Sheila Cremaschi. "La lectura ayuda a desarrollar la tolerancia"
La directora del Hay Festival de Segovia, que se realizará el mes que viene bajo medidas sanitarias ligadas al Covid-19, destaca el poder democratizador del pensamiento y la gestión cultural
MADRID.- Stephen Frears, el cineasta inglés, reflexionaba en el Hay Festival de Segovia de 2018 sobre las heroínas que había retratado en sus películas, personajes que habían traspasado la pantalla por la fortaleza fuera de serie de sus intérpretes: Meryl Streep, Helen Mirren, Glenn Close, Judi Dench, Julia Roberts. "Sheila también es un ejemplo de esta fortaleza", pronunció mientras la buscaba en la sala con su mirada. Frears se refería a la directora de este encuentro que, desde hace quince años, logra que cada otoño Europa mire con atención aquello que ocurre en esta ciudad famosa por su acueducto romano. El Hay Festival, que cuenta con ediciones en Segovia, Gales, Cartagena de Indias, Santiago de Querétaro y Arequipa, es el reciente ganador del premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades (junto con la Feria Internacional del Libro de Guadalajara). Si bien el galardón está destinado a esta propuesta en su totalidad, el jurado solo asistió a la celebración de la ciudad castellana. Sheila Cremaschi fue condecorada, además, por la reina Isabel II de Inglaterra con la Orden del Imperio Británico y por el rey de España, con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
Esta gestora cultural nacida en Mendoza diseñó un exitoso encuentro anual al cual han asistido 1500 personalidades, intelectuales, políticos, artistas, así como un público ávido por participar en debates en torno a la cultura, la democracia y el medio ambiente. Este festival sin fines de lucro, que se financia con la venta de entradas y el aporte de auspiciantes, tendrá su próxima edición el mes que viene y a él asistirá un dream team de autores hispanoamericanos: Javier Cercas, Guillermo Arriaga, Almudena Grandes y Manuel Vilas, entre otros.
El currículum de Cremashi, quien recorrió España en busca del mejor espacio donde realizar el Hay, podría resumirse en su capacidad para crear ex nihilo escenarios de éxito. Radicada en Madrid, dirigió en Buenos Aires durante una década el Café Mozart (en Reconquista al 1000). En los albores de los años ochenta aquella zona, hoy habitada por pubs, era un desierto por la noche. Cremaschi recuerda una velada "sublime", como la califica, en la que Ástor Piazzolla escuchó en su sala el cuarteto que había compuesto para Mstislav Rostropóvich.
¿Cuál era su propuesta en el mítico Café Mozart?
Había estudiado en Europa y me había enamorado de Viena, de toda su vida cultural. Era un mundo de fantasía, en realidad, porque la Belle Époque ya había pasado hacía tiempo. Necesitaba una historia para contar y quería llevar el espíritu centroeuropeo a Buenos Aires, una forma de hacer cultura. Elena Mignaqy y Mariana Capdevila eran mis socias y luego se sumó mi madre, quien vino desde Mendoza para ayudarme con la gestión. Programé la Pequeña Mahagonny, de Kurt Weill, con dirección de Daniel Suárez Marzal, Sergio Renán produjo el Pierrot Lunaire... Era una maravilla, pero en esos diez años sufrimos tres crisis económicas.
¿Cuál fue su mayor aprendizaje al gestionar una sala off en Buenos Aires?
Aprendí a trabajar sin dinero, a buscar sinergias, es decir, la complicidad de distintos sectores. También tuve el respaldo de amigos como Tomás Tichauer, de la Camerata Bariloche. Gracias a él programamos para que tocaran piezas de Mozart y Salieri con violinistas de la Academy of St Martin in the Fields. Justo se había estrenado la película de Milos Forman, Amadeus [1985]. Programamos diez funciones en los horarios más absurdos y se agotaron las localidades en 24 horas. Peter Thomas, uno de sus miembros, no me preguntes por qué, había ido a arreglarse los dientes a Buenos Aires, y había que coordinar las funciones con los turnos del odontólogo.
¿Cuál es para usted la clave de la gestión cultural?
