David Rieff. "Las protestas van a ayudar a Trump, porque el miedo sirve al populismo"
El ensayista estadounidense, que transita la cuarentena en Nueva York y prepara un libro sobre la Argentina, dice que la división que afecta a Estados Unidos es más preocupante que la "grieta" local
"Estoy tranquilo en el contexto del apocalipsis", dice con ironía David Rieff desde Nueva York. Es el lugar donde está transitando la cuarentena, pero también una de las tantas ciudades estadounidenses con toque de queda: los disturbios y saqueos en los que derivaron las protestas civiles por el asesinato del afroamericano George Floyd a manos de la policía terminaron con 36.000 agentes de esa fuerza en las calles de Manhattan.
En los Estados Unidos, la tensión racial se entrelaza hoy con inéditos índices de desempleo y récord de infectados y muertos por coronavirus. El mismo Rieff se enfermó de Covid-19. "Nunca pensé que podría morirme por asfixia en mi propia casa. Es mejor recibir una bala en la cabeza", vuelve a ironizar quien se desempeñó como periodista de guerra durante veinte años. El historiador y crítico cultural vive en un lugar tranquilo y un tanto alejado, "equivalente al barrio de Bajo Belgrano en Buenos Aires", aclara. La referencia a Buenos Aires no es azarosa. Desde que visitó la Argentina por primera vez en 2010, Rieff no ha dejado de venir todos los años: las reuniones con amigos –entre los que se encuentran intelectuales, escritores y artistas– y el análisis de la política y la historia argentina ocupan un lugar central entre sus intereses. De hecho, está en plena escritura de un libro sobre la Argentina. "Será una mirada de un ‘afuerano’ que después de diez años de estadías cada vez más largas está a la vez horrorizado, seducido, exasperado y fascinado por la Argentina. En un sentido, el libro será una radiografía de una obsesión rara: ¡la mía!", sostiene.
Historiador egresado de la Universidad de Princeton y ensayista, Rieff se ha ganado un nombre propio en la cartografía intelectual y no necesita revalidar credenciales: lo avala una robusta obra crítica que incluye textos sobre migraciones y el rol de las ONG en la ayuda humanitaria (Una cama por una noche), sobre la siempre conflictiva relación entre historia, memoria y olvido (Contra la memoria y Elogio del olvido) y el libro en el que habla sobre su madre, una figura estelar de la intelectualidad norteamericana (En un mar de muerte), entre otros. Desde el comienzo de su carrera supo que al menos por un tiempo todas las referencias que se hicieran de él estarían acompañadas por el agregado "el hijo de Susan Sontag". "Pero creo que la gente ya se ha acostumbrado a mí", ha dicho alguna vez con su humor característico.
Sontag sobrevuela solo por un instante la conversación con La Nación: frente a las dificultades para encontrar curas a distintas enfermedades y las plagas que han asolado la historia de la humanidad, surge la figura de su abuelo materno, muerto por tuberculosis en China cuando Sontag era apenas una niña. "Se enfermó joven y finalmente murió en 1937. Creo que fue el gran drama de la vida de mi madre: que haya muerto cuando ella tenía menos de cinco años y que haya sucedido a diez mil kilómetros de distancia", dice Rieff.
Para el escritor, el retrato de las Américas es preocupante. Son años duros y lo serán aún más. "Pobre Canadá. Debajo está Trump, y debajo de Trump, López Obrador, y debajo de éste, Bolsonaro. Pobre Trudeau: tiene que negociar con dos personajes satánicos como Trump y López Obrador". A diferencia de los que creen que las protestas y los disturbios podrían acorralar al actual gobierno estadounidense, Rieff cree que este escenario terminará favoreciendo al presidente de Estados Unidos porque "el populismo se sirve del miedo".
Rieff, que ha sido muy crítico del kirchnerismo y de Macri, observa con preocupación el funcionamiento de la actual coalición de gobierno en la Argentina y sus dificultades en el mediano y largo plazo. "Un amigo mío dice que Cristina Kirchner no quiere ser exculpada sino recibir un honoris causa de la Justicia argentina. Con la cuarentena el Gobierno puede ocultar algo la realidad atroz de la economía, pero cuando termine la emergencia, ¿qué van a decir? Es un escenario muy preocupante. Hay una crisis económica más cercana al 2001 que a la inflación de la época de Macri. Y la decepción es un momento muy peligroso".
¿Se imaginó alguna vez este escenario global?
