Bienal antártica. A orillas del fin del mundo
Un equipo internacional y multidisciplinario llegará a Buenos Aires esta semana, tras haber recorrido el continente más austral de la tierra
Es como estar en la Luna. Algo así sucede cuando se pone un pie en la Antártida. Los paisajes cortan la respiración y anestesian, a primera vista, los sentidos. Pero no es eso lo único que tienen en común ambos territorios de infinita geografía. Además, la Antártida y la Luna comparten similares tratados internacionales por los que ningún país tiene soberanía, un estatus único y singular de cooperación. Eso los convierte en espacios supranacionales, de todos y de nadie.
En el continente antártico, en los confines del mundo donde todos los meridianos se cruzan, donde las temperaturas son extremas y donde la luz del día, en verano, puede llegar a durar 24 horas, se realiza hasta el martes próximo la primera bienal antártica con artistas de todo el globo, incluidos los argentinos Tomás Saraceno y Joaquín Fargas. La tripulación está integrada por cien pasajeros, entre los cuales se cuentan también filósofos, cineastas, poetas, escritores y científicos de 25 países que se embarcaron en esta travesía como en un gran relato de Julio Verne.
Partieron el 17 de marzo desde Ushuaia, la ciudad más austral, a bordo del barco Akademik Sergey Vavilov. La intención es regresar a Buenos Aires esta semana y dar los detalles de las acciones artísticas realizadas el miércoles próximo, con una conferencia en el Faena Arts Center.
Laboratorio flotante
El concepto de la Bienal Antártica fue propuesto en 2011 por el artista, marinero, ingeniero y filósofo ruso Alexander Ponomarev. Cuenta con un consejo que integran, entre otros, Sam Keller, Marina Abramovic, Alfred Pacquement y Hans Ulrich-Obrist. Además, en 2014, este hombre al que sus amigos llaman “Capitán Pono” estableció el primer Pabellón Antártico, supranacional, en la Bienal de Venecia, donde se podrán ver este año los resultados de la particular travesía que realizan en estos días.
“El barco que nos traslada es un laboratorio flotante para la interacción y el intercambio de ideas, donde se incluyen conferencias, clases y talleres. Todos regresan siempre al barco aunque toman unos pequeños botes de investigación para aterrizar en tierra y realizar las acciones artísticas que se desplegarán por agua, cielo y tierra”, contó a LA NACION el neoyorquino John Blaffer Royall, integrante del comité organizador. Uno de los embajadores de la bienal en Estados Unidos también se encargó de conseguir fondos para este proyecto auspiciado por la Unesco, junto con el magnate de la seguridad informática Eugene Kaspersky.
La idea es instalar de manera temporal, durante cada uno de los aterrizajes en distintos puntos antárticos, las obras de arte. Éstas deberán ser portátiles, tener en cuenta la ecología y el medio ambiente, ser expresivas y también agudas conceptualmente.
La expedición pasa por el mar de Drake, la isla Cuverville, el canal Errera, el canal Lemaire, la isla Pleneau y el cabo de Hornos. Realizan a bordo talleres, proyecciones y conferencias. Además, visitan dos centros de investigaciones científicas con base en la Antártida.
“Tenemos un mapa de lo que nos gustaría hacer pero, ciertamente, no sabemos qué sucederá en el camino. El clima es muy duro en la Antártida”, adelantó con tranquilidad John Blaffer Royall el día de antes de partir. Y de perder, por ende, conexión con el resto del mundo.
La Antártida es la zona menos explorada, la que despierta las mayores fantasías e incentiva la imaginación, y la reserva de agua más grande del planeta. Se puede saber cuándo ir, pero sin duda no es tan fácil decidir cuándo volver. Algo así cuenta en su libro Antártida: 25 días encerrado en el hielo el escritor y periodista argentino Federico Bianchini, que viajó al continente blanco y cuyo regreso se demoró más de lo esperado. La experiencia está condensada en este relato que incluye, en uno de sus tramos, un válido interrogante: “¿Cómo describir un paisaje que me emociona y me da ganas de llorar?”
Luz y color
“La experiencia de conocer la Antártida es fascinante. Llegás a un espacio mágico, donde la luz es totalmente diferente, donde el tiempo transcurre diferente; no hay comercios ni dinero. La geografía es espectacular y los colores cambian todo el tiempo.”
Así describió su experiencia Andrea Juan, pionera en el tema antártico. Ella es una de las primeras en haber impulsado, ya en el año 2004, diferentes performances, instalaciones y videos en este continente de millones de kilómetros cuadrados. Durante doce años, Juan realizó allí acciones artísticas relacionadas con investigaciones científicas sobre el cambio climático. Además, creó y dirigió el programa de arte Sur Polar para que otros artistas, argentinos y extranjeros –casi cien en total– pudieran desarrollar allí sus obras. Surgieron de aquel proyecto varias muestras en la Argentina y en todo el mundo.
“Las ideas de los científicos pueden ser muy complejas –observa John Royall–. Son los artistas los que toman esas ideas para compartirlas con el mundo. Los artistas tienen la capacidad de hilvanar esas ideas y tender puentes culturales, geográficos, sociales. Por eso realizamos este proyecto global, de nuevas propuestas, de cooperación, en este continente sin soberanías. La Antártida es el futuro.”