El dinero y la idea, juntos. Si tienes un buen proyecto y el dinero para pagarlo, es maravilloso. Todos te apoyan? Pero si no tienes un buen proyecto ni dinero, no tienes nada.
¿Cómo recibe la propuesta del Hay Festival?
En Buenos Aires trabajaba en simultáneo, mientras tenía Café Mozart, en el Teatro Cervantes. Cuando se cumplieron 200 años de la Revolución francesa, trabajé para la Embajada de Francia en los actos de homenaje. Muchos años después, a partir de aquella labor, un grupo de gestores franceses, me recomendó a los impulsores del Hay de Gales, quienes me consultaron si había alguna posibilidad de explorar España para llevar una edición del Festival allí.
¿Por qué eligió Segovia?
En ese momento estaba en España mi gran amiga Marta Fernández de Patrón Costa, que había colaborado en arteBA cuando vivía en Buenos Aires. Le comento que tenía esta propuesta. "Yo te llevo", me dijo. Tengo que reconocer que sin ella no lo podría haber hecho. Sabía mostrarme los lugares, leer los mapas, conducía ella y yo miraba y estudiaba. Con bastante criterio pensamos que si iba a ser un festival bilingüe, inglés y español, debíamos elegir una comunidad donde no se hablara otro dialecto para no complicar más aún la organización. Descartamos Galicia, Barcelona y el País Vasco. Nos quedamos solamente con Castilla-La Mancha y Castilla y León. Quedaron cuatro ciudades finalmente: Segovia, Ávila, La Granja de San Ildefonso y Alcalá de Henares. Hice una investigación muy seria y un informe de cada una de ellas y las presenté al director del Hay de Gales. Fue él quien votó por Segovia porque, además del informe, conocía la ciudad.
¿Cuál fue la mayor dificultad que tuvo que sortear?
Tuvimos que pasar, primero, por la desconfianza. La gente no sabía de lo que le hablaba. Me decían que no se podía cobrar por escuchar una idea, que en España se cobraba por la comida, la bebida, el teatro, el futbol y la música. El resto debía ser gratis.
¿Quién confió en usted?
La alcaldesa actual de Segovia, Clara Luquero, que en ese momento era la concejala de Cultura, fue la clave, junto a Pablo Jiménez Murillo de la Fundación Mapfre o Malaquías del Pozo, de Caja Segovia .También debo reconocer a mi marido, Beltrán Gambier [director de la revista Intramuros, abogado y asesor legal del Festival], quien pagó los dos años de exploración que hice buscando el sitio adecuado. Y hay una anécdota que atesoro. En la primera edición Peter Florence, el actual director del Hay, invitó a Martin Amis. Sus agentes me confirmaron que iría, con la condición de no dar entrevistas. Hubo que explicarle a los grandes periódicos que no hablaría, pero Amis llega a Segovia, se va a la Plaza Mayor, se sienta solo en un café, ¡y da 23 entrevistas! Encantado, sin importarle si era un medio local o no.
Logra llevarse bien con las estrellas, los reyes, los premios Nobel, los políticos. ¿Cómo lo logra?
Tiene que ver con mi personalidad. Me manejo muy bien con mil personas, con quince mil, o con muy pocas. Donde no me manejo bien es en las distancias intermedias. Tengo contactos muy profundos con muy poca gente y contactos superficiales con mucha gente.
Cuando se crea el Hay, en Segovia, no había un evento similar en Hispanoamérica. Ahora hay una gran cantidad de eventos. ¿Qué ha hecho posible este nuevo escenario?
Ahora hay de todo. Les digo a Peter Florence, a Cristina Fuentes, la directora de todos los Hay de América, y a Caroline Michel, presidenta de todos los Hay, que el de Segovia tiene varios hijos ilegítimos. Cuando ves una fórmula que funciona, piensas: "Yo también puedo hacerlo". La gente cree que cualquiera puede hacer gestión cultural. Pero esta profesión tiene una gran complejidad.
¿Cómo se prepara el próximo Hay en Segovia en este contexto del Covid-19?