No. Nunca. La verdad es que me sorprendí completamente. Nunca pensé que íbamos a regresar a lo que históricamente es la norma. Es decir, un mundo en el cual, cada tantos años, nos íbamos a encontrar con una pandemia. En este sentido, hemos regresado al mundo de (Geoffrey) Chaucer y (Giovanni) Boccaccio. Cuando uno piensa en la época de los Médicis, en Florencia, la muerte acompaña esa grandeza artística: cada tantos años venía la peste y morían miles de personas. Desgraciadamente no tengo mucha confianza en las posibilidades de los científicos; todavía no pudimos descubrir una vacuna para el sida, ni finalmente tampoco se descubrió algo para una gripe más fuerte como es el coronavirus.
El hecho de haber contraído la enfermedad, ¿cambió su relación con la muerte?
No, porque fui veinte años corresponsal de guerra, una práctica donde la muerte es una posibilidad. Pero nunca pensé que podría morir por asfixia en mi propia casa. Es mejor morir por una bala en la cabeza. A un mes de padecer la enfermedad, volví a leer. Leo a Boccaccio y Chaucer, pero también estoy leyendo en español El común olvido, el libro de Sylvia Molloy. A pesar del hecho de que en Nueva York la pandemia ha sido mucho más severa que en otros países del mundo, no hemos tenido una cuarentena tan estricta como en la ciudad de Buenos Aires o Lomas de Zamora, por poner ejemplos distintos. Camino y leo bastante. Y trato de evitar la televisión a cualquier costa, salvo las películas italianas de los años cincuenta.
Su país, además, está viviendo días de protestas y despliegue de las fuerzas policiales. ¿Qué análisis hace de esta situación?
Las protestas van a ayudar a Trump porque el miedo es de mucha utilidad para el populismo. Es obvio que la violencia no es el corazón de las protestas, pero para personas de derecha los motines, las manifestaciones violentas y los ataques contra la policía generan miedo, y el populismo se sirve de esto. A Trump lo ayuda a cambiar de tema, porque puede hablar de la anarquía y no de su gestión catastrófica del coronavirus y de la economía. Quién sabe. Faltan cinco meses para las elecciones pero la situación es catastrófica y seguirá siendo así hasta noviembre.
¿Cómo se define políticamente?
Si yo viviera en Alemania o en Francia, sería un socialdemócrata del ala derecha, pero el equivalente a eso en el contexto estadounidense es como ser maoísta. Porque Estados Unidos es un país completamente de derecha y las posiciones moderadas son raras. En alguna medida, vivo en un gueto. En los últimos años he conocido a muchos votantes de George W. Bush, pero no conozco votantes de Trump. Y los votantes de Trump podrían decir lo mismo de votantes como yo. A mí me resulta curioso que los argentinos hablen tanto de la grieta porque en términos estadounidenses la grieta de ustedes no es enorme como la nuestra. Tengo la experiencia de una Buenos Aires muy mixta: tengo amigos peronistas y antiperonistas que se conocen entre sí; por el contrario, la grieta entre Nueva York y Texas es muy profunda. El ganador de las elecciones de noviembre en Estados Unidos, sea quien fuere, será rechazado por al menos el 40 por ciento de la población y gobernar en ese contexto será muy difícil.
Desde 2010, viene a la Argentina todos los años y se interesa mucho por la política local. ¿Por qué querría autoflagelarse se ese modo?
(Risas) De veras, no sé. Son diez años de voyerismo y quizá sea un poco masoquista. Soy antitodos, he criticado al kirchnerismo, a Macri y ahora tengo muchas críticas a los Fernández. Como he escrito sobre los exiliados cubanos en Miami, es posible que tenga debilidad por países histéricos.
¿Qué es lo que ve cuando ve a la Argentina?
Me interesa mucho esta mezcla: por un lado, la riqueza cultural de la sociedad con jóvenes tan interesantes en distintas disciplinas –música, arte, literatura–, y por el otro, que sea un país que en términos de política no funciona, y que en términos económicos tenga expectativas y una imagen de sí mismo que no se corresponden para nada con el país actual. Me acuerdo de que en mis primeras visitas a Buenos Aires algunos amigos hablaban de la grandeza de la Argentina, y otros, del hecho de que la Argentina fuera el fracaso más grande de la historia del mundo. Cuando yo les dije que lo que se veía no era ni tan malo ni tan bueno, se ofendieron y se enojaron conmigo. Siempre quieren ser excepcionales, sea de un lado o del otro. O son los mejores o son los peores. Pero la idea de que la Argentina es un país normal parecería estar prohibida psicológicamente. Los países con visiones que oscilan entre la utopía y la distopía son muy particulares. Y el kirchnerismo, además, tiene el vicio de siempre buscar enemigos. Pensar que la Argentina podría ser riquísima y exitosa pero La Rural, el capitalismo o los intelectuales neoliberales han impedido este éxito enorme que podría haber beneficiado al país es una tontería absoluta.
