Luis Gusmán "El peor de los sentimientos humanos es la incertidumbre"
El prolífico escritor, que continuó con su actividad como psicoanalista durante la pandemia, señala el profundo desconcierto que rige en el mundo actual y rescata el poder político de la palabra
En 2020 se cumplieron veinticinco años de una de las grandes novelas argentinas de la segunda mitad del siglo XX, Villa (reeditada por Edhasa con un prólogo de Jorge Panesi), escrita por Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944). El "Flaco" para sus amigos; "Mecha Ortiz" según la lista de correspondencias entre escritores y actrices establecida por Manuel Puig; el autor de un libro censurado durante la dictadura militar (El frasquito), narrador-médium por cuya mano se expresan los espíritus de los difuntos y artífice de una obra en la que se destacan narraciones y libros de ensayo como En el corazón de junio y La rueda de Virgilio, Gusmán aún se pregunta cuáles son las razones que lo motivan a escribir. "No importa el destino público del libro -dice-. Solo el escritor es ajeno al dominio de su obra". Ese carácter secundario del que escribe más que de lo escrito está en el origen de la literatura gusmaniana, hecha de coincidencias, supersticiones, dobles, sustitutos y otros fantasmas.
Para este año se esperan nuevos libros suyos: Flechazo, ensayos breves sobre los encuentros y las despedidas en la literatura, que lanzará Emecé, y un libro para la colección Lector&s de Ampersand, Avellaneda Réquiem. "Antes de aprender a leer, ya me sabía de memoria cientos de letras de tango", cuenta. Con prólogo de Martín Kohan, Edhasa publicará sus cuentos completos. Y participa de un proyecto colectivo junto con Rafael Bielsa, Salvador Gargiulo y Fernando Fagnani: un álbum ilustrado de personajes y temas literarios del Río de la Plata.
¿Qué siente un autor cuando uno de sus libros "cumple años"?
Es raro, es como pedir tres deseos. Seguir escribiendo, seguir escribiendo, seguir escribiendo. Y el gerundio, en ese sentido, es como una suspensión del tiempo. Es raro porque uno no puede dejar de hacerlo. A veces cuando se lee las grandes obras, de Juan Carlos Onetti por ejemplo, uno se pregunta, y de alguna manera él mismo lo dice, por qué escribió esto. Un título suyo es revelador: Cuando ya no importe. Solo el escritor carga con ese remanente, es ajeno al dominio de su propia obra y sigue escribiendo. Un día le preguntaron a Osvaldo Lamborghini por qué escribía y respondió "porque no puedo dejar de hacerlo". Esa pulsión en algunos escritores se impone sobre su obra, no la administran. No me refiero a su circulación como mercancía, me refiero al acto de escribir. El frasquito en dos años más cumple cincuenta, y Villa cumplió veinticinco en 2020.
¿Estás de acuerdo con la categorización de Villa como una novela sobre la dictadura militar?
Tu pregunta me facilita la respuesta. Nunca escribí ningún libro de ficción sobre algo. Aunque todo tema político o acontecimiento histórico que marcó la vida y la muerte de un país tiene siempre algo convocante.
Tu novela, ambientada en los años previos al golpe de 1976, sugiere que el terrorismo de Estado no es privativo de las dictaduras militares.
Villa está más ligada a la Triple A que al golpe militar. Más bien Villa, el personaje, se quiere acomodar al nuevo funcionamiento de exterminio. Él es un "mosca", un personaje que ronda alrededor de los grandes. Un ministro, un director de departamento, y después un teniente coronel.
¿Qué te impulsó a escribirla, en pleno menemato durante los años 1990?
