Pablo Nacach. "Google nos permite olvidarlo todo, porque es nuestra memoria externa"
El filósofo y sociólogo argentino considera que hoy el mundo está regido por un capitalismo de cristal, que se resquebraja pero no se rompe, en el que la tecnología oficia de mediadora con la realidad
En un bar de Coronel Díaz y Santa Fe, el doctor en Filosofía y licenciado en Sociología (UBA) Pablo Nacach pide que se resuma su perfil con apenas este dato: ha pasado la primera mitad de su vida en la Argentina (Buenos Aires) y la segunda en España (Barcelona y Madrid). Pero también podríamos decir que Nacach llegó a jugar en la tercera división del club Platense, que estuvo cerca de ser un futbolista de primera división, y que, aun así, considera que el fútbol globalizado de hoy es "peor que el opio de los pueblos". Su paso por Buenos Aires es una oportunidad para conversar sobre Ver y maquinar, su nuevo libro de ensayo publicado por Anagrama. Deudor de la invectiva de Guy Debord (La sociedad del espectáculo), Nacach lanza en su análisis sobre la forma de vida contemporánea eslóganes potentes como "infantilismo: etapa superior del capitalismo", a los que llega a partir de razonamientos barrocos que no se corresponden con el discurso llano de su conversación. Su hipótesis es que vivimos en un "capitalismo de cristal". A partir de esa idea desarrolla una crítica de la hegemonía tecnopolítica de hoy que corre el riesgo de volverse obsoleta en poco tiempo. "Es el riesgo de hacer sociología de la vida cotidiana en un contexto de innovación permanente", dice.
En su libro, usted describe el paso de un capitalismo gaseoso a otro de cristal. ¿Cómo impactó eso en nuestra vida?
La idea de hablar de un capitalismo gaseoso y uno de cristal tiene que ver con los diez años que pasaron desde la quiebra de Lehman Brothers. Lo de capitalismo gaseoso fue una idea que tomé para dialogar con [Zygmunt] Bauman, que en su momento trabajó con las ideas de modernidad líquida y amor líquido. En ese capitalismo gaseoso éramos como burbujas que chocaban entre sí, pero hoy creo que más bien nos deslizamos. La idea de capitalismo de cristal me parece una buena metáfora para describir a una sociedad que, después de la quiebra de Lehman Brothers, se resquebraja pero parece que no puede romperse. La capacidad del capitalismo para readaptarse y seguir adelante es brutal. En cuanto a cómo afecta a la vida cotidiana, diría que se manifiesta en que todos estamos "empantallados". El celular ya es una extensión del organismo. Vivimos bajo una intimidación lumínica brutal. Las pantallas permiten ver, pero a la vez tapan.
Muchas de sus observaciones tienen que ver con un costumbrismo perdido, como el hecho de viajar en transporte público y mirar a los otros.
A principios del siglo XX, Georg Simmel decía que, con la irrupción del transporte público, la gente tuvo que aprender a mirarse a la cara. Ahora, eso se ha perdido. Yo pienso que en la anécdota está el dato sociológico. Uno ve que en las escaleras mecánicas del metro de Madrid hay un carril para los que van andando y otro para lo que permanecen quietos, en cambio en Barcelona solo van quietos; eso te da una idea de dos velocidades distintas en la forma de vida.
¿Hay algo en Buenos Aires que le haya llamado la atención de esa manera?
Sí, veo que la gente habla entre sí. Con los porteros o con el del maxikiosco. Eso no pasa en España.
Usted hace una crítica muy dura del turismo contemporáneo. Alguna vez fue distinto?
Desde que arrancaron los vuelos baratos es todo una locura. Yo soy muy nabokoviano y pienso todavía en la figura de un explorador con prismáticos, cuando hoy Google Maps te lleva a cualquier lado. Los jóvenes eligen sus destinos según las ofertas de vuelos y alojamiento y les da lo mismo ir a Praga que a París o cualquier otro sitio. En Madrid los visitantes al museo del Real Madrid doblan a los que van al Prado. Y el segundo museo más visitado de España es el Camp Nou de Barcelona.
En ese capitalismo de cristal parecería no haber ningún Muro de Berlín que derribar. ¿O sí?
