Patricio Pron. "La cultura crítica de la literatura y la prensa de calidad debe ser preservada"
El escritor argentino, radicado en España, señala el riesgo de las voces autoritarias que podrían escudarse en el miedo a la pandemia, y reivindica el poder de la palabra sin mediaciones tecnológicas
MADRID
No soy Stiller. Con ese seudónimo, inspirado en la obra homónima de Max Frisch, presentó su novela ante el premio Alfaguara 2019. Recién después de que el jurado decidiera por unanimidad que aquella era la ficción ganadora, se conoció el nombre real del autor: el argentino Patricio Pron.
Doctor en Filología por la Universidad de Göttingen con una tesis sobre la obra de Copi, políglota y crítico literario, Pron escribió, además de Mañana tendremos otros nombres (la novela ganadora del premio Alfaguara), El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, y los libros de cuentos Lo que está y no se usa nos fulminará y La vida interior de las plantas de interior.
Radicado en España desde hace unos años, teje puentes con su narrativa y con las lecturas que realiza de otros autores a través de sus reseñas en el suplemento Babelia de El País.
Hoy, desde el confinamiento a causa de la Covid-19, advierte cómo muchas ideas que presentaba como amenaza a través de la ficción se han convertido en realidad. "Confiamos la gestión de nuestra intimidad a aplicaciones y programas informáticos de los que no sabemos absolutamente nada y cuyas decisiones sobre qué nos conviene y qué es lo 'mejor' para nosotros (o lo más 'seguro') no podemos evaluar", asegura. Asimismo, desconfía de lo que considera una complicada convivencia entre ciudadanías sumisas, Estados y empresas tecnológicas con poderosas herramientas de control. "Necesitamos preservar la cultura crítica y de cuestionamiento al poder que solíamos encontrar en la literatura y en la prensa de calidad", alerta.
¿Cómo cambió tu vida a partir del estado de alerta a raíz de la crisis sanitaria?
Bueno, casi todas mis presentaciones y mis viajes en marzo, abril, mayo y junio fueron cancelados o pospuestos, incluyendo una visita a Nueva York por el lanzamiento allí de mi penúltima novela. Al mismo tiempo, se multiplicaron las exigencias de actividades como videoconferencias, recomendaciones de libros registradas con la cámara del teléfono y seminarios virtuales que, de momento y por razones que podemos discutir después, me estoy negando a hacer. A los pedidos de "textos sobre la cuarentena" también, casi todas las veces dije que no. De manera que estoy en un estado de indefinición absoluta, como todos. No soy muy optimista respecto de la posibilidad de que se reactiven las cosas antes de julio, que ya sabes que en Europa es un mes muerto para la literatura y los libros. Así que supongo que podremos volver a sacar la cabeza del agua en septiembre. Pero amigos y amigas están en una situación peor que la mía, de modo que no me quejo, o trato de no hacerlo mucho. La reclusión forzosa y el deterioro de las instituciones democráticas pesan en el ánimo, por supuesto: esto último es lo que más me preocupa.
¿En qué advertís ese deterioro?
El gobierno español fue desde el comienzo de la crisis uno de los más duros y restrictivos de Europa, lo cual quizás tenga que ver con el hecho de que, tras años de vaciamiento, el sistema público de salud del país está bajo mínimos. Pero lo hizo sacando a la policía y el ejército a la calle y con un escaso o nulo interés por las personas más vulnerables en términos económicos. Y lo hizo con la aceptación y el aplauso de buena parte de una sociedad que, como todas las que tienen miedo, celebra y pide más "mano dura". Pero no creo que el problema sea solo español. La alianza entre un Estado que se encuentra, por fin, con una ciudadanía confinada y sumisa y unas empresas tecnológicas que han desarrollado herramientas de control como nunca antes conocimos es un peligro importante. Como lo es, de manera más general, el discurso "positivo" que impera también en buena parte de la prensa europea. Necesitamos preservar la cultura crítica y de cuestionamiento al poder que solíamos encontrar en la literatura y en la prensa de calidad. Y necesitamos recordar que el peligro al que nos enfrentamos no es solo el del contagio, sino también el de olvidar que el crecimiento sin límite no es posible en un planeta cuyos recursos son finitos, que nadie debería tener más de lo que realmente necesita. Y que la fuerza real de una sociedad es la del más débil de sus integrantes porque no hay "yo" sin "nosotros".
