Tamara Kamenszain. "En promoción de la cultura, siempre estuvimos detrás de México, Brasil o Chile"
La autora defiende la creación del Instituto del Libro, se suma a las críticas al reciente concurso de Letras del FNA y reivindica la autobiografía como encuentro de la literatura y los afectos
"En esta cuarentena nadie me pide nada, ni siquiera yo misma me puse en situación de autoencargo, en la que me flagelo exigiéndome escribir -dice Tamara Kamenszain, que acaba de publicar Libros chiquitos (Ampersand), una antología de lecturas de trabajo que se deja leer como la autobiografía de una escritora-. Y parece que este nuevo estado de suspensión es el que deja afuera los parámetros de la profesionalidad: cuánto tiempo lleva escribir un libro, los tiempos de entrega, la cantidad de páginas". En ese estado de liviandad, "con suerte y una copita de vino de por medio", avanza en un nuevo libro que fusiona la poesía con el ensayo y la narrativa. Después de El libro de Tamar (Eterna Cadencia), que narra en clave de enigma la coreografía amorosa con el escritor y crítico Héctor Libertella, y que será llevado al cine por Analía Couceyro, y de Libros chiquitos, que reconstruye su recorrido por la poesía, el periodismo, el ensayo, la enseñanza e incluso la gestión cultural, la autora aviva uno de los núcleos latentes de su proyecto estético, la experimentación, en un proyecto que aúna poesía, ensayo y narrativa.
¿Cómo estás llevando este tiempo de la pandemia y el confinamiento? ¿Impacta de algún modo en tu escritura?
Debo reconocer que me encontré con otra calidad de concentración para leer y escribir. Yo suelo ser muy lenta para producir y sin embargo ahora estoy terminando un libro que empecé en marzo, lo que para mí es un tiempo récord. Por cierto que tengo miedo de que, cuando lo relea más adelante, me pase como cuando uno escribe algo bajo el influjo de alguna copita de vino, y al otro día se le cae de las manos. Lo que se me hace evidente es que esta situación de impasse que estamos viviendo es una experiencia distinta y sería bueno no suturarla con conclusiones rápidas sino escuchar qué tiene para decirnos. Leí el otro día una entrevista a Jacques Rancière donde dice que estamos ante un "tiempo suspendido"; me gustó tanto el adjetivo que creo que mi libro nuevo se va a llamar Chicas en tiempos suspendidos. Creo que es mejor, entonces, suspender las conclusiones y no añorar lo que había o lo que habrá, sino hacer algo con lo que hay. No sé qué es lo que queda sin todo eso, pero te diría que queda una especie de liviandad que a lo mejor me animaría a llamar el puro placer de escribir.
¿En qué sentido el periodismo fue para vos una escuela de escritura?
El periodismo fue para mí, y sigue siéndolo aunque ya casi no lo ejerzo, una escuela de escritura en el sentido en que te obliga a bajar a tierra y pensar en tu interlocutor. No podés darte todos los lujos y eso es bueno, hay que "ir a los bifes" como se decía antes del veganismo en las redacciones. Eso te saca del narcisismo que suele invadirnos cuando nos creemos artistas inspirados y nos enamoramos de nuestras propias piruetas con el lenguaje, olvidando chequear si las pistas de lo que queríamos decir se quedaron o no en nuestras cabezas.
¿Cuál sería la potencia de los "libros chiquitos"?
La debilidad. Porque no me refiero con "libros chiquitos" tanto a los que son cortos sino a los que no pretenden ser largos o, mejor, largueros. Los chiquitos son esos que no te quieren convencer de nada, no tienen un guion preestablecido, muestran su fragilidad. Y así, sin ese guion previo, pero tampoco a tontas y a locas, se van constituyendo como libros en veinte o en quinientas páginas. Llegar a ser libro no tiene por qué consistir en venderte una épica o un mundo cerrado y conclusivo, ¿patriarcal?, pero tampoco dejarte tirado en el camino. Para que haya libro tiene que achicarse el ego del que lo escribe.
¿El libro nuevo amplía la autobiografía de El libro de Tamar e iniciada antes en tus libros de poemas?
