Richard Bernstein: "Hay que pensar cómo vivir en un mundo atravesado por el autoritarismo"
El filósofo norteamericano Richard Bernstein podría hablar durante horas sobre sus libros fundacionales dedicados al pragmatismo, sobre su intensa amistad con Richard Rorty y con Jürgen Habermas o su participación en el movimiento por los derechos civiles durante la década de 1970. Pero no. Está ansioso por reflexionar sobre un presente que lo perturba. Invitado a la Argentina por Aduba y por la Secretaría Académica de la Universidad de Buenos Aires, donde recibió el Doctorado Honoris Causa, el autor de Perfiles filosóficos, actualmente profesor de la New School de Nueva York, prefiere discutir sobre qué debería hacer la filosofía con lo que nos toca vivir. En este sentido, y a poco de publicar un libro sobre Hannah Arendt (¿Por qué leer Hannah Arendt hoy?), explica: "Me interesa porque con ella queda claro el modo en que su filosofía está relacionada con su experiencia". Para Bernstein, la actualidad de Arendt radica, también, en advertir tempranamente tendencias a las que la humanidad se enfrenta hoy: "La completa denigración de la verdad, la mentira sistemática, la reducción de las grandes cuestiones a trivialidades".
Frente a este panorama, el filósofo norteamericano defiende el ejercicio de la responsabilidad, la participación, y el pensamiento que no renuncia a indagar en posibilidades nuevas. En relación con la situación actual de su país, considera que el gran error del Partido Demócrata fue no prestar atención a las clases medias, la clase trabajadora y los distintos sectores que resultaron perjudicados por la globalización, abriendo así la puerta a la reacción que culminó en el ascenso de Donald Trump. Optimista de cara a las próximas elecciones estadounidenses, no tiene dudas en cuanto al papel que les toca a los intelectuales: "Debemos ayudar a reflexionar sobre modos de vivir en un mundo atravesado por el autoritarismo".
¿Cómo surge ¿Por qué leer Hannah Arendt hoy?
El origen de ese texto es una conversación que tuve con mi editor, en la que debatimos alrededor de la gran cantidad de referencias a Hannah Arendt que están apareciendo en los medios de comunicación y en Internet. Ese día él me propuso que escribiera un libro pensado para el público no especializado donde responder a esta pregunta. Creo que Arendt era muy perceptiva sobre ciertas tendencias peligrosas que estamos viendo hoy: sustancialmente, el giro al autoritarismo y su uso de la propaganda y la denigración del conocimiento de los hechos. Ella advirtió eso tempranamente. Nos enfrentamos hoy a la completa denigración de la verdad, a la mentira sistemática, a la reducción de las grandes cuestiones a trivialidades. Pero, a la vez, Arendt advirtió que en los tiempos más oscuros siempre hay pequeños lugares de iluminación. Es que ella, sin ser una pesimista o una optimista sobre la condición humana, siempre tuvo cierta esperanza. Resulta necesario tener presente que existe la posibilidad de pensar algo nuevo.
¿En qué medida la esperanza es un sentimiento público que necesitamos para construir una democracia plural?
Arendt señala que hay que evadir tanto el pesimismo trágico como el optimismo ingenuo porque son dos caras de la misma moneda. Pero si tomamos lo que dice en relación con la condición humana, hay en ella siempre un pensamiento esperanzado. Creo que la espontaneidad de la gente juntándose y empezando a cambiar ciertas cosas con un diagnóstico realista de lo que está sucediendo en el mundo encarna hoy esta actitud. Ella no usa la palabra "esperanza", pero encajaría muy bien con lo que pretende porque la actitud que aborrece es la que está asociada al cinismo, la desesperación y la indiferencia. El supuesto de que no hay nada para hacer, que todos los políticos son igualmente corruptos; ese es el tipo de cinismo que alteraría a Arendt porque para ella siempre es necesario involucrarse y asumir cierta responsabilidad.
¿Y usted dónde vuelca esa esperanza?
Tengo esperanzas en la próxima elección en Estados Unidos. Después de todo, es el mismo país que eligió a Obama. Es un momento en que hay que concentrarse en el resto del país y no meramente en Nueva York o en California, donde claramente Donald Trump pierde. Hay que recuperar a la gente que votaba a los demócratas en el resto del país: la clase obrera, cuya vida ha sido transformada con la globalización. En un libro como Forjar nuestro país, Richard Rorty predijo el fenómeno Trump. Allí señaló que si no prestábamos atención a la falta de dignidad de los trabajadores iba a haber una reacción, y eso fue exactamente lo que pasó. Así que es el Partido Demócrata el encargado de esa tarea en un país en el que los terceros partidos nunca funcionaron. Hay que recapturar el entusiasmo de los que no son intelectuales, de la clase media, de la clase trabajadora; personas que sienten que sus vidas han sido trastocadas por la industrialización y la globalización. Ahí es donde las administraciones de Clinton y de Obama indudablemente fallaron.
