Bernardo Kliksberg: la ética que cuenta
En Más ética, más desarrollo (Temas), el especialista argentino analiza por qué una economía desvinculada de principios morales es un impedimento para el progreso de una América latina postergada por la iniquidad y las desigualdades
Hay una sed de ética en América latina. La opinión pública reclama en las encuestas y por todos los canales posibles comportamientos éticos en los líderes de todas las áreas, y que temas cruciales como el diseño de las políticas económicas y sociales y la asignación de recursos sean orientados por criterios éticos. Contrariamente a ese sentir, las visiones económicas predominantes en la región tienden a desvincular ética y economía. Sugieren que son dos mundos diferentes con sus propias leyes, y que la ética es un tema para el reino del espíritu. Este tipo de concepción que margina los valores morales parece haber sido una de las causas centrales del "vacío ético" en el que se han precipitado diversas sociedades latinoamericanas. La idea de que los valores no importan mayormente en la vía económica práctica ha facilitado la instalación de prácticas corruptas que han causado enormes daños. El Papa Juan Pablo II ha encabezado el cuestionamiento de la supuesta dicotomía entre ética y economía. Ha señalado repetidamente que es imprescindible volver a analizar la relación entre ambas, y que la ética no sólo no es ajena a la economía sino que debería orientarla y regularla. Así, entre otros aspectos, el Papa exige un "código ético para la globalización".
Esta discusión está lejos de ser teórica. Tiene sustanciales efectos prácticos. La ética incide todos los días en la economía.
Lo que una sociedad hace respecto a los valores éticos puede tener importancia decisiva en su economía. En contra, como en los casos de Enron, Collor de Mello, Fujimori, la grave crisis de corrupción en la Argentina de los 90 y otros ejemplos similares, o a favor. Si una sociedad cultiva sistemáticamente sus valores éticos cosecha resultados. Noruega, por ejemplo, es el número uno en los últimos tres años entre 180 países del mundo en la tabla de Desarrollo Humano de la ONU. Una economía potente, con altísimo desarrollo social, y sin corrupción. Esa sociedad trata por todos los medios de mantener muy altos standards éticos. Así está analizando continuamente autocríticamente sus responsabilidades como país desarrollado hacia el mundo en pobreza, y su gobierno impulsa una discusión ética permanente sobre los desafíos éticos de la sociedad en las escuelas. Los valores éticos anticorrupción y proigualdad, solidaridad y cooperación que ha puesto en marcha son esenciales en sus logros económico-sociales. Esos valores son cultivados cuidadosamente en el sistema educativo en todos sus niveles, y a través de ejemplos de los líderes.
Es imprescindible, en una América latina agobiada por grados agudos de pobreza y desigualdad (casi uno de cada dos latinoamericanos es pobre, la pobreza es mayor que en 1980, la desigualdad es la mayor del planeta), recuperar la estrecha relación que debería haber entre valores éticos y comportamientos económicos. Ello significa poner en el centro de la agenda pública temas como la coherencia de las políticas económicas con los valores éticos, la responsabilidad social de la empresa privada, la eticidad en la función pública, el fortalecimiento de las organizaciones voluntarias y el desarrollo de la solidaridad en general. Todos los actores sociales deberían colaborar para que la ética volviera, tanto para erradicar la corrupción como para motivar actitudes éticas positivas.
Es fundamental al respecto el papel que puede jugar la educación en todos sus ámbitos y particularmente las universidades. Las nuevas generaciones de profesionales deben ser preparadas a fondo en sus responsabilidades éticas. Ello es crucial en áreas decisivas para el desarrollo como los gerentes, contadores, economistas, y otras profesiones afines. Así, entre otros aspectos, los especialistas en ciencias gerenciales deberían ser formados en impulsar un avance en las prácticas