Hablé de achicar el ego y por otro lado reconozco que en todo lo que escribo siempre parto de lo que tengo delante de las narices, que no es otra cosa que mi propia experiencia de vida. La palabra autobiografía sigue sirviendo así que, aunque está medio contaminada de ego, podemos usarla. Digamos que lo mío es autobiográfico en el sentido de familiarista. Es decir que lo que no entra de algún modo en mi familia no lo registro. Así es como leo y escribo. No es un asunto de amiguismos; soy de adoptar a los escritores que me gustan y de dejarme adoptar por ellos. Así quedamos metidos juntos en esa supuesta autobiografía, que de hecho siempre habla de otros y no tanto de mí. La familia es lo opuesto al canon, que se arma como una estructura fría y patriarcal de jerarquías y de poder. Esa autobiografía de los otros pretende armarse sobre el afecto, un sentimiento chiquito al que el canon le queda grande.
¿Cómo avanza la filmación de El libro de Tamar?
En este proceso sí que se requiere achicar el ego. Sé de entrada que no puedo ni debo esperar fidelidad al libro, porque ahora ya se trata de la obra de Analía Couceyro. Una vez que ya está publicado, lo que después se haga con un libro mío no me pertenece; puedo sugerir, aclarar alguna cosa, pero tengo que estar abierta a lo inesperado. Es como cuando te traducen a otro idioma, yo en general me entrego y si me plantean dudas trato de ayudar pero, si no, dejo al traductor que avance con sus propios criterios. Vi una primera versión del guion y aunque es distinta del libro, por suerte, le reconozco a la vez que tiene el mismo espíritu y eso es tranquilizante.
Colaboraste en la creación de la carrera de Artes de la Escritura en la Universidad Nacional de las Artes. Pasado un tiempo, ¿cómo ves esa institucionalización?
Sí, pasaron más de cuatro años y en 2021 vamos a tener la primera cohorte de graduados. Mi conclusión es que las cosas salieron todavía mejor de lo que esperábamos cuando soñábamos con esta carrera. Más que institucionalización de, que suena un poco limitante, yo hablaría de sistematización de un saber teórico-práctico que ayude a meterse en el mundo de la escritura, un mundo amplio que excede por mucho lo específicamente literario. No podemos garantizar, ni lo pretendemos, que salgan escritores grandes o chiquitos, pero sí nos interesa que personas que están relacionadas con las artes de la escritura adquieran herramientas para después hacer algo con eso. Es una experiencia inédita en la Argentina y hay muy pocas en el mundo. Una carrera de grado, pública y gratuita, que no se limita a una propuesta de "creatividad", término muy estadounidense que remite a losCreative Writingde las universidades de allí. Al romanticismo de lo puramente creativo le podemos contraponer lo que Kenneth Goldsmith llamó Non creative writing, escrituras no creativas, capaces de formar gente que aprenda también a desescribir.
¿Alcanza con ser escritor o escritora para poder dar clases de escritura?
Definitivamente no alcanza. Es necesario tener vocación para la enseñanza, vocación de querer trasmitir a otro nuestra experiencia como escritores. Para los que nos pasa eso, enseñar es un disfrute tan grande como escribir. Pero ojo, es necesario transformarse en un "maestro ignorante"; no se trata de trasmitir una certeza de cómo hay que escribir, sino de compartir la duda que empuja esa experiencia.
¿Por qué firmaste la carta en contra de la decisión del Fondo Nacional de las Artes de circunscribir los premios a tres géneros más bien narrativos?