¿Quién cree que encarna esa posibilidad?
La candidata viable que apoyo fuertemente es Elizabeth Warren. Ella tiene un sentido claro de que Estados Unidos no va a ser socialista, pero que es un país que necesita reformas profundas y estructurales. Tiene políticas diseñadas para lograrlo. No creo que esto sea el fin del mundo. No soy optimista, pero sí mantengo la esperanza en que se pueda lograr un cambio. Podemos hacer algo en contra de este autoritarismo potente y pernicioso encarnado en Trump que va más allá de su figura.
Uno de los términos más famosos de su filosofía es el de "ansiedad cartesiana". Así es como se refiere a un deseo por la certeza que deriva en actitudes condenables. ¿Qué papel cumple esta actitud en la política?
Cuando acuñé este concepto, me refería a la necesidad de evadir la pretensión de que si las cosas no tienen un fundamento firme vale cualquier cosa. En ese momento estaba tratando de tomar distancia tanto del racionalismo como del relativismo. Pero creo que esa pretensión también es peligrosa en la política. Creer que hay que tener siempre un fundamento último es lo que hizo que se apele a cosas como el mal durante la intervención en Irak. La retórica del gobierno estadounidense era: "nosotros somos los buenos", "ellos son los malos". Creo que esa actitud es moralmente incorrecta porque no deja lugar para la duda. De hecho, se acusó a cualquiera que tuviera una visión matizada. Mi tesis es que esta apelación a Dios, al mal o a la razón como instancias fijas bajo el supuesto de que la alternativa es el nihilismo, resulta peligrosa. Tenemos que ir más allá de esta oposición porque nunca vamos a tener una certeza absoluta de las cosas. Uno puede estar apasionadamente comprometido con algo sin estar absolutamente seguro de que es lo correcto. No es necesario tener un fundamento último para ser apasionado y activo con una idea.
Justamente, usted escribió dos libros sobre el mal radical. ¿Qué lo llevó a esa doble escritura?
Terminé de escribir El mal radical el 31 de agosto de 2001, es decir días antes del 11 de septiembre. Allí intenté reconstruir qué habían dicho los filósofos -Kant, Hegel, Freud, Arendt, Lévinas- y no los teólogos sobre el mal. A partir del 11 de septiembre empecé a recibir invitaciones para hablar del mal en todos lados. Me pedían que explicara por qué Sadam Hussein era el mal. Dije siempre que no, pero me enojé tanto que escribí otro libro, llamado justamente El abuso del mal. Soy muy escéptico sobre el uso del concepto del mal en política o en ética, porque frecuentemente se utiliza solo para denigrar al otro, no importa quien sea, sin argumentos. En Estados Unidos en esos años uno era considerado un traidor si intentaba razonar. Todo había sido transformado en un lenguaje de western: básicamente, buenos vs. malos, algo que implica demonizar al otro, no importa quién sea.
Dos de sus libros más recientes están dedicados a la violencia y a la ironía. ¿Hay alguna relación en su preocupación por estas dos cuestiones?
Solo de manera indirecta. Es, de algún modo, la relación que marqué antes en Arendt entre oscuridad e iluminación. Me interesa la ironía, no como tropo retórico, sino en tanto modo de vivir la vida. Y la filosofía, tan ocupada en cuestiones que solo comprenden sus profesionales, tiene que reflexionar sobre cómo vivir la vida. Los intelectuales tenemos la responsabilidad de exponer y discutir la oscuridad -la violencia que está en todos lados-, pero también la parte esperanzadora o positiva que es, en este caso, la ironía. Debemos ayudar a reflexionar sobre modos de vivir en un mundo atravesado por el autoritarismo.
En estos últimos años, tanto el feminismo como los movimientos LGTB tuvieron un papel clave. ¿Cree que cambiaron cierta lógica de la esfera pública?
Sí, creo que sobre todo en lugares como la Argentina o Polonia hay un movimiento feminista militante que ha logrado separarse del feminismo de las corporaciones, donde se cree que el activismo trata meramente de que haya más mujeres ejecutivas. Pero creo que en Estados Unidos este feminismo crítico que considero tan valioso no tiene un papel relevante. De hecho, como señala Nancy Fraser, ha sido cooptado por la lógica de las corporaciones.
