Biden, entre Charles Aznavour y Joe Cocker
La elección presidencial de 2020 en los Estados Unidos quizás sea el origen de un viraje trascendental en la historia de ese país. No solo por el hecho de que la participación ciudadana en las urnas (66,4%) fue la más alta desde 1908 (65,7%), sino porque la contienda reflejó el mayor grado de polarización en lustros. Quebrado el pacto social interno posterior a la Segunda Guerra Mundial y deteriorados los atributos de poder, la influencia y el prestigio de Washington, el presidente electo Joe Biden enfrenta un dilema colosal para una superpotencia que hace años pretendió configurar un orden unipolar. Se trata de poner orden a una casa en desorden o de liderar el mundo. Las dos cosas no se pueden lograr de manera simultánea. Es una encrucijada a la Charles Aznavour/Joe Cocker. Biden puede optar por enfrentar los grandes retos estadounidenses a "la manera antigua" o hacerlo "con una pequeña ayudita" de los amigos.
La opción Aznavour, en su dimensión internacional, consiste en repetir y reforzar la onerosa y desacreditada estrategia de primacía. Dicha estrategia implica que un país no acepta, ni tolera, la presencia y el encumbramiento de un poder competidor de igual talla. La primacía se sustenta, en gran medida, en abultados presupuestos de defensa; en el despliegue del músculo militar más que en el tacto diplomático; en objetivos ambiciosos como reordenar el sistema mundial; y en una supuesta moral superior y benigna. Implícitamente, los tomadores de decisión que han reivindicado esa estrategia asumen que esa preponderancia se puede lograr y preservar a bajo precio. Pero eso no fue, ni es, ya posible. Más temprano que tarde surgen dificultades de sobre-extensión internacional, problemas fiscales serios y un debilitamiento de la salud cívica del país: se erosionan la política exterior, la economía y la democracia.
Biden afrontará retos internos monumentales después de una elección que subrayó las distintas brechas sociales, políticas, raciales, culturales y territoriales del país. Y lo hará con un gobierno dividido, pues los demócratas tienen una mayoría estrecha en la Cámara de Representantes, los republicanos pueden controlar el Senado, 27 gobiernos estaduales estarán bajo dominio republicano y se ha consolidado una Corte Suprema bien conservadora. Y todo ello en medio de una situación económica muy complicada.
En el número de marzo-abril de 2020, el presidente electo escribió una nota en la renombrada e influyente revista Foreign Affairs con el título de "Por qué Estados Unidos debe liderar nuevamente". Con matices, no es más que una versión revisada de la estrategia de primacía. El eco de a "la manera antigua" de Aznavour es notorio. No reconoce que es el fallido intento de primacía la que llevó a Estados Unidos a la coyuntura actual. Repite esa ya usual frase en Washington: "Estados Unidos debe ser duro con China". Eslogan efectista que no revela las complejidades de la redistribución de poder a nivel global y presume que, de inmediato, habrá un grupo de países dispuestos a cercar a China y revertir su proyección regional y global.
La alternativa a pretender comandar el mundo a su (vieja) manera sería inspirarse en "la pequeña ayuda" de los amigos, como decía Joe Cocker, y hacerlo en dos direcciones diferentes pero que pueden reforzarse mutuamente. Hacia adentro, procurar una agenda acotada de reformas prioritarias que intenten reducir los niveles de desigualdad existentes y potencien una diversificación productiva. Congraciarse preferentemente con los ganadores internos de la globalización y mantener el poder intacto del capital financiero solo conducirán a una eventual derrota de los demócratas en la elección legislativa de 2022 y una segura pérdida en la presidencial de 2024. Biden necesitará muchos compañeros de ruta para superar la grave crisis que afecta domésticamente a Estados Unidos.
Es crucial, además que en el campo externo Washington abandone la idea de nación "imprescindible", la tentación de consultar a los socios solo después de haber definido un curso de acción propio y la noción de que en los puntos calientes del mundo el preferible administrar el caos que propender por un cambio gradual y sostenible. El "multilateralismo a la carta"—lo estimulo si me conviene, lo debilito si no me sirve—solo generará desazón y rechazo entre los aliados y facilitará el ascenso de China que sí combina el multilateralismo alternativo con el bilateralismo activo. En breve, y aunque le resulte muy difícil, Estados Unidos deberá asumir que es un primus-inter-pares más vulnerable y menos reputado que en el pasado. Y necesitará de mejores amigos con credenciales legítimas para recobrar prestigio y gravitación. Se trata, en última instancia, de priorizar lo interno, ya que liderar el mundo como tuvo ocasión de hacerlo con el fin de la Guerra Fría no parece tan factible como hace tres décadas.
Vicerrector de la Universidad Di Tella