Guillermo Martínez: "La novela de intriga sirve para hablar de los costados oscuros del ser humano"
Lo clásico no quita lo valiente: Guillermo Martínez es de esa especie de escritores que no huye frente a la tradición del policial que cultivó Jorge Luis Borges. Al parecer, le gustan los antagonismos: es doctor en Ciencias Matemáticas y se dedica al mundo de las letras; habla casi con solemnidad, pero sorprende con un humor ácido; y para colmo reúne prestigio y éxito comercial, algo por lo general inusual en el campo literario nacional. Sin ir más lejos, acaba de llegar de Barcelona, donde ganó el 75º Premio Nadal por su novela Los crímenes de Alicia, la atrapante secuela de Crímenes imperceptibles (2003), obra que fue llevada al cine por el director español Álex de la Iglesia.
De nuevo su investigador estrella, Arthur Seldon, encarna al detective erudito que modifica los acontecimientos a fuerza de conjeturas. Esta vez es miembro de la Hermandad de Lewis Carroll y, junto a un joven estudiante mucho más astuto, intentará develar el misterio oculto detrás de una serie de crímenes. El origen parece ser el hallazgo de una anotación crucial acerca de una página arrancada de los diarios de Carroll. "Se me ocurrió escribir que no hay fuente más rumorosa que la palabra no dicha, ni libro más extenso que el que perdió una página -dice Martínez-. Y en el fondo, los crímenes parecen dibujar un significado que cada uno toma de acuerdo a lo que le conviene". Así, la idea de que el pensamiento modifica la realidad toma la forma del enigma.
"Temo que si llamamos a la policía habrá un crimen", dice Seldon. ¿Qué sentido tiene esa frase más allá de la broma?
Es una manera irónica de referirse a la cuestión de cómo la indagación en un tema tiene sus consecuencias. La indagación en el tablero de la vida no es reversible, como sí lo son en el pizarrón las conjeturas que se usan para intentar demostrar un tema matemático. Si no son conducentes, se borran y solo queda tiza en las manos. Pero en la vida real las conjeturas a veces suplantan a la realidad. Seldon dice que si llaman a la policía va a haber un crimen, frase que en la Argentina se puede leer como una ironía, pero después ocurre literalmente así. De acuerdo a cómo se interpreten o cuánto se crean, las teorías causan efectos muy concretos en la realidad. No quiero avanzar con lo que ocurre en la novela, pero tanto en Crímenes imperceptibles como en esta se discute lo que se llama la estética de los razonamientos. Hay teorías que se creen no por su grado de verdad, sino porque resulta grato creerlas. O porque resulta más atractivo o más intrigante.
¿Y esas teorías también se usan para juzgar una vida, como sucede en la novela con Lewis Carroll?
Exactamente, esta novela tiene dos enigmas. Uno tiene que ver con los crímenes que se desencadenan; sería la intriga criminal. Y, por otro lado, está la intriga de lo que es una vida. Siempre tuve reticencia con el género de la biografía porque veo que es una especie de envoltorio que tiene ciertas líneas estéticas. Las vidas humanas son muy desprolijas, no hay líneas rectas, no hay coherencia. Es decir, las biografías siempre terminan por armar personajes. Pero las personas tienen muchas dimensiones. Piglia decía que toda vida son muchas vidas. Y bueno, en el caso de Carroll es así, fue un tipo con muchas dimensiones. En general solamente queda, recortado, el tema de las niñitas. En la novela quería que resonaran todas las voces y que estuvieran todas las opiniones. Es lo que yo llamo el plano Pierre Menard de la novela.
¿En qué sentido?
