Victoria Murillo. "La ciudadanía está insatisfecha con la clase política"
En las respuestas de Victoria Murillo están las huellas de su intenso recorrido académico. A la hora de graficar sus ideas, emergen los países en los que vivió, ya sea para estudiar, investigar o dar clases. Tras recibirse de politóloga en la Universidad de Buenos Aires, obtuvo su doctorado en Ciencia Política en Harvard y fue profesora en Yale hasta 2003, cuando se mudó a Nueva York para trabajar en la Universidad de Columbia, donde hoy dicta clases. De allí su conocimiento de la realidad norteamericana, que le resulta casi tan familiar como la argentina.
Durante una reciente visita al país, Murillo alertó sobre las "serias dificultades" que tiene la clase política para entender las transformaciones sociales actuales, lo que en gran parte explica el abismo que separa a ciudadanos de políticos: "La ciudadanía está insatisfecha frente a una clase política que va detrás de todo lo que ocurre y no le aporta soluciones", subraya. Su último libro, publicado en coautoría con Ernesto Calvo, analiza los vínculos entre partidos políticos y votantes, e indaga en los motivos que llevan a elegir un candidato, no siempre asociados a las promesas de políticas públicas. "La emoción y el enojo movilizan mucho más que otros factores", afirma Murillo, para quien parte de la estrategia electoral de Mauricio Macri para lidiar con su baja popularidad es contraponer, al enojo que la gente tiene contra su gestión, el enojo que también se tiene contra Cristina Kirchner.
Consultada sobre cómo alcanzar una salida a la crisis venezolana, la politóloga apunta a una posible ruptura dentro del régimen. "Si Maduro y su círculo más cercano se exiliaran, el chavismo podría sobrevivir", sostiene, tras subrayar que la discusión debería enfocarse en negociar una transición donde el chavismo perciba que puede ganar. "Eso va a ayudar a que los sectores que están pensando en un plazo más largo puedan imaginar un chavismo post Maduro", concluye.
¿Está en crisis la democracia?
Todo depende de la perspectiva. La democracia como régimen político hoy está más extendida en el mundo que cien años atrás cuando, por ejemplo, las mujeres aún no podían votar en la Argentina. Sin embargo, la democracia no debe ser vista simplemente como una cuestión formal de procedimiento; la gente quiere que la democracia, además de permitirle votar, también colabore con su bienestar, le brinde resultados.
Resultados que no llegan.
No, y la ciudadanía está insatisfecha ante una clase política que no le aporta soluciones frente a los cambios profundos ocurridos en las últimas décadas. Entonces, si el razonamiento es "no me gusta la solución del político A en el gobierno, entonces voto a B", y B tampoco funciona, llega un momento en que se probó todo y nada funcionó. En esas circunstancias, se produce un gran descontento frente a un sistema que parece no proveer alternativas.
¿Qué cambios precipitaron esta gran insatisfacción?
A nivel global, se percibe una sensación de que la política se separó de la ciudadanía. Vivimos en un mundo más complejo, donde la política se tecnificó; las medidas son tomadas no solamente por las autoridades de cada país, sino también por organismos supranacionales, entidades que están lejos y toman decisiones que me afectan a mí que estoy acá. Eso genera muchos problemas de expectativas democráticas. Por otro lado, la clase política tiene serias dificultades para entender las transformaciones que estamos viviendo; entre ellas, un aumento profundo de la desigualdad y cambios estructurales en los mercados de trabajo que generan resentimiento por parte de los perdedores de este proceso.
¿En qué variaron las amenazas al sistema democrático?
En 1968 Samuel P. Huntington escribió El orden político en las sociedades en cambio. Su hipótesis era que cuando las expectativas ciudadanas superan el grado de institucionalización para canalizarlas, se produce un gran desorden y ahí vienen los golpes militares, lo que él llamó la "sociedad pretoriana". En todo momento de cambio aumentan las expectativas sociales y se vuelve más difícil para las instituciones democráticas existentes responder a la velocidad que exigen estos cambios. De todos modos, hoy ya no estamos pensando en un golpe frente a esta cantidad de demandas insatisfechas.
