Mario Riorda: "Un mito de gobierno no funciona si solo refiere al pasado"
El Gobierno debe recuperar la reputación y la credibilidad para poder recuperar la confianza. Así describe Mario Riorda, politólogo y experto en comunicación política, el principal desafío de Cambiemos y su presidente, Mauricio Macri. Además, sostiene que el Gobierno, "huérfano de relato", persiste en "electoralizar la comunicación" al enfocarse más en las formas que en los contenidos; y advierte también sobre los peligros de antagonizar con Cristina Kirchner. "Ese pasado está muy vivo, no solo con vida sino con vida política".
Según Riorda, en vez de buscar un consenso amplio y por la positiva, el Gobierno busca consensos por la negativa que le permiten seguir ganando elecciones, pero le impiden legitimar un proceso gubernamental de largo plazo. "El consenso por la negativa se sostiene en la idea de que hay otro peor que yo; es un consenso chiquito, discreto, que muchas veces está al límite de producir bloqueos legislativos, manifestaciones en la calle o bloqueos por rechazos absolutos a cualquier medida. Es un consenso que hace que el Gobierno no se caiga, pero también que no pueda legitimarse a través de mejores políticas o nuevas políticas, y que cada paso que da sea cuestionable", sostiene el investigador y docente.
Director de la Maestría en Comunicación Política de la Universidad Austral, Riorda trabajó como consultor para gobiernos y partidos políticos de la Argentina y otros países de América Latina, y preside la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales (Alice), la principal asociación de comunicación política de habla hispana.
Todos los gobiernos se articulan en torno a un relato y a una narrativa. ¿Cuál es su función y por qué es importante?
La palabra relato o "narrativa", como promueve la lingüística, tiene una función rectora en los gobiernos. Es lo que se llama "mito de gobierno". A diferencia de una campaña electoral, que es un proceso finito y un show asociado a la espectacularidad y a una puesta en escena, el gobierno es largoplacista y esto implica la necesidad de ofrecer un norte anclado en valores, que oriente a la ciudadanía frente al caudal informativo y simplifique, en pocos valores, qué significan muchas de sus políticas públicas. El mito de gobierno genera un proceso de cercanía y de confianza entre el gobierno y el ciudadano, y es el principal elemento que diferencia la comunicación gubernamental de la comunicación electoral.
¿Cómo juegan los tres vectores, pasado, presente y futuro, en un mito de gobierno?
Se supone que un mito de gobierno bien construido -porque es una construcción política- es un equilibrio perfecto entre la dimensión pasada y la dimensión futura. La política presente solo sirve en tanto es demostración de que la faz futura se está haciendo realidad. El pasado es el elemento que básicamente, por la positiva o por la negativa, genera identidad. Generalmente se hace un recorte: yo decido qué parte del pasado quiero rescatar. Y el futuro es la expresión activadora: las políticas públicas presentes son la garantía de que no exista brecha entre el decir y el hacer, y ese proyecto de gobierno declamado sea apropiado por la ciudadanía aportando consenso hacia el futuro. Estonia es un lindo caso de un país que era visto como báltico y postsoviético, que se recrea desde ese pasado hacia un futuro político escandinavo y europeo, avanzando en el objetivo de convertirse en el primer país digital del mundo.
Deme distintos ejemplos de rescate del pasado.
A ver, puede ser un rescate largo y por la negativa, como los 400 años de la conquista en el caso de Evo Morales (son "400 años malos para revertir") o un rescate por la positiva, como es la revolución bolivariana en el caso del chavismo o de Correa, en el que van un siglo y medio hacia atrás para recrear esa historia. Y puede ser un rescate muy cortito y por la negativa, que es lo que hace Macri, y que es el más peligroso porque el actor de ese rescate pasado está muy vivo. Está muy vivo no solo con vida, sino con vida política. Porque Menem, en el caso del kirchnerismo, estaba vivo pero sin vida política.
