Luis Muiño: "La pandemia nos quitó una gran cantidad de ruido social de encima"
Creador de un exitoso pódcast, el psicólogo español aboga por un regreso al disfrute de hacer las cosas por mero gusto y no por obligación; hay que cambiar culpabilidad por responsabilidad, dice
Una revolución mental basada en el hedonismo que nos permita redescubrir el placer por el placer como motivación vital. Esto imagina el psicólogo y divulgador Luis Muiño en su casa en Malasaña, Madrid, para los tiempos de la era post-Covid. Le agrada el planteo del filósofo francés Michel Onfray, que en El cristianismo hedonista propone "una sociedad personalista (y no individualista), en la que combinaríamos los placeres particulares con el goce de las relaciones nutritivas".
Muiño comparte con Mónica González y Molo Cebrián la conducción de "Entiende tu mente", el pódcast de psicología en español más escuchado en el mundo -con más de un millón de descargas mensuales- y es un ferviente entusiasta de la virtualidad: "El coronavirus ha sido un empujón para las relaciones virtuales: si a partir de ahora las armonizamos con las presenciales, podemos aprovechar ese juego de distancias para alejarnos de los tóxicos y disfrutar únicamente de unas risas puntuales con aquellos con los que solo nos une un vínculo superficial".
Acaba de publicar La mente del futuro. Psicología para después de un confinamiento (RBA), un libro surgido de conversaciones con pacientes, amigos y colegas en el que despliega sugerentes ideas acerca de cómo hacer planes para el futuro y cómo vivir juntos (y separados) en un mundo que, con el virus, ha cambiado para siempre.
"La pandemia nos quitó una gran cantidad de ruido social y nos permitió concentrarnos en nuestras propias señales", afirma. La clave, señala, está en lo que podamos hacer con ellas.
En su libro usted recoge una frase del terapeuta Irvin Yalom: "Si bien el hecho de la muerte, su fisicalidad, nos destruye, la idea de la muerte puede salvarnos". Y explica que la inminencia de esa muerte nos puede ayudar a entender qué es lo que de verdad nos parece importante.
La cercanía de la muerte nos hace boom en la cabeza. Se presenta como un pequeño fuego, diría Galeano, un fueguito, una señal a partir de la cual podemos cambiar las cosas. Pensar una revolución mental es posible. La muerte nos enfrenta a un espejo, nos interpela acerca de qué estamos haciendo con nuestra vida, la única que tenemos. La rueda de hámster que pedaleábamos sin pensar de pronto se frena y así surge la posibilidad de pensar: ¿por qué no me río más?; ¿por qué no me divierto más?; ¿con qué gente me relaciono? ; ¿a qué dedico mi tiempo?
¿De qué está hecha esa rueda de hámster?
De hábitos y actitudes en los que no pensábamos. Ahora surgen esos pequeños fuegos que pueden ser revolucionarios y plantear algo que rompe el hábito, que te despierta. Un ejemplo concreto ha sido el de las fiestas de fin de año: muchas personas han agradecido al coronavirus haberse alejado de hábitos navideños tóxicos que venían repitiendo durante años, como el de encontrarse con familiares con los que no se llevan bien y con los que acaban peleándose cada Navidad. Hacíamos cosas por simple hábito, y ahora resulta que las restricciones nos imponen no juntarnos con demasiadas personas. Eso nos permite ver que hay casos en los que la situación actual nos deja parados en otro punto, que es mejor.
¿Relajamos obligadamente la culpa por el hecho de que las restricciones sean externas?
Claro. La clave es qué va a ocurrir cuando el coronavirus haya terminado: si vamos a poder reconocer que nos llevamos mejor con determinado familiar cuando no nos reunimos con él. Esta ruptura de automatismos puede continuar cuando la pandemia pase y es interesante.
¿Es la crisis sanitaria, entonces, una buena oportunidad de pasar a revisión ciertas convenciones sociales?