Los argentinos nos solemos considerar los más cultos y alfabetizados de la región, pero la verdad es que no les llegamos ni a los talones a vecinos como Brasil, Chile o México en cuanto a políticas de promoción cultural. La militancia de escritores y escritoras en defensa de nuestros intereses también suele ser insuficiente porque no es tomada muy en serio por los mismos afectados, que consideran que si les publican o les dan alguna prebenda, les están haciendo un favor. Hay que entender que se trata de una militancia transversal que no supone defender o no al gobierno de turno. Por eso firmé, para no dejar pasar algo que no me cerraba y que corría el riesgo de naturalizarse. Leí estas resoluciones del Fondo como un acto de exclusión, pero no solo con las y los poetas, sino también con narradores y ensayistas. Lamenté en ese sentido que la carta tuviera pocas firmas de gente de esas otras áreas. ¿O acaso narradores y ensayistas no se dan cuenta de que, si sus obras no caen dentro de las consignas preestablecidas por el Fondo, también quedan excluidas? El Nobel a Bob Dylan me había parecido muy promisorio, ya que descreo de la ortodoxia de los géneros. Pero convengamos que fue fruto de la cabeza abierta de los jurados que consideraron poeta a un letrista, subgénero relegado si los hay, y no una decisión premeditada de la Academia Sueca. En este sentido debo decir que, de las resoluciones del Fondo, introducir el rubro de novela gráfica sí me pareció un acierto inclusivo. Pero insisto en relacionar todo esto con la vieja deficiencia estatal en cuanto a políticas culturales, por eso urge aprobar el proyecto de creación de un Instituto del Libro. A diferencia de otras artes como el teatro, la música o el cine, no contamos con un organismo que sea contralor de nuestras actividades.
¿Compartís la idea de que la poesía está desvalorizada?
Mientras el término desvalorización no esconda esa típica mistificación del género que supone a la poesía como el arte más alto y sublime y que, en ese sentido, tendría que ser especialmente valorado, todo bien. Salvando eso, diría que hay países como México, donde viví unos años, en que a los poetas se los consulta porque parece que tienen algo para decir más allá de bellas palabras y otros países, como el nuestro, donde me acuerdo de haber participado de una colecta para comprarle medicamentos a Alberto Girri cuando se estaba muriendo.
¿Qué les dirías a las personas que quieren escribir y vivir de la literatura?
Por un lado, les diría que no sean románticos, que no crean que con la sola obra se van a poder mantener porque eso es irreal. Pero sí hay muchas tareas relacionadas como el periodismo, la enseñanza, el trabajo editorial, que son nobles y no contaminan la famosa "creatividad". El preconcepto respecto a esas tareas promueve la concepción del artista como un bohemio que entrega literalmente su vida al arte. Pero ojo, tampoco pienso que hay que resignar las reivindicaciones propias del oficio, hay que defenderlas sin sentirse culpable o avergonzarse por pedir algo a cambio. Becas, premios, subsidios, defensa de los derechos de autor no solo son bienvenidos, sino también necesarios.
¿Cómo ves el debate feminista en el campo literario argentino?
Todo movimiento reivindicativo más o menos reciente suele tener etapas de extremismos, picos, como se dice hoy con la pandemia, y después viene una meseta que permite la reflexión y abre la posibilidad de hacer síntesis. De todos modos, como vieja feminista, estoy más que feliz de ver surgir estas nuevas camadas de militantes que producen obras literarias sólidas e investigan con seriedad teórica desde el mundo académico, enriqueciendo el campo de los estudios de género.
¿Hubo cambios de registros en la poesía de la segunda década del siglo XXI en el país?
Sin duda. Ya las y los poetas de los años 90 habían explorado un camino de deconstrucción de ciertos recursos que se consideraban intocables, como el uso de la metáfora. Esto trajo un avance hacia lo coloquial y lo prosístico. Y de ahí, haciendo explotar la retórica poética, se empezaron a abrir más posibilidades narrativas. Me parece que esta línea abierta sigue y se enriquece en el siglo XXI con temáticas que eran marginales, como la del amor en el transgénero. No es que no se hubieran abordado antes, pero venía todo un poco velado con recursos retóricos. Y en algunos poetas muy jóvenes estoy viendo cierta tendencia a volver a formas fijas como la métrica o la rima, y a las figuras retóricas. Como siempre pasa cuando se retoman anacronismos, lo que resulta es algo totalmente diferente de lo anterior y eso es lo interesante.
¿Cuál fue la mejor crítica que le hicieron a tu escritura o cuál le harías vos?
La que yo siempre me digo es: ¿y esto tan personal a quién le puede interesar? Y me calmo recordando el dicho feminista "lo personal es político". En cuanto a las críticas de otros, tengo en mi cabeza muchas frases estimulantes que me sirvieron para avanzar. La última que recuerdo es una que Enrique Foffani escribió sobre El libro de Tamar, aludiendo a que es la historia de una pareja amorosa, pero concluyendo que "la pareja amorosa por antonomasia es la que se conforma entre el verso y la prosa".