Enzo Traverso."El siglo XXI es el siglo de una crisis global de la cual no se conoce la salida"
No es la primera vez que el historiador Enzo Traverso viene a la Argentina. Recuerda su primer viaje al país, en 2001, el dramatismo de ese momento y, sobre todo, la certeza definitiva de estar en "las vísperas de la deflagración". Pero mucho antes de ese viaje, cuando estudiaba en París en los años 80, Traverso frecuentaba el círculo cultural José Carlos Mariátegui, un espacio que reunía a militantes latinoamericanos exiliados. Eso explica, en buena medida, que este historiador nacido en Italia, formado en Francia -adonde llegó atraído por la tradición historiográfica de la Escuela de los Annales, país en donde se doctoró y enseñó durante casi 30 años-, y ahora docente en la Universidad de Cornell, hable a la perfección varios idiomas, entre ellos, el castellano. "Cuando llegué a Buenos Aires descubrí algo muy familiar, un país tan lejos de Europa, en otro continente, pero al mismo tiempo tan cercano, probablemente por la influencia italiana", describe.
Historiador de las ideas, dueño de una erudición apabullante que enlaza distintas disciplinas, e investigador de los grandes temas del siglo XX -del nazismo, el marxismo y la cuestión judía a Auschwitz y el rol de los intelectuales-, Traverso llegó al país invitado por la Universidad Nacional de San Martín y el CeDinCi (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas), para dictar conferencias en torno a los 200 años del nacimiento de Karl Marx y presentar su último libro, Melancolía de izquierda (FCE). Pero no se trata de un libro nostálgico ni un abandono de la idea del socialismo o de la esperanza de un futuro mejor: "Significa repensar y reinventar el socialismo, porque la izquierda hoy está cargada de memoria y parece incapaz de proyectarse a un porvenir", asegura Traverso. El de la izquierda es un duelo inacabado que dificulta un trabajo de reelaboración, agrega. Este libro conforma un potente díptico junto al anterior, Las nuevas caras de la derecha (Siglo XXI), un conjunto de conversaciones sobre las derechas radicales que se consolidan en distintos países de Europa, en Estados Unidos y Latinoamérica y que, aunque diversas entre sí, combinan autoritarismo, xenofobia, populismo, islamofobia y desprecio al pluralismo.
¿Qué características tienen "las nuevas derechas" y en qué se asemejan y se diferencian de las viejas derechas?
Intenté conceptualizar esas nuevas caras de la derecha y hablé de "posfascismo", porque la derecha está subiendo en Europa (Alemania, Austria, Francia, Hungría, Italia, Grecia, Polonia, Francia), en Estados Unidos y ahora en Latinoamérica, con Brasil. Claramente, las derechas radicales comprendieron que no podían aparecer como una alternativa legítima, siguiendo el discurso de los fascismos clásicos, y se emanciparon de eso. Pero, al mismo tiempo, es imposible intentar comprenderlas sin tomar como referencia el fascismo clásico. Lo que es evidente es que la nueva derecha radical es la búsqueda de una solución autoritaria, neoconservadora o reaccionaria a las crisis del siglo XXI. Este es un contexto en el cual todos los escenarios son posibles.
¿En qué sentido?
En la segunda mitad del siglo XX, en la época de la Guerra Fría, había un orden y, por supuesto, había miedo. Pero todos sabíamos cuáles eran los modelos y las alternativas posibles porque todo eso se ubicaba en un marco muy fijo. El siglo XX se acabó con el final de la Guerra Fría y la caída del Muro, con el fracaso del socialismo real y el triunfo del capitalismo. El socialismo real no fracasó porque Estados Unidos lo haya derrotado, sino por sus propias crisis internas. Y a pesar de todas las guerras que Estados Unidos hizo después de 1990, se mostró incapaz de establecer un nuevo orden. El siglo XXI es el siglo de la incertidumbre, el siglo del caos, sin un orden posible. Hay una crisis global de la cual no se conoce la salida.
El antisemitismo era una característica de los fascismos clásicos. Hoy la xenofobia y la islamofobia parecen ser rasgos de las derechas radicales. ¿Comparten otras características?