Es una buena oportunidad para preguntarnos por qué nos sentíamos culpables, por qué cuando salíamos del trabajo nos íbamos a la clase de inglés o a levantar pesas en el gimnasio, aburridos, o quedábamos en vernos con gente porque había que quedar. Yo suelo preguntarles a mis pacientes cuándo fue la última vez que hicieron algo que no sirviera para nada. Algo que no tuviera ningún objetivo. A la mayoría le cuesta la respuesta: "Voy al gimnasio, pero eso es por estar en forma", dicen. Pero, realmente, ¿les divierte hacerlo? Estamos planificando todo como una serie de actividades obligada y no desde el hedonismo. No estamos haciendo el ejercicio o la actividad que nos gusta realmente y nos hace sentir bien.
El hedonismo no tiene una connotación positiva en la cultura occidental.
Así es. La idea del antihedonismo se fue forjando en nosotros de manera muy determinante. No pasa nada con no producir, pero está mal visto. Rescatamos a los filósofos que hablan del deber, de la productividad, pero nunca a los hedonistas. Platón, Aristóteles, Schopenhauer, por citar a algunos, son antihedonistas. Las ideologías buscan de nosotros la productividad, nos atan a un deber. El capitalismo es productividad en un sentido económico, el catolicismo es un deber desde la ética y la responsabilidad, el marxismo lo es desde la productividad colectiva. Pero ninguna pone acento en el disfrute. Las ideologías son, básicamente, antihedonistas. Y creo que, por el contrario, la mayoría de nosotros somos disfrutadores y hedonistas. Y no hablo solamente de actividades sino también de lo que llamo mariposear mentalmente, curiosear algo por puro placer mental, googlear un tema con el que no vamos a hacer nada productivo pero que nos enriquece por la pura estimulación mental. Creo que tenemos que cambiar culpabilidad por responsabilidad, dejar de catalogar a las personas en términos absolutos y, fundamentalmente, terminar con la dicotomía entre el individualismo y el colectivismo para ir hacia un espíritu personalista.
¿Cómo define ese personalismo?
Me gusta llamar personalismo a aunar la libertad que ofrece el individualismo con el cariño social que ofrece el colectivismo. Quiero defender la posibilidad de que nuestra psicología sea capaz de avanzar hacia un tipo de mente que se siente independiente del grupo, pero que elige asociarse con otras mentes cuando cree que eso le favorece.
Su propuesta es pasar del cerebro cansado al descanso hedonista, saliendo de la rueda del hámster. ¿Puede explicárselo a alguien que vive en un país con larga tradición psicoanalítica? No se me ocurre que sea tan sencillo despertarse una mañana y saltar de la rueda para caer parado.
Yo creo que sí, que es más sencillo de lo que la gente cree. Pero no soy psicoanalista (risas). Necesitamos un catalizador de nuestro cambio, que es un cambio de adentro hacia afuera.
Su optimismo es abrumador.
No se trata de optimismo. Yo no creo que esto sea una oportunidad; lo que está ocurriendo es tremendo, es horrible. La pandemia es producto de una enfermedad y de la enfermedad no se saca ningún simbolismo ni significado. No hay nada que podamos aprender de la pandemia y no se trata de pensar de manera optimista. Lo que yo digo es otra cosa: que ya que está aquí, que ya que vino, podemos pensar de otra manera el futuro y revisar lo que le dará un sentido vital.
En 2001, cuando la Argentina atravesaba una crisis feroz, un psicoanalista me dijo que los desocupados no necesitan un grupo de autoayuda sino un trabajo.
Estoy completamente de acuerdo. Si hablamos del presente, esto solo va de sobrevivir. No se me ocurre ningún objetivo más en pandemia. No es una gran oportunidad para ponerse en forma ni nada. De hecho, si ves películas de catástrofes o de distopías, los protagonistas se dedican a sobrevivir y no al crecimiento personal. Mentalmente no es fácil sobrellevar esto. Pero nos cuestiona cosas de cara al futuro. Nos interpela, por ejemplo, en el tema de la salud pública. Mientras en la cultura de la clase media urbana veníamos pensando que si éramos veganos o llevábamos una dieta paleo nuestra vida iba a ser mejor, igual que si íbamos al gimnasio, la pandemia vino a decirnos que la salud es colectiva. De repente, te has dado cuenta de que lo que les pasa a otros en otro continente te está afectando a ti. No es que el individualismo sea solamente egoísta: es que no funciona y es irracional para la salud pública. No es que yo sea generoso, es que me viene muy mal que la pandemia se expanda en el mundo. Lo que haga individualmente afecta al colectivo, y viceversa. Me cuido yo para cuidar a los demás: esto nunca ha estado tan claro.
