Antonio Sitges-Serra: "Hay que liberarse de la hipocondría social generalizada"
Si bien se asume en la vereda opuesta de los grupos anticiencia, este médico español denuncia un ejercicio de la medicina dominado por la lógica del mercado y el uso acrítico de la tecnología
En un contexto de pandemia, solo un médico podía decir que el rey está desnudo. Y un médico con antecedentes académicos, con cientos de artículos técnicos publicados, que cree que las vacunas funcionan y no niega la infectología ni está enamorado de la medicina llamada alternativa. Pero que detalla en un libro de reciente aparición los pecados por exceso de la medicina tal como se practica en la actualidad: diagnósticos y operaciones innecesarias, graves conflictos de interés, excesos de la industria que edita los trabajos científicos y de la que vende los medicamentos, adoración por las máquinas y robots. Un cóctel que según su autor, Antonio Sitges-Serra, no mejora la salud de los pacientes y genera lo que denomina "hipocondría social" .
El libro, titulado sugestivamente Si puede, no vaya al médico, se publicó a principios de año en España (a instancias del editor argentino Leopoldo Kulesz, de Libros del Zorzal) y estuvo en el primer puesto en diversos rankings de best sellers ibéricos. "El ciudadano debe tomar las riendas de su salud, porque si confía en el sistema corre más riesgos. Uno tiene que procurar una vida saludable e ir al médico si su malestar no se arregla de manera simple", dice Sitges-Serra, un catalán antiindependentista, catedrático de cirugía en la Universidad Autónoma de Barcelona y ex jefe del Departamento de Cirugía del Hospital del Mar, en este diálogo con la nacion a través de la plataforma Zoom, donde también analizó cómo sigue la pandemia.
Respecto de la pandemia, ¿cómo está la situación en España?
España, desgraciadamente, está alta en el ranking por la segunda ola. Quinta o sexta posición en fallecimientos, primera en Europa con más contagios. Es difícil dar las razones, quizás haya varias: nuestra vida social, una estructura de asistencia primaria deficiente, la polarización política, problemas institucionales. El resultado fue una mala gestión de la pandemia comparado con otros países del entorno europeo. Solo podemos decir que lo hicieron bien en el sudeste asiático, quizá porque la epidemia empezó allá, rastrearon y aislaron mejor. La población es más disciplinada y hay menos democracia, también hay que decirlo.
Terminó su libro antes de esta crisis sanitaria global. ¿Qué cosas cambiaron desde entonces?
El libro es atemporal, es una crítica cultural de la medicina. Pone en perspectiva el impacto de la cultura en la forma de ejercer la investigación biomédica, en las publicaciones, la universidad, la prensa, la industria farmacéutica. Es un intento algo ambicioso de explicitar que la medicina no es ajena a los valores culturales de la época. Es un libro escrito como una reflexión general. La pandemia da razón a lo que trato. Por ejemplo, la imprevisibilidad. En la pandemia hubo opiniones de lo más variopintas entre los expertos. Incluso de la OMS, que no estuvo a la altura, que recibe subvenciones de la industria y no tiene la independencia que tenía antes.
Básicamente, ¿su libro podría resumirse en que una persona sana no debería ir al médico?
Correcto. No es cierto que sea mejor prevenir que curar. Y cuidado con la prevención, porque nos pasamos para el otro lado. Sí son buenos el ejercicio físico, las vacunas, la higiene, la buena nutrición, no tener adicciones, el sexo seguro. Todo eso es muy importante. Pero los chequeos, las revisiones periódicas, los análisis, las mamografías, las endoscopías, eso no lo estamos haciendo bien. Hay una prevención exagerada. Los chequeos y las revisiones rutinarias no tienen soporte de evidencia científica, aunque paradójicamente sean más populares que la otra prevención. La gente prefiere hacerse una placa de tórax a dejar de fumar.
¿Cómo salir de tanta medicalización?
