Miguel Ángel De Marco: "Los argentinos tenemos devoción por pelearnos por los muertos"
A punto de publicar un libro sobre Facundo Quiroga, el historiador afirma que no son pocos los que fuerzan la interpretación de los hechos históricos para responder a determinada finalidad ideológica
Todo aquel que desee informarse sobre la agitada vida política del siglo XIX en la Argentina tarde o temprano deberá consultar las obras del doctor en Historia Miguel Ángel De Marco. A esa colección profusa, que comprende personajes, alianzas y conflictos, se suma a partir de marzo un nuevo título: Quiroga. Caudillo federal. Guerrero indómito (Emecé), donde el autor retrata al riojano de manera menos previsible que la habitual. También en marzo se reeditará unos de sus trabajos esenciales, La Guerra del Paraguay, en ocasión del 150° aniversario del final de ese triste episodio sudamericano con la muerte de Francisco Solano López a manos de una patrulla brasileña el 1° de marzo de 1870, a orillas del río Aquidaban, en el límite entre Paraguay y Brasil.
Santafesino, De Marco se inició como periodista en el diario La Capital, lo que tal vez explica la fluidez de sus libros. Poco después de cumplir ochenta años, seleccionó de su gran biblioteca personal un pequeño conjunto de títulos; los demás libros fueron donados a la biblioteca central de la Universidad Católica Argentina. Es profesor emérito en el doctorado en Historia de la Universidad del Salvador y autor de cuarenta y ocho libros, cerca de cien artículos académicos y más de mil escritos periodísticos sobre temas históricos. "Podría decir que mi vocación fue muy prematura y que no cesó -revela-. En rigor, no dejé un solo día de trabajar". En estos días, prepara un libro sobre el almirante Guillermo Brown.
¿Cómo surgió la idea de escribir sobre Facundo Quiroga?
De una charla con César García Belsunce, fallecido hace poco más de un año. Hablábamos de personajes de nuestra historia cuyas vidas requerían un esfuerzo de revisión serio y ecuánime. Y ahí, entre otros, surgió el nombre de Quiroga. La mayoría de los autores se había alineado en la versión detractora de Sarmiento o en el panegírico sin beneficio de inventario característico de algunas corrientes revisionistas. Y decidí embarcarme en la faena de procurar una visión lo más cercana posible a la verdad basado en documentos. Espero haberlo logrado.
¿Sus actividades como periodista e historiador se desarrollaron en paralelo?
Mi primer artículo sobre un tema histórico se publicó en el diario La Capital, donde llegué a ser secretario general y director editorial, y lo escribí en el último año de la escuela secundaria. Se refería a la guerra del Paraguay. Después empecé a colaborar de manera frecuente en el diario. En aquella época, los diarios no tenían las limitaciones de espacio que tienen ahora y se podían escribir artículos más largos. Fueron paralelos mis estudios, la investigación histórica y el periodismo.
¿Qué aprendió en sus años de periodista?
Muchas cosas que no se ponen en práctica hoy, sobre las que no voy a hablar para no ser antipático. Lo que sí aprendí, y me benefició en mi labor como historiador, es escribir con un estilo llano y claro, con la convicción de que si no lo lee el lector común no tiene sentido el mensaje periodístico. Eso lo apliqué a mi obra como historiador, tratando de evitar las palabras "difíciles" pero sin bastardear el idioma, usando esta lengua tan rica que hemos heredado. El periodismo me enseñó el estilo, la rapidez, aprender a darle al mensaje una forma aceptable para que lo pueda leer el que tiene una gran preparación y también el lector común al que le gusta la historia.
Además de la biblioteca, ¿también donó su archivo?
Lo doné a la Academia Nacional de la Historia. Cuando yo era presidente de la Academia fundé, dentro del archivo, una sección que es el archivo de los académicos. Está el archivo de Carlos Ibarguren, por ejemplo. Siempre hemos tendido a que los académicos donen sus papeles. Yo pertenezco a una época en que todavía se escribían muchas cartas. Toda mi juventud y gran parte de mi madurez nos contactábamos vía correspondencia epistolar. Me pareció que un archivo de estas características tenía que ir a una institución dedicada al estudio de la historia, por dos razones: puede parecer jactancioso, pero podría ser que algún historiador del futuro quisiera averiguar sobre mi trabajo; y, además, en ese archivo hay correspondencia de grandes historiadores, del país y del extranjero.
