Homi K. Bhabha. "La política en la que se degrada al otro es uno de los grandes problemas actuales"
El pensador de origen indio vincula la crisis migratoria con la proliferación de Estados "fallidos", el auge de líderes autoritarios y la humillación de las minorías como estrategia retórica
Chaleco de cuello Mao, anteojos redondos color caramelo, llamativos anillos de plata: se diría que el académico Homi K. Bhabha (Bombay, 1949) pone en evidencia el tránsito de su biografía: un universitario indio con posgrado en Oxford, y ahora a cargo de una cátedra de literatura inglesa y norteamericana en Harvard. Cuestiones como el nacionalismo y la identidad están en el centro de las preocupaciones de este pensador, uno de los mayores referentes mundiales en la teoría poscolonial. Como muestra, bastaría señalar que a Bhabha le fue encargado el prefacio para una nueva edición de Los condenados de la tierra, la biblia anticolonialista del ensayista martiniqués Frantz Fanon. Ese mismo encargo se lo habían hecho nada menos que a Jean-Paul Sartre cuando, en 1961, el libro de Fanon (uno de los grandes pensadores de la descolonización durante la segunda mitad del siglo XX) fue publicado en Francia.
Bhabha es, además, autor de textos fundamentales como El lugar de la cultura (traducido por César Aira), y responsable de Nación y narración, una compilación de ensayos sobre las relaciones invisibles entre la novela y los Estados-nación. Llegó por primera vez a Buenos Aires a principios de este mes, invitado por la Universidad de San Andrés a dar una conferencia en el Malba: "La casa del extranjero. Sobre migración y barbarie". En diálogo con la nacion, analizó las relaciones entre migraciones, autocracias y feminismo, y el vínculo entre el arte contemporáneo (Bhabha ha sido jurado en la Bienal de Venecia) y el nuevo paradigma nacional.
¿Los migrantes son los "bárbaros" del mundo de hoy? ¿Se puede esperar de ellos el mismo efecto que aquellos tuvieron sobre el Imperio romano?
La antigua Roma y el mundo actual son muy distintos. Estos migrantes sin Estado son las víctimas del nacionalismo populista y barbárico que tenemos hoy. La barbarie, entonces, está del lado del poder, de los populismos. Y las víctimas principales, no las únicas, parecen ser los grupos de migrantes sin Estado. Aquellos que escaparon de países como Afganistán, Irak, Libia, lugares donde en la última década o desde el 11-S se pelean guerras, o gente que ha tenido que desplazarse por problemas ambientales. Tenemos también refugiados que son las víctimas de países donde la globalización no funcionó en absoluto. Unas pocas décadas atrás, algunos países formaban parte de una zona con posibilidades de desarrollo en lo que conocimos como tercer mundo. Ahora, estos mismos países, que se han visto golpeados por arreglos con el Fondo Monetario Internacional, se han convertido en Estados fallidos. La globalización ha creado oasis de rentabilidad y éxito, y alrededor de estos oasis solo hay desiertos y destitución. Esto no ha cambiado en medio siglo. Pobreza, inequidad, problemas de vivienda y salud, nada ha cambiado en esos desiertos. Y gente que va de un oasis a otro: son el pueblo errante de los Estados fallidos.
Deme un ejemplo de un Estado fallido.
¿Cuál es la idea de un país como Afganistán? ¿Cuál es la idea de Siria? ¿De Venezuela? Los Estados fallidos fueron creciendo en paralelo con cierto optimismo global. Y los Estados que han sido exitosos están ahora bajo el mando de gobiernos autoritarios. Algunos de estos países mantienen inequidades profundas en su estructura, que han sido oscurecidas por el éxito de ciertos indicadores de crecimiento. Por eso digo que los líderes de hoy -Maduro, Modi, Trump, Xi Jinping, Putin, Erdogan, Duterte, Bolsonaro, y podría seguir- forman un grupo de líderes autoritarios masculinos que están manejando las ideologías de la globalización. Se presentan a sí mismos como políticos de alto carisma, pero yo digo que son los políticos de la miasma; vienen de la niebla, de una ilusión de personalidad. Cualquier idea de progreso político cae bajo la influencia de estos titanes tiránicos.
