Federico Falco. "La ayuda y el sostén a la cultura deberían ser prioridad tras un año tan duro"
Finalista del Premio Herralde, el escritor cordobés afirma que, tal como ocurrió luego de la crisis de 2001, la actividad cultural y editorial es crucial para generar nuevos espacios de encuentro
Pese al perfil bajo que cultiva, este año el narrador cordobés Federico Falco fue noticia cuando se informó que su novela Los llanos (Anagrama), que llegó a las librerías argentinas en este mes, había resultado finalista del Premio Herralde de Novela (el primer premio fue para el español Luisgé Martín, por Cien noches). Este hecho coincidió con que varios escritores cordobeses ganaron premios en 2020. "La verdad es que no sé a qué adjudicar esa sincronicidad -dice-. En el caso de mi generación, se podría pensar, de manera más directa o indirecta, en cierta influencia que ejerció sobre nosotros un grupo de narradoras que empezaron a publicar y coordinar talleres a mediados de los años noventa, como María Teresa Andruetto y Lilia Lardone, pero lo que ha sucedido este año va mucho más allá de eso, abarca autores de varias generaciones, con estilos, temáticas y recorridos muy diferentes entre sí, algunos que viven y trabajan en Córdoba, otros que ya hace tiempo no vivimos más allí". En 2020 también debutó como director de la colección de libros de cuentos de la editorial Chai, para la que tradujo relatos de la estadounidense Deborah Eisenberg, una de las revelaciones editoriales en un año tan opaco, por no decir sombrío, para el sector del libro.
¿Los llanos es una novela con elementos autobiográficos?
Me gusta esa frase de Alice Munro que dice que buena parte de sus cuentos son autobiográficos en los sentimientos pero no en los hechos. Una de las preguntas de la novela es qué tipos de relatos nos contamos a nosotros mismos, qué efectos tienen esos relatos sobre nosotros y qué pasa cuando esos relatos se caen. Al principio no me convencía del todo que el narrador fuera un escritor, pero por otro lado sentía que era el personaje ideal para pensar esas preguntas. ¿Qué pasa cuando a alguien que se construye a sí mismo como narrador se le vienen abajo los relatos sobre los que se sostenía? Ese es uno de los ejes de la novela y de a poco fui encontrando la posibilidad de armar un personaje muy libremente basado en mí. No fue un proceso fácil, sobre todo porque me daba cierto pudor hablar de mí o de cosas cercanas. Entenderlo como un personaje y como una obra de ficción me ayudó.
¿Por qué hay tantas reflexiones del narrador y de otros autores sobre el acto de escribir?
La novela intenta explorar ciertas tensiones entre arte y vida, entre las historias que inventamos o imaginamos y lo que nos sucede, entre las historias que leemos y lo que vivimos. El personaje está obsesionado con la forma de los relatos y, al mismo tiempo, está descolocado porque de pronto su vida se desarmó y no siguió el hilo del relato que él había imaginado para sí mismo. Eso lo pone en crisis, no solo con su propia vida, sino también con su escritura. De ahí ese reflexionar sobre el escribir, sobre la forma de las historias, sobre los efectos que los relatos tienen sobre nosotros. Es una novela sobre leer y sobre escribir: la lectura es compañía pero también lugar de encuentro. Lo que leemos y escribimos tiene efecto en nosotros.
¿Te sentís identificado con esa imagen de escritor?
Siempre me impresionó lo poderosa que puede ser una primera persona, aún más en un texto de ficción. Yo mismo, leyendo textos de ficción de amigos a los que conozco bien me descubro pensando "esto le tiene que haber pasado, esto es cierto". Por eso desde el principio sentí que no valía la pena cambiar mi nombre o ciertas locaciones, porque cualquiera que me conociera iba a pensar "este es él" y me parecía que a la novela le venía bien jugar un poco ese juego. Más allá de eso, soy alguien mucho más gregario que el narrador de Los llanos. No sé si podría enfrentar tanta soledad durante tanto tiempo.
¿La literatura tiene para vos una función catártica?
