Aníbal Pérez-Liñán. "La polarización extrema despolitiza a la sociedad"
Especialista en América Latina, el politólogo analiza el cambiante escenario electoral y rescata los logros del actual proceso democrático; sostiene que Cambiemos "abrió un espacio histórico nuevo"
Con hablar pausado, el politólogo argentino Aníbal Pérez- Liñán (1969) se acomoda en la sala de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), a la que fue invitado a dar un curso de metodología aplicada. Instalado hace más de 20 años en Estados Unidos, se especializó en estudios sobre democratización, procesos electorales e inestabilidad política, y su libro Juicio político al presidente y nueva inestabilidad política en América Latina es una referencia obligada para investigadores y académicos. Aunque su nombre quizá resulte poco familiar a los lectores argentinos, algunos politólogos que lo conocen bien afirman: "Es el mejor de todos, el mejor de nuestra generación".
Consultado sobre la efervescente coyuntura argentina y la nominación de Cristina Fernández de Kirchner como candidata a vicepresidente, sostiene que "al postularse como vicepresidente, Cristina elude un posible escenario como el de Brasil, en el que fiscales y jueces retiraron de la contienda electoral al candidato más popular en 2018, que era Lula. Una acción similar a la de Brasil en contra de Cristina fortalecería a su candidato". En otro orden, considera que Cambiemos, a pesar de su regular gestión económica, "abrió un espacio histórico nuevo" que, visto desde la perspectiva del largo plazo, significa un logro del proceso democrático. "Antes la pregunta era si un gobierno no peronista podía terminar el período, y hoy se discute si puede o no ganar las elecciones. Eso significa que estamos en un momento histórico muy diferente de lo que la historia democrática argentina nos hubiera sugerido", explica.
Pérez-Liñán conoce bien los procesos políticos de América Latina en general, y en especial los de Venezuela, país que ha visitado muchas veces, junto a su esposa nacida allí. "Hay algunos intelectuales, que genéricamente se identifican con la izquierda, que todavía hoy se niegan a reconocer las violaciones de derechos humanos de la misma forma que la derecha se negó a reconocer las violaciones a los derechos humanos durante las dictaduras militares en los años 70", dice en referencia a quienes persisten en defender el régimen de Nicolás Maduro. Y no duda en calificar la tragedia venezolana como una "catástrofe moral".
Jefe de redacción de Latin American Research Review, se doctoró en la Universidad de Notre Dame, en Indiana, Estados Unidos, y tras enseñar durante 17 años en la Universidad de Pittsburgh, volvió a Notre Dame. "Pensé que no iba a haber algo peor que Bush hijo. Pero siempre se puede estar peor", dice en alusión al gobierno de Donald Trump.
¿Tiene sensación de déjà vu o de circularidad con lo que sucede en la Argentina?
No, tengo sensación de algo nuevo. Sé que es extraño que alguien perciba eso.
¿Qué ve de nuevo?
El gobierno de Cambiemos, en su origen, es un gobierno extraordinario en la historia argentina: es la primera vez que un gobierno de derecha gana elecciones democráticas, y creo que eso abrió un espacio histórico nuevo. Claramente los resultados del gobierno en términos de política económica no han sido buenos. Lo normal sería que en una circunstancia histórica como esta el Gobierno perdiera las elecciones, y eso no sería sorprendente porque los resultados no han sido buenos, pero cuando comenzó esta gestión, el gran debate era si un gobierno no peronista podía terminar el período, dada la experiencia histórica argentina desde 1983. Hoy en día, el gran debate es si el Gobierno puede ganar las elecciones. Eso significa que estamos en un momento histórico que es muy diferente a lo que la historia democrática argentina nos hubiera sugerido.
¿Y eso alcanza para ser optimista?
Por supuesto que a las personas que viven en la crisis económica y a quienes temen que vuelva Cristina o que Macri reelija, no les alcanza para ser optimistas. Pero creo que si tomamos una perspectiva de largo plazo con respecto de la historia argentina, y una perspectiva amplia con respecto a América Latina, creo que ese pesimismo tiene que insertarse en un marco de reconocimiento de logros del proceso democrático que son realmente transformadores.