Pierre Menard se propone reescribir el Quijote de acuerdo a leyes necesarias. Las mismas frases pensadas ahora como escritas por un contemporáneo son distintas, hasta opuestas a las que escribió Cervantes. Por ejemplo, el estilo de Cervantes, que era un estilo descontracturado, coloquial y vulgar para la época, ahora queda como una especie de experimentación sobre un lenguaje antiguo que ya quedó en desuso. Entonces, el sentido es opuesto. Lo mismo pasa aquí con las fotos; las mismas fotos con nenas de la misma edad, en las mismas poses y con las misma cámara, son delitos infames. Antes nadie se lo planteaba como algo inapropiado y ahora nadie se lo puede plantear como algo apropiado. Son los extremos más opuestos que se pueda imaginar.
¿Pensás entonces que no es posible la verdad en una biografía?
Bueno, se le impone a la biografía cierta coherencia que las vidas en general no tienen. Ese es mi punto. El pasado es un país extranjero, dice L. P. Hartley. Una de las escenas que más me gusta de la novela es esa especie de juicio que hacen a Carroll. El comisario va anotando y cuando lee aparece una persona en todas sus contradicciones. De este modo, el lector no sabe del todo quién fue Carroll. Fue lo que le pasó a cada uno con su figura.
En ese sentido, la imposibilidad de interpretar, ya sea una serie lógica o una vida, sobrevuela toda la historia.
Es un tema fascinante. Di conferencias sobre eso a lo largo del país. En la novela aparece con el tema del conejo "gavagai", que sería una serie de un único término. Cada vez que señalan un conejo y dicen "gavagai", no podés estar seguro de que signifique conejo. De la misma manera que si cada vez que estornudás, te dicen "salud", vos no podés asegurar que "salud" es "estornudo". Entonces no importa cuántos términos tenga una serie lógica, siempre vas a poder encontrar más de una regla de continuación, salvo casos muy controlados. Con las series establecemos sentidos. Es uno de los temas fundamentales que estudió Wittgenstein, cómo se da sentido desde el lenguaje. Da la sensación de que el sentido es el malentendido de la especie; es decir, nos dan unos pocos ejemplos y todos inferimos lo mismo.
¿En qué medida cada personaje se vuelve también un término a interpretar?
Eso es para mí la gran contribución a la literatura de la novela de intriga, tan despreciada, tan supuestamente superada por la novela negra. En la novela de intriga el lector está forzado a mirar los dobleces humanos de todos los personajes y a desconfiar de aquello que se les presenta en primer plano. Casi a contradecir al escritor. Se establece un pacto de confrontación de inteligencias. El lector es el que está forzado a ver culpabilidad en cada uno de los protagonistas de la novela. A la vez, los personajes siempre tienen esa especie de segunda vida oculta, con secretos para esconder. La novela de intriga es un campo muy interesante para hablar de la naturaleza humana con sus dobleces, sus contradicciones, sus costados oscuros.
En ese sentido, ¿qué cuestiones deja a la vista esta historia?
La idea de que un hecho no puede quedar impune. El personaje de Kristen quiere de algún modo ponerse de pie frente a esa sociedad de vejestorios; tiene la obsesión de que ella puede dejar una marca. Pero no puede ni contar lo que le ocurrió. Hay una línea protofeminista, en el sentido de que hay una rebelión y un no dejar pasar en la alianza de tres mujeres que quieren hacer justicia. Digamos que son todos los temas que hoy están dando vueltas. No pensé ninguna de estas cosas mientras escribía, pero al terminarla dije: "Bueno, esta chica salió bastante feminista".
Lo curioso es que tanto en esta como en la novela anterior aparece una mujer aparentemente vulnerable, que en el fondo resulta no serlo.
Eso lo pienso desde siempre. No estoy de acuerdo con la victimización de la mujer así, absoluta, en todas las circunstancias. Desde ya que hay víctimas que vemos todos los días, pero eso no significa que ser víctima sea el papel social de la mujer.
¿Pensás que podrías hacer una novela de enigmas en la Argentina?
Lo intenté con La muerte lenta de Luciana B, pero hice desaparecer a la policía. ¿Para qué sirve la policía en un relato policial en general? Para dar fe de algunos hechos mínimos que el lector pueda asumir como verdaderos. Pero en la Argentina no podemos tener confianza ni en el primer paso, en una autopsia. ¿Te acordás del caso de Nora Dalmasso? Tuvieron que enviar las pruebas al FBI de Estados Unidos porque acá no se podían poner de acuerdo. ¿Y Nisman? Tenemos 14 peritos que dicen una cosa, cambia el gobierno y vienen 24 de penitenciaria que dicen otra cosa. Así no vale, así no se puede escribir nada.
¿Por eso elegiste otra vez Oxford como escenario?
Oxford es el lugar natural de la historia. Hay algo de atemporalidad en el college, en las piedras, en los cuartos y las ventanas donde vivía Carroll. Además podía retomar a los personajes unos meses después de Crímenes imperceptibles.
De todos modos, incluso en ese escenario ideal, los dos investigadores superan el trabajo de la policía.
Eso tiene que ver con la clase de detective que yo imagino. Por eso hablo de una novela policial epistemológica. Tenés al detective creado por Edgar Allan Poe, C. Auguste Dupin, que encarna algo así como el pensamiento abstracto, separado de los hechos. Llega a una conclusión a través del puro razonamiento y recién después va a constatar lo que ya imaginó. El otro modelo sería el de Sherlock Holmes [creado por Arthur Conan Doyle], que es el detective de lo deductivo experimental, muy apegado a los rastros, a las huellas, a los cadáveres, a la ciencia. Esa línea siempre está en el relato policial: "el cuerpo habla". Pero es un tipo de investigación que queda muy anclada en lo que ya pasó. Luego está Poirot, que es el detective que se despega de los datos fácticos y se preocupa por lo que hacen los supuestos culpables a continuación. Su creadora, Agatha Christie, es una autora despreciada por muchos; sin embargo, ha dado gran cantidad de lecciones sobre lo que es la gramática del relato policial. Cambió el eje. Poirot es el detective de los deslices psicológicos. Como línea narrativa, me interesa más cómo se comportan todos una vez que ocurrió el hecho. En el caso de Seldon, es un detective que sabe el grado de atracción que puede tener una teoría. Y conocer las teorías permite también desviar la atención, suplantar la realidad por una conjetura.
¿En el fondo esta novela, al igual que la anterior, habla de la impunidad?
En las dos novelas es igual: pasa todo para el lector, pero en la realidad aparentemente no pasó nada. La verdad es alcanzable -el narrador la alcanza-, pero la justicia no puede ser alcanzada.
¿Esa distancia también existe entre el arte y la vida?
En España una mujer me dijo que desde que había leído mi novela no iba a poder abrir el libro de Alicia en el país de las maravillas. "Pero no, señora, si usted empieza así se va a quedar sin biblioteca", le contesté. Lawrence Durrell tuvo una relación incestuosa con su hija y a continuación la hija se suicidó. Borges ha dicho cosas horribles sobre los negros, los indios; se fue a abrazar con Pinochet. ¿Qué vamos a hacer? ¿Nos vamos a quedar con las obras de los santos? Pienso que la maldad es parte de la literatura; entonces no es de extrañar que la vida de los artistas no sea todo lo maravillosa que desde afuera se le pueda pedir. Porque, además, en cada época se piden cosas diferentes. Me parece que hay que separar la vida del artista de su obra.
Empezaste a escribir mucho antes de ser matemático, ¿las matemáticas ordenaron el mundo de las letras?
Las matemáticas me dan un mundo posible. En esta serie, que me interesa terminar con un libro más, hay toda una reflexión sobre la lógica matemática. En todo caso, ese es mi tema. Me gustan mucho algunas de las ideas que aparecen en la lógica. En el fondo, hasta hay un espacio para la discusión de la idea de Dios dentro de los fundamentos de la matemática. ¿Hay un orden cósmico prehumano de algún tipo? ¿Hay objetos que están más allá de lo que los seres humanos han definido y pensado? ¿O, en el fondo, vemos el mundo a través de las construcciones mentales?