Patrick Boucheron: "Si Europa no se reinventa en lo político, puede morir y lo sabe"
Historiador, doctor en historia medieval y, desde 2015, profesor de la cátedra Historia de los Poderes en Europa Occidental entre los siglos XII y XVI en el Collège de France, Patrick Boucheron (París, 1965) es un asiduo visitante de la Argentina. Aunque es un especialista en historia medieval, historia de las ciudades y del urbanismo y de las relaciones entre pintura y política, también ha desarrollado una profunda reflexión sobre la escritura y la epistemología de la historia. Alumno de Georges Duby, Jacques Le Goff y Roger Chartier, recomienda a los estudiantes de ciencias sociales elegir bien a los maestros que los formarán y ser generosos con el conocimiento.
Semanas atrás, participó de la tercera edición de la Noche de las Ideas en Ostende y Mar del Plata, que organiza en varias ciudades del mundo el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia. "Ya estuve hace algunos años en la Noche de la Filosofía en Buenos Aires y me entusiasmó el compromiso de la prensa, las instituciones, el público, los artistas y los intelectuales en los debates de alto nivel. Me siento feliz de estar de vuelta en Argentina", dice a la nacion.
Boucheron integra el Comité Editorial de la revista Histoire, del Consejo Científico de los Rendez-vous de l'Histoire de Blois. Es autor y editor de numerosos libros, entre los que se destacan Lo que puede la historia (2015), Historia mundial de Francia (2017), Un verano con Maquiavelo (2017), Conjurar el miedo. Ensayo sobre la fuerza política de las imágenes (2018) y el flamante Leonardo y Maquiavelo (Fondo de Cultura Económica/Libros del Zorzal, 2018), que reflexiona sobre el encuentro de esas dos grandes figuras renacentistas.
En Conjurar el miedo, usted estudió la fuerza política de las imágenes en el siglo XIV en Europa. ¿Cómo actúa esa fuerza en la actualidad?
Trabajé sobre una pintura política pintada al fresco en el palacio comunal de Siena en 1338 por Ambrogio Lorenzetti, y mi primer esfuerzo, como historiador, no fue solo contextualizar la obra sino también comprender lo que hoy se llama el rendimiento de las imágenes: no solo lo que esa pintura representaba en 1338, sino además el efecto que quería producir. Porque las imágenes transforman el mundo. Ese es su poder político. Pero siempre están sujetas a actualizaciones, recargan nuevos significados a medida que las vemos y nos miran a nosotros. Leer una imagen es un ejercicio de paciencia, un trabajo lento: es necesario describir antes de interpretar, para no sentirse abrumado por sus sentidos subrepticios.
En estos tiempos veloces, ¿cómo analiza la influencia de las redes sociales en la política y en el debate público?
En este punto, pertenezco a la vieja escuela. No uso las redes sociales, siento poca atracción por poner en escena el propio ego y desconfío instintivamente de cualquier forma de debate público agresivo. Ahora bien, las redes sociales han entrado en nuestra vida pública y privada, y probablemente eso sea irreversible. Como historiador, sé que las sociedades siempre van detrás de las innovaciones técnicas, sin mencionar el enorme desafío económico que representan. No sirve de nada quejarse, antes bien deberíamos imaginar maneras de regular nuestros usos digitales, o sea, trabajar en limitarlos razonablemente. El resto debe hacerlo la regulación pública. Pero no olvidemos que las redes sociales solo archivan y difunden palabras e intenciones que, sin ellas, seguirían siendo privadas.
¿Por qué en sus libros elige contar el pasado en tiempo presente?
Sigue siendo una cuestión de distancia. Voy al pasado con las preguntas del presente, pero trato de no salpicarlo con mis afectos, mis obsesiones, mis pasiones. Es un equilibrio delicado, y esto explica por qué los historiadores deben ser modestos y no usar su conocimiento para expresar certezas. La capacidad de los intelectuales que intervienen en el debate público para adherirse a sus propias convicciones me asombra y atemoriza. Para mí, la historia es una escuela de la inquietud: consiste en saber cómo cambiar nuestro punto de vista, cómo utilizar los recursos del pasado para rechazar la arrogancia del presente.
