Josefina Ludmer "Nuestra cultura es muy conservadora. Repite siempre lo mismo"
RENOVADORA. Emblema de una generación de críticos que marcó la literatura nacional, hoy escribe su autobiografía y apuesta por modos de lectura menos atados al rigor teórico y más receptivos a la novedad
Sobre la mesa ratona, una torre de libros hace equilibrio. A sus pies, uno de Henning Mankell a medio leer. Josefina Ludmer tiene una sonrisa juvenil, que se acentúa con sus jeans gastados y los pasos rápidos y breves que da hasta llegar al sillón y acomodarse. Dice que prefiere esquivar la ventana para que no se interponga la luz que entra en la sala amplia y bien iluminada. Algo de eso se rescataba también de sus clases, de sus famosas clases: el interés por el vínculo cara a cara. Hace décadas, en otro living, en otra vida, se juntaban decenas de jóvenes a su alrededor para hablar de algo que en años de dictadura militar se antojaba peligroso: literatura. La "universidad de las catacumbas" hizo historia y sus cursos de lectura se volvieron leyenda. Algo similar ocurrió con sus clases en la facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, en la década del ochenta, con la vuelta de la democracia. Emblema de una generación de críticos que dejaron huella en los modos de lectura nacional, Ludmer desdramatiza y busca lo nuevo. En esas anda, a una década de su vuelta al país luego de dar clases en Yale. Mientras, se topa con la reciente publicación de aquellos cursos que daba hace treinta años y que todavía siguen vigentes: Clases de 1985: Algunos problemas de teoría literaria, editadas por Annick Louis. En busca de lo nuevo, esta crítica que analizó con lucidez a Gabriel García Márquez y a Juan Carlos Onetti, agarra su maquinaria de lectura y la desgrana para volver a empezar.
-Hace ya una década volvió a vivir a Argentina. En este tiempo publicó Aquí América Latina. Una especulación ¿Encontró una verdadera renovación?
- Acá siempre es igual, todo se repite. No hay grandes cambios en esta cultura. Es muy conservadora, tiene sus puntos, repite siempre lo mismo. Me encontré con eso y dije: "Bueno, siempre lo mismo, seguiré haciendo lo mío todo lo que pueda".
-¿Cómo se armó su propia máquina de lectura? ¿Identifica los momentos clave?
-Fue un proceso largo que se dio a través de los años. Siempre me preguntaba cómo leemos. El próximo curso, si es que lo doy, se llamaría Cómo leemos hoy. Qué leemos cuando leemos, con qué nos quedamos. En esa época, en los años setenta, ochenta, hacía análisis textuales, como hacíamos todos. Un trocito y lo exprimíamos hasta que no daba más. Yo dije basta. No voy a hacer más así. Ahora se trata de leer más como uno lee normalmente; más en general; más quedarme con unas cosas, otras desecharlas. Así estoy leyendo.
-¿Cuántas veces lee un texto?
- Antes, cuando hacía esos análisis microscópicos, muchas veces. Ahora, no. Ahora cuanto más, dos veces. En una primera vez, me quedo con la impresión de la primera lectura que para mí es muy importante. Anoto algunas cosas. En la segunda lectura voy buscando, quedándome con más certidumbres. Siempre aparecen otras cosas en la relectura. La lectura es un proceso que te sorprende constantemente. Un texto es infinito. Me gusta preguntarme cómo leo ¿Rápido? ¿Lento? ¿De día, de noche?
-En la Argentina no hay mucha información sobre los modos de lectura...
-Acá no. Es cierto. Y esos datos te enriquecen la lectura. Se trata de que la lectura sea una actividad que dé ciertos frutos, que no sea una cosa inerte y pasiva de recepción. Entonces, te da ciertos elementos, te hace querer seguir adelante. Cuando la lectura se hace productiva. Hay lecturas que te aburren, en ese caso, yo dejo.
-¿Cuáles son las lecturas que merecen un análisis o una crítica?
-Lo que me llama la atención. No sé definirlo. Tiene que tener algo? lo que te agarra, digo yo. Un buen texto es un texto que te agarra, que te adhiere, estás pegada a eso. Eso es lo que para mí es la buena literatura. Puede ser malísimo en el sentido literario clásico, pero si te agarra, es bueno para mí.