¿Y en qué pensamos? ¿En la aparición de un outsider?
Sí, o en una renuncia presidencial. Otro tipo de amenaza. Sin embargo, los outsiders tampoco son tan nuevos. Cuando ganó Jair Bolsonaro todos nos asustamos. Pero ha habido outsiders anteriores. ¿Era Perón un outsider en 1945? Sí, lo era. Salió desde afuera del sistema de partidos, lo modificó y todavía vivimos con esa herencia. El caso de Estado Unidos es llamativo. Barack Obama cerraba su primer mandato como senador cuando se presentó como candidato y ganó la presidencia. Donald Trump es otro caso. Ambos son ejemplos de outsiders que terminaron llevándose sus partidos detrás.
¿Ves alguna relación entre el avance feminista y la emergencia de la ultraderecha?
A medida que las mujeres aumentan su entrada al mercado de trabajo, los hombres pasan a tener más competencia y pierden en términos relativos: si hay más oferta para el mismo empleo, tus chances de obtenerlo caen. Asimismo, hay una pérdida de estatus: de pronto la sociedad comienza a igualarse, y quienes estaban arriba comenzaron a perder estatus respecto de quienes están subiendo. Hoy los perdedores de estatus están reaccionando. En Brasil, gran parte del apoyo al presidente Bolsonaro en su cruzada contra el feminismo responde a esto. Algo que incluye a mujeres para las que parte de su identidad es ser ama de casa, y de pronto se enfrentan a la idea de que la mujer no es solo eso. Se produjo una contrarreacción que vino a decir "no, tampoco tanta igualdad, no nos quiten nuestro estatus".
¿Por qué polarizan tanto estos temas?
Porque son discusiones que generan mucha emoción, más de lo que podría hacerlo una discusión sobre, por ejemplo, cómo distribuir la riqueza. En temas económicos se puede negociar y discutir impuestos. Redistribuir estatus no es tan fácil. El estatus es algo poco estudiado y muy importante para entender este enojo.
¿Cómo impacta el avance tecnológico en la política?
Las transformaciones tecnológicas se montan sobre estos cambios sociales. Todo eso genera muchísimos cambios que son difíciles de procesar porque ocurren al mismo tiempo, aumentando la presión sobre el sistema político para que te dé las oportunidades que merecés.
¿Qué papel juegan los partidos políticos frente a los cambios?
Los partidos políticos van detrás de todo esto que sucede y muchas veces no pueden dar respuestas. Son instituciones que cambian con relativa lentitud porque se crearon para una sociedad muy diferente. Los líderes políticos tampoco parecen estar preparados para procesar estas transformaciones.
En tu último libro Non-Policy Politics, junto con Ernesto Calvo dicen que los políticos no siempre prometen políticas públicas. ¿A qué se debe?
Los votantes no necesariamente votan a los políticos porque les gusten sus ideas y promesas de políticas públicas. A veces se confía más en el que está en el poder porque se lo percibe competente para manejar la economía, o porque su personalidad resulta atractiva. Y no es que sea una u otra opción, sino que se va calculando según el momento.
¿Por ejemplo?
En contextos de crisis económica, la competencia para manejar la economía pesa mucho. Pero en momentos de mayor estabilidad, empiezan a pesar más otros factores, como la honestidad o la personalidad. En el caso de Estados Unidos, la gente pondera mucho las identidades partidarias. Es una dicotomía fuerte, porque está asociada a muchas otras variables; decir que sos demócrata o republicano refleja tu postura sobre temas como el racismo o la inmigración. Y todo eso se superpone. El Partido Republicano ha sido siempre promercado, pero vino Trump y les entregó proteccionismo.
¿Qué los llevó a votar por Trump, entonces?