¿Podría describir cómo observa la historia como disciplina en la actualidad?
Soy un historiador de la Edad Media, lo que no significa que no esté interesado en lo contemporáneo. Al contrario: creo que el presente está formado por una variedad de temporalidades y que los historiadores son los encargados de comprender nuestro presente más antiguo, comprender en suma cómo hoy difiere de ayer, cómo ya no somos los mismos que ayer. Es un trabajo de genealogía. Por eso siempre estoy buscando la distancia correcta con el debate público, pero espero poder hacer un diagnóstico sobre la actualidad en el sentido que le daba Michel Foucault, es decir, en qué nos estamos convirtiendo. La historia por venir será todo eso: al dejar de ser solo la crónica del pasado para convertirse en la historia de los futuros posibles, se dirigirá más directamente al presente.
¿Por qué decidió convertirse en historiador y cuál es la importancia del estudio de la historia en tiempos de posverdad?
Elegí convertirme en historiador porque me gustó que se pudiera sistematizar un arte del pensamiento con métodos simples y sólidos que garantizaran cierto régimen de verdad. Básicamente, es muy simple el trabajo del historiador. En esencia exige paciencia, modestia y probidad. Es muy simple y puede ser muy entretenido: contar la historia, o escribirla, también da lugar a un espíritu narrativo. Por eso la relación entre historia y ficción siempre me ha interesado, y la crisis actual del régimen de la verdad solo profundiza esta cuestión.
Se suele denostar la Edad Media como una época oscura. ¿No es una perspectiva simplista?
La idea de la Edad Media es una invención del Renacimiento, tanto como seguramente no hubo un Antiguo Régimen antes de la Revolución. Por lo tanto, la Edad Media se coloca al lado de una tradición interminable, una obsesión con la autoridad del pasado, la obediencia, la dominación, la fe oscura. Obviamente, es todo lo contrario; en Europa, la Edad Media es nuestro pasado más antiguo, porque tenemos una relación genealógica con él, mientras que con la Antigüedad, digamos lo que digamos, el hilo está roto. Por eso, en mi opinión, debe entenderse como un tesoro de experiencias e innovaciones. En materia política en particular; esto es en lo que estoy trabajando actualmente.
En su nuevo libro, elige a dos genios, Leonardo y Maquiavelo, que cambiaron el curso de la historia. ¿Cómo surgió el proyecto del libro y en qué se apoyó su investigación?
Trabajé en un encuentro que creo que fue decisivo para la historia de Europa: el de Leonardo da Vinci y Nicolás Maquiavelo entre 1502 y 1504. Está muy bien documentado y se ha escrito mucho sobre ese episodio, pero aun así, parece que no se dijeron nada el uno al otro. Allí comienza el enigma que me atrajo en este libro, en el que intenté poner a prueba la frontera entre la historia y la literatura. No estoy tratando de inventar lo que me falta como historiador, sino de hacer visibles esos defectos: es lo que llamo imaginación. De ahí la importancia de los lugares de reunión (el palacio de Urbino, el curso del río Arno), que son los "personajes" más elocuentes de esta historia. Trato de dar a ver el modo en que el pensamiento de Maquiavelo, el intruso, irrumpe en el Renacimiento italiano.
En ese libro, se presentan las relaciones entre poder y saber. ¿Podría describirlas y comentar cómo se actualizaron esas relaciones?
En Urbino, luego en Florencia, de 1502 a 1504, Leonardo da Vinci y Nicolás Maquiavelo están juntos, al mismo tiempo, para hacer lo mismo, es decir, encontrar el nuevo ritmo del mundo, para responder a las urgencias de su tiempo, ya que las Guerras de Italia han "hecho que el tiempo salga de sus goznes", como escribió Shakespeare. Ambos buscan explicar, a través de la escritura, los ritmos del arte: el arte de pintar para Leonardo, el arte de gobernar para Maquiavelo. En esto, son profundamente contemporáneos.
