El autor que sólo escribe sobre lo que experimenta: William T. Vollmann
Excéntrico. Dueño de una obra tan extensa como poco conocida, elude el contacto social y no mide consecuencias cuando se trata de obtener material para sus trabajos de ficción o periodísticos, en los que suele incluir minuciosas investigaciones históricas
William Faulkner tenía un peculiar pero excelente criterio para evaluar a sus colegas escritores. Decía que la grandeza de un novelista consistía en el tamaño de su fracaso. El mejor era el que más había intentado, el que aspiraba a una perfección imposible, aquel cuya ambición era tan desmesurada que la ejecución de su proyecto inevitablemente terminaría en una obra fallida. Con este criterio puso a Thomas Wolfe (el de Look Homeward, Angel, no el de La hoguera de las vanidades) en la cima.
Si tomáramos ese mismo criterio para hacer un ranking de los mejores novelistas estadounidenses de hoy, no hay duda a quién le correspondería la cima. No a Jonathan Franzen ni a Jeffrey Eugenides. Tampoco a Donna Tart ni a James Ellroy. Ni siquiera se lo podríamos dar a los honorables octogenarios Philip Roth o Cormac McCarthy. Según el "Faulkner-Test", el mejor escritor estadounidense vivo es William T. Vollmann. Con 56 años (la misma edad que Franzen, quien acaba de publicar su quinta novela), su obra ya tiene, literalmente, el tamaño de una enciclopedia. Consiste en más de 30 volúmenes que incluyen reportajes, cuentos, novelas, diarios de viaje y libros de fotos. Entre sus temas están la guerra, la pobreza, la drogadicción, la inmigración, la prostitución, la violencia –cómo y cuándo se justifica– y la historia de la colonización de América del Norte.
En carne y hueso
Vollmann se recibió, con altos honores, de la Universidad de Cornell con un título en Literatura comparada. Antes, asistió al muy excéntrico pero prestigioso Deep Springs College, que enfatiza el trabajo manual, la distancia de la civilización urbana, la autosuficiencia y el servicio a la humanidad. No tiene tarjetas de crédito ni teléfono celular y no sabe conducir un auto. Es lo opuesto de fotogénico. Le ofrecieron el puesto de profesor de escritura creativa en Pomona College que dejó vacante David Foster Wallace con su suicidio, pero lo rechazó. No escribe autobiografía ficcionalizada y no es un gran estilista de prosa. Sólo escribe sobre cosas que ha experimentado en carne y hueso.
En 1981, a los 22 años, viajó a Afganistán para luchar con los muyahidines en contra de la ocupación soviética. Fumó crack en casas de adictos por varios meses para poder escribir sobre esa experiencia. Como parte de la investigación de una novela, viajó solo al Polo Norte. Ha tenido innumerables encuentros con prostitutas, a las cuales recurre como musas y fuentes (muchas de ellas terminan siendo amigas). Pero no es un decadente al estilo de William Burroughs o un iconoclasta rabioso como Hunter S. Thompson. No es ni sensualista ni adicto. Es un escritor que quiere contar vidas reales y tormentosas, y no lo hace desde un escritorio, sino desde el campo, incluso poniendo su vida en riesgo.
Vollmann no sólo es prolífico, sino que cada uno de sus libros es muy, muy largo. En su contrato actual con la editorial Viking, hay una cláusula que pone el límite de páginas de sus libros en 700. Lo desobedece. Su última novela, publicada en julio de este año –sobre las guerras contra los indios de la llanura estadounidense en el siglo XIX– tiene más de 1300. Y no es sólo texto. Frecuentemente, llena sus libros con mapas, juegos textuales, índices, bibliografías, dibujos y fotos. Son experiencias sensuales tanto como intelectuales.
La novela más convencional y accesible de Vollmann está traducida y editada en castellano por Mondadori. Publicada en 2005, se llama Europa Central. Es un relato de la Segunda Guerra Mundial situado en Alemania y la Unión Soviética. Su ambición y método es tolstoiano: combina grandes arcos narrativos con minuciosos retratos de individuos y escenas pasajeras. Mezcla personajes históricos y ficcionales. Ganó el National Book Award, uno de los premios anuales más prestigiosos para ficción publicada en los Estados Unidos. De su obra periodística, está traducido Los pobres (2007), una crónica de la pobreza en varios países del mundo que consiste en las respuestas que decenas de personas profundamente desfavorecidas le dieron a su pregunta: "¿por qué sos pobre?" Es típico de Vollmann. Su fuerza viene de lo que aprendió en el campo, de sus viajes y entrevistas, más que de la elegancia de su narración.