Disiente de los que creen que es mejor que Cristina Kirchner esté en el centro de la escena para antagonizar con ese pasado.
Cuando uno genera un conflicto siempre hay que tratar de que pase a ser lo que técnicamente llamamos un "conflicto controlado", que tenga la mitad más uno a mi favor. Cuando trabajo con un pasado tan vivo, no siempre me va a quedar claro que pueda controlar el conflicto, y ahí hay riesgos.
¿Habla de un presidente que decide impulsar el debate por el aborto sin haberse asegurado el resultado en el Congreso?
Sí, aunque desde el punto de vista del estilo diría que hay cierta audacia; acá hay que separar audacia de irresponsabilidad. El problema que suele tener Cambiemos, y particularmente Macri, es que se enamoran de las formas más que del contenido y en esto hay cuotas de imprudencia: convoco a una conferencia de prensa porque en términos de estética del poder me separa del pasado, pero no me preocupo por el contenido. Abro un debate social interesante porque las formas reclaman el debate, pero no me preocupo por el contenido. Cuando no se tiene claro que hay enormes y esenciales diferencias entre la comunicación gubernamental, la comunicación electoral y la comunicación de crisis, generalmente lo que hay es una extrapolación peligrosa e irresponsable del formato electoral a otras formas que son muy distintas: es la electoralización de la comunicación gubernamental. Eso genera riesgos y tensiones innecesarias y se preocupa por concebir a la política mucho más como publicidad que como legitimidad.
¿Cómo sería eso?
Hay un dato muy interesante: cuando uno pregunta, en preguntas abiertas, qué es lo que mejor hace este gobierno, la primera respuesta es "nada", la segunda es "no sabe/no contesta"; y muy atrás aparece "obra pública". Es decir, hay un problema de legitimación de las políticas públicas. ¿Este gobierno hace publicidad? Sí, muchísima. ¿Este gobierno comunica? Sí, muchísimo. Pero no legitima proyecto de gobierno ni políticas públicas individuales. Se dice "quiero un país normal", que es genérico, al igual que el propio Néstor Kirchner tenía la idea de "un país en serio". ¿Cuál es la diferencia entre "un país en serio" y "un país normal"? Literalmente, ninguna. Ahora, en término de contenidos y políticas públicas, sí.
¿Qué sería para Cambiemos "el país normal"?
Aunque no son del todo claras, hay una serie de visiones que podrían definirlo: un país sin sobresaltos, una narrativa de estabilidad. El país normal es el país integrado al mundo, a "un" mundo. El país normal tiene que ver con Justicia y tiene que ver con que un particular privado pueda emprender sin depender del Estado.
¿Conviene seguir hablando de "país normal" en medio de una crisis o es un elemento que ayuda a transitar un presente duro en pos de un futuro mejor?
No conviene porque, desde el punto de vista de la comunicación política, supone no reconocer la diferencia entre comunicación de crisis y comunicación gubernamental. La comunicación de crisis básicamente es un proceso destinado a aportar certidumbre en contextos de incertidumbre, y que tiene una pata operativa que es intentar clausurar las crisis. Ahora, eso no es tan sencillo y significa que debo autorregularme para no dar buenas noticias cuando no las tengo.
O sea que brindar certidumbres no implica necesariamente dar buenas noticias.
Así es. Dar certidumbres supone aun dar noticias malas que implican previsibilidad, por ejemplo, si invierto o no, si puedo o no irme de vacaciones. Si tengo una mala noticia, es probable que no decida hacer eso, pero tendré certeza para acomodarme y armar un derrotero. Si hay incertidumbre puedo tomar decisiones equivocadas o estar en un limbo de indecisiones.
Finalmente hubo una asunción de la crisis. ¿Llegó a tiempo?
