José Carlos Chiaramonte. "El uso político de la figura de Artigas puede llevar a graves consecuencias"
El investigador sostiene que, para evitar la manipulación de los hechos históricos tanto en las aulas como en la discusión pública, hay que aferrarse al conocimiento y no a las preferencias personales
"La lectura de buena literatura, que fue muy temprana en mi caso, ayudó a la escritura", dice José Carlos Chiaramonte, uno de los más destacados historiadores argentinos. Porque la primera pasión de este santafesino ilustre, historiador de renombre en el continente americano no fue la historia sino la ficción: a los 14 años escribió un cuento que le pareció tan malo que lo destruyó y cuando llegó la hora de anotarse en la universidad, decidió que iba a ser historiador. Su vínculo con la literatura, sin embargo, perduró de múltiples formas, entre ellas, en la entrañable amistad que lo unió a Juan José Saer y Juan L. Ortiz, y su frustración como escritor derivó en una obra historiográfica fundamental que permite desentrañar la etapa inicial de la organización nacional.
A contrapelo de la mirada histórica que consagra el nacimiento de la Argentina en los años que van de 1810 a 1816, Chiaramonte construyó una nueva visión de la historia: "En 1810 la Argentina todavía no existía y tampoco el concepto romántico de nacionalidad. La nacionalidad argentina es una construcción posterior, no una causa en el proceso de independencia. Primero fueron ciudades soberanas, después las provincias que son Estados soberanos y así sucesivamente. La palabra Argentina era sinónimo de porteño exclusivamente", dice quien dirigió por 26 años el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, dependiente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Dirá también que incurren en un error quienes hablan de federalismo para referirse a la organización política de la primera mitad del siglo XIX en lugar de "confederacionismo argentino".
El historiador argentino, que fue además maestro normal y director de escuela, advierte sobre los riesgos del uso faccioso de la historia en la enseñanza escolar. "Sería imprescindible consultar a los especialistas, a los que son realmente historiadores, un oficio que, de alguna manera, es un oficio científico, donde las cosas se prueben con evidencias, no con la expresión de preferencias políticas personales. Si no hacemos eso entramos en el campo de la manipulación", sostiene.
Profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires e investigador emérito del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Chiaramonte es autor de textos fundamentales para descifrar la historia del siglo XIX: Nacionalismo y liberalismo económicos en la Argentina. 1860-1880; Mercaderes del Litoral; Ciudades, provincias, Estados: Orígenes de la nación argentina; El lenguaje político en tiempos de las independencias y Raíces históricas del federalismo latinoamericano.
El nacimiento de la Argentina suele asociarse a dos fechas: el 25 de Mayo de 1810, una revolución más bien porteña, y luego, al 9 de Julio de 1816. ¿Cuándo realmente termina de nacer la Argentina tal como la conocemos hoy?
La Argentina no existía en 1810. Apoyándome en un libro de un científico venezolano, Ángel Rosenblat, que se llama "El nombre de la Argentina", me di cuenta que la palabra Argentina era sinónimo de porteño exclusivamente. Eso se mantuvo durante muchas décadas. No podemos decir que la Argentina nació entre 1810 y 1816. Se intentaron construir nuevas naciones bajo una base confederal y en todos los casos, fracasó. Fracasó en 1816 porque la constitución proyectada era centralista y los pueblos soberanos e independientes del resto del territorio no aceptaban perder el control político de sus territorios. Volvió a fracasar en el congreso del 24-27. Volvió a fracasar en la convención de 1829; y, definitivamente, se congeló la construcción de un Estado nacional cuando en el primer gobierno de Rosas Buenos Aires impidió justamente la organización constitucional y provocó la demora hasta 1853.
¿Y por qué hoy en día seguimos asociándolo 1816 y no, por ejemplo, a 1853?
Por la Declaración de Independencia. Vamos a aclarar algo: la bandera azul y blanca de Belgrano tiene los colores de la Orden de Carlos III, española. Mi interpretación de por qué Belgrano eligió esos colores es que la Junta del 25 de Mayo había decidido que asumía plenamente la soberanía, pero eso creaba conflicto con España. Pero al día siguiente, adoptó la postura de que se reasumía la soberanía del monarca para devolvérsela cuando estuviera libre de prisión. Entonces, levantar una bandera con los colores azul y blanco tenía, por un lado, ese significado, pero por el otro que es una postura que adoptaron los primeros movimientos de independencia desde México hasta Buenos Aires "nosotros somos súbditos de la corona de Castilla y no de la Nación española". Por lo tanto, hasta que la corona de Castilla no sea repuesta en su lugar, reasumimos la soberanía bajo el supuesto de que las decisiones se tomaron sobre la base de las teorías contractualistas entonces en boga. Los pueblos soberanos concedían al gobernante el poder con la condición de que gobernara para el bien de los súbditos. Si el gobernante no lo hacía o si los gobernantes faltaban, como era el caso de los reyes de España en manos de Napoleón, entonces los súbditos podían reasumir la soberanía.