La escritura puede ser una gran manera de encontrarse a uno mismo, de procesar, de poder leerse desde la distancia que imponen el lenguaje, las palabras. Pero también creo que en cuanto aparece en el horizonte la posibilidad de hacerla pública, esa escritura comienza a prefigurar a un lector del que, en mayor o menor medida, uno debería hacerse cargo. Me gusta eso que dice Walter Benjamin, que escribir es básicamente un proceso telepático. Escribir sería hacer telepatía, meterse en la cabeza del otro. Y si uno va a meterse en la cabeza del otro, mejor hacerlo con cierta atención y amabilidad para que la experiencia sea valiosa para ese otro. Lo pensaría como un proceso en dos tiempos o dos movimientos: un primer momento que podría llegar a ser catártico para el autor, y un segundo movimiento que implica dar cierto orden a esos materiales, procesar eso que surgió hasta encontrar una forma, una manera de decir, que habilite el encuentro con el lector.
¿Escribís desde chico?
Sí. Leía un montón y escribir supongo que empezó como una especie de juego. No escribía todo el tiempo pero a veces, de tanto en tanto, "jugaba a escribir" y abrochaba un par de hojas de carpeta para armar un libro, le hacía un dibujo en la tapa, ese tipo de cosas. Me acuerdo perfectamente de estar en la escuela primaria y querer llegar rápido al secundario porque, en mi fantasía, en el secundario nos iban a enseñar a escribir cuentos.
¿Cómo imaginabas la vida de escritor? ¿Se parece a esta?
No sé si imaginaba cómo sería la vida de un escritor. Hasta que tuve dieciocho o diecinueve años no conocí a ningún escritor de carne y hueso, así que lo que podía pensar al respecto no necesariamente tenía que ver con las cuestiones prácticas de la vida de un escritor. En todo caso lo que imaginaba era más del orden de lo que un escritor podía lograr. Supongo que fantaseaba con la posibilidad de que la escritura pudiera salvarme, darle un sentido a mi vida, una dirección. Tardé mucho tiempo en advertir que, como dice el narrador en la novela, "no se le puede pedir a la escritura algo que la escritura no puede dar".
¿Cómo viviste este año?
Lo pasé en Buenos Aires. Tuve mucha suerte porque en ningún momento me faltó trabajo. Al principio, no podía leer ni escribir, pero estaba terminando una traducción y era un trabajo ideal para ocupar el tiempo en esas semanas de tanta incertidumbre y soledad: me exigía concentración y olvidarme de todo por una buena cantidad de horas diarias. Después empezamos con los talleres por Zoom. No confiaba para nada en las posibilidades de lo virtual, pero terminó funcionando muy bien, y fue una gran manera de encontrarse con otros en esos meses tan duros. Más allá de eso, hubo y hay momentos de angustia y ansiedad, de aburrimiento, de mucha incertidumbre. Si miro hacia atrás, la verdad es que no sé muy bien cómo hice para atravesar todos estos meses. Supongo que a todos nos pasa más o menos lo mismo.
Esta es tu primera novela larga. ¿Costó mucho pasar del cuento y la nouvelle a la novela?
No costó porque tardé en darme cuenta de que estaba escribiendo una novela. Si lo hubiera sabido desde el principio, probablemente la ansiedad hubiera sido mayor y el resultado, diferente. Pero fue un texto que se fue armando de a poco, como una superposición de materiales que yo sentía que estaban relacionados entre sí pero que no entendía muy bien por qué. Algunos fragmentos son de hace bastantes años. Otros surgieron como posibles cuentos, otros como textos con los que no sabía qué hacer. Todos eran sobre temas que me interesan desde hace años: el paisaje, el paso del tiempo, las relaciones y los vínculos que armamos para sostenernos, la escritura. Una vez le escuché decir a Vivi Tellas una frase que me impactó: "Cuando uno está trabajando en varios proyectos al mismo tiempo una posibilidad es que todos sean el mismo proyecto". Cuando entendí qué era lo que vinculaba esos fragmentos, la novela se armó ante mis ojos.
¿Dirías que tu literatura retoma una tradición local e internacional de narrativas rurales?
Siempre me gustaron los libros en los que puedo reconocerme o reconocer los paisajes de los que provengo. No sé si hablaría de una tradición, porque en algunos casos son libros muy disímiles entre sí o que provienen de contextos diferentes. Sí hablaría de libros que fueron guías para mí. Pienso en los cuentos de William Trevor, de Claire Keegan y otros autores irlandeses. En La estepa, de Chejov. En la poesía de José Pedroni, en El campo y Campo Albornoz, de Osvaldo Aguirre, que son dos libros preciosos. En Una idea genial, de I Acevedo. En Sara Gallardo, en Allá lejos y hace tiempo, de Hudson. En la poesía de Elena Anníbali, en Marilynne Robinson y en Annie Dillard. Y en Saer, por supuesto. En la idea de "zona", de Juan José Saer, en sus novelas, en El río sin orillas.