¿Los migrantes estarían atrapados entre la barbarie de sus lugares de origen y la de las metrópolis?
Sí. La filósofa Hannah Arendt dijo una vez que nuestros enemigos nos ponen en campos de concentración y nuestros amigos en campos de detención. Tenemos ahora casi 67 millones de desplazados en todo el planeta. Ningún ciudadano del mundo actual puede pensar su condición sin establecer una relación con aquel que no tiene un Estado, que es un refugiado o un migrante angustiado. No pueden pensarse como condiciones separadas. Una incluye a la otra.
Habló de figuras tiránicas masculinas. ¿Diría que el movimiento feminista que ha surgido en estos años es una reacción a eso?
Creo que sí. Y pienso que es una respuesta directa en el campo del acoso sexual, que está íntimamente relacionado con el poder de las instituciones. El acoso sexual no es simplemente una cuestión de sexo y poder patriarcal: tiene mucho que ver con el poder comercial, el poder industrial y el poder gubernamental. Las mujeres son tratadas como ciudadanos de segunda clase, mientras se espera que rindan como ciudadanos de súper primera clase. No debemos restringir el problema a las psicodinámicas de la sexualidad patriarcal, sino que hay que revisar las implicaciones en todo el sistema.
Me gustaría relacionar estos temas con su conocimiento sobre el arte contemporáneo. Jeff Koons rompió hace poco un récord para un artista vivo con un conejo plateado. ¿Qué dice su trabajo sobre nuestra época?
No quisiera establecer un juicio sobre su obra. Creo genuinamente que los objetos de arte, a través de los siglos, representan valores que son estimados económicamente de distintas maneras. El valor del conejo de Jeff Koons es una determinación del mercado y no tengo juicio sobre eso.
Pero le preguntaba sobre el objeto en sí, más allá del precio. ¿Qué dice sobre nuestra forma de vida?
Hay una gran tradición en el arte de representar los objetos que admiramos, pero también el arte es capaz de revelar los fetichismos de la cultura. Andy Warhol hizo eso. No me he puesto a estudiar esta obra de Jeff Koons, pero puedo decir que es un prodigio de producción, que está hablando de la cultura de los juguetes, y en ese sentido de la cultura de la infantilización.
¿Reflejaría la infantilización de la cultura contemporánea?
¿La está reflejando o está haciendo un comentario irónico? Podría funcionar de ambas maneras.
En el libro Nación y narración se postula que los Estados nacionales se formaron al mismo tiempo que la novela como forma literaria. ¿Cree que el arte contemporáneo está ocupando ese lugar?
Es una pregunta muy interesante. Para darle una respuesta breve y relevante, déjeme decirle que tanto las artes literarias como las visuales hoy están menos atadas a lo nacional en sus horizontes imaginativos de lo que estuvieron antes. Al mismo tiempo es interesante que, en el mundo del arte, una de las mayores formas de exhibición sean las bienales. Cada ciudad importante tiene su bienal. Veo en el centro de las bienales una clase de cosmopolitismo cívico, el cosmopolitismo de los ciudadanos extendiéndose de forma global. Las bienales se han vuelto una forma popular y contemporánea de producción y exhibición de arte. En ese sentido, cuando revisamos la idea de ideologías nacionales, ya no se trata del ciudadano como un sujeto nacional, sino del ciudadano como un sujeto urbano global cosmopolita.
¿Cómo se redefine el nacionalismo bajo el paradigma digital?
Hay países como China que no permiten ciertas libertades digitales. Tratan de definir una impronta nacional sobre la libertad digital. Y si usted viene de un país con baja escolarización cuyo acceso digital es limitado, su uso de la libertad digital también es escaso. Por lo tanto, los contextos nacionales condicionan la configuración de una identidad digital. Problemas de acceso o regulaciones de Estado pueden atar la vida digital a las narrativas nacionales.
¿Cuándo habla de teoría poscolonial, quiere decir que es algo del pasado, o que el colonialismo sigue entre nosotros pero ha redefinido sus tácticas?
Exactamente lo segundo. En este nuevo imperio de la globalización siguen funcionando esquemas e ideas coloniales. Cuando George W. Bush se metió en Medio Oriente, en Irak, su discurso era que Estados Unidos estaba devolviendo la democracia a la región. Si pasamos la película hacia atrás, veremos a los franceses en el norte de África haciendo y diciendo lo mismo. Más atrás todavía, los británicos ocuparon India en nombre de la ley y los derechos de propiedad.