Hay nuevos chivos expiatorios; son algunas minorías indicadas como las responsables de los males que afligen a las sociedades. El antisemitismo, en sus distintas formas, fue un pilar de los nacionalismos europeos y después, con la crisis de Europa, un pilar de los fascismos clásicos. Hoy las nuevas derechas radicales no son particularmente antisemitas. Mire a Trump y cómo exhibe su relación privilegiada con Israel y Netanyahu. Eso no significa que el antisemitismo haya desaparecido, pero no es el elemento dominante de las nuevas derechas desde un punto de vista cultural y político. Los nuevos chivos expiatorios son, en primer lugar los musulmanes que "amenazan la identidad nacional", y los musulmanes en los países occidentales se identifican con los inmigrantes. Hay algo en donde sí se ven líneas de continuidad con el antisemitismo de la primera mitad del siglo XX: el retrato del terrorista islámico que hace la prensa conservadora reproduce muchos de los rasgos del bolchevique judío y lo condensa en imágenes y eslóganes. Según el caso, hoy hay islamofobia, homofobia y cierta misoginia, pero la hostilidad en contra de los latinoamericanos, por ejemplo, es específica de la demagogia de Trump.
La prensa y el periodismo son un blanco de ataque permanente por parte de Trump.
El periodismo juega un papel doble, porque si bien puede ser indicado como el enemigo también es cierto que algunos medios de comunicación son vectores que forjaron a algunos de estos líderes. Quiero decir, en este caso la CNN es el enemigo de Trump -hace pocos días uno de sus periodistas fue rechazado en la Casa Blanca-, pero Fox News, al mismo tiempo, es el pilar de Trump. El periodismo y los medios, de una manera general, están atravesados por esas contradicciones y son un campo de batalla en el cual todos esos conflictos se reproducen.
¿Qué margen hay hoy para una reinvención de la izquierda y por qué se refiere a una "melancolía de izquierda"?
Mi libro es una historia intelectual y cultural. No es un diagnóstico de la crisis actual de la izquierda y tampoco pretende dibujar una terapia. No es mi ambición. El libro intenta redescubrir e investigar la melancolía como uno de los sentimientos que pertenecen a la izquierda, a pesar de que ese sentimiento fue durante largo tiempo censurado, ocultado o reprimido.
¿Por qué cree que sucedió eso?
A lo largo de los siglos, la izquierda estuvo dominada por una visión teleológica de la historia: "El futuro nos pertenece; somos una vanguardia que dirige el movimiento de la sociedad hacia su éxito natural". Ahora sabemos que la historia no está marchando hacia el socialismo; que eso fue una ilusión y que tiene un precio que se paga después. Pero, al mismo tiempo, fue un elemento extraordinario de fuerza, un motor. ¿Cómo explicar que durante la Segunda Guerra Mundial, con una Europa totalmente ocupada en donde todo parecía perdido, hubo gente que buscó tomar las armas? ¿Cómo explicar que tantos activistas de la izquierda hayan sacrificado su vida por una causa que los sobrepasaba? Eso es posible si se tiene la fuerte convicción de pertenecer a un movimiento que trasciende el destino individual. En este marco, cada derrota era una batalla perdida pero nunca algo vivido como una derrota final. Desde Marx y Rosa Luxemburgo hasta Allende, lo que se decía era "sí, hemos perdido, pero vamos a renacer y a vencer". Algo que es consolador, pero que tiene peligros enormes: ya sabemos de las decisiones de las organizaciones guerrilleras argentinas y cómo enviaron a miles de militantes a la muerte. Implica, también, una forma de autocensura.
¿Por qué?
Porque mostrar la melancolía, este sentimiento de duelo que surge naturalmente después de una derrota -duelo por las ilusiones que fracasaron, por los compañeros que murieron, por todo lo que ocurrió y se perdió- era considerado una expresión de debilidad y vulnerabilidad. Creo que la censura o el ocultamiento de esa melancolía siempre acompañó a la historia y la cultura de la izquierda, porque el revolucionario es portador de un optimismo antropológico y no puede ser melancólico. Entonces, hubo como una forma de autocensura de la melancolía. Caída la ilusión, esa melancolía -que es una estructura de sentimientos de la izquierda- se revela. Además de ideas, principios, programas e ideología, para hacer política se necesitan pasiones, afectos que puedan tomar la forma de utopía. Y la política de la izquierda como un proyecto de emancipación colectiva implica también el entusiasmo, el sentimiento de solidaridad, de cambiar el mundo, de actuar colectivamente y compartir emociones y sentimientos.