La solución es liberarse de la hipocondría social generalizada. Luego, están los intereses comerciales. Hay muchos profesionales que se ganan la vida haciendo chequeos, revisiones de próstata, de mama, de corazón. El volumen del negocio es muy alto. Otro factor es la política: al político le gusta mostrar que se preocupa por la salud de los ciudadanos y alienta este tipo de prevención. Aquí, en las autonomías, ofrecen gratis mamografías, colonoscopías y otros exámenes. Es un asunto de varias bandas, donde no hay culpables, sino que se trata del entorno cultural y neoliberal.
¿Es cierto que las mamografías y los análisis de próstata no tienen suficiente evidencia?
Muchas mamografías invitan a biopsias innecesarias, que generan angustias, y todo eso no se cuenta. Solo se cuenta una vida salvada cada diez mil mamografías, aproximadamente. Esa es la proporción. En el grupo control, mueren dos mujeres en lugar de una, entonces el epidemiólogo dice que se logró el 50% de reducción de la mortalidad (se ríe). Pero así se oculta que los valores absolutos de mortalidad son ridículos en la relación costo/beneficio. Pero el impacto emotivo del cáncer de mama es tan potente que he sido duramente criticado por sostener esta posición.
¿Pero no valdría la pena por esa mujer salvada entre diez mil?
Sí, pero entran otros factores: cuánto ha costado el programa, si hablamos de una medicina solidaria, qué costo tuvo y cuántas mujeres han recibido cirugías innecesarias o sufrido ataques de ansiedad porque se debía repetir la mamografía por alguna duda. Otra paradoja es que aun reduciendo ese mínimo de mortalidad no se alarga la vida del conjunto. Es decir, la expectativa de vida es la misma. También pasa con próstata y colon. Se baja la mortalidad específica de uno de ellos, pero en veinte años de seguimiento la esperanza de vida del conjunto es la misma.
El libro cuenta que en Estados Unidos se probó que donde había más robots especializados en extracciones de próstata había más extracciones; y que en Alemania dos de cada tres intervenciones sobre la columna vertebral, las más caras en cirugía ortopédica, eran innecesarias.
Aquí viene lo comercial. En sistemas privados, la tentación de sobrediagnosticar y sobretratar es alta. Estamos hablando de los honorarios profesionales. En casos grises, el cirujano tiende a operar, sobre todo si es una intervención lucrativa. Luego está la tecnolatría. Cuando hay una máquina la sociedad se deslumbra.
¿Hasta los trasplantes están sobreindicados en España?
Es un tema muy delicado. España pasa por ser una potencial mundial de trasplante, que es el único campo que se paga extra en la medicina pública. Los médicos tenemos un salario y ya, pero los trasplantes se pagan aparte, por lo cual es una fuente de ingresos extra: cobran el nefrólogo, los neurólogos, los cirujanos, los enfermeros, la institución. Cualquier actividad incentivada económicamente corre el riesgo de sobreindicarse. Haría falta una autocrítica para ver hasta qué punto se está pervirtiendo el sistema.
Eso nos lleva también a un problema comunicativo.
Creo que hay que empoderar al ciudadano, que tome las riendas de su salud, porque confiando en el sistema corre más riesgos. Uno tiene que procurar una vida saludable e ir al médico si su malestar no se arregla de manera simple. Ahí sí vale la pena. No hay que presionar a la gente. Otro anuncio: un psiquiatra afirma que el 20% de la población tiene trastorno de personalidad. Esto fomenta la hipocondría y la idea de Aldous Huxley de que la medicina avanza tanto que estamos todos enfermos.
¿Una crítica tan intensa al modo en que funciona la ciencia y la medicina no puede ser usada como argumento por el irracionalismo o la mal llamada medicina alternativa?
Seguro. El libro no es un canto a las medicinas alternativas. Soy un académico, un catedrático, y tengo mucha precaución ante esto. Pero sí constato un hecho: las medicinas complementarias son populares y tienen amplia repercusión incluso en pandemia. Los que promocionan el clorito [dióxido de cloro] tienen eco porque grandes capas de la sociedad rechazan a la medicina convencional, a la que la creen corrupta e invasiva. Y nace ese interés por la medicina suave, de hierbas, psicoterapias, meditación, reiki, mindfulness. En ocasiones son terapias inocuas, pero hay que ir con cuidado. Porque si intentas tratar con té verde un cáncer de páncreas, como hizo Steve Jobs, va a ir mal, muy mal.
