Anthony Beevor. "Las elecciones morales están en el centro del drama humano"
Apenas si le queda tiempo a Anthony Beevor (1946) para sentarse en el escritorio de su casa en Fulham, Londres, y dejarse ver a través de la cámara de su computadora personal durante casi media hora. En un chasquido de dedos deberá rearmar sus maletas para cruzar el Atlántico rumbo a Canadá y Estados Unidos, donde lo esperan más entrevistas, debates y lecturas públicas. Cuando termine, habrá recorrido 17 países para presentar su nuevo libro, publicado en la Argentina como La batalla de los puentes (Crítica), donde narra el último triunfo nazi en Arnhem, Holanda, durante la Segunda Guerra Mundial. Traducido a 32 idiomas y con más de siete millones de libros vendidos, Beevor es un historiador estrella cuyos ensayos arman el rompecabezas de un período de la historia moderna que, de algún modo, todavía marca el mundo en que vivimos. Alguna vez oficial del ejército británico, habla un inglés musical y rápido; entrecierra los ojos para afinar sus conceptos y no rehúye el análisis del presente, de Donald Trump a Malvinas. "La Segunda Guerra Mundial sigue entre nosotros porque ningún período de la historia puso a los hombres ante tantas elecciones morales", define.
¿Por qué sería importante, hoy, conocer el episodio de la Segunda Guerra que narra en su último libro?
Uno puede aprender acerca de lo que ocurre cuando una operación como esta es programada sin tener en cuenta las consecuencias sobre la población civil. Lo que demuestran los documentos estudiados es que Montgomery llevó adelante la operación por pura vanidad. Y pienso que la vanidad es un punto importante en las decisiones que toman los comandantes en jefe. Ese es un aspecto. El otro es cómo se llevan a cabo este tipo de operaciones, haciendo uso y mal uso de la inteligencia, algo que también se pudo ver en la invasión a Irak. Cuando los comandantes tienen una idea en mente, les es muy difícil cambiar ante una evidencia que desdice sus puntos de vista. En el caso que cuento en mi libro, el general Montgomery rechazó toda la información disponible que contradecía su punto de vista. Gracias a esto, los alemanes pudieron disponer de una línea de defensa. Hubo un mal análisis de la situación.
¿Estamos atravesando una Tercera Guerra Mundial sin declarar, como ha sugerido el papa Francisco?
Lo considero exagerado, aunque sí creo que hay un conflicto en potencia con China. La gente trata de establecer paralelos con los años 30, y eso puede conducir a conclusiones engañosas. Hoy, el peligro viene de otra parte. El peligro viene del calentamiento global. Y de las crisis de hambre en África y Medio Oriente, que empujan cada vez más refugiados hacia Europa, provocando el ascenso de una extrema derecha que hasta ahora solo ha conseguido ser gobierno en Hungría y Polonia, pero que tiene bajo amenaza a todo el sistema democrático. Lo mismo pasa en Centroamérica, con pésimos gobiernos que empujan a la gente a la frontera con Estados Unidos. Trump explota eso, claro. Entiendo lo que quiso decir, pero creo que las ideas del papa Francisco son una forma muy simplista de establecer paralelos con los fenómenos políticos de los años 30. Los tiempos y el contexto son distintos. Los riesgos de una guerra con China o Rusia son muy diferentes. En Europa vemos a la extrema izquierda y a la extrema derecha relacionadas al mismo tiempo con Rusia. En China vemos una situación muy distinta, que es muy peligrosa. Ustedes en la Argentina lo saben, y está pasando en África y en los países del Pacífico asiático: China está aprovechando las situaciones de deuda para explotar situaciones geopolíticas concretas. Los últimos análisis de compra de armas por parte de los chinos son alarmantes, sobre todo porque en Occidente no se está haciendo nada para equipararlo. Un país puede estar armándose así por una situación de resentimiento, y China tiene resentimiento hacia Occidente desde las Guerras del Opio. Las últimas armas que desarrolló pueden mantener a raya incluso a la fuerza aérea norteamericana.
