Esteban Ierardo: "El enorme flujo de información convive con el desinterés por el conocimiento"
En una escena algo desapercibida del teatro post-PASO, cronistas revolotean en torno al candidato Alberto Fernández. Quieren saber si en el final del "lunes negro" el presidente Macri se comunicó o no con él. Uno de ellos, acaso nativo digital, arriesga una hipótesis: "¿Le clavó visto?". Se trata de una actualización de los viejos cabildeos de la política llevada al extremo de la instantaneidad. Hay que entender ese código. "Clavar visto", como quien recibe el mensaje pero prescinde de dar una respuesta. Toda una definición en la coyuntura argentina.
"La cuantificación del fordismo que la izquierda criticaba es llevada hoy al paroxismo en las redes sociales. Algo importa, no por lo que vale sino por la cantidad de clics o likes que tiene. O por si alguien le clava visto en el WhatsApp", dice Esteban Ierardo, autor de Sociedad pantalla y Mundo Virtual (Continente), dos libros que reflexionan sobre tecnología y cultura a partir del impacto distópico de la serie Black Mirror. Se le ha pedido a Ierardo que, en su carácter de filósofo, reflexione sobre el episodio tecnopolítico mencionado al principio de esta nota, pero él, amablemente, se niega: "Para mí la filosofía justamente es no tener especialidad. Soy un librepensador que trata de pensar procesos culturales. No soy un tecnólogo ni me interesa serlo. En mi caso, no hablo de tecnología en un sentido duro o técnico, digamos; de sus procesos internos o matemáticos, sino de sus efectos culturales. Hay que aclararlo, porque quienes comprenden el funcionamiento real de las cosas que nos rodean en este entorno son los técnicos, los ingenieros".
Uno de los problemas es justamente ese. Vivimos utilizando dispositivos de los que desconocemos su funcionamiento.
Absolutamente. Hegel le daba a lo concreto una significación distinta de la del sentido común. Lo concreto no tiene que ver simplemente con la cosa que está ahí de manera física, cristalizada -un celular-, sino que lo concreto tiene que ver con los procesos que permiten que algo llegue a ser. Por lo tanto, los Smart TV o los celulares inteligentes no se autoproducen mágicamente como parecería ser nuestra idea implícita. Ahí está la perdida de lo concreto. Lo concreto tiene que ver con comprender cómo algo llegó a ser lo que es. Estamos rodeados de un paisaje que nos constituye como sujetos, que es la relación ineludible con los dispositivos; la dependencia a nivel cotidiano y el desconocimiento total sobre sus procesos de creación, funcionamiento y consecuencias culturales. Estamos inmersos en una realidad que no comprendemos.
¿Es ese estado que en Sociedad pantalla llama "sonambulismo tecnológico"?
No, esas son expresiones que sirven para categorizar aspectos generales; el mundo intelectual no está exento de cierto sensacionalismo. Hay que evitar la totalización de los conceptos. Pero sí es bueno remarcar que hay pensadores que son críticos respecto del uso que se la da hoy a la tecnología, y hablan de fomentar una desconexión.
¿Es posible eso? Da la sensación de que no hay marcha atrás.
Para el proceso de globalización tecnoeconómica no hay marcha atrás. Pero desde la perspectiva de un individuo, sí puede haberla. Una marcha atrás en el sentido de un uso consciente, a partir de una decisión personal, que evite la dependencia innecesaria. Un análisis crítico necesariamente tiene que poner a la tecnología en una perspectiva dual, ambivalente, propia de aquel dios romano, Jano, que miraba con dos caras. Pensemos que todo este mundo era impensable en 1900, aun para las mentes científicas más de vanguardia de la época.
Por esa imposibilidad de pensar este futuro, ¿ese hombre era distinto al de hoy?
Creo que no, porque lo impensable de 1900 lo podemos trasladar a 2019. Cambian los contenidos, pero no la forma de lo impensable. Hoy tampoco se pueden prever los impactos futuros de acá a 30, 40 o 50 años. A esto lo llamo el hiperfuturo y el punto de previsibilidad. Se puede prever hasta dónde puede llegar la computación cuántica, por ejemplo, que es lo más sofisticado, de acá a diez años. Pero hay un punto en el cual ya no se puede proyectar más. Ahí es donde se instala el principio de imprevisibilidad.
