llamando fraude.