¿Esta situación con China podría llevar a una nueva versión de la Guerra Fría?
No sería la Guerra Fría que conocimos. De algún modo, la tensión con la Unión Soviética producía cierta forma de estabilidad en el mundo. Cada uno sabía el lugar que ocupaba. Lo que marca estos tiempos es, justamente, la inestabilidad permanente.
¿Escribe estos libros para reponer la gloria del ejército británico o para prevenirnos del infierno sobre la tierra?
Ninguna de las dos cosas. La historia de la guerra ha cambiado dramáticamente en los últimos veinte años. Ya no se trata de contar historias de soldados, sino del sufrimiento de los civiles que son atravesados por el conflicto. En este sentido, La batalla de los puentes indaga lo que una operación fallida le causó a la población civil holandesa. Otro punto importante, a Dios gracias, es que la historia de la Segunda Guerra Mundial dejó de ser contada desde un punto de vista nacionalista. Esto sucede en parte porque las universidades más grandes están contratando a historiadores de distintas partes del mundo. Hay historiadores alemanes excelentes trabajando en universidades inglesas o canadienses. Y también lo contrario. Esta es una gran ventaja. No hay dudas de que la forma en la que esta guerra está siendo contada es mucho mejor hoy que antes.
Esas historias también han contribuido con la industria del entretenimiento: películas, series, novelas. ¿Cree que sus libros forman parte de esa industria?
No, de muchas maneras creo haber ido en contra de esa corriente de entretenimiento. Lo que más me enfada es la forma en que Hollywood ha contado esta guerra, con esa desafortunada frase: "basado en hechos reales". La gente mira esas películas pensando que ve historia, pero se trata solo de una ficción que explota la historia. Hace algunas semanas un periodista holandés me preguntaba cómo era posible que la Segunda Guerra Mundial siguiera suscitando tanto interés, mayor aún que hace veinte años.
¿Y qué respuesta tiene para eso?
La Segunda Guerra Mundial ha puesto a las personas ante más elecciones morales que ningún otro período en la historia. Y las elecciones morales están en el centro del drama humano. Esta es una de las razones por las que la Segunda Guerra sigue teniendo un atractivo singular. Tiene además ventaja sobre otros conflictos, como la Primera Guerra Mundial, por la cantidad de material fílmico documental que hay. También enseña sobre asuntos sobre los que tendremos que lidiar. ¿Cómo se van a comportar los líderes del mundo cuando las migraciones sean imparables por la hambruna? Tendrán por delante elecciones morales todavía más difíciles que las de la Segunda Guerra.
¿Es Trump un político peligroso o simplemente sobreactúa?
Quienes sobreactúan muchas veces son los liberales norteamericanos, y terminan ayudándolo de una manera muy estúpida. Pero sí pienso que es un político peligroso, porque desde que llegó al poder no ha dejado de socavar cualquier forma de relación internacional. Si hay una manera de afrontar el calentamiento global es a través de la cooperación internacional, pero Trump prefiere llevar las cosas a una cuestión de país contra país. Ha estado tratando de sabotear todo lo que pudo a la Unión Europea. En cuanto a la relación con Rusia, que es muy delicada, se ha dedicado a la provocación por la provocación. Su decisión de echar por tierra tratados comerciales para conseguir una ventaja rápida terminará por ser desastrosa. Pero, al mismo tiempo, la prensa liberal norteamericana y algunas cadenas de televisión muchas veces exageran sus argumentos. Puedo entender por qué lo hacen, puedo entender sus sentimientos; pero si no los controlan, él puede aprovechar la situación para hablar de las fake news y mantener a sus partidarios encendidos. Me preocupa que haya una mayoría demócrata en la Cámara de Representantes. Si, por ejemplo, trataran de llevarlo a un impeachment directo, eso dividiría a Estados Unidos de una manera profunda como no hemos visto en doscientos años. Si Trump saliera adelante, polarizaría inclusive a la derecha norteamericana. En el Reino Unido estamos en una posición muy extraña, por cierto. La polarización de la derecha en los años del Brexit ha arrastrado a la izquierda, que es la podría ganar las próximas elecciones.