¿Quiénes fueron sus maestros?
No estuvieron en las aulas. A mí me tocó una época difícil, en la que la universidad estaba azotada por los cambios políticos. En el momento en que accedí a la universidad se habían ido los profesores peronistas y entraban los que estaban de alguna manera vinculados con la Revolución del 55. La más importante fue la profesora Beatriz Bosch, dedicada al estudio de la figura de Urquiza. Otro maestro fue José Carmelo Busaniche. A mis grandes maestros, como Ricardo Caillet-Bois, los conocí luego en el Archivo General de la Nación. Llegué a conocer también al padre Guillermo Furlong, uno de los grandes historiadores eclesiásticos, que tenía una memoria colosal y alentaba mucho a los jóvenes. También fue un maestro el doctor José María Mariluz Urquijo.
Cuando usted se formaba, ¿existían en la historiografía argentina las tensiones que hay ahora?
Sí, existían y estaban exacerbadas. En una conferencia que di en el Círculo Italiano, un diputado peronista con el mandato cumplido me preguntó cuándo había empezado la grieta a mi modo de ver. Y le dije que con Pedro de Mendoza, porque en esa aldea en estado de extinción en ese primer momento, rodeada por los indios, ya había grupos enconados, enfrentados. Esto se dio a lo largo de nuestra historia, con las luchas durante el período hispánico y el independiente, donde los argentinos hemos estado fatalmente enfrentados. Pero en un momento dado, nos enfrentamos por el pasado, que es la peor cosa que puede hacer un pueblo, matarse simbólicamente por unos huesos que reposan en los cementerios. Ese enfrentamiento se dio con los primeros escritores de la Revolución de Mayo, como Ignacio Núñez y Deán Funes, es decir que ya se planteaban versiones encontradas, que después se canalizaron en el modelo de la historia oficial, que de alguna manera empezó con la generación de Mitre. Es esa manera de ver la historia que se emparentaba con los episodios políticos. En 1877 se acababa de morir Rosas y los parientes porteños deciden hacer un funeral en su memoria, y enseguida viene la réplica de un funeral por las víctimas de la tiranía y las publicaciones en los diarios, y los debates acerca del período.
¿Qué papel jugó el revisionismo histórico?
Con posterioridad, a la visión liberal de la historia se le enfrenta el revisionismo histórico; no la revisión propiamente dicha, que es lo que debemos hacer todos los historiadores cuando un documento que aparece puede hacernos modificar la visión que tenemos sobre un personaje o un episodio, sino el revisionismo de combate, que tira abajo los mausoleos liberales para levantar los mausoleos revisionistas. Los argentinos tenemos devoción por pelearnos por los muertos, no de hacer una síntesis de nuestro pasado. Falta la intención de juzgar a los hombres y los hechos de acuerdo al momento en el que tuvieron lugar. Siempre con las limitaciones con que actuamos los historiadores, porque somos esclavos de algunos papeles, nada más, sabemos una partícula, una pequeña parte, que es la que nos brindan los documentos.
¿Se puede ser imparcial?
A ese material hay que utilizarlo con la mayor imparcialidad posible, sin apriorismo, sin ir a levantar una estatua o demoler otra, sino ver cómo es este personaje o cómo fue este episodio, qué variables intervinieron. Y, por otra parte, no tener una mentalidad localista en materia de historia, en el sentido de que la Argentina, en cada momento de su historia, estaba interconectada con el mundo. Cada episodio económico, político y social que ocurría en el resto del planeta conocido, donde había vínculos de diversa índole, repercutía en nuestro país.
¿Cuánto de interpretación hay en el trabajo del historiador?