El tecnólogo Ray Kurzweill propone 2045 como la fecha en que las computadoras alcanzarían el mismo desarrollo que el cerebro humano.
El famoso tema de la singularidad tecnológica. Pero eso es algo muy especulativo y tiene componentes más de deseo que de proyección racional. Esa fecha supone el principio de autonomía de los ordenadores. Pero pensémonos de acá a cien o doscientos años. Ya no queda ni una traza de especulación racional posible para el futuro. Estamos bajo el principio de imprevisibilidad y de lo impensable. La tecnología nos enfrenta a lo impensable todo el tiempo. Lo impensable tiene que ver con no poder pensar lo que van a ser la tecnología y todas las estructuras sociales en el futuro. Es un tema que pareciera rozar la ciencia ficción. Pero hay un problema. Vivimos en un contexto en el que la ciencia ficción está por detrás.
¿Hasta qué punto se puede seguir hablando de ciencia ficción, hoy?
Tiendo a creer que el auge de la ciencia ficción fue en la posguerra, donde la tecnología era parte de una competencia entre bloques ideológicos y culturales enfrentados. A partir de Julio Verne, fines del siglo XIX, la ciencia ficción parecía estar por delante del desarrollo tecnológico. Hoy basta que uno se ponga a ver las noticias de los adelantos tecnológicos para ver que la ciencia ficción empieza a estar por detrás. La ciencia ficción ya está aplicada, consumada. El grado de velocidad en la concreción de desarrollos que parecían de ciencia ficción, y por lo tanto de un futuro muy lejano, es parte de un presente cristalizado o de un futuro inminente.
Esto hace que uno se pregunte si Black Mirror es ciencia ficción, como lo era La dimensión desconocida, o es crítica social contemporánea.
Me inclino por lo segundo. El imaginario popular que liberó La dimensión desconocida fue contemporáneo a la lucha por la conquista espacial y anterior a la llegada del hombre a la luna. Black Mirror parecería algo más bien hecho a posterioride un impacto tecnológico ya instalado, con sus consecuencias culturales e incluso éticas.
¿Qué cambia en la matriz cultural ir de la proyección al espacio exterior a la inmersión en lo que llamamos ciberespacio?
Tiene consecuencias muy cotidianas a nivel de la percepción. Yo hablo de una sociedad de la excitación, cuyas consecuencias tienen que ver con el debilitamiento en la percepción del entorno debido a lo que llamo la mirada intrapantalla o el sujeto intrapantalla. Esto provoca cosas como el debilitamiento de la mirada artística como legado cultural. El legado de la mirada artística es la lentitud y la percepción consciente de un dato de color, de luz o de sonido. Nuestra vida cada vez está más encapsulada en esta subjetividad intrapantalla que tiene como consecuencia un debilitamiento, no solo de la percepción artística sino también de la percepción crítica de todos estos procesos.
¿Esto quiere decir que de acá a treinta años no vamos a tener nuevos artistas?
No hablo de los profesionales del arte, sino de algo humano, algo implícito en nuestra formación perceptiva. Hablo de la pérdida de la percepción artística como mirada modeladora de la realidad.
En el libro Futurabilidad, el ensayista Bifo Berardi sostiene que la cultura humanista ha sido desbordada y habitamos las fronteras de una tecnobarbarie. ¿Qué piensa?
A mi modesto ver, se trata de otro concepto de sensacionalismo intelectual. Soy partidario de la mirada con matices. Suponer que solo hay una tecnobarbarie es perder de vista lo positivo del desarrollo tecnológico. Sí veo una paradoja entre tener el mayor flujo de información disponible de la historia y el desinterés absoluto por utilizarla para construir conocimiento. Ese desfasaje entre información disponible y retracción de los procesos cognitivos sí puede verse como una suerte de regresión. Se relaciona con el deterioro del proceso de lentitud en el análisis o en la experiencia de la lectura. Atrapados por la fascinación de que todo sea veloz e instantáneo, como sucede en la inteligencia artificial, creemos que nosotros también debemos entregarnos a la recepción inmediata de todo. La consecuencia es la destrucción de la lectura, que se percibe aburrida, fastidiosa, lenta. Leer cualquier cosa, desde Joyce a un libro de texto, requiere de una lentitud que contradice esta forma de vida.