Cristina Kirchner mantiene una centralidad en la vida política argentina a pesar de las denuncias de corrupción que enfrentan muchos de sus funcionarios y ella misma. ¿Lo sorprende la polarización entre Macri y Cristina?
La polarización extrema hace que quienes están de un lado o del otro estén dispuestos a aceptar cualquier cosa para que el otro lado no gane, inclusive hacer trampa en términos del proceso electoral o violar derechos de los adversarios. La polarización extrema es peligrosa porque el costo de perder es tan alto para los perdedores que están dispuestos a hacer cualquier cosa para evitar una derrota. Y además hay un sector de la población que entiende que esa polarización no es sana para el proceso político, pero como no hay otra opción, simplemente tienden a alejarse de la política o mantenerse en reserva. La polarización extrema es un mecanismo de despolitización de la sociedad. Ahora, habiendo dicho esto, creo que la ausencia absoluta de polarización tampoco es algo muy sano porque significa que todas las opciones son lo mismo y que nadie tiene una gran motivación para interesarse en política. Cierto grado de polarización no es malo para las democracias. .
¿Cómo impacta en el tablero político el hecho de que Cristina Kirchner sea candidata a vicepresidente y no a presidente?
La decisión de Cristina de candidatearse como vicepresidenta ha sido leída con lógica electoral, como una estrategia para atraer a los votantes moderados. Pero si miramos el panorama latinoamericano, creo que hay una segunda lectura posible. Varios expresidentes han sido encarcelados por cargos de corrupción en Brasil, Guatemala y Perú. El suicidio de Alan García fue el episodio más dramático de esta nueva tendencia. Al postularse como vice, Cristina elude un posible escenario como el de Brasil, donde fiscales y jueces retiraron de la contienda electoral al candidato más popular en 2018, que era Lula. Una acción judicial similar a la de Brasil en contra de Cristina simplemente fortalecería a su candidato. La nominación de Alberto Fernández es en parte un seguro contra la investigación judicial.
¿Qué virtudes reconoce en Cambiemos?
Creo que el gran acierto de Cambiemos fue reconocer desde el principio que era un gobierno débil, y esto lo distinguió de gobiernos anteriores. Uno puede estar en minoría en el Congreso e imaginar que es un gobierno fuerte y tratar de gobernar de manera unilateral por decreto o tratando de forzar la mano del Congreso. O uno puede aceptar que es un gobierno débil y tratar de articular coaliciones, adoptar políticas públicas de manera gradual, y retroceder cuando reconoce que no hay respaldo social para una determinada decisión. Creo que Cambiemos tuvo la lucidez de reconocer que era un gobierno débil. Y eso le dio capacidad de negociación y flexibilidad, lo cual hizo que pasemos de esa situación original en la que no sabíamos si el gobierno iba a sobrevivir, a esta situación actual en la que el gobierno puede perder la elección. Pasamos de una situación de incertidumbre a una situación de normalidad, en el sentido electoral. La segunda gran ventaja de ese reconocimiento de su propia ebilidad fue que ese elemento de unidad política permitió que un bloque central para la democracia argentina que es el sector de derecha democrático -que históricamente nunca estuvo bien representado- haya encontrado un espacio de representación.
Algunos pondrían en duda esta visión suya de humildad y negociación.
Es posible, pero me parece que en la dinámica más general, en su relación con otras instituciones, con el Congreso, y en particular con la oposición, es un gobierno que ha reconocido su debilidad, algo inusual para la tradición argentina de presidencialismo en la que los presidentes tienen que ser fuertes y, si son débiles, tienen que parecer fuertes. La idea de que un presidente débil puede parecer débil es realmente liberadora.
Le propongo una reflexión sobre Venezuela. ¿Qué se podría decir hoy de esta larga agonía con final abierto?