Hablando de estar con otros, usted le dedica bastante atención a la soledad, tan actual, y la introspección, que en el imaginario social suelen estar emparentadas con ideas negativas o patológicas.
"Jamás hallé compañero más sociable que la soledad", decía Henry David Thoreau. La soledad está mal vista porque en soledad eres revolucionario. Pensar por fuera del grupo, de la tribu, no siempre se ve conveniente. Pero el coronavirus nos dio la oportunidad de estar solos y de repente somos muchos los que estamos encantados de habernos conocido, de estar a gusto con nosotros mismos. Así que en el futuro, cuando la rueda de hámster te indique que tienes que salir a ver gente todos los días, quizá puedas optar por quedarte disfrutando de tu soledad.
El aislamiento tiene sentido si los demás se aíslan, dice usted. ¿Cómo se hace para que los jóvenes, entre quienes la idea de la propia finitud es casi inexistente, se sientan parte de ese colectivo?
Cuando eres joven te sientes invulnerable. Si seguimos parados en el individualismo no habrá forma de convencerlos más allá de los castigos y de las multas: si no cumples con las reglas, lo pagas. Es así como funcionaba hasta ahora la sociedad en la que íbamos siempre hacia el individualismo, donde las raves privadas de 300 personas solo se pueden evitar con castigos. Ahora, si se produce un cambio mental, que de hecho ocurre, está sucediendo, si este fueguito nos abre los ojos y un joven piensa "si yo salgo, puedo matar a mi abuela", entonces lo colectivo se vuelve otra cosa. No quiero pecar de optimista, pero la inmensa mayoría de los jóvenes está cambiando, se está portando realmente bien, cuidando a sus familias. El personalismo es respeto al prójimo porque conviene, en el mejor sentido, y porque se cree en el bienestar colectivo igual que se cree en el bienestar individual.
¿Por qué le da tanta importancia a la idea de Aldous Huxley acerca de que al mundo no lo cambian las ideologías sino las tecnologías?
Porque las tecnologías hoy están en el centro de la revolución mental. La estimulación de la tecnología es fascinante por la cantidad de mundos a los que gracias a ella accedemos y por la posibilidad que nos ofrece de acercarnos a aquello que nos está resultando nutritivo o de alejarnos de lo que es tóxico. Hace algunas décadas, las relaciones dependían especialmente de la cuestión geográfica: éramos amigos de nuestros vecinos, de la gente del barrio o del pueblo, y no podíamos elegir otra cosa. Ahora de pronto descubrimos que nos estimula mucho relacionarnos con alguien que vive al otro lado del planeta y que inclusive podemos hacerlo mientras estamos confinados. Hay mucho de la diversión y la estimulación actual que depende de que existan las tecnologías.
Hablando de tecnología, usted tiene un pódcast muy exitoso que se escucha en todo el mundo. ¿Cuánto puede hacer por los demás un terapeuta desde ese lugar?
El pódcast es una forma de dar una mano, de aportar un grano de arena. No uso un metalenguaje, no hablo para mis colegas. Los psicólogos en los medios pensamos en dar un servicio o una ayuda, planteamos más preguntas que respuestas. Y tratamos de normalizar, en el sentido de hablar de cosas que nos pasan a todos. En definitiva, creo que funciona: hay gente que dice que en "Entiende tu mente" le hemos echado una mano, y con eso alcanza. No tengo una teoría revolucionaria, solo tengo una contribución que hacer y luego acostarme sabiendo que he seguido la idea hipocrática de "ante todo, no hacer daño". Me preocuparía si alguien me dijera que le he salvado la vida.