¿Qué otros mitos fundantes considera que no se corresponden con la realidad histórica?
En 1816 se declara la Independencia y esa declaración fue muy resistida en el seno de los criollos, pero fue reclamada imperiosamente por San Martín: no en nombre de una nacionalidad -porque San Martín se consideraba un americano, no un argentino- sino porque un ejército que no tuviese el respaldo de un Estado se convertía en una banda de delincuentes, lo cual implicaba que en el campo de batalla podían ser fusilados todos inmediatamente. Entonces, San Martín, para cruzar los Andes, necesitaba el respaldo de un Estado nacional y eso se consiguió declarando la Independencia. A tal punto que cuando Estados Unidos reconoce la Independencia su presidente justamente alude a esa declaración que se había efectuado en 1816.
¿Y cuánto pesaba en ese entonces la identificación con lo americano?
Muchísimo. La primera forma de un sentimiento de identificación política fue bajo la forma de español americano. La primera forma de identidad fuerte en 1810 era esta; la Argentina era solamente la identidad porteña. En el archivo donde están los papeles de la diplomacia británica, la sección de lo que sería Argentina se llama "Buenos Aires" porque es la única entidad fuerte con la que los ingleses tenían relación.
Usted suele hablar más de uniones confederales y no federalismo para describir al siglo XIX, ¿cuál sería la diferencia entre una cosa y otra?
Esa aclaración es clave para entender todo el siglo XIX. Hasta que en Estados Unidos se inventa el Estado federal, la única forma de federalismo conocida, la más importante, era la confederación. Por definición -Montesquieu produjo una definición clara-, una confederación no es un Estado sino una sociedad de Estados independientes y soberanos. Eso lo explicó muy bien Sarmiento en 1853 cuando se da cuenta, pese a que él estaba del lado de Buenos Aires, de que lo que se acaba de crear con la Constitución del ’53, no era una confederación sino un Estado federal pese a que se llama Confederación Argentina. Entonces, cuando en 1830 las provincias relativamente fuertes en ese momento, como Corrientes, están dispuestas a resignar el carácter de soberanía independiente para poder conseguir un Estado que incluyese a Buenos Aires, Buenos Aires se opone. Rosas da instrucciones a sus representantes en la Liga del Litoral, donde se gestionó lo que luego se llamó el Pacto Federal, que deben afirmar que esa es una reunión diplomática, y que por lo tanto, los participantes de esa reunión son representantes de Estados soberanos.
Uno podría pensar que hay un país escrito en las leyes, un país en las palabras y otro país en los hechos. ¿Cuán federal o cuán unitaria es hoy la Argentina?
No soy politólogo pero puedo darle una explicación sobre las razones de la debilidad del Estado federal argentino. Cuando los norteamericanos inventan el Estado federal en Filadelfia, muchos de sus componentes eran Estados fuertes. Fuertes económicamente y fuertes políticamente. Entonces, pese a los conflictos que tuvieron, resolvieron construir una nueva forma de poder, pero conservando el máximo posible su calidad soberana.
¿Y qué sucede acá cuando se constituye el Estado federal de 1853?
Por el ahogo económico al que Buenos Aires sometió a todas las demás provincias, los Estados integrantes de ese Estado federal que nace en 1853 son muy débiles. Podríamos decir que la Constitución del ‘53, el Estado federal, se hizo no por una maduración de las partes componentes sino por la decisión de un militar victorioso, el General Urquiza. Este federalismo, como el régimen representativo en su conjunto, nace muy débil y muy defectuoso.
Si la historia es la ciencia que estudia lo que cambia y lo que permanece, ¿cuáles son los principales cambios y cuáles las principales perduraciones que van del siglo XIX al XX?
Todo el proceso del siglo XIX es una construcción que desemboca en una nacionalidad, que a fines del siglo XIX era muy débil, como lo reconocían los políticos de aquella época. Entonces, esto se prolonga en el siglo XX. De manera que hay una nacionalidad que se va construyendo de a poco, que persiste en el siglo XX, pero que no implica uniformidad. Algunos pensadores del siglo XX concluían que la Argentina no estaba todavía terminada porque no se había producido una amalgama, una fusión de sus elementos, cosa que no existe ni en la Argentina ni en otros países. Ahora una perduración negativa: el problema fundamental del siglo XIX es la dictadura. Muchos de mis colegas, buenos historiadores, han puesto el énfasis en la construcción de la república y la división de poderes con excelentes trabajos. Pero esta es mi diferencia: el problema es que la construcción de regímenes representativos con división de poderes que se intenta a partir de los años ‘20 con constituciones de varios Estados, de provincias que siguen llamándose provincias, es tan débil que frecuentemente deben apelar a las llamadas facultades extraordinarias. Simplemente, es la dictadura. Si se ha producido por decisión del órgano de la junta representante o el congreso de la provincia, con límites de tiempo y de campo de ejecución, es una institución legítima según la antigua Constitución. Lo que sucede es que la Constitución del ‘53 prohibió las facultades extraordinarias, pero la sociedad no cambió mucho. ¿Y el siglo XX qué sucedió? Se siguió utilizando la dictadura, ahora ilegítima, bajo la forma de estados de sitio y golpes militares. El problema fundamental que hereda el siglo XX del siglo XIX es la dificultad de afianzar un régimen representativo con división de poderes, esto es, una democracia.