Cuando la revista The Paris Review le preguntó, en el otoño de 2000, por qué escribía tanto (en ese momento tenía publicados 11 libros), contestó: "Trabajo rápido por varios motivos. En parte, porque disfruto hacerlo; en parte porque, frecuentemente, mis editores me pagan casi nada. No quiero hacer nada más salvo escribir, lo cual significa que tengo que escribir más para poder pagar las cuentas".
Aquí podemos volver al costado peyorativo del "Faulkner-test", o sea el "fracaso" de la obra de Vollmann. No es un autor impenetrable, pero sí difícil de leer. Peca, en realidad, de la misma manía de Thomas Wolfe. No puede apagar, disminuir, ni siquiera controlar el torrencial flujo de palabras que concibe su imaginación. Es incapaz de recibir edición, aunque sea por su propio inconsciente. No negocia ni un párrafo ni una coma. Una de sus obras más legendarias, Rising Up and Rising Down: Some Thoughts on Violence, Freedom and Urgent Means, tiene más de 3000 páginas. El trabajo es el fruto de 20 años de viajes a sitios de conflicto bélico. Intenta fijar un cálculo moral que establece cuándo se justifica el uso de violencia. Publicado por la editorial McSweeney’s, del autor David Eggers, casi en un acto de beneficencia cultural, consta de siete contundentes volúmenes.
De su otra gran obra, aún en construcción, Seven Dreams: A Book of North American Landscape es la más reciente novela es la quinta entrega (de siete en total, planificadas), en una serie que muestra los choques bélicos entre las poblaciones indígenas y los colonizadores europeos. Comienza en el siglo X con el primer arribo de los nórdicos. Los otros volúmenes cuentan la llegada de los jesuitas, la coyuntura de los inuit contemporáneos y el encuentro entre John Smith y Pocahontas en Virginia en el siglo XVII.
Ambigüedades
Es posible que Vollmann sea uno de esos personajes que sólo podrá ser apreciado merecidamente por los lectores de otra época. Leyendo su obra ahora, es difícil saber quién es Vollmann; no emerge una persona concreta con la cual un lector podría identificarse. ¿Es un Che Guevara norteamericano sin revolución? ¿Es un voyeur oportunista y explotador de los sórdidos submundos de las grandes ciudades estadounidenses? ¿Es un novelista histórico con la audacia verbal de James Joyce? ¿Es un reportero de guerra, enamorado perversamente del peligro? ¿Es un importante e ignorado filósofo moral del siglo XXI? ¿Es un inevitable Premio Nobel de literatura?
Las circunstancias de su biografía –y hasta su comportamiento– también generan enorme ambigüedad. En lo que seguramente es uno de los hechos más insólitos de las letras contemporáneas, Vollmann fue uno de los principales sospechosos, para la FBI, de ser el Unabomber, el terrorista doméstico de los Estados Unidos –capturado en 1996– que mandaba cartas-bomba a quienes consideraba que estaban llevando la civilización humana en una dirección antinatural. (Al fin se supo que era Ted Kaczynski, un brillante matemático, recibido en Harvard y la Universidad de Michigan, que dio la espalda a la sociedad moderna para volverse anarquista y vivir en una cabina en un profundo bosque del Estado de Montana).
En su más reciente aventura, Vollmann subvirtió su imagen de intrépido aventurero masculino al comenzar a experimentar con el travestismo. Asume el personaje de un álter ego que llama Doloris. Recientemente publicó un libro de autorretratos como esta mujer que lo habita, en un acto que algunos consideran tan arriesgado como sus expediciones a zonas de conflicto, y otros –algunos de sus amigos– rechazan.
Y para ponerle el último broche al enigma Vollmann, habría que mencionar su situación doméstica. Casado, desde hace décadas, con una médica oncóloga, tiene una hija adolescente y vive en los suburbios de Sacramento, California, en una casa que podría ser la de cualquier burgués de clase media alta preocupado por las apariencias y el qué dirán.