Hablando de polarización en la sociedad, usted ha trabajado sobre la Guerra Civil Española. ¿Ve que en algún país estén dadas condiciones similares a las que había en España entonces?
Siempre se pueden observar similitudes muy superficiales. Pueden encontrarse ecos del pasado, pero la historia nunca se repite a sí misma. El hecho es que hoy no tenemos una polarización que sea estalinismo de un lado y fascismo del otro. Por suerte. No quiero decir que vivamos en un mundo feliz; solo creo que no estamos en ese punto. La principal razón de las polarizaciones es bastante distinta. Lo que vemos en España con el surgimiento de un movimiento como Vox es que se trata de grupos racistas muy minoritarios a los que se les suman multitudes de gente que básicamente tiene miedo. Esto también lo hemos visto en Suecia en las últimas elecciones. Ese miedo responde a que nunca tuvimos tantos cambios en una sociedad en un lapso tan corto. Eso puede ser peligroso. No se trata solo de cambios geopolíticos, sino también económicos: cambios estructurales en la industria que cambian el estilo de vida, cambios en la demografía a partir de las migraciones. Eso pone a mucha gente en estado de ansiedad y hace que se terminen uniendo a los grupos racistas. Afortunadamente esos grupos son minoritarios en Reino Unido y, si bien hemos visto algo de eso en las discusiones sobre el Brexit, no han llegado al grado de islamofobia e incluso antisemitismo que se experimentó en otros países. Esa mezcla de islamofobia y antisemitismo es lo que puede verse en Polonia y Hungría. Por supuesto que es preocupante, pero no es el mismo contexto político ni económico de los años 30.
La Unión Europea ha sido uno de los mayores logros de la sociedad que salió de la Segunda Guerra. ¿Está terminada?
Creo que está atravesando un momento muy difícil. El gran error de la UE fue introducir el euro como moneda común antes de estimular la unidad política de sus miembros. Eso la está llevando a la disgregación, como podemos ver ahora en Italia. Esta crisis podría terminar en una división Norte y Sur, lo que sería trágico. En el fondo, el problema es que la crisis del euro ha llevado a que, intentando solucionarla, se le otorgue una gran concentración de poder a Bruselas. Esto es lo que ha disparado la actual crisis de nacionalismos, algo opuesto a la intención original de la Unión. Termina siendo todo una gran contradicción.
¿Que lección nos da la historia acerca de la relación del Reino Unido con Europa? ¿Debe o no ser parte de la UE?
Reino Unido nunca fue un miembro natural de Europa. En parte por su cercanía con los Estados Unidos, y también por la red de países de la Commonwealth. Cuando nos unimos a la UE siempre fue con una cierta tensión y con cierto temor a lo que podríamos calificar como déficit democrático de la Unión. Esto significa que muchos países sienten que no son o nunca fueron escuchados en Bruselas. Siempre se ha dicho que la Unión Europea es lo que ha mantenido a Europa en paz desde 1945. Pero no creo que sea exactamente así, sino que la paz se sostuvo gracias a la solidez de las democracias. Un país verdaderamente democrático no entra en guerra con otro. Es un tema de buenos gobiernos más que de unificación forzosa.
Siendo usted un estudioso de las fuerzas armadas británicas y además parte de ellas en algún momento de su vida, ¿considera que la Guerra de Malvinas fue un error del Reino Unido?
Puedo entender el punto de vista argentino, pero si tenemos en cuenta que había una población que no deseaba estar bajo el control de un gobierno militar extranjero, la pregunta no diría que es irrelevante, pero sí que tiene una sola respuesta. El Reino Unido tenía que ir en defensa de esa población. La idea de entregar el gobierno de las islas a un gobierno invasor habría sido vista como una especie de rendición en Londres y, considerando el carácter de Margaret Thatcher en aquellos días, creo que no quedaba otra alternativa. Sobre todo porque los habitantes de las islas no querían ser parte de la Argentina.