Hace unos días en el Congreso hubo momentos tensos y, entre demandas y cruces, la orientación sexual de un político fue puesta en el debate. ¿Creés que la ultraderecha ganará poder en España con la crisis?
Absolutamente. De hecho, me sorprendería mucho que la extrema derecha no acabara entrando en una próxima coalición de gobierno, no solamente porque su ascenso ya era importante antes de la crisis sanitaria, sino también porque todo está dado para que sus supuestas "soluciones" parezcan viables: el miedo al otro como agente de contagio, la reclusión, el temor a lo que viene "de afuera", la escasa visibilidad de ciertos colectivos como el de las mujeres dada la suspensión del derecho de reunión, la incertidumbre acerca del futuro, la añoranza de un "orden", la resignación frente a lo que parece una amenaza invisible? Todo apunta al regreso del pensamiento mágico y del mito, que son el único contenido de los totalitarismos. En ese sentido, creo que la situación es bastante distinta de la de la Argentina, y que, al menos esta vez, tuvimos suerte.
¿En qué sentido? ¿Cómo advertís esa suerte?
Me da la impresión de que el gobierno argentino ha actuado en la crisis con más inteligencia que el español, apelando a la responsabilidad y al sentido común de la población en lugar de apelar a la coerción. Además, lo ha hecho bastante rápidamente.
¿De qué modo te afecta creativamente el confinamiento?
Sigo escribiendo y trabajando, aunque los días pasan demasiado rápido para mi gusto. De pronto, casi todas las cosas que me interesaban hasta hace un par de meses parecen superfluas, y la vida que llevaba, irrepetible. Quizás esto sea lo más interesante de mi experiencia de la cuarentena, que me ha llevado a indagar en cosas distintas y a hacer cosas diferentes, lo cual supone una inyección extraordinaria de entusiasmo y de actividad. De manera más general, la situación me ha hecho pensar en la demanda de visibilidad y de accesibilidad absolutas que pesa sobre quienes escribimos, y me ha hecho sentir unos enormes deseos de no cumplir con esa demanda. En un momento en que todos parecen dispuestos a hacer lo que sea para sentir que siguen teniendo una audiencia, que forman parte de una comunidad o lo que sea, estoy disfrutando del privilegio de "no estar", y esperando el momento en que, si esa comunidad realmente existe, reclame su derecho a volver a leer libros, escuchar conciertos, ver teatro, ir al cine, visitar librerías. Todas esas cosas para las que ahora se ofrecen unos sucedáneos digitales que me parecen insatisfactorios y dañinos.
Decías que no querés brindar seminarios virtuales. ¿Por qué?
En mi experiencia, dar clases de literatura (no de escritura creativa, algo que nunca he hecho y que, entiendo, tiene características distintas), presentar libros, tener diálogos en público y el resto de las cosas que los escritores hacemos a veces, funciona solo en virtud y debido a la participación del público, incluso aunque este se limite a asentir con la cabeza. Fingir que ese público está allí y pasarse horas mirando una cámara no me parece fácil ni agradable, y tampoco muy interesante para nadie. Además, las clases, las presentaciones (por más que a menudo nos quejemos de ellas) y los diálogos son sitios de resistencia, en los que se produce algo parecido a una conversación. Esa conversación me parece demasiado importante como para renunciar a ella dejándolo todo en manos de una aplicación.
Mañana tendremos otros nombres habla sobre la intimidad amenazada o enfrentada con las nuevas tecnologías. ¿Cómo cambian los vínculos sentimentales en el confinamiento que estamos viviendo, rodeados de tanta tecnología?