No, no lo hay. El capitalismo de hoy se dobla pero no se rompe. Que el 1% de la población tenga más del 80% de las riquezas nos dice que está muy fuerte, que va bárbaro. Pero para mí esa es la evidencia de que es un sistema criminal.
Señala al iPad como el objeto paradigmático de este capitalismo de cristal. ¿Por qué no el móvil?
El móvil me parece que está demasiado metido en el cuerpo, es una parte más. Y la computadora va quedando cada vez más lejos. Entonces me parecía interesante esa distancia intermedia del iPad, que no es una computadora ni un móvil, cuya pantalla se puede tocar. Escribir un libro de sociología de la vida cotidiana en este contexto de innovación tecnológica se vuelve muy difícil. Desde que uno piensa las cosas hasta que llegan a ser leídas, los objetos pueden ser desplazados por otro artefacto y volverse obsoletos. Es así que me considero casi un escritor del siglo XIX.
¿Qué hacemos cuando googleamos?
Google nos permite olvidarlo todo porque es nuestra memoria externa. Es un poco como ese cuento de Borges [N. de la R.: "Del rigor en la ciencia"], donde hay un mapa del imperio tan exacto que ocupa el mismo espacio que el imperio. Google es un mapa del imperio, pero no es el imperio. Más que el olvido, que en Freud y Nietzsche es absolutamente necesario, opera sobre la desmemoria. Googlear no es buscar información sino pedir la teta todo el tiempo.
¿Vivimos en la sociedad del espectáculo que profetizó Guy Debord o su pensamiento se volvió obsoleto?
Guy Debord es absolutamente vigente, al igual que Georg Lukács, que es de quien parte. Cada vez me parece más radical: cuando habla del fetichismo de las imágenes, por ejemplo. Yo no he dejado de leerlo nunca. El primer capítulo de La sociedad del espectáculo sigue siendo brutal. Hay que seguir leyéndolo para ver que vivimos en un estado hipnótico. Eso de imágenes que se relacionan con imágenes me parece actualísimo y él lo formuló hace sesenta años.
También hace pensar en la pregunta que se formuló Jimi Hendrix en 1967: Are you experienced? (¿Tienes experiencia?). Resulta muy contemporáneo porque se nos incita a vivir experiencias que están mediadas por un conjunto de gadgets?
Sí, estoy de acuerdo. Y de esa falta de experiencia termina saliendo algo demencial como es el "turismo macabro", viajes organizados a Palestina, Auschwitz o una favela de Río de Janeiro en busca de experiencias fuertes, reales. En Ecce Homo, Nietzsche ya decía que uno no entiende sobre lo que lee sino lo ha experimentado en el cuerpo. Vivimos tutelados por Google, Amazon, por los algoritmos. Sabemos que si vos hablás en el móvil sobre comprarte una casa te van a empezar a llegar banners de hipotecas. Que estamos hipervigilados es casi una cuestión de sentido común.
Y en ese contexto nos lo pasamos subiendo fotos y expresando nuestras opiniones vía Instagram o Twitter?
Es que vivimos milimetrados. Hay una ficción de libertad en esta vida digital en la que lo único que hacemos todo el tiempo es dejar rastros como consumidores.
Usted escribió: "Infantilismo, etapa superior del capitalismo". ¿Qué quiso decir con eso?
Esta es una sociedad muy infantil por las consecuencias de lo inmediato. Queremos todo y ya. Hay un chiste de Mafalda que me encanta. Guille le dice al padre: "Papá, ¿escribimos la carta a los Reyes Magos?". Y le escribe: "Queridos Reyes Magos, quiero todo". Y el papá le dice: "No, Guille, no podés pedirles todo". Y Guille le dice: "OK, tachá 'Queridos'". Sé lo que quiero y lo quiero ya, es ahora. Eso está expresado en un texto fascinante de Freud que es Más allá del principio del placer. La inmediatez es algo totalmente infantil. Y es una característica de este capitalismo de cristal. Esto que decía antes de que nos tutelan, que te dicen dónde ir, qué comprar, parece un sistema hecho a medida de niños.
¿Messi es un ídolo a medida de este capitalismo de cristal?