Ocupar países en nombre de la democracia liberal resulta contradictorio, ¿no cree?
Bueno, habría que preguntarse cuánto de liberal tiene esta democracia liberal. John Stuart Mill, ideólogo central del liberalismo en el siglo XIX, dijo: "Soy un demócrata en mi país y un déspota en otro". Ese otro país era India. Esto sigue vigente en nuestro tiempo. Llevar la democracia a punta de pistola a Irak o Libia es, de hecho, una violación a la democracia. No estoy diciendo que Saddam Husein o Muammar Khadafy no fueran gobernantes terribles. Pero la frase de Mill hoy debería decirse así: "Soy un demócrata en mi país y un invasor en otro".
¿Cómo replantearon las ideas de Frantz Fanon sobre el tercer mundo sucesos como la caída del muro en 1989 y el 11-S?
Ya no pensamos el tercer mundo como un área de desarrollo, de progreso, de compromiso moral. La idea que Fanon o Nehru tenían era que el tercer mundo iba a crear un tercer espacio, un nuevo horizonte que tomaría lo mejor de la democracia para implementar un orden más justo. Creo que eso hoy es imposible porque, como dije antes, muchos de los países que estaban en esa órbita se han convertido en Estados fallidos. La idea del tercer mundo como movimiento político está terminada.
¿Cuándo murió esa idea?
Ya en los tempranos años 80, incluso países que tenían una visión socialista habían abierto sus puertas a desarrollos que no estaban en línea con la ideología del tercer mundo. Me han pedido que escriba el prefacio de la nueva edición de Los condenados de la tierra -la primera estuvo prologada por Jean-Paul Sartre-, y en este texto digo que hay dos ramas en el pensamiento de Fanon. Una, por supuesto, es la del anticolonialismo. Pero para mí hay otro argumento central en el libro, que dice: "Hemos obtenido nuestra independencia a través de la lucha o de la negociación, pero no somos libres porque formamos parte de un mundo bipolar". Creo que este asunto que Fanon pone en claro, acerca de cómo los países deben jugar opciones polarizadas, se ha intensificado después del 11-S. La ideología de la islamofobia se ha convertido en un factor determinante en la emergencia de un nuevo estado de la seguridad. Por supuesto que Estado Islámico existe. Pero esta polarización del mundo se rehúsa a ver que la mayoría de la gente que es musulmana es igual a nosotros. Cuando Trump ataca a los migrantes de Honduras y dice que no hay que dejarlos entrar porque entre ellos hay terroristas islámicos. Quizás no haya una línea directa con Fanon, pero el tema de fondo que reveló en su libro es que nadie puede ser libre del todo si se enfrenta a la amenaza paranoica de un enemigo.
El escritor Hanif Kureishi explicaba cómo su padre, un migrante paquistaní, hacía lo posible por asimilarse a la cultura británica, mientras que los jóvenes musulmanes de hoy se sienten alienados por esa cultura y se vuelcan al radicalismo religioso. ¿Fracasó el multiculturalismo?
El multiculturalismo está basado en una filosofía de la asimilación. Pero la asimilación es muy problemática en un mundo en el que la vida de la gente está determinada por abandonar un país para ir a trabajar a otro. La asimilación pensada desde el eurocentrismo significa que el costo es que usted tenga que parecer más inglés que los ingleses, y eso va a fallar. Usted siempre será parte de una mímica cultural, nunca será la cosa real. Los movimientos populistas buscan hacer blanco en minorías para dividir a la población y aplicar ideas de xenofobia, patriotismo y racismo. La asimilación ya no importa. Estas figuras titánicas tiránicas utilizan el lenguaje político de la degradación y la humillación. Ese lenguaje impacta en la sexualidad, en el cuerpo, en la cultura, apela no a la racionalidad política sino a la política como emoción. La política y retórica de la degradación es uno de los grandes problemas que tenemos hoy. Antes de ser electo, Donald Trump pudo decir: "Si le disparo a alguien en la Quinta Avenida no voy a perder votantes" ¿Cuándo antes un presidente podría haber dicho algo semejante?