Es muy tardía y, en términos técnicos, no es perfecta. A cada rato aparece la idea del rumbo correcto y una sobreactuación de que la rutina te interesa, por lo tanto muestro a un presidente que es capaz de ver un partido de fútbol para no alterar su rutina. La crisis implica sobriedad de la comunicación. Desde ese punto de vista, me parece que todavía la asunción es culposa, no es una asunción real. Hay una creencia de sentido común de que en las crisis hay que mostrar hiperactividad, sobrevuela la idea del piloto de tormentas. Sin embargo, hay estudios internacionales que demuestran que lo más valorado en una crisis es básicamente la actitud humana de contención: el rescate emotivo de ponerme en el lugar del otro en una situación difícil. El retroceso frente a la factura de gas es un ejemplo interesante de algo que probablemente fuera defendible desde el punto de vista técnico, pero no desde el punto de vista del contexto.
Algunos sostienen que no se comunicó lo suficiente la situación heredada al asumir.
Disiento absolutamente con que el gobierno no haya comunicado el pasado. A tres meses de arrancada la gestión, en el primer discurso de apertura de sesiones del Congreso, se da a conocer el informe El estado del Estado. La herencia recibida causó en términos de noticiabilidad y discurso un quiebre en el que el Gobierno asumió la necesidad de reconstruir el pasado. Así que no es verdad que no se haya dicho. Me parece que hay una especie de pose inculpatoria pública de creer que, porque el presente no funciona, debiera haberse culpado mucho más al pasado. El problema es que un mito de gobierno no funciona si solo se mantiene con pasado y no adquiere la pata futura; y en este gobierno el presente es poco concreto en términos de políticas públicas y el futuro es poco reconocible.
En este contexto, ¿el principal desafío del Gobierno es recuperar la confianza?
Generalmente a un político se lo valora por la reputación. La reputación es "yo digo que voy a hacer esto y lo hago". Cuando tengo reputación, actúa la credibilidad, y cuando tengo reputación y credibilidad, obtengo la confianza, que es un elemento irracional. El Gobierno transitoriamente logró algo de confianza emotiva, quizás por el desapego del gobierno anterior y porque mucha gente lo votó como un refugio. Pero cuando esa confianza no está sostenida por reputación y credibilidad, dura un rato. El Gobierno creyó que había obtenido la confianza como un bien incuestionable, incluso en situaciones de crisis sigue apostando a esta idea. Pero es curioso, no entiende que no ha logrado ni reputación ni credibilidad. Si Macri tiene algo de reputación, la tiene, no como Presidente sino como Jefe de Gobierno y en su fase empresarial.
Hace un tiempo, usted dijo que el gobierno delegó en los medios la construcción del mito de gobierno. ¿Podría explicarlo?
Los gobiernos son los encargados de construir su propio relato y, al principio, este gobierno dejó que la prensa más amigable hablase por él y delinease, si es que empezaba a aflorar, el contorno de su mito de gobierno. Incluso cuando tenía altos niveles de consenso, delegó esa tarea a los medios. Esto lo dije en la nacion poco tiempo después de la asunción: "Cuidado, porque el día en que el Gobierno tenga malas noticias, los medios ya no van a hablar de él y va a tener que construir tardíamente este relato".
¿Cree que es lo que está pasando ahora?
Exactamente. Hoy los medios no tienen cosas buenas para hablar del Gobierno, en el mejor de los casos sostienen vivo al kirchnerismo como un actor del cual diferenciarse; pero eso no significa hablar bien del Gobierno, sino hablar mal del principal opositor. Todos los gobiernos, en cualquier parte del mundo, tienen prensa más o menos afín. Eso no es un problema. El problema es creer que la relación con la prensa es idílica siempre. Esta relación es la de gemelas siamesas: son funcionalmente inseparables pero mutuamente contraproducentes. Es una relación necesaria, pero también tensa. Entonces, hoy, salvo determinadas plumas, la prensa ya no es la significadora ni resignificadora del gobierno. La prensa más afín mantiene en jaque al kirchnerismo pero ya no defiende a este gobierno a capa y espada como un gobierno transformador. Me parece que el gobierno hoy está huérfano de relato y huérfano de apoyos en la prensa.