No fueron las circunstancias históricas ni contextuales. En ese sentido, habían sucedido en términos políticos y jurídicos hechos decisivos. El Juicio a las Juntas, la ley de obediencia debida, la ley del punto final, emanadas durante el gobierno de Raúl Alfonsín, y lo más complicado, ya en el gobierno de Carlos Menem, el indulto. Pero fundamentalmente, para mí, era importante el tiempo transcurrido. Los años anteriores fueron momentos de censura real. El frasquito fue censurado y también quemado, las revistas El Burgués y Cabildo lo censuraron fuertemente. Y en el libro de Roberto Aizcorbe, El mito peronista, soy acusado, junto con Manuel Puig y Severo Sarduy, de guerrillero, homosexual y drogadicto. Ya de alguna manera en Cuerpo velado, de 1978, y En el corazón de junio, de 1983, había referencias elusivas a lo que estaba sucediendo. Esos dos libros fueron preparando el camino, pero el distanciamiento temporal me permitió un registro más realista que creo no hubiera sido posible en los años anteriores. Martín Kohan sitúa ese momento de quiebre y de pasaje entre los libros anteriores y Villa. En términos de publicación, en los años duros hubiera sido imposible. La novedad de Villa es el punto de vista desde donde está contada la historia: el de un colaboracionista. Pero como dice Graham Greene de su personaje, el comisario Scorbie de El revés de la trama, "yo no pensaba como mi personaje".
¿Qué relación se puede establecer entre literatura y ética?
En principio, una decisión que pasa por el estilo. Los dilemas éticos se me plantean o los planteo a través de los personajes. En La música de Frankie, por ejemplo, un hermano entrega a otro porque descubre que es un asesino.
Volviendo a los años en los que transcurre la acción de Villa, ¿hubo una adhesión poco crítica de los intelectuales a la violencia política?
Creo que la expresión "violencia política" es decisiva. Hay que diferenciar muy claramente el modus operandi de los grupos de tareas civiles y militares de la complicidad silenciosa de sectores políticos respecto de la manera en que se decidió eliminar a los grupos armados. Es decir, no adhiero a la teoría de los dos demonios. Hay una diferencia insoslayable y paradigmática que se expresa en las palabras de Videla: "Desaparecidos". En términos personales y públicos, he escrito el libro Epitafios. El derecho a la muerte escrita. Pero también debo recordar una frase de Jan Kott en su libro sobre Shakespeare: "Cuando se termina la política, empiezan los cadáveres".
¿Qué opinás de lo que dice Jorge Panesi respecto de que el miedo es lo que constituye al opaco protagonista de Villa? También señala que la literatura siempre será "el otro archivo".
El problema es la duplicación, el miedo al miedo. Cuando desde determinados lugares de emisión, trátese del discurso escrito u oral, se propaga el miedo. Cuando la opinión se devora la información, se agrega un plus que es el miedo al miedo. La inseguridad, por ejemplo, es real y existe, sería una necedad negarla, pero cuando es manipulada le agrega miedo al miedo. Y no es un juego de palabras porque es tan serio que me parecería obsceno e imprudente hacer un juego de palabras con el tema. Archivo de la memoria, en relación con lo que plantea Panesi, quiere decir que la literatura pasa por otra temporalidad, no responde a la urgencia periódica, por eso es como una reserva flotante, disponible, no tiene la urgencia de lo inmediato.
¿Es verdad que no vas a escribir más novelas?
Simplemente, pensé que Dos extraños, una novela que vengo escribiendo hace diez años, era mi última novela. El protagonista es un cantor de tangos. Hablando del miedo, me da un poco de miedo dejarla ir, que se termine. ¿Y si no se me ocurre otra? Es cierto que siempre se puede escribir sobre los otros, pero no es lo mismo. Por ejemplo, en otra novela terminada, "No quiero decirte adiós", hay un personaje, el inspector Bersani, al que en el final de una novela anterior [Hasta que te conocí] lo llevaban a matar y decidí dejarlo vivo. Porque uno se encariña, no quiere decirle adiós.
¿Cómo viviste 2020 y cuál es tu mirada sobre la gestión de la pandemia?
Es un problema nacional y universal. A tal punto que las palabras de Angela Merkel, cuando dijo que era la última Navidad que íbamos a pasar con nuestros mayores, tuvieron un impacto mundial. Si en los países europeos organizados pasa lo que pasa, qué queda de nosotros. Los ejemplos de Gran Bretaña, Francia, España e Italia muestran que el mundo está desconcertado ante semejante cuestión. En cuanto a nosotros, soy borgeano: "Por fin me encuentro con mi destino sudamericano". Creo que cuando la ciencia no tiene respuesta ante una cuestión semejante se produce el peor de los sentimientos humanos: la incertidumbre.
¿Pudiste continuar con tu actividad como psicoanalista?