Me gusta que lo preguntes, porque la amenaza que señalaba esa novela ya es una realidad, nos guste o no: confiamos la gestión de nuestra intimidad a aplicaciones y programas informáticos de los que no sabemos absolutamente nada y cuyas decisiones sobre qué nos conviene y qué es lo "mejor" para nosotros (o lo más "seguro") no podemos evaluar. Varios filósofos hablan ya de una realidad poshumana. No estoy muy seguro de que esto sea así, aunque es evidente que ingresamos en un período donde nuestras relaciones personales dependen exclusivamente de la mediación tecnológica. Sería interesante ver qué sucedería si se cayese Internet o disminuyera la velocidad de transmisión de datos al punto de no hacer posible las videollamadas y la telefonía, pero tal vez no sea deseable. Quizás una de las muchas cosas que podemos aprender de esta situación es que, en realidad, no necesitamos estar en contacto con tantas personas, y que, además, el contacto mediado con ellas es insatisfactorio en comparación con el real. De la misma manera en que la experiencia de leer un libro digital es tremendamente inferior a la de leer un libro físico. Tal vez descubramos que lo que creíamos que eran conversaciones y redes en los hechos no eran más que ruido y una soledad compartida. Quizás sea el momento de comenzar a pensar nuevas formas de organizarnos, ya sin mediaciones, y dejar atrás el ruido para escuchar una nueva música.
En tu novela, el personaje femenino inventa que tiene un amante. Es mentira o es ficción, que no es lo mismo. ¿Cuán frecuentemente utilizamos la ficción en nuestra vida cotidiana?
La ficción es un elemento clave en el funcionamiento de la vida, no solo individual. Tenemos necesidad de que las cosas tengan un sentido, en especial en situaciones tan difíciles de comprender como la que vivimos en este momento, y las ficciones ordenan el flujo del tiempo al establecer vínculos de causalidad y determinación entre acontecimientos aparentemente inconexos. En ese sentido, no hay nada malo en que nos contemos ficciones, que aquí equiparo con lo que en la Argentina llamamos "relato". El problema surge cuando alguien pretende otorgarle a cualquier ficción el estatuto de verdad incontrovertible, o cuando intentan hacernos creer que un solo relato sirve para explicarlo todo. Cuando eso sucede, la ficción se convierte en mito, y los mitos son peligrosos porque demandan obediencia absoluta.
¿Cuán cerca o lejos te sentís de Borges? Hay en tu libro, si no me equivoco, una alusión a "El Aleph".
Quizás haya alguna alusión, ahora no lo recuerdo. Borges siempre me interesó mucho: fue uno de los escritores que me hizo desear ser escritor, y sus relatos ejercieron una influencia poderosa en mis comienzos. Cosa que creo que es inevitable, en general, dada la sagacidad y la lucidez de su obra. Ahora mismo esa obra me interesa un poco menos que las ideas que tiene detrás, la forma en que Borges pensaba la relación entre las palabras y las cosas en un momento similar al nuestro en el que, por diferentes razones, esa relación parecía haberse roto.
Te pregunto como escritor y crítico que reside fuera de la Argentina, ¿cuál es la percepción, en términos literarios, que se tiene hoy del país?
Bueno, la literatura argentina tiene una gran reputación al menos desde la segunda mitad del siglo XX. Mis libros se publican en una veintena de países, y en todos ellos hay un par de ideas de lo que la literatura argentina es, que mis libros ratifican y a la vez desmienten. Quizás esas ideas, en tanto expectativas, y la supuesta necesidad de responder a ellas, sean de importancia para algunos colegas argentinos, pero para mí tienen un interés limitado. Porque no creo que la literatura tenga que responder a nada más que a su propia demanda. Escribir para responder a cualquier percepción existente (respecto de mi trabajo, en relación con el país del que vengo y su literatura nacional, en torno a la generación a la que pertenezco o cualquier otra cosa) supondría una limitación. Y, aunque las limitaciones tienden a ser útiles en literatura, me interesan más las posibilidades y lo que uno hace con ellas.