¿Ves más variedad de imaginarios en la literatura que se escribe en el país? ¿Y más visibilidad de autores de provincias?
Tengo la sensación de que variedad de imaginarios hubo siempre. Pero tampoco quisiera caer en la idea de que los mundos que pueda crear un autor están atados a reflejar los paisajes y las circunstancias del lugar en que nació. Cada uno, viva donde viva, tiene que escribir sobre lo que tenga ganas. Respecto de la visibilidad, la situación es un poco mejor que hace algunos años, pero todavía falta camino por recorrer. El gran desafío sigue siendo la distribución, porque las redes sociales pueden hacer visible a un autor o a una editorial, pero si su libro no circula, el efecto de esa visibilidad se vuelve limitado. En ese sentido, el esfuerzo que hacen muchas editoriales del interior es descomunal, y sin embargo pocas logran dar el salto.
El narrador de tu novela hace el duelo porque Ciro, su pareja, dejó de amarlo. ¿A qué atribuís el creciente interés en narrativas de las disidencias sexuales?
Los avances en tema de visibilidad han costado mucho trabajo y esfuerzo lograr, y es un espacio a resguardar y sostener. En las últimas décadas en la sociedad se han ido dando una serie de debates y era esperable y deseable que eso se viera reflejado en el campo literario y el mundo editorial, que ya desde hace un tiempo se volvió un ecosistema más amplio y diverso, con capacidad para dar representación a múltiples voces y puntos de vista.
Además, se reconstruye la historia de una familia de inmigrantes en General Cabrera. ¿Cambió mucho el contexto en los llanos?
Es bastante evidente que para las zonas de tierra fértil el cambio ha sido abrumador. No solo por la extinción casi total de la flora nativa y buena parte de su fauna, sino también por la mecanización y los cambios en las condiciones de trabajo, que hicieron que a lo largo del siglo XX buena parte de los pequeños productores desaparecieran o migraran hacia centros urbanos y las áreas rurales quedaran casi por completo despobladas.
Sos también editor del pequeño sello Cuentos María Susana.
Llegar a una primera publicación todavía no es fácil. Incluso para autores que tienen una novela entre manos, ni hablar si el manuscrito es un libro de cuentos. Pensando en esto, con Gonzalo Segura armamos el año pasado una editorial dedicada a publicar cuentos en libritos individuales, un cuento por librito, en un formato casi de fanzine. Es un proyecto pequeño pero que intenta poner a circular textos, generar encuentros, ampliar los espacios de publicación. Las tiradas son chicas y vamos publicando de a tres cuentos por vez. Para favorecer la circulación, les pedimos a algunos autores ya establecidos que nos cedan un cuento y lo publicamos junto con los de dos autores inéditos. Hasta ahora llevamos publicados quince títulos.
¿Tenés una opinión sobre las políticas culturales durante 2020?
Siempre habrá cosas para hacer. Más allá de eso, este año fue terriblemente duro para la gente del teatro, de la música, de la danza, para las salas independientes, para los centros culturales, para todas aquellas actividades que implican presencia y espacios cerrados. Sé que hubo y hay programas de ayuda, que algunos fueron más efectivos que otros, pero igual creo que la ayuda y el sostén a esas actividades debería ser una prioridad.
¿Y sobre el panorama de la literatura y de la edición literaria?
El panorama de la literatura argentina siempre me pareció muy fértil, variado, multifacético, plural. Varios de los autores que leí y que más disfruté en los últimos tiempos nacieron en los años noventa. Y ya, muy lentamente, empiezan a aparecer autores nacidos en los 2000. Respecto del panorama editorial, tengo la sensación de que los últimos años han sido de desafíos constantes, pero también que hay una serie de editoriales independientes que están haciendo un trabajo extraordinario. Estos tiempos de pandemia me hacen acordar a los años que siguieron a la crisis de 2001. La situación, las causas y el contexto son diferentes, pero me parece que son momentos para concentrarse en el hacer, volver a lo autogestivo, lo cooperativo, armar proyectos aunque sea de manera virtual, para favorecer los cruces, los encuentros.