Sí. Para mí a Messi lo han obligado, metafóricamente, a tener doce años toda su vida. La única vez que Guardiola lo sacó se puso loco como un chico caprichoso. Pero su dominio no es homogéneo, hay otro ídolo de este sistema que es Cristiano Ronaldo. No tienen la característica de héroe que podíamos ver en Maradona o Alí pero cuidan su herramienta de trabajo, que es su cuerpo, de una manera obsesiva. Messi es como una especie de héroe técnico, por la técnica, sin tanto carisma. Maradona y Michael Jordan cambiaron el espectáculo televisivo. Nike le debe todo a Jordan. Pero, bueno, eso pasó en los años 80, en la era del walkman.
Usted dice que el walkman prefiguró la hiperindividualidad, pero hoy estamos en contacto con todo, es casi lo contrario.
Volvemos a Debord cuando decía que el espectáculo reúne a todo el mundo en tanto que separado. El iPad te puede comunicar con el resto del mundo por las redes sociales, pero estás solo.
Cuando Charly García cantaba: "¿Ese es tu walkman? Que moderno que es" debió hacer dicho "posmoderno", ¿no?
El walkman, en efecto, nació posmoderno. Seguimos usándolo solo que con otro nombre y perfeccionado. ¿Qué es un móvil con Spotify sino un walkman sofisticado?
¿Seguimos en la posmodernidad o qué?
Si pensamos en que está vigente la filosofía del progreso por todos los cambios que introdujo Internet, debería decir que seguimos siendo modernos; pero si pensamos en cómo nos relacionamos a través de objetos como el iPad, somos hiperposmodernos. En el fondo, lo único que importa es que unos pocos explotan a unos muchos. Y eso no se ha modificado nunca desde Grecia, solo que ellos edificaron una sociedad virtuosa.
Aplicaciones como Uber o Airbnb simulan una abolición de la propiedad (puedo tener todo pero nada es mío) en este mundo donde, como dijo usted, el capital está hiperconcentrado como nunca. ¿Cómo se entiende?
Airbnb te dice que tenés departamentos disponibles en todo el mundo pero a la vez no tenés nada porque no sos dueño de ninguno. Creo que son formas de este capitalismo de cristal donde también hay un adiós al objeto. Por eso tiene éxito alguien como Marie Kondo que te estimula a desprenderte de las cosas. Lo que sí tenés es un trabajo donde te explotan de cualquier manera. Hasta Messi es explotado. Debe generar cien veces más de lo que gana. El sistema capitalista es paradojal: la contradicción, la ambigüedad inherente a la mercancía, que es valor de uso y valor de cambio, es donde Marx plantea toda su teoría.
Para seguir con el fútbol. Mientras miles de africanos quedan a las puertas del Mediterráneo, hay otros pocos que pueden acceder a la ciudadanía como estrellas de fútbol y hasta ser adoptados por selecciones de países con sociedades y políticos xenófobos
Es el caso de Ansu Fati [un chico de 17 años de Guinea Bisau, fichado por el Barcelona] ahora mismo. Hay un diario satírico que se llama El Mundo Today que puso un titular que decía: "Tendrán que educar a los hinchas del Barça a tratar bien a todos los africanos para distinguir cuál es Ansu Fati". Es una vergüenza por otra parte que este chico, que debutó a los 16 años, esté jugando con tipos grandes. Pero lo que ocurre en el fondo es que los mismos que insultan a los manteros en la calle van a terminar aplaudiendo a un africano solo porque juega bien al fútbol. Ese talento lo ha salvado de morir en una balsa en el medio del mar.
A pesar de que se considera marxista supongo que para usted, como aficionado, el fútbol no es el opio de los pueblos, ¿no?
El fútbol es peor que el opio de los pueblos. Yo reivindico la importancia de jugar al fútbol. Este fútbol globalizado me parece nefasto, creo que habría que prohibirlo por diez años y que los chicos vuelvan a jugar a la pelota porque se transformó todo en un negocio horrible. Hay una cosa muy interesante. Airbnb es una empresa que, al menos en España, está en un vacío legal. Es como alegal. Y va a ser el próximo patrocinador de los Juegos Olímpicos. En el sentido sociológico está buenísimo. Porque es una empresa que va de colaborativa y ahora va a tener un blanqueamiento brutal patrocinando las Olimpíadas. Y esta sí que es una enorme paradoja de lo que yo llamo capitalismo de cristal.