Felipe González sostuvo que el populismo brinda respuestas simples a problemas complejos, asignando culpables e identificando enemigos. ¿Coincide con esa definición?
Es perfecta, la complejidad es ajena al populismo. Aunque no se puede comparar el populismo kirchnerista con el populismo de Bolsonaro o de Maduro, tiene similitudes en el sentido de buscar enemigos. Y esa es una manera de pensar bastante totalitaria. Es increíble que Kicillof haya dicho que todos los problemas de la provincia de Buenos Aires, una provincia gobernada por el peronismo durante casi treinta años, vienen de (María Eugenia) Vidal. No tengo razón para apoyar a Vidal –a quien no conozco–, pero es absurdo decir que todo es culpa de su gestión.
Alguna vez usted dijo que el peronismo parecía ser "el partido natural para gobernar la Argentina". Ahora, la novedad es que tendrá que administrar la escasez, la recesión y una crisis de proporciones descomunales.
Sí, es cierto. Tengo mucha admiración por Martín Guzmán, pero dice cosas que para mí son inexplicables en la boca de una persona inteligente. Por ejemplo, decir que en tres años la Argentina va a poder pagar la deuda. Es ridículo. Van a arreglar con los tenedores de bonos, pero ¿qué van a hacer después? Porque ni la soja ni la industria nacional y popular van a ir al rescate de la Argentina. Tendrán que administrar la escasez y decirles a los gremios que no hay más dinero. Llegaron al poder diciendo que son el "antiMacri", como Macri llegó diciendo que era "antiCristina", pero esto tiene corta vida y no perdura durante todo un mandato. Imaginate si Vidal hubiera cerrado y aislado a las villas en el Gran Buenos Aires. Puedo imaginar a intelectuales kirchneristas como Mempo Giardinelli diciendo que eso es fascismo. Pero cuando lo hace un peronista parece que no lo es.
¿Leyó la carta de los intelectuales que se refirieron a la "infectadura"?
Sí, y sucede que en cada emergencia hay un problema con la democracia. Si el Gobierno dice "vamos a prolongar el fin de la cuarentena", uno podría hablar de autoritarismo, pero me parece que la emergencia es absolutamente auténtica. En cada situación de este tipo sufren las libertades, también sucede en Francia. Los argentinos creen que el suyo es un caso único, pero uno podría decir lo mismo de Francia, de Gran Bretaña y también de Singapur o Corea del Sur, que han dispuesto una cuarentena mucho más severa. La sociedad, en todo el sentido de la palabra, está en cuarentena, incluidos sus libertades y derechos. No puede haber una cuarentena sin abrogar ciertos derechos.
Usted trabajó sobre temas de memoria y olvido. Hace pocos días se cumplió el aniversario de la ejecución de Aramburu por parte de Montoneros. ¿Qué tipo de relación cree que tenemos con nuestro pasado?
Hay un cierto consenso sobre la época militar. He criticado mucho que en el Parque de la Memoria estén los nombres de las víctimas asesinadas antes del golpe de Estado. Me parece una distorsión de la historia. Nunca he negado que haya situaciones o contextos en los cuales la memoria sea superior al olvido; lo que digo es que la memoria es una estrategia entre otras y no hay que creer que recordar es moral y olvidar es inmoral. Cuando fui a recorrer la ex ESMA en 2012 tuve dos reacciones: por un lado, la tragedia y el horror de lo que sucedió en ese lugar; por el otro, el discurso de las guías era absolutamente montonero. No sé cómo será ahora. La iglesia de la memoria es una deformación del pasado y busca imponer los debates del presente en el pasado. En este sentido, es una mentira. Olvidar no implica negar ni ocultar. Hay situaciones en las cuales la memoria es la decisión correcta pero la historia que uno respeta es una historia crítica. Ahora, si la familia Perón es intocable, si no se puede criticar a los montoneros, si no se puede criticar a Carrillo, entonces no hablamos de historia sino de hagiografías.