¿Cree que eso persiste, a pesar de todo?
Seguro que persiste en todos los movimientos sociales y políticos. La melancolía de la izquierda que surgió después de la caída del socialismo real es tan fuerte como lo fueron grandes las esperanzas del siglo XX. La historia del socialismo no es solamente la historia de los regímenes burocráticos autoritarios o totalitarios, sino también la historia de revoluciones que intentaron, y que en muchos casos lograron, cambiar la cara del mundo. Y que movilizaron a millones de seres humanos. Eso significa una movilización extraordinaria de expectativas utópicas, y genera un sentimiento de frustración, pérdida y duelo; por eso creí que había que hacer la historia de la melancolía.
Se podría decir que hay duelos que incluyen la aceptación de una pérdida, un luto, una resiliencia y una superación; pero también hay duelos patológicos que no terminan nunca y obturan la reinvención.
Sí, yo manejo esas categorías como un historiador que hace historia intelectual y cultural, y no como un psicoanalista. Es decir, no aplico rigurosamente la definición freudiana de melancolía, que efectivamente sería un duelo patológico, un duelo inacabado. Pero también esa definición me parece pertinente. Es decir, el duelo de la izquierda hoy es un duelo inacabado precisamente porque la izquierda, hasta ahora, no fue capaz de identificarse con un nuevo objeto de amor. Es decir, reconoció la muerte de viejos modelos que pertenecen a un siglo acabado, pero esos modelos todavía no fueron sustituidos por otros. Un trabajo de duelo fructífero conlleva una reelaboración; una melancolía que no desemboque en la resignación y en la impotencia, sino en la búsqueda de una reinvención sin olvidar el pasado. O sea, una memoria crítica del pasado. Todos los modelos de izquierda dominantes del pasado, la socialdemocracia por un lado y el comunismo por el otro, fracasaron. Pero no se puede construir una nueva izquierda sin hacer un balance crítico de la derrota de esos modelos.
¿Cómo cree que juega, en este contexto, el surgimiento de líderes populistas de izquierda y de derecha? ¿Y cómo define al populismo en tanto esa categoría parece nombrar fenómenos muy distintos entre sí?
Discrepo con mi amigo Federico Finchelstein, autor de un libro muy importante sobre populismo, porque para él es una categoría fuerte, una corriente política y de pensamiento como son el liberalismo o el socialismo. Por el contrario, pienso que el populismo es un estilo político y, como tal, puede ser compartido por la derecha o por la izquierda; vehicula políticas que son muy diferentes y que tienen una naturaleza diferente. Si utilizamos el populismo como una categoría fuerte, desembocamos en contradicciones insolubles.
Tanto Trump como Chávez son considerados populistas.
Sí, son populistas porque ambos utilizan cotidianamente una retórica demagógica, pero si la conclusión es que ambos hacen la misma política populista, la respuesta es no. Si me dice que Jair Bolsonaro y Cristina Kirchner son la misma cosa porque son populistas, yo le digo que no son la misma cosa. El populismo es un estilo político cuya característica fundamental, atrás de la demagogia, es la constante referencia al pueblo como el lugar donde se ubican las virtudes y los valores auténticos, y que consiste en valorizar el pueblo en contra de las élites.
¿El desprecio por las instituciones es una característica que comparten?
También hay muchas variantes. Porque sí, hay populistas que desprecian las instituciones, pero hay populistas que tienen la ambición de aparecer como hombres de Estado. Macron, que no tenía un movimiento ni un programa, y pretendiendo encarnar la nación, pedía que confiaran en él porque era "el hombre providencial que iba a sacar a Francia de su crisis". A pesar de que Macron siempre se presenta como la alternativa al populismo, ese es definitivamente un discurso populista.