¿Se le puede pedir a un ciudadano que estudie cada tema como un experto? Usted sostiene que los movimientos antivacunas "están justificados en la codicia de la industria, que ha inducido una demanda inapropiada".
Es difícil. Por eso la gran responsabilidad le cabe al sistema sanitario. El ciudadano debe empoderarse, pero el sistema debe ser más crítico y saber que quizá medicaliza en exceso. El calendario de vacunas de la Sociedad española de pediatría tiene 45 vacunaciones en seis años. Se añadieron más y nadie se preocupó por saber si esto tiene repercusión posterior. Además, ¿se reduce la mortalidad, cuánto cuesta todo? El negocio de las vacunas es brutal: son cerca de 44 mil millones de dólares. Y se duplicará en dos años. Cáncer, diabetes, hipertensión y vacunas: en eso se va la mitad del gasto sanitario mundial. Es un negocio espectacular y la sanidad se ha convertido en un sector con rentabilidad asegurada. Una consultora calcula que cada año desde 2016 el gasto farmacéutico creció un 7%; ninguna economía crece tanto y el rendimiento en acciones es alto. El sector sanitario se beneficia de enormes inversiones de los fondos inversores mundiales. ¿Y el resto de los problemas sociales? Quizá convenga gastar el dinero público de otra manera.
¿Ese gasto mayor aumenta la expectativa de vida?
Esa es otra paradoja. No ganamos un seis por ciento de vida cada año, sino que hace cuatro años que ese promedio está estancado, y quizá en muchos sitios baje después de la pandemia. Hay que establecer líneas de acción a largo plazo, cosa que no pasa en Europa.
Usted inscribe la medicalización intensa en un continuo que involucra otros aspectos de la sociedad. ¿Se podría sacar a la medicina de este contexto?
Ya en la década de 1970 la medicina había mitificado a la tecnología. ¡Hace cincuenta años! El sistema sigue corrupto por la agresividad industrial, que nos hace creer que la medicina es cosa de máquinas sofisticadas. Hemos llegado a un límite, económico y ecológico, y hay que hacer una reflexión muy seria. Olvidarnos de las máquinas por un tiempo y tener una red de atención primaria y familiar potente.
Si seguimos así, ¿qué cree que podría pasar?
El sistema puede colapsar porque el presupuesto de sanidad en España se duplicó en 15 años, pero no puede duplicarse en lo sucesivo. Por eso el límite. El planeta también está llegando al límite. La civilización del siglo XXI se enfrenta a los límites.
El encarnizamiento terapéutico es otro debate. Si se les pregunta a los pacientes, suelen decir que vale la pena hacer todos los esfuerzos por seguir con vida, no importa lo que cueste.
Ese es el problema que tenemos, no aceptar la muerte. Es decir, es bueno tener mortalidad infantil baja, pero llega un momento en que la vida no tiene precio sino coste. El tratamiento del cáncer, por ejemplo, hoy supone solo en medicación gastos por cien mil millones de dólares en el mundo. Lo peor es que gran parte de la quimioterapia es inútil. Hay que llamar la atención a los oncólogos y recuperar la noción de muerte natural; hay una sanidad que no alarga la vida, sino la muerte.
¿Está contra la idea de progreso?
Como decía Salvador Paniker, cada vez es más difícil saber la diferencia entre progreso y retroceso. Ni el más progresista puede defender la misma idea de progreso que se tenía a finales del siglo XIX. La ansiedad y la depresión son procesos absolutamente comunes; habría que a pensar si esta es la manera de vivir. La cantidad de gente empastillada con neurolépticos, que confía la felicidad a una pastilla...
En resumen, ¿tendría que haber menos médicos?
De hecho sobran, pese a la pandemia y que todos quieren más. Acá en España tenemos muchísimas facultades de medicina y estamos a la cabeza entre los países que más van al médico. Y si hay más médicos, hay más enfermos.
¿Qué dicen sus colegas, creen que es Judas?
En general, los colegas de mi rango que me conocen y son más reflexivos, me comentan: "Alguien tenía que decirlo".