Ernesto Calvo. "Hay que disminuir la violencia en las redes, no la libertad de expresión"
Como todo científico, Ernesto Calvo apela a experimentos y modelos abstractos para explicar sus ideas. Y, como docente, también usa ejemplos y metáforas, como cuando compara los medios de comunicación y las redes sociales con las diversas variantes del ajedrez. "Cuando uno solo juega al ajedrez de velocidad, se acostumbra a una dinámica de juego totalmente distinta al juego tradicional", dice, en alusión a los nuevos hábitos de consumo de información, alterados por la aparición de las redes sociales.
Calvo es doctor en Ciencia Política por la Universidad de Northwestern, Estados Unidos. Actualmente es profesor en el Departamento de Gobierno y Política de la Universidad de Maryland y estudia, entre otros temas, los vínculos entre redes sociales, medios de comunicación y política.
Durante una reciente visita a la Argentina, Calvo aseguró que las redes sociales quedaron "atravesadas por la polarización política" que estamos viendo en diversos países, al transformarse en "una herramienta que potencia ese fenómeno". Asimismo, alerta sobre un debate público virtual marcado por la intolerancia y la presencia de trolls que, si bien están perdiendo "espacio y poder", todavía "distorsionan la circulación de información".
Finalmente, se refiere al uso del Big data por parte de la política, lo que conduce a una encrucijada: "No podemos gozar de los beneficios de que se personalicen nuestras necesidades si antes no damos información personalizada", dice. Según Calvo, "la tecnología es un arma de doble filo que les da a los partidos políticos la capacidad de responder mejor a las necesidades de los votantes", pero también implica una "mayor capacidad para manipular".
¿Cómo contribuyen las redes sociales a la polarización política?
Son un elemento que agrega, no que genera polarización. Hay condiciones reales de polarización que explican este giro que estamos viendo hacia populismos de derecha; tienen que ver con la situación política, económica y social de cada país. Hay un fenómeno que llamo "el perro de Pavlov 2.0": uno lee un tuit y se enoja. Con Natalia Aruguete hicimos un experimento aleatorio donde expusimos a las personas a tres tipos de estímulos: un grupo vio un tuit de un medio oficialista, otro de un medio opositor y otro no vio ninguno. Después les preguntamos dónde ven ideológicamente a Mauricio Macri y a Cristina Kirchner. Los que habían sido expuestos a tuits los veían más lejos que el grupo que no. Por tanto, cuando les damos información a los votantes a través de Twitter u otras redes, hay algo que se activa políticamente que incrementa la polarización. Eso no necesariamente quiere decir que Facebook, Twitter y WhatsApp polarizan. Se han transformado en conductos de la polarización.
¿Qué pasa si se reemplaza el mensaje político por otro tipo de contenido?
Si el tuit es sobre River y Boca, la gente no se polariza de esa forma. Las redes quedaron atravesadas por la polarización política.
¿Por qué hay tanta intolerancia en el debate público virtual?
Las redes son un amplificador y esa amplificación puede ser de causas que nos unen, como pasó con #NiUnaMenos, o que dividen. Cuando se forman distintas subestructuras, con un grupo de un lado y otro del otro, las narrativas de ambas comunidades empiezan a divergir y se polarizan. El tipo de plataforma utilizada produce comunicaciones que activan de distinto modo. Facebook permite comentarios bastante largos, la gente se extiende en argumentaciones, conecta con amigos. Hay un clima en general menos agresivo que en Twitter, que tiene una comunidad más abierta y menor contenido de discurso. Eso se agrava en WhatsApp, que es todavía más restrictiva. Cuando usamos las redes, lo que hacemos es trabajar sobre nuestros propios supuestos o prejuicios. En un punto, estamos siempre saltando etapas; hay elementos que uno no está explicando.
¿Cómo impacta esto sobre la forma de procesar la información?
Está la memoria en línea, donde uno va respondiendo a medida que lee frases, y la memoria hacia atrás, que se activa cuando uno lee un texto largo. Cuando uno trabaja con memoria en línea, hay más activación y mayor intensidad emocional. Cuando me muevo de Facebook a Twitter y a WhatsApp, produzco pequeñas piezas de información que son más consistentes con lo que yo creo, que me activan emocionalmente y que recuerdo mejor. Así, el discurso se vuelve compacto, agresivo, cargado de supuestos.
¿Ocurre con la misma intensidad en todas las plataformas?
Un político que habla durante muchos minutos va generando tedio, poca claridad de información, y empieza a haber menor activación emocional. Si un político habla diez segundos y le responde a otro político el mismo tiempo, produce respuestas concentradas, que mantienen la energía. Frente a un debate donde los políticos dan informaciones claras a través de ideas sencillas como un tuit, la gente entiende, se posiciona, y esas posiciones pasan a ser extraordinariamente nítidas. La polarización es clara, fácil de identificar. Eso producen las redes sociales.
¿Cómo afecta esto a los medios de comunicación tradicionales?
La dinámica de medios tradicionales y redes sociales puede pensarse como el contraste entre el ajedrez de velocidad y el tradicional. En el primero, la información se concentra en el título y la bajada. Hasta ahí llega el lector promedio. En el tradicional, en cambio, tenés que seguir con el artículo, citar las fuentes, una cantidad de cosas que no se hacen porque se perdió la práctica de leer toda la nota. Cuando uno juega ajedrez de velocidad durante mucho tiempo, el tradicional se vuelve cada vez más lento y aburrido. El entrenamiento que produce el ajedrez de velocidad te expulsa del otro, te enseña a jugar de otra forma. Las redes sociales producen déficit de atención político, entrenan a la gente a jugar al ajedrez de velocidad, a responder y procesar rápidamente la información. Twitter es como el ajedrez de velocidad, un juego en el que no estás pensando en el largo plazo. Es un juego al error, buscás que el otro pise el palito. Cuando uno solo juega al ajedrez de velocidad, se acostumbra a una dinámica de juego político totalmente distinta.