El historiador tiene que interpretar sobre la base de elementos concretos. Algunos historiadores, lamentablemente, por razones comerciales, publican libros que son una calamidad. Son maniqueos, saquean los grandes núcleos de la obra de los historiadores, no explicitan las fuentes. Creo que hacen un abuso de la interpretación que, muchas veces, está teñido por una especie de visión a priori; su objeto es extraer determinada conclusión. La conclusión no surge después de un estudio sereno del material que se posee, sino que ya está predeterminada, y tratan de empujar los elementos que se puedan conseguir para apuntalar o fijar esa posición. No se debe escamotear de la verdad.
¿Por qué es importante el trabajo del historiador y qué opinión tiene sobre la enseñanza de la historia en escuelas?
Si la historia es, como dice Miguel de Cervantes en su inmortal Quijote, "depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de los presente, advertencia de lo por venir", el historiador asume una misión social trascendente basada en la honestidad y la probidad. Como diría Cicerón, jamás debe animarse a afirmar lo falso ni a negar lo verdadero. Esta aseveración parece una verdad de Perogrullo, pero no son pocos los que se atreven a tergiversar testimonios y a forzar las interpretaciones para responder a determinada finalidad ideológica. Frente a esa concepción minúscula, son muchos los que, por conocer las limitaciones del investigador para aprehender el pasado, buscan ser cautos y ecuánimes cuando investigan y cuando vuelcan en libros o artículos el fruto de sus incursiones en el ayer remoto o reciente. Respecto de la enseñanza de la historia en la actualidad, si la juzgamos por los resultados, deja mucho que desear. Me parece que eso se debe no solo a la poca importancia que le dedican en general los planes de estudio sino también a una lamentable tendencia social de considerar la historia como algo "que fue", irrelevante e inútil.
¿Es irreversible el desprestigio que en ciertos sectores de la sociedad tienen las Fuerzas Armadas, que fueron tan importantes durante el siglo XIX?
En nuestro país las Fuerzas Armadas tuvieron desde sus orígenes un carácter cívico-militar derivado de su nacimiento y desarrollo. Desde las invasiones inglesas fueron, como las definió Carlos Urien, "pueblo en armas", ya que sus componentes surgieron de todos los estamentos de la sociedad. Establecido el servicio militar obligatorio, se constituyó en un instrumento de integración social en que no pocos nativos e hijos de inmigrantes aprendieron las primeras letras, recibieron atención médica, y en muchos casos, los llegados de territorios donde se hablaban las lenguas de origen aprendieron el idioma de los argentinos. Hoy resultaría anacrónico reinstaurar el sistema, pero no cabe duda de que generó vínculos profundos con la sociedad en su conjunto. A partir de la revolución de 1930, la injerencia de las Fuerzas Armadas en la política argentina se hizo más notoria. En aquel movimiento y en el de 1943 los militares que se creyeron redentores contaron también con la complicidad de políticos que los alentaron a salir de los cuarteles para asumir un papel "providencial". Y así fue por décadas. Es decir que en las lamentables rupturas de un siempre débil sistema político hubo culpas compartidas. Y sería honesto reconocerlo. Luego de casi cuarenta años de gobiernos democráticos, resulta falaz y anacrónico que se siga estigmatizando a las Fuerzas Armadas, haciendo pesar sobre nuevas generaciones de militares una carga de la que no son responsables. La gente común, el pueblo, no participa de esas posturas.
¿Le gustaría escribir una novela histórica?
Por cierto. Es el único género que no he transitado. La ficción permite moverse con cierta libertad al plantear situaciones y describir personajes, pero no es una "vía libre" para escribir cualquier cosa, inyectar anacronismos, salirse del contexto temporal en que se ubique la novela, faltando el respeto incluso a la inteligencia del lector. Con estilo y lenguaje más actual, no me disgustaría hacer un libro similar a los mejores de Manuel Gálvez, como el tríptico sobre la guerra del Paraguay que leí en mi adolescencia, donde hay una minuciosa investigación y donde los personajes se mueven con las costumbres y mentalidad de la época.