-¿Cómo se abastece de libros? ¿Qué lee por estos días?
-En general me mandan. Le digo a la gente que escribe que me mande, y tengo libreros amigos? Lo que estoy leyendo ahora son cosas traducidas de Mankell. Lectura de verano para mí. Un policial light. Ahora no estoy interesada en algo serio. Estoy mirando televisión. Estoy como de vacaciones.
-¿Cómo trabaja actualmente las lecturas más serias?
-A lo largo del día leo más, pienso más, busco cosas relacionadas. Ya no lo llamo análisis. Análisis era antes. Las palabras, las letras, los sonidos. Ahora la lectura es mucho más errática, más de diversión, y yo leo así. Es algo que el tiempo va cambiando. Es.
- En algunas entrevistas ha dicho que la crítica se perdió.
-Ese tipo de crítica minuciosa, enfocada, creo que se va perdiendo. Lo que hay es una crítica más light, más general; que no requiere una preparación tan específica como esa crítica anterior en la que tenías que dominar técnicas y destrezas. Ahora no, ahora es como que cualquier buen lector, si se concentra, puede hacer una buena crítica. Es lo que pienso ahora, le doy mucha menos importancia a la crítica. De hecho, la dejé. Estoy escribiendo una autobiografía.
-¿Cómo trabaja ese registro?
- Es un proceso extraño. No es una autobiografía tradicional. Son escenas de mi vida. Me meto en la escena y después veo si quiero ampliarla o no. Consistiría en fragmentos.
- ¿En ese momento de escritura, qué hace con todas las lecturas que lleva encima?
- Las tenés igual, han ido cambiando tu modo de leer, pero no pienso en ellas. Trato de captar la escena como fue en su momento, cosa que es imposible, porque estás ahora. Pero trato de trabajar en eso. En cierto problema de memoria, el pasado, las escenas.
-La memoria es un tema presente en sus trabajos, en su sistema de pensamiento.
-Sí, somos personas. Cada uno tiene su constante.
-¿Lee a otros críticos?
-Trato. Justamente estaba releyendo una entrevista a Beatriz Sarlo, que también tiene una actitud más abierta. Leo a la gente que conozco. A mis amigos, a Daniel Link. Pero no como una cosa muy obsesiva, ni buscando tanto. Más bien, abierta a la recepción. Ésa es la idea, que vaya llegando a mí cierta cosa sin que indague demasiado.
-Su padre tuvo gran influencia en su llegada a la lectura ¿Qué recuerda de esos primeros encuentros con los libros?
-En San Francisco de Córdoba mi padre me llevaba a la biblioteca y como él era el director, estaba siempre hablando con la gente que trabajaba ahí. La escena de la visita la tengo muy presente. La biblioteca, como una derivación de esa especie de estructura. De chica me acostumbré. A los cuatro, cinco años, las paredes de libros eran muy familiares para mí.
-En aquellos primeros años le regalaron el Martín Fierro. Casi un gesto fundante.
-Mi hermano tenía reumatismo infantil. En esa época la enfermedad implicaba tres meses de reposo y venía una maestra. Yo entonces aprendí a leer a los tres años, sentada en el piso con lápiz y papel. Después, no recuerdo qué pasó con mi hermano, creo que cuando se repuso le regalaron el Facundo. Entonces empecé a llorar y a decir: "¡Yo quiero libro!". Y me regalaron el Martín Fierro.
-Años después, escribió sobre la gauchesca.
-Sí, fue un gesto totalmente fundante. Y mi padre, además, como guiándome en ese mundo de libros, de bibliotecas. También me regaló la primera Olivetti que tuve. Me la trajo de Europa, de Italia, de un viaje que habían hecho. Son las bases de una vida, que te arman, te hacen, te dan.
-¿Cómo es el reencuentro con las clases de 1985 que acaban de publicarse?
-Lo único que le dije a Annick fue: "Ahora pensamos distinto, ¿no?". Frente a ese libro tan teórico, que responde a qué es literatura, la especificidad, cómo leemos, viene esta obsesión por cómo leemos hoy. Pero me resulta bastante chocante porque a lo mejor hay gente que sigue leyendo así, como en ese libro ¿Cómo pensar distinto hoy? Ahí está el desafío para mí.