Hoy en España podemos salir, terminó el confinamiento, pero el virus sigue estando. No hay restricciones, pero en la fase anterior, sí las hubo. Vamos a disponer solamente de un tercio de la capacidad de las distintas salas donde se realizan los eventos. Necesitas nueve metros cuadrados por persona y eso va a disminuir la afluencia, pero debemos continuar. Además, habrá desinfección antes y después de cada evento. Cuando llegas al sitio donde se realizará la conferencia, gentilmente, te limpias las manos con gel y además se tomará la temperatura. Si la persona tiene fiebre, no se la dejará entrar. Mi obligación es cuidar al público, a los invitados y al personal que trabaja. Voy a hacer también muchos eventos en jardines privados, donde desinfectaremos las sillas luego de cada evento.
¿Tendrá menos espacios que ediciones anteriores?
Este año es todo raro. Sumando los jardines a los espacios de otros años, son dieciséis espacios, para programar, pero he calculado los tiempos de desinfección. En el Teatro Juan Bravo la desinfección toma casi cinco horas, por ejemplo. Es decir, debo buscar coordinar invitados, salas y tiempos de desinfección.
Este año el Hay tiene al planeta como leitmotiv. ¿Cómo elige el tema de cada edición?
Es bastante complejo. Busco una historia que contar, como me pasó con Café Mozart. Me guío un poco por mis propias preocupaciones y lo que voy hablando con la gente cercana, los artistas, los periodistas. Desde enero quiero celebrar la naturaleza. Creo que ahora, después de esta pandemia, ha llegado el momento de hacer cuentas: la tierra que nos queda, el agua que nos queda, la Europa que nos queda? Es decir, elijo una historia con un disparador para contar. En la edición de 2018, cuando vino Ken Follett, se me había ocurrido la tolerancia, porque percibía en España un ambiente de enfrentamiento, de moros y cristianos, que era casi nada con el que vivimos en la actualidad.
¿Qué tiene esta edición del Hay diferente de las demás?
Buscamos, de modo transversal, celebrar la vida, la resistencia, la fuerza y el coraje de las personas, así como el poder de la cultura, de las ideas, y de la creación para recuperar el mundo. Podemos transformar el planeta y para eso tenemos que trabajar por un mundo sostenible.
¿Qué experiencia le brindó dirigir su propia sala independienteen Buenos Aires?
Si no hubiera vivido en la Argentina, no estaría capacitada, no tendría la energía, el conocimiento o la claridad para haber hecho el Hay. Una gran amiga, Ludovica Squirru, me decía: "El que se va de la Argentina se atrasa". Es decir, la Argentina te golpea tanto que estás obligado todo el tiempo a aprender algo nuevo. Si no hubiera vivido y trabajado en la Argentina, no podría haber hecho esto.
Dirige un festival sin fines de lucro, pero ¿de qué modo se pueden combinar objetivos económicos con objetivos culturales?
La cultura siempre va delante. Trabajé y quiero mucho a Revel Guest, la nieta de Winston Churchill. Ella contaba que los ministros de Churchill, durante la Segunda Guerra, querían cortar el presupuesto de Cultura. Él entonces, golpeaba la mesa y decía: "¿Para qué estoy haciendo la guerra entonces?".
¿Qué es lo más valioso que puede brindarle la gestión cultural a la sociedad?
Creo que muchísimo, y por eso lo puedo hacer, porque es una tarea muy difícil, en el poder transformador de la cultura. El Hay de Segovia apuesta siempre por el pensamiento democrático y creo que allí hay un aporte, pequeño, pero lo hay, para la sociedad. En segundo lugar, creo que es muy importante el cuidado del repertorio: cuidar la pluralidad de voces. Por eso habrá un evento en la próxima edición con políticos de primera línea, de distintos partidos, desde la presidenta del Congreso de Diputados a opositores al gobierno. En tercer lugar, creo que es indispensable fomentar la lectura. La lectura da vida, literalmente, en el sentido de que colabora a desarrollar la tolerancia. Amos Oz escribió un artículo para Intramuros donde decía que "Imaginar al otro" era el mejor remedio contra el fanatismo. Yo quiero hacer un festival donde todos se puedan sentar y dialogar. Este quiero que sea mi humilde aporte a un mundo cada vez más complejo.