¿Y de qué modo Black Lives Matterse diferencia del movimiento por los derechos civiles de los años 60 en el que usted estuvo involucrado?
Creo que el movimiento por los derechos civiles convocó a un grupo importante de ciudadanos -blancos y negros- asociados también al movimiento estudiantil. Éramos un conjunto de personas atravesadas por la indignación que generaba la injusticia que reinaba en Estados Unidos. Había un objetivo inmediato: que el Partido Demócrata se ocupara de estos temas en una zona del país donde el segregacionismo estaba sostenido en complicidades importantes. Apoyo firmemente Black Lives Matter, pero es un movimiento pequeño, que no ha logrado galvanizarse en algo más grande para conformar una izquierda significativa. No hay en Estados Unidos un movimiento de izquierda que hable a todos.
¿Por qué?
Hay diversas causas, pero creo que tiene que ver con cómo se estableció el capitalismo. Hay movimientos significativos de izquierda en todos lados, pero no en Estados Unidos. Algo parecido pasa con el feminismo o con Occupy Wall Street; nunca lograron galvanizarse.
Usted siempre ha insistido en el papel de la conversación en la conformación de la democracia. ¿Cuán dañado está este ejercicio en su país?
El desastre real en la política, particularmente dramático en Estados Unidos, es que el diálogo no está teniendo lugar. Es allí donde la gente debate racionalmente sobre sus puntos de vista, manteniendo sus diferencias. Pero hoy parecería que el diálogo es ejercido como la mera manipulación del otro.
¿Qué papel tienen las redes sociales en la construcción de esta conversación?
Estamos tensionados entre el poder concentrado de la propaganda y espacios donde la gente común puede conectarse y debatir. Hemos presenciado la revolución en Egipto, donde las redes cumplieron un gran papel. Pero a la vez soy escéptico, porque no pienso que esto vaya a cambiar el modo en que la gente vive. No hay que subestimar el poder del dinero y el control que se ejerce a través de la propaganda donde se miente sistemáticamente.
Además, en las redes la gente suele sentirse libre de expresar sus sentimientos más oscuros.
Sí, de hecho si hay algo en lo que las redes han sido eficaces, es en organizar los movimientos de extrema derecha, que están basados en el odio. De todos modos, los movimientos sociales tienen que estar sostenidos en el cara a cara. Es en la calle donde se desarrollan los movimientos políticos.
Usted ha sido frecuentemente señalado como uno de los pocos intelectuales públicos de Estados Unidos. ¿Por qué es eso tan excepcional en su país?
Por un lado, tiene que ver con la estructura de nuestros medios de comunicación. En Estados Unidos yo no sería entrevistado por un diario importante como este. Me gusta pensar que soy alguien comprometido públicamente, pero no al nivel de Cornel West que es un muy buen amigo, pero que representa de manera cabal al intelectual profundamente comprometido. Creo que los intelectuales públicos fueron marginados en mi país. Si John Dewey dijera hoy las cosas que dijo en los años 20 o 30, sería considerado un comunista o un socialista, palabras que en Estados Unidos representan insultos. Hay algo en la estructura del país -la financiera, la de los medios de comunicación, la social- que hace que la gente que quiere hacerse preguntas o cuestionar ciertas características del modo en que funciona el sistema sea marginada.
Usted también es reconocido como uno de los pocos académicos que desafió los límites entre la filosofía anglosajona y la continental. ¿Por qué es esto tan difícil en el caso de la filosofía y no así en otras humanidades como, por ejemplo, la historia?
La filosofía se ha transformado en una disciplina cada vez más técnica, más específica, más aislada, más encerrada en sí misma. Se ha concentrado en problemas que solo lo son para la filosofía. Evocando a Dewey le diría que la filosofía se va a recuperar cuando vuelva a ocuparse de los problemas de los seres humanos y no de los problemas supuestamente filosóficos. Cuando yo estaba haciendo mis estudios de doctorado encontraba fascinantes tanto a Hegel como a Wittgenstein. Y eso no era lo usual. Hoy existe una división aún mucho más profunda. De hecho, hay mucha gente en Estados Unidos que cree que no vale la pena prestar la atención a lo que sucede en Francia o en Alemania. Y es una lástima.
Biografía
Richard Bernstein nació en 1932. Estudió filosofía en la Universidad de Chicago y se doctoró en la Universidad de Yale. Profesor invitado en numerosas universidades y docente en The New School for Social Research, escribió, entre otros, El mal radical, El abuso del mal y Hannah Arendt: el legado de una mirada.