-¿Las clases de hace tres décadas abrieron la nueva pregunta?
-Claro. Quiero pensar de otro modo. Estoy buscando pensar de otro modo, nada que ver con esa idea de hace treinta años. Es mi idea. Me cuesta pensar de otro modo, eh.
-Usted tuvo varios giros en su obra. ¿Siempre vivió como ahora esos momentos de quiebre?
-Sí. Empezar de cero es una idea constante en mí. Me gusta. Es difícil borrar lo que uno tiene. Empiezo a buscar materiales? Son años de trabajo. Me gusta lo nuevo. Lo busco. Trato de descubrirlo.
-¿Por dónde pasaría hoy lo novedoso en la literatura argentina?
-Trato de leer a todos los jóvenes. Aunque no los termine, a veces los ojeo. Creo que hay que leer todo sin ideas previas. Estar abiertos, receptivos. Es como establecer una lectura de antes de la lectura profesional, porque la lectura profesional también te llena de prejuicios. Me gustaría refrescar todo eso, ser más ingenua...
-¿Y qué ha leído que le haya parecido novedoso?
-Nada. No encontré la novedad. Me he puesto a leer policiales de verano. Bien hechos, obviamente, bien traducidos, como entretenimiento.
-¿Es importante ser novedoso?
-No. Uno le da o no importancia, pero en sí no es importante. Lo que pasa que uno busca cierta agitación, y eso es lo novedoso, que cuando leés tengas la impresión de que no lo has leído antes.
-¿Por dónde se empieza a leer?
-Ésa es la primera pregunta. ¿Por dónde empezamos? Durante años empezaba por confrontar el principio y el final. Eso lo hice durante mucho tiempo. Si hay novedades, si son semejantes, si hay un cambio total, entonces quería decir que había un proceso. En otra época, pedía que pensáramos en lo que más nos impresionó: si teníamos algún recuerdo del momento de lectura, algún personaje, alguna situación.
-¿Es más simple de lo que se podría imaginar?
-Otros dicen que un buen texto es el trabajo en la lengua. Yo no creo en eso. Hay textos muy trabajados en la lengua que te aburren, te saturan y los dejás.
-En alguna ocasión dijo que si hoy leyera a Onetti...
-No lo aguantaría. Me di cuenta de que ahora no lo podría leer. Muy lento, muy parsimonioso?
-En 2007 escribió un ensayo sobre el plagio y esbozó ideas sobre la propiedad intelectual. Escribió, por ejemplo, que una política propia de quienes escriben sería "que todo libro editado, como los periódicos, sea digitalizado y puesto en Internet cuando aparece, para que pueda ser leído y usado por cualquiera que pueda acceder libremente". ¿Qué piensa hoy de los derechos de autor?
-Creo que están cada vez más en decadencia. De hecho, me decían que iban a bajar del 10 al 8% lo que les pagan. Es inexplicable. La distribución es la que se lleva todo. Ser distribuidor de un libro es lo que te da más plata ¿Autores podrán conseguir en cualquier parte? Es muy extraño.
-Ha dicho que cada libro corresponde a una etapa de su vida que, a su vez, pinta una época ¿Cuál estaría atravesando?
-Cada época fue mi libro favorito. Antes me preguntaban cuál era el mejor y yo decía: "Ése", que iba variando con los distintos momentos de la vida. No hay un libro que haya aguantado los cambios de época. La literatura va cambiando con todo lo que va alrededor. Hay siempre uno que es el que te interpreta la época en cierto sentido, y ése va cambiando. Y hay otros que pasan a segundo plano. Onetti, durante años, fue mi escritor. Primero fue García Márquez. Ahora dejé ese sistema. Ése es el asunto. Estoy más desinteresada. No hay nada que me atrape tanto.
-¿Es necesario el canon literario?
-Es necesario como objeto de debate. Yo creo que hay que debatir eso, qué sería lo mejor.
-¿Qué debería tener lo que ocupe ese lugar?
-Que te agarre, que te distraiga, esos criterios.