¿Hay una nueva clase de intelectuales con la revolución digital?
Creo que lo que ustedes llaman revolución digital apenas está comenzando: aún no ha producido todos sus efectos. Uno de los más obvios es que acompaña una crítica radical del poder de la especialización de los intelectuales, pero también de los periodistas, ya que desempeñan un papel mediador. El riesgo, como hemos dicho, es ver el nacimiento o renacimiento de una sociedad sin mediaciones, sin civilidad, injusta y brutal.
¿Es verdad que trabajó con Jacques Le Goff, Roger Chartier y Georges Duby? ¿Qué recuerdo tiene de ellos?
Georges Duby tuvo mucha influencia en mí, porque escuché sus clases en el Collège de France cuando era estudiante, leí sus libros y más tarde investigué en sus archivos para conocer cómo era la "fábrica" de su trabajo como historiador. Su relación con la narratividad en particular me interesa mucho: es como si la cadencia de su relato cargara, en sí mismo, el peso de la demostración. A Jacques Le Goff lo conocí, lo leí, me dejé llevar y me alentó su manera tan generosa de revolucionar la historia. Como Roger Chartier, obviamente, que es un amigo querido y cuya influencia en la historiografía es muy profunda. En general, compadezco a aquellos que no reconocen a sus maestros. Admirar es una de las condiciones de la inventiva intelectual.
¿Qué les aconsejaría a los jóvenes estudiantes que quieren estudiar humanidades y, en especial, historia?
Les aconsejo que escojan a buenos maestros, a aquellos que trabajan para dejar avanzar a sus estudiantes; que admiren y sigan a los que quieren emanciparlos y no solo intimidarlos o dominarlos. Y les recomendaré paciencia y trabajo: la historia es un conocimiento acumulativo, sus métodos son sólidos y probados, no obligan al genio sino a la honradez y la audacia, e incluso a la imaginación para que ese conocimiento esté socialmente disponible y abierto a otras disciplinas. En resumen, no deben olvidar que la historia solo vale si es un arte de la emancipación.
¿Tiene información sobre la Argentina y su sociedad y, si es así, cuál es?
Aunque los franceses no estén lo suficientemente interesados en la evolución del mundo, los más informados saben bien que parte de su futuro se juega en América Latina. Las preocupaciones sobre los acontecimientos políticos en Brasil y Venezuela probablemente son el centro de atención, pero la crisis financiera y económica en la Argentina también se ha seguido con preocupación. Porque de manera general, se tiene en Francia una idea muy alta de la sociedad argentina y, en particular, sobre el papel que tienen aquí los intelectuales, la literatura, el cine. No es solo una cuestión de respeto, sino también de aprecio.
¿Cuál es su opinión sobre la situación europea actual? ¿Los valores democráticos están en verdad amenazados?
Europa está en medio del vado, y ahora se sabe que, si no se reinventa políticamente, puede morir. Esta conciencia de la vulnerabilidad de las construcciones institucionales es una novedad. No podemos decretar el fin de la interdependencia: los seguidores del Brexit en Inglaterra como todos los que abogan, en Italia, Hungría, Polonia o en cualquier otro lugar, por el cierre de las sociedades aprenderán eso por sí mismos, a expensas de sus sociedades. Pero mientras tanto, con sus políticas, habrán lastimado a muchas personas, entre ellos a los migrantes más humildes. De hecho, es la idea misma de democracia lo que se cuestiona cuando muchos países sienten una atracción por el poder autoritario, llamado "iliberal" o antiliberal. Debe tomarse en serio: es la tendencia dominante en Europa, y si no rearmamos el contraproyecto europeo de sociedades abiertas, triunfará el modelo de una identidad nacionalista agresiva. Como historiador, solo puedo decir una cosa: no sería la primera vez que las sociedades políticas avanzadas renuncien a sus libertades públicas al ceder a la seducción del poder autoritario. Volvemos al comienzo de nuestra charla: es precisamente contra esta tentación que Lorenzetti pintó en Siena su fresco en 1338.