¿Que apunta más al error del otro que al mérito propio?
Claro. En lugar de construir posicionalmente una jugada, conexiones, argumentos complejos, termina dominando el sentimiento, el error del otro, el paso en falso.
¿Qué pueden hacer los medios tradicionales para recuperar el atractivo?
Los medios juegan ambos tipos de ajedrez. Producen notas largas y publican el resumen de la nota periodística en las redes. Hacen circular la información en estas plataformas para el ajedrez de velocidad, como diciéndoles a los lectores: "Este es el resultado, disfrutalo. Y en caso de que quieras toda la justificación documentada, andá a ver la nota larga". No se han quedado pasivos. Sin embargo, el esfuerzo de inversión en la parte larga del juego va perdiendo valor económico. Salvo que sean notas que tengan un impacto muy alto, gran parte de la inversión en el trabajo de investigación no puede ser capitalizada.
¿Las redes afectan el poder de agenda de los medios?
Sabemos que en las redes sociales hay autoridades muy dominantes, que activan y concentran mucha información. Pero hay una pérdida de control de sus narrativas. Ya no compiten solo con otras marcas, sino también con los mismos usuarios, que activan algunos de los elementos de los medios tradicionales y eliminan selectivamente otros. El libro que estamos escribiendo con Natalia Aruguete muestra justamente el cambio de poder de la agenda cuando el contenido producido por medios tradicionales es activado con distinta frecuencia por los usuarios. Es una especie de modelo para armar. Cada uno pone ciertas piezas y hay algunas que la gente decide sacar. El encuadre final se produce a través de lo que llamamos "activación en cascada". Los medios tradicionales tienen solo participación en la composición de encuadres. Ya no tienen el mismo control noticioso editorial que tenían antes. Si bien conservan su capital simbólico, han perdido el control de las narrativas.
¿Qué capacidad tienen los trolls de incidir en el debate público?
Antes eran más influyentes, podían distorsionar la comunicación y producir violencia en las redes con mayor capacidad que hoy en día. Creo que están perdiendo espacio y poder. La ventaja organizativa y la impunidad que tenían está siendo afectada, en gran parte por la presión de los gobiernos para que los dueños de las plataformas empiecen a actuar.
¿Cómo se regula sin amenazar la libertad de expresión?
La regulación es algo difícil de implementar porque los gobiernos tienen poca capacidad para intervenir en los actos privados de las personas sin afectar la libre expresión. Lo que mejor ha funcionado ha sido la responsabilización, cuando los gobiernos les dicen a las autoridades de las redes sociales: acá necesitan hacer algo o de lo contrario serán responsabilizados. Ahora los dueños de Twitter y Facebook saben que existen costos por no administrar la violencia en las redes. Hay que distinguir claramente el límite entre las formas de violencia en las redes y la libertad de expresión. Para eso, los Estados y los actores privados y sociales tendrán que negociar qué constituye un acto de violencia o de acoso, cuáles son las formas de intervención en las redes que deben ser penalizadas por las compañías. Uno de los grandes problemas es que hay muchas zonas grises. Hubo muchos casos en que las compañías censuraron contenidos o dieron de baja cuentas porque violaban reglas internas, lo que significó una violación de la libre expresión. Necesitamos definir mecanismos de administración para que disminuyan los niveles de violencia en el medioambiente digital; el objetivo debe ser disminuir la violencia en las redes, no la libertad de expresión. En nuestras interacciones cotidianas ya disponemos de definiciones sobre abuso, discursos de odio, ejercicio de la violencia verbal. Lo mismo debe hacerse respecto de las intervenciones en redes.
¿Hacia dónde se dirige el vínculo entre política y tecnología?
Con Victoria Murillo acabamos de publicar el libro Non-Policy Politics, donde analizamos los beneficios no políticos anunciados por los partidos y que los votantes consideran al decidir su voto. Cuando uno busca un producto por Internet, y luego se encuentra con una promoción de ese mismo producto en otro sitio, significa que ha sido monitoreado. Esta personalización de la publicidad se traslada a la política. Así como en el sector privado las redes sociales permiten identificar qué productos vender a los distintos clientes, les están permitiendo a los partidos identificar qué tipo de información deben distribuir. Eso tiene un lado positivo y negativo. Es bueno que los partidos políticos busquen y produzcan información que se ajuste a las necesidades de los votantes, que puedan resolver problemas concretos y no solamente genéricos. Los costos están asociados a la mayor capacidad de manipulación. La tecnología es un arma de doble filo que da a los partidos políticos la capacidad de responder mejor a las necesidades de los votantes, pero también de distorsionar la comunicación. Así como hablamos de administrar y producir un ecosistema digital más saludable, también se necesita una adecuación para que los partidos tengan menor capacidad de usar esa información para inclinar la cancha a su favor.
¿Se puede democratizar esta relación con la tecnología?
Necesitamos que la máquina nos conozca perfectamente para que pueda darnos lo que queremos. El punto es cómo asegurarse que esa información no se filtre y sea usada para cosas que no deseamos.
¿Qué opciones tenemos?
No hay muchas. O nos conocen o no. Por tanto, el control sobre esa otra información requiere derechos garantizados a la privacidad, así como la validación y certificación sobre el uso de nuestros datos. No podemos gozar de los beneficios de que se personalicen nuestras necesidades si antes no damos información personalizada. Sí podemos demandar y tratar de lograr que esa información que damos no se filtre. La única opción que nos queda es ejercer presión sobre el Estado para que ponga un tapón del otro lado. La dificultad es que hay una alta monetización de esa información.