Para imaginar la gravedad de la situación de Venezuela tenemos que imaginar la ciudad de Buenos Aires y pensar que, por una razón extraña, se volviera inhabitable y no quedara nadie, que el centro estuviera vacío, que nadie viviera en los departamentos de Belgrano, y que si uno fuera a Once, los negocios estuvieran absolutamente vacíos. Una imagen de El Eternauta. La cantidad de gente que ha abandonado Venezuela en los últimos cinco años es igual o mayor a la cantidad de gente que vive en la ciudad de Buenos Aires. Estamos hablando de unos tres millones y medio de personas, una hiperinflación de 10.000.000% anual, una crisis de alimentación en la que la gente está perdiendo peso año a año, además de la crisis política y la represión creciente. Cualquiera de estas cuestiones en sí misma sería un drama terrible en cualquier país, pero en Venezuela todas estas cosas están confluyendo.
A partir de un exhaustivo informe sobre ejecuciones extrajudiciales, detenciones arbitrarias, muertes y lesiones por uso excesivo de fuerza ocurridas en Venezuela, Amnistía Internacional propone que sean considerados delitos de lesa humanidad. ¿Coincide?
Creo que el gobierno venezolano ha dejado claro que está dispuesto a utilizar la represión en la medida en que sea necesario para mantenerse en el poder, y también a utilizar el hambre y la necesidad de la gente para ejercer control sobre la población. Venezuela representa una gran catástrofe moral porque este régimen se inició como un régimen que buscaba dar respuesta a las frustraciones y a las debilidades de la democracia venezolana, prometiendo una forma superior de la democracia; y porque estuvo respaldado por actores de izquierda que habían sido reprimidos durante los años 60. Pero sus ideales de mejoras en las condiciones de vida y en términos de derechos humanos, que eran justamente sus banderas frente a una democracia con problemas, han dado lugar a un régimen que es tremendamente más represivo y más trágico en términos de condiciones de vida de lo que era la democracia anterior. Las cifras de pobreza hoy en día están por encima del 90%.
Todavía hoy se escucha a algunos intelectuales de izquierda decir que en Venezuela no hay una dictadura.
Sí, hay algunos intelectuales que genéricamente se identifican con la izquierda que por algún motivo todavía se niegan a reconocer las violaciones de derechos humanos de la misma forma en que la derecha se negó a reconocer las violaciones a los derechos humanos durante las dictaduras militares en los años 70. En Venezuela hay una dictadura porque el gobierno ha utilizado la legitimidad de haber ganado elecciones durante 15 años para concentrar poder y de ese modo se ha preparado para un momento como el actual, en que ya no puede ganar elecciones. Cuando ya no pudo ganar elecciones, estuvo dispuesto a crear instituciones paralelas o negar el resultado de las elecciones, y para entonces ya tenía instituciones aliadas como el Poder Judicial y el Consejo Electoral. Finalmente cuando la gente sale a protestar, el recurso que tiene es el represivo, que requiere fundamentalmente un control y monitoreo permanente sobre las Fuerzas Armadas y la utilización, no digo de grupos paramilitares, pero sí de grupos choque contra los manifestantes.
¿Qué piensa del tipo de intervención que hizo Estados Unidos en la situación venezolana?
El gobierno de Obama era particularmente cuidadoso en temas de política exterior y buscaba evitar una confrontación directa. El gobierno de Trump no es particularmente cuidadoso y ha visto en Venezuela una oportunidad fácil para consolidar votos en el electorado latino. Entonces ha adoptado una posición muy explícita y beligerante, no porque tenga un gran compromiso con los derechos humanos ni un gran compromiso democrático -que sabemos que Trump no tiene-, sino porque tiene un interés electoral. Inicialmente operó en conjunto con los aliados de América Latina, pero en la medida en que el gobierno estadounidense intentó tener una voz más agresiva y autónoma frente a Venezuela, ha facilitado una justificación fácil para la represión por parte del gobierno de Maduro, con el argumento de que hay que prevenir una invasión.
El "vienen por el petróleo y los recursos".
De todas las excusas que permiten justificar una dictadura, la última excusa es siempre la de la soberanía, y la izquierda, que tiene un problema moral muy serio con Venezuela, encuentra en el argumento de la soberanía y la lucha contra el imperialismo la última excusa posible para poder defender una situación que contradice sus propios valores.