Biden frente a la historia
WASHINGTON. - La brutal agresión de Rusia contra Ucrania se ha encontrado con un liderazgo débil en Estados Unidos. Probablemente esa es una de las razones que convencieron en primer lugar a Vladimir Putin para ordenar la invasión. La inesperada y heroica resistencia del pueblo ucraniano le ha dado tiempo a la Unión Europea y a Joe Biden para corregir esa debilidad inicial y actuar de forma más contundente para contener a Putin y tratar de abortar su propósito de redibujar el mapa de Europa. ¿Están todavía a tiempo de conseguirlo? ¿Hasta dónde puede llegar la reacción norteamericana? ¿Podría Biden ganar prestigio y popularidad por su actuación en esta crisis?
Es importante insistir en que si nos estamos haciendo estas preguntas es sólo porque los ucranianos, con su bravo presidente al frente, han plantado cara a los tanques rusos y han puesto a la comunidad internacional ante la obligación moral de acudir en su respaldo. Si la sangre de la población de Ucrania no hubiera inundado las conciencias de los líderes de Occidente, nadie habría movido un dedo en contra de Putin. Si las tropas rusas hubieran ocupado Kiev y las principales ciudades de Ucrania en pocos días, como planeaba el Kremlin, la reacción de Washington y de las capitales europeas se hubiera limitado a duros y vacíos comunicados de condena.
Así fue de hecho en las primeras horas tras la invasión. En su primera comparecencia, Biden se limitó a anunciar simbólicas sanciones económicas, que no incluían el bloqueo de la fortuna del propio Putin ni limitaban siquiera la participación de los bancos rusos en el sistema mundial de transferencias financieras. Sólo después, cuando el presidente Zelensky -apoyado en el ejemplo personal que estaba ofreciendo- imploró ayuda militar y sanciones eficaces contra el régimen ruso, Biden se movilizó realmente. Recordemos que Estados Unidos había ofrecido primero al presidente de Ucrania ayuda para sacarlo del país, a lo que éste respondió: “Queremos armas, no un aventón”.
La reacción inicial de Biden fue la previsible en una presidencia cuya política exterior, como tantas otras cosas, ha naufragado hasta ahora. Blinken ha demostrado una grave carencia de personalidad política para ocupar la secretaría de Estado. Tras la catástrofe de la retirada de Afganistán, símbolo del repliegue norteamericano en el frente internacional, Washington no ha sido capaz de apuntarse ningún éxito en su política en Asia, en Oriente Medio o en el duelo particular con China, por no mencionar ya la completa renuncia a ejercer un papel positivo en América Latina. Con esos precedentes, Putin estaba convencido de que no contaría con ningún obstáculo por parte de Estados Unidos para proceder con sus planes en Ucrania.
Para ser justos hay que mencionar también el acierto de la política de comunicación de la Casa Blanca en relación con esos planes. Durante semanas, los propios Biden y Blinken, así como otros funcionarios de la Administración, estuvieron alertando sobre las verdaderas intenciones de Putin, desvelaron los informes de los servicios de espionaje norteamericanos y llegaron a dar fechas precisas del momento de la invasión. De esa manera, Estados Unidos anuló la propaganda rusa, impidió que Putin estableciera el relato para justificar su ataque y previno al mundo sobre lo que verdaderamente iba a ocurrir.
Alcanzado ya el punto alarmante en el que nos encontramos hoy, es el momento de anticipar cuáles pueden ser los siguientes movimientos. Pese a que hayan fracasado sus cálculos iniciales, es difícil que Putin dé marcha atrás sin más y ordene a sus tropas salir de Ucrania. Por el contrario, es de temer que el ataque se haga más cruel e indiscriminado hasta conseguir la capitulación de Kiev, incluso aunque eso no le garantice un completo control sobre el conjunto del país, imposible de conseguir si persiste la resistencia ucraniana.
Ante ese escenario, todas las medidas anunciadas hasta ahora por Estados Unidos, aún siendo significativas, serán insuficientes. Ucrania pedirá y la situación demandará una mayor implicación militar norteamericana a través de la OTAN. Ya hay muchas voces en Ucrania pidiendo la imposición de una zona de libre de vuelos (no fly zone) sobre ese país, lo que exigiría derribar los aviones rusos que ahora mismo dominan el cielo y supondría el inicio de un conflicto directo con Rusia. Putin ha amenazado a las naciones que acudan en ayuda de Ucrania y ha llegado a declarar en estado de alerta el arsenal atómico con el que cuenta Rusia, el mayor del mundo.
Como ha advertido el propio ministro de Relaciones Exteriores ruso, una agudización del conflicto nos coloca a las puertas de una Tercera Guerra Mundial, que sería nuclear. ¿Está Estados Unidos preparado para eso? Desde luego que no. Este no es el país de la Segunda Guerra Mundial ni ha habido un Pearl Harbour. Los norteamericanos no están dispuestos a respaldar una guerra con Rusia ni a asumir el riesgo de una bomba atómica. Tampoco Biden es Truman. Lo primero que ha hecho el presidente es tranquilizar a sus compatriotas y asegurar que ese riesgo no existe. Nadie está actualmente en la Administración norteamericana tratando de construir el caso para ganar respaldo popular de cara a un eventual enfrentamiento con Rusia. Al contrario. En su discurso sobre el estado de la Unión este martes, Biden se refirió con palabras muy duras a Putin y garantizó que el frente occidental se mantiene unido y firme contra él. Pero también aseguró a sus compatriotas que no habrá soldados norteamericanos en Ucrania y que las tropas de Estados Unidos no se van a ver cara a cara con las de Rusia en ningún momento.
Biden confía en que las medidas adoptadas hasta ahora -tal vez con el añadido próximo del cese de la compra de petróleo ruso- sean suficientes para mantener a Putin encallado en Ucrania, sometido a una resistencia larga y, posiblemente, abocado a perder en algún momento el poder en Moscú. La otra salida con la que se cuenta en Washington es la de una mediación de China, el único país del mundo actualmente capaz de ejercer verdadera presión sobre Putin como para obligarle a replegarse.
Es pronto para conocer los efectos que la guerra en Ucrania pueden tener para Biden y la política norteamericana. En principio, Biden se ve como un cadáver político difícil de resucitar. Si, además, es China quien consigue actuar como gendarme internacional e imponer la paz en Ucrania, la posición geopolítica de Estados Unidos se verá también seriamente perjudicada. Las consecuencias electorales de esta crisis parecen por ahora menores, pero a la larga puede contribuir a la imagen de inconsistencia que ya ofrece el presidente. Queda, sin embargo, un resquicio para que la agresión de Rusia restablezca a los ojos de la opinión pública el valor de la libertad, de la democracia liberal y la necesidad de defenderla. Hay un resquicio de esperanza para que la invasión de Ucrania ponga en evidencia el valor de la OTAN, de la implicación de Estados Unidos en la defensa de Occidente y del imprescindible liderazgo norteamericano. Hay un resquicio de esperanza para que la política exterior de Biden se reivindique como un éxito de la diplomacia serena, que ese triunfo ilumine el resto de su presidencia y concluya el mandato como uno de los presidentes que supo estar a la altura del reto de la historia. Hay un resquicio de que todo eso ocurra, pero es muy estrecho.
El autor es exdirector de El País de España