En este contexto un chico de 13 años gana 900 mil dólares jugando en red al Fortnite, un "deporte electrónico".
Tiene que ver con esta subjetividad intrapantalla de la que hablaba antes. Para un chico que recibe como estimulo la idea de que la vida exitosa se da online, es cada vez más natural buscar triunfar ahí. El desplazamiento de los deportes a la competencia electrónica, como es el caso del Fortnite, es algo que va a verse mucho más en el futuro. Porque hay dinero y porque hay reconocimiento social. Todo esto contribuye a la naturalización de la transferencia de la vida en el espacio a la pantalla. Lo que trae una erosión de la percepción del espacio, y de la relación con el propio cuerpo. El mundo real es succionado por la subjetividad intrapantalla y es aquel peligro que la filosofía señalaba sobre el sujeto solipsista monadológico: el alma encerrada en sí misma sin ventanas al mundo exterior. Platón decía que la realidad está en el mundo de las ideas, y la realidad online está haciendo que la vida sea cada vez más metafísica, más allá de lo físico.
¿Volvemos a la caverna?
Sí. Estamos construyendo una realidad donde la realidad en su grado más alto está fuera de los sentidos corporales.
Durante la transmisión de un partido de fútbol el domingo pasado se veía correr a Carlos Tévez, mientras una pantalla anunciaba la proyección de su biopic en Netflix. ¿No parece una escena de Black Mirror?
Son como mundos paralelos. Aparece el mundo físico con todos sus procesos de lentitud, y el mundo virtual donde todo debe resolverse con velocidad. El mundo virtual del entretenimiento necesita de figuras que estimulen el consumo inmóvil y Tévez ya ha sido convertido en un personaje de excitante éxito globalizado. Este Apache de la globalización digital no es el Apache real, y por eso esa escena crea una disonancia. En el mundo digital, el tiempo físico se transforma en algo que es dominado por algo así como un metatiempo, que es el espectador con la capacidad de modificar el tiempo para entretenerse. El imaginario digital supone que viviremos en una realidad más satisfactoria, olvidándonos de que seguimos perteneciendo a un tiempo no editable. Pertenecemos a un tiempo relacionado con la finitud.
¿Se crea un abismo entre lo que la tecnología dice y lo que efectivamente somos?
Se crea una instancia que es peligrosa cuando aceptamos transferir nuestras facultades reales a su conversión imaginaria: Facebook como teatro virtual del yo. Es más seductor construirte un personaje virtual que vivir tu vida con todo lo amargo e insatisfactorio que puede tener. Ese personaje de uno mismo idealizado en las redes sociales, obviamente que va a entrar en conflicto. Freud hablaba del retorno de lo reprimido. Se está creando una nueva instancia de lo reprimido en esta mezcla de lo físico y lo virtual. Se va a presentar un conflicto, porque reprimimos nuestras insatisfacciones a partir de esa conciencia online. El mundo real reprimido en algún momento volverá, y lo hará por los síntomas. Uno de los síntomas es que, a pesar de toda la idealización que nos construimos en las redes, hay una insatisfacción, un ruido de fondo que nunca desaparece. Y que a la larga va a estallar y derrumbar esta construcción ilusoria.
¿Imagina algo como una desconexión masiva?
No me imagino un proceso colectivo, una rebelión. Pero confío en una instancia de resistencia de la conciencia crítica individual.
Biografía
Esteban Ierardo es licenciado en Filosofía por la UBA. Ha dictado numerosos cursos en el país y en el extranjero sobre cuestiones de filosofía, literatura, historia cultural, arte y mitología. Autor de El agua y el trueno. Ensayos sobre arte, naturaleza y filosofía, y Sociedad pantalla. Black Mirror y tecnodependencia.