Sí, finamente la transferencia de trabajo y el trabajo de la transferencia hicieron posible hablar, aunque fuese por teléfono; es decir, la voz y el oído posibilitaron que las palabras circularan en ese ámbito tan particular que es un análisis, donde uno habla y el otro escucha, y la palabra que circula no es propiedad de esos dos interlocutores.
¿Por qué en la sociedad argentina se cultiva tanto la polarización y el antagonismo?
Podría decir que por nuestra fundación como país en la polarización París-Buenos Aires, como lo indica David Viñas. Esteban Echeverría aprende rima castellana en París para poder escribir versos. Con Sarmiento hay un desplazamiento a Europa y Estados Unidos como referencia, basta leer los acápites de Facundo. Lo que sí sé es que no escuché en ningún otro lugar que se critique tanto al propio país como en este, al menos donde vivo, en Buenos Aires. No sé si en el interior sucede lo mismo.
¿Te interesa la política?
Nunca en términos de militancia; no lo digo como un valor, sino como una posición, respondo éticamente a tu pregunta. Y sí, a partir de un momento determinado de mi vida, comencé a ocuparme de cuestiones políticas que atravesaron la historia de mi país.
Integraste grupos teórico-literarios con grandes amigos y colegas. ¿Qué aportó eso a tu actividad como escritor?
Fue así. Tres revistas, Literal, Sitio y Conjetural me posibilitaron la diferencia como política. Recuerdo la frase de Freud sobre la amistad: "Si dos personas están de acuerdo en todo, una de las dos piensa por ambos". Esa experiencia, con idas y vueltas, me enseñó una política de la lengua. Literal posibilitó la circulación de ciertos libros, junto con el hallazgo de que fueran acompañados de prólogos: El Fiord con un prólogo de Germán García; Cuerpo sin armazón de Oscar Steimberg, con un texto de Oscar Masotta; El frasquito precedido por el prólogo de Ricardo Piglia.
¿Cuál es tu mirada sobre la literatura argentina actual? ¿Se impuso el mercado?
Fijate, nuevamente Borges, cuando le preguntan cómo va a ser la literatura del año 2000, responde que será según cómo se lea en el año 2000. En los años 1960, durante el boom latinoamericano, en la lista de best sellers estaban Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, Carpentier, Donoso y hasta arriesgaría Onetti, Marechal y Sabato. En 1973, El frasquito figuró tres semanas en la lista de best sellers. Lo que se conoce académicamente como teoría de la recepción o la frase de Borges son dos maneras posibles de leer ese fenómeno. En cuanto a la circulación de los libros en el mercado, también les pasa el tiempo, como a los escritores. La historia de la literatura siempre olvida. Por ejemplo, quién recuerda a un gran poeta y traductor como Alberto Girri o a un escritor como Isidoro Blaisten. Uno de sus títulos hoy encaja justo: Cerrado por melancolía.
Dijiste que te hubiera gustado ser historiador y en algunos libros tuyos esa pasión se evidencia.
Más por lectura que por escritura. Sobre todo, me hubiera gustado ser Philippe Ariès y, fundamentalmente, el autor de Los asesinos de la memoria, Pierre Vidal Naquet. Hoy me encantaría escribir los ensayos sobre pintura que escribió John Berger.
¿Te considerás un autor dócil en el trabajo con los editores?
Soy un autor dócil. Quiero decir, necesito el trabajo del editor, acudo a ellos, desde mi querido Enrique Pezzoni hasta Mercedes Güiraldes. Me dejo llevar sin renunciar nunca a mi estilo porque los estilos cuestan.
¿Qué relación hay entre muerte y literatura?
Por alguna razón en la literatura muchas veces la muerte coincide con el final de la novela. Tenemos la muerte seca y veloz de Gatsby, la lenta agonía de Iván Illich, el horror de Kurtz. Son mis preferidas. Nuestra literatura tiene las propias: el suicidio de Erdosain, Laprida en el "Poema conjetural" de Borges. "El íntimo cuchillo en la garganta"; ese final revela que la muerte más pública tiene siempre algo íntimo. La del basquetbolista en Los adioses de Onetti, donde la despedida se pluraliza. Gide afirmaba: "Escribir es poner algo a salvo de la muerte", y Borges "le respondió" con que hay algo peor que la muerte: el olvido.