Un factor más identitario. La idea de que representa lo opuesto al Partido Demócrata: el regreso de la familia tradicional, que las minorías "no nos saquen lo nuestro", que los inmigrantes no inunden el país. Eso le da libertad para moverse, de pronto abandona el libre cambio y se mueve hacia el proteccionismo y sus votantes no se van porque justamente no lo están votando por política pública.
¿Cómo se aplica esto en la Argentina?
La capacidad de los candidatos para manejar la economía ha sido siempre una variable clave para comprender el comportamiento electoral local, algo que se vincula con nuestra historia de crisis cíclicas. Durante la burbuja de las commodities, cuando el dinero fluía, era fácil mostrar tu competencia porque parecía que todo iba bien, hicieras lo que hicieras. Macri llegó al poder prometiendo competencia para la economía, algo que hoy le cuesta ofrecer porque las variables macroeconómicas son desastrosas.
¿Qué le conviene hacer?
Tratar de reducir esa variable, lograr que la gente no hable ni piense en la economía. ¿Qué más tiene para ofrecer? Las políticas públicas no van a cambiar el voto, entonces ofrece enojo, ofrece identidad. Lo mismo hace Trump. Pero Macri, al no tener una personalidad auténtica, ofrece lo que no es: "Yo no soy Cristina. Yo no soy corrupto". Y lo hace en un contexto donde no tiene otra alternativa; no tiene manera de ganar la elección más que llegando en una segunda vuelta contra Cristina Kirchner.
¿Y si Cristina no se presenta?
En cualquier otro contexto, Macri pierde. Cualquier otra persona que no sea ella y llegue a un ballotage, a menos que ocurra un milagro de acá a las elecciones, puede ganarle a Macri. La mayoría de la gente vota en contra de algo, vota por enojo. Entonces, ¿qué dice Macri? Dice: "Al enojo que la gente tiene contra mí, le contrapongo el enojo de la gente contra CFK". La emoción y el enojo movilizan mucho más que otros factores.
Respecto de la región, ¿qué novedad aporta la crisis venezolana respecto de anteriores intentos de transición?
Creo que la gran innovación, si nos preguntamos por qué ahora y no hace seis meses, tiene que ver con la agencia y no con la estructura. Me refiero a la inventiva y la decisión de Juan Guaidó de declararse presidente provisional cuando le tocó presidir la Asamblea Nacional y, por ende, con capacidad para llamar a elecciones de transición. Eso tomó por sorpresa a todos. Incluso a la oposición, porque no hubo un consenso previo, como lo hubo en su momento con la Concertación chilena.
¿Cómo se gestó esta decisión?
La decisión la tomó con su círculo más cercano. Aparentemente lo sabía también el Departamento de Estado norteamericano. Al parecer, Mike Pence le aseguró a Guaidó que, si hacía esa jugada, Estados Unidos iba a reconocer su administración. Es lo que hizo, y hoy más de 50 países reconocen a Guaidó. Esto genera una situación nueva, porque de pronto tiene un apoyo internacional que no tuvieron los anteriores intentos de transición. Evidentemente el apoyo internacional le da un escudo, algo que no tuvo Leopoldo López [en prisión domiciliaria]. Es una jugada diferente.
¿Qué es lo que puede destrabar la situación venezolana?
La discusión debe enfocarse en negociar una transición democrática. Para eso tendría que haber un sector del chavismo que apoye esa negociación. Sabemos que hay algún grado de ruptura dentro del régimen. Pero esa oposición interna aún no se ve abiertamente y se desconoce qué peso real tiene. Si Maduro y su círculo más cercano se exiliaran, el chavismo podría sobrevivir. Imagino que hay dirigentes dentro del gobierno que creen que podrían ganar electoralmente, tal vez no esta elección, pero sí la siguiente. Si hubiera una ruptura dentro del régimen, tendrían con qué negociar pensando en el largo plazo del chavismo post Maduro.