Usted ha trabajado sobre la figura de Artigas. Esta figura se repuso recientemente con el proyecto de Juan Grabois de ocupación de tierras. ¿Quién era Artigas y cuál era el proyecto artiguista?
Artigas se hizo famoso cuando se convoca la Asamblea del año ‘13, pues era uno de los partidarios más fuertes de que los diputados que iban a ir a esa Asamblea eran representantes del pueblo soberano de la Banda Oriental, mientras lo primero que hizo la Asamblea del año ‘13 apenas se constituyó, por propuesta de su presidente Alvear, era declarar que los diputados eran diputados de la Nación y no apoderados de sus lugares de origen, lo que implicaba desconocer la soberanía de los pueblos. De paso aclaremos que Artigas no era argentino sino "oriental", puesto que argentinos eran sólo los nacidos en Buenos Aires. Los partidarios de organizar un estado centralizado reaccionaron atacando a Artigas y lo convirtieron en bandido, que debía ser perseguido y tratado como tal. Artigas, por su compenetración con el mundo rural de la "Banda Oriental", era líder de un pueblo de campesinos a los cuales tenía que proveer de tierras o asegurarles su posesión, como también a pueblos indígenas. La política de tierras de Artigas le generó un conflicto también con los principales propietarios rurales representados en el Cabildo de Montevideo.
¿Era novedoso el objetivo de Artigas?
No, no era nuevo. Formó parte de los proyectos de distribución de tierras en España -por ejemplo, el de Sierra Morena que tuvo a su cargo el cubano Pablo de Olavide -luego perseguido por la Inquisición. Esos objetivos repercutieron en Entre Ríos, donde una oficial español que había trabajado con Olavide, Tomás de Rocamora, se dedicó a proteger a los pequeños propietarios de las pretensiones de unos pocos terratenientes. También fueron expuestos por políticos porteños, como se comprueba en los escritos de Manuel Belgrano. En sus fundamentos se encontraban doctrinas ilustradas expandidas durante el siglo XVIII en España y en América. Es de suponer que la actividad de Artigas se reforzara por influencia de uno de sus secretarios, el más importante de ellos el Frayle Monterroso, conocedor de esas teorías pues había sido profesor de filosofía durante tres años en la Universidad de Córdoba y autor de muchos de los documentos firmados por Artigas. Ahora, eso es una cosa. Que hoy usemos esa figura como bandera de lucha lleva generalmente a un grave error histórico y a veces a graves consecuencias.
De hecho, usted trabajo mucho sobre el vocabulario político de las primeras décadas del siglo XIX y sus significados, que difieren con los usos contemporáneos.
Sí, uno de mis principales trabajos iniciales fue un reexamen del vocabulario político de la primera mitad del siglo XIX. Esto está publicado en un libro Nación y Estado en Iberoamérica, el lenguaje político en tiempos de la independencia. Este libro es el libro mío para mi más importante y el que menos se ha difundido. Creo que la razón es porque tiene fuertes ataques al nacionalismo historiográfico. En el siglo XIX la concepción de la historia era instrumental para la construcción de la nacionalidad. En el vocabulario político, Nación y Estado, en aquella época, eran sinónimos. La Nación era un conjunto de gente reunida bajo un mismo gobierno, y unida por lazos contractuales, no por nacionalidad. Y después está la palabra federalismo: por eso he dicho que los historiadores que hacen la historia del federalismo argentino están muy equivocados si se refieren así al siglo XIX. La historia hasta 1853 es la del confederacionismo, no la del federalismo.
Uno de los temas que vuelve reiteradamente es el adoctrinamiento político en las escuelas. En la construcción de los manuales escolares se cuela la tentación de un uso faccioso de la historia. ¿Cuál es la mejor manera de construir un manual de historia?
Sería imprescindible consultar a los especialistas, a los que son realmente historiadores, un oficio que, de alguna manera, es un oficio científico, donde las cosas se prueben con evidencias, no con la expresión de preferencias políticas personales. Tiene que haber un proceso de consulta sobre qué contenidos incorporar a los manuales, apelando a los historiadores profesionales, entre los cuales también, hay posturas divergentes. Si no lo hacemos estamos de nuevo en una manipulación para favorecer a unos o a otros. Pero la mejor forma de favorecer a cualquier sector de nuestra preferencia es contarles la verdad. ¿Hasta qué punto se puede hablar de verdad? Es un problema no solo en Historia sino también en las llamadas ciencias duras. Pero hablemos de conocimientos sólidamente construidos y no de preferencias.