Gilles Lipovetsky. "Sin la tradición ni la religión, hoy el hombre está solo e indefenso"
Mientras más libres son los individuos, más frágiles y vulnerables son, dice el pensador francés, que prepara un libro sobre la seducción, práctica omnipresente en la sociedad actual
MADRID
Anochece y hace frío en la ciudad. Una fila se encolumna sobre la transitada arteria peatonal. La gente llega temprano a la cita: aunque han reservado su entrada -gratuita-, quieren asegurarse un buen lugar en el auditorio. Para muchos transeúntes resulta llamativa esta formación humana sobre la comercial calle Fuencarral, plagada de tiendas de moda, a pasos de Gran Vía. Un curioso se acerca a preguntar si la espera se debe a alguna oferta. No. Se trata de Gilles Lipovetsky, precisamente el fisiólogo de la sociedad de consumo, de la hipermodernidad, que se presenta para compartir sus ideas. Caballero de la Legión de Honor, la más importante de las distinciones francesas, Lipovetsky alerta sobre la fragilidad del individuo en siglo XXI, un ser ansioso a quien acecha la angustia.
Invitado a Madrid para inaugurar un programa en la prestigiosa IE Business School (en colaboración con Fundación Telefónica), el filósofo y sociólogo francés define el mundo actual por su ligereza (De la ligereza, Anagrama 2016), término que nada tiene que ver con lo light o lo banal. La era de consumo del siglo XXI ofrece condiciones de vida de esta naturaleza (bienestar, turismo, placer) y su individualismo repele las ideologías extremas, como las que marcaron el siglo pasado. Provocador, generoso en sus respuestas -contesta con su voz, con sus manos, con sus inflexiones y con una gran batería de gestos-, Lipovetsky es también defensor de los reclamos feministas (La tercera mujer, 2006). Considerado un gurú por ensayos como La era del vacío (1983) o La sociedad de la decepción (2008), en su próximo trabajo, que se publicará este año, reflexiona sobre un mecanismo de supervivencia que rige la vida contemporánea: la seducción. Un tema que conduce, de nuevo, a la fragilidad del hombre hipermoderno.
Nació en 1944 en París, un año y un momento crítico y convulso. ¿Cómo fue su infancia?
Viví hasta los veinticinco años en París en un entorno social muy moderno. Teníamos una sola sala y allí vivíamos todos. No teníamos ni baño, ni ducha, ni refrigerador. Pero nunca sufrí ni sentí una sensación de pobreza. No me gustaba nada ir el colegio porque era un lugar muy autoritario. Era un niño sin problemas.
Una infancia muy alejada del consumo.
Sí, a mis diez años, mis padres compraron un pequeño coche, luego la televisión. Y así, poco a poco, llegó un momento glorioso de la economía en Francia. La sociedad de consumo se fue desarrollando, pero no es la sociedad de hoy, de hiperconsumo. Ya por entonces me gustaba estudiar.
¿Cuál fue su experiencia durante Mayo del 68?
Por entonces la juventud estaba muy marcada por el marxismo. Había un movimiento de extrema izquierda y yo era parte de ese movimiento. En 1968 no era consciente de que estábamos viviendo una revolución, porque no había un partido revolucionario. Participaba en los movimientos estudiantiles de la Sorbona, pero estaba un poco distante. También participé en las discusiones y en las manifestaciones, sin ser muy militante. Con el tiempo descubrí que la verdadera obra de Mayo del 68 fue un cambio en el amor, en la pareja, en el vínculo con los padres. Mayo del 68 provocó un liberalismo cultural en toda la sociedad.
En La era del vacío hay un ensayo sobre el humor. ¿Cómo vivió los hechos del ataque terrorista a la revista Charlie Hebdo, en 2015? ¿Se puede hacer humor con cualquier materia?
Soy un liberal y un republicano. Para mí, la sociedad democrática debe ser laica y debe reposar sobre la libertad de expresión. La prensa puede tener la libertad de criticar y de hacer caricaturas. No fueron estas últimas las que provocaron el ataque terrorista. No sirve de nada prohibir, porque los movimientos yihadistas van a actuar de todas formas.
Ha escrito sobre el peligro del populismo y también del desencanto del votante actual hacia los partidos tradicionales. Esta semana estuvo reunido el presidente Alberto Fernández, peronista, con su par Emmanuel Macron. ¿Qué opina sobre la política argentina?
No soy un especialista en este tema. Me faltan elementos para poder responderle. Sé que hay una crisis económica terrible. Conozco la Argentina, estuve diez veces allí, me llaman mucho para dar conferencias. Lo que me parece increíble es la degradación del país. En los años 20 se pensaba que la Argentina sería una de las cinco grandes potencias. Un país con una gran riqueza, con un gran sistema escolar, que tenía todo para el éxito. No puedo encontrar una explicación.
¿Considera que los próximos conflictos internacionales serán provocados por la emergencia climática? Hay quienes anticipan que aquí residen las guerras en el futuro, por el control de los recursos naturales.
Sí, lo he leído. Pero no lo sé. Las guerras entre grandes potencias seguirán estando marcadas por intereses políticos y religiosos. Creo que los conflictos del futuro estarán más relacionados con el nacionalismo, con la defensa de los intereses nacionales. Lo que sí creo es que habrá dramas sociales terribles si no hay una solución ecológica. Las aguas subirán y habrá oleadas de migrantes que irán hacia tierra adentro.
Hay un conflicto del cual poco se escribe y que usted ha estudiado con detalle: la fragilidad del hombre contemporáneo en la era del individualismo.
Mientras más libres son los individuos y más libres construyen sus vidas, más frágiles son. Manifiestan ansiedad, estrés, depresión, angustia. Se pensaba que más libertad iba a dar más felicidad, pero estamos lejos de que sea así. El individualismo pacificó mucho el conflicto social. No hay guerras civiles. Lo que sí hay es conflictos personales, con nosotros mismos. Hoy tenemos que estar constantemente eligiendo, en este tiempo de ligereza, las cosas más básicas, como comer, y entonces leemos cómo está hecho un producto, nos informamos, buscamos no engordar, etcétera. La sociedad ligera crea ansiedad porque nada es evidente. Las cosas más elementales exigen recabar información y una posterior decisión.
¿De qué modo podemos fortalecernos para no ser tan frágiles?
No lo sé. Solo observo que la gente se siente mal y busca ser más fuerte. Cada vez hay más practicas de desarrollo personal: psicoterapia, yoga, meditación. Los individuos buscan la espiritualidad para sentirse mejor y más fuertes. Creo que la sociedad liberal e hipermoderna les quita la seguridad y la autoestima a los individuos.
¿Y la familia? ¿Qué rol cumple en esta sociedad?
Ahora sos libre porque tenés libertad para separarte, para no casarte. Hoy el individuo es más importante que la familia como institución.
Entonces, ¿qué propone para mejorar este escenario, para fortalecer la autoestima de las los individuos?
Hay que brindar instrumentos para que la gente pueda hacer cosas de las que se sienta orgullosa. Por eso soy partidario de una educación artística, no en nombre del arte, sino en favor de la creatividad. La gente no es feliz con sus trabajos, los consideran muchas veces trabajos de mierda o idiotas. Pero luego sí se sienten orgullosos de pintar o de cantar en un coro. Pero, de todos modos, la fragilidad y la vulnerabilidad son inevitables, porque la sociedad hiperindividualista no está protegida ni por la religión ni por la tradición. Hoy el hombre está totalmente solo e indefenso.
Me anticipo a su próximo libro sobre la seducción. En este tiempo de baja autoestima, ¿el culto al cuerpo y el hedonismo son estrategias, quizá equivocadas, para fortalecernos?
La sociedad de la seducción es la sociedad del hiperconsumo. Esta ha hecho caer las tradiciones y hay que seducir constantemente porque esto legitima la puesta en valor de uno mismo. Antes, en las sociedades tradicionales, la moral y la religión condenaban estas actitudes, mientras que hoy las marcas cosméticas, la moda, los cambios estéticos son un imperativo. Estar bien es un mandato. En las redes sociales todo el mundo se pone en valor. Las personas ofrecen una imagen seductora y retocan sus fotos para verse mejor.
Entonces pareciera que no somos tan libres. Usted ha escrito en sus libros sobre la tiranía de la belleza.
Así es. Las normas de la belleza están en todas partes. Ser delgado es un imperativo tremendo que las mujeres, en particular, padecen. Es una paradoja. En la sociedad liberal te podés vestir como te da la gana, sos totalmente libre; sin embargo, tu cuerpo debe estar delgado y perfecto. Solo hay un modelo, el cuerpo delgado. En todo lo demás hay muchos modelos; en la educación, por ejemplo; incluso hay más de cuatrocientas psicoterapias. Sin embargo, esta tiranía es menos extrema que otras anteriores. En 1900 la idea era "mantenete guapa, pero callada".
Anticipó en La tercera mujer, hace dieciséis años, algunos debates que se promueven hoy desde el feminismo. ¿Cómo evalúa usted la evolución del feminismo de aquel tiempo a esta parte?
Las grandes tendencias que había tratado siguen ahí: la mayor parte del trabajo en la casa la siguen haciendo las mujeres y la belleza es algo que ocupa y se les exige más a las mujeres que a los hombres.
¿Cómo analiza el #MeToo?
Creo que ha permitido tomar la palabra a mujeres que antes tenían vergüenza de hacerlo. Les permite protestar y conduce a los hombres a reflexionar; no a todos, pero sí a los más jóvenes. Sin embargo, en este movimiento hay también un riesgo: una victimización excesiva de lo femenino. Cuando se lee en las redes sociales testimonios de las mujeres que expresan su malestar, uno se sorprende muchas veces porque se colocan a sí mismas como víctimas. Se da una imagen de una mujer que no es la mejor. Es demasiado frágil.
Algunos autores, como Steven Pinker, sostienen que hoy el mundo es menos violento que antes. ¿Está de acuerdo con esta idea? ¿Cuál es su perspectiva sobre el futuro de la humanidad?
Indudablemente, los signos del presente son muy inquietantes: la ecología, los populismos, la sobrepoblación, y no tenemos muchas soluciones en el corto plazo. A pesar de eso, observo que la humanidad no es tan inmoral como se dice. Los hombres no son más egoístas que otras veces. Los ideales de justicia y de entrega son más amplios que en otras ocasiones. Las amenazas políticas son reales, pero no tienen la misma intensidad que en el pasado. Pienso que la inteligencia humana es ilimitada y lo propio del hombre es crear problemas y solucionarlos.
¿Entonces es más optimista que pesimista?
Debemos tener cierto optimismo, porque si decimos que todo es un desastre, nada tiene sentido. Admiro a los investigadores que encuentran soluciones para la salud. No todo es negativo. Hemos ganado, en un siglo, treinta años de expectativa de vida. Eso es gracias a la ciencia. Tenemos mejores condiciones de vida. La salud de los hombres tiene que estar en el desarrollo de la inteligencia colectiva, en el desarrollo de una educación que permita la innovación. Esa es la solución en el largo plazo, la innovación. No es una solución perfecta, pero es la única. Vamos a inventar nuevas formas de energías renovables, de agricultura, modos de circulación que no contaminen. Es la única vía que tenemos. Esto ocurre en los laboratorios, en los colegios y en las universidades. La aventura de la modernidad es inseparable de la ciencia y la educación.
Poco antes de morir, George Steiner dijo que le hubiera gustado escribir ficción. ¿Le gustaría plasmar sus ideas en forma de ficción y no de ensayo?
Lo he intentado, pero no me gustaron los resultados. Si hubiera tenido la opción, me hubiera gustado hacer cine. Más que escribir una novela, escribir películas. Cuando vuelva otra vez a la Tierra, lo intentaré.
Gilles Lipovetsky nació en París, en 1944. Filósofo y sociólogo, tras el éxito de su primer libro, La era del vacío (1983), se convirtió en uno de los intelectuales franceses más leídos de la segunda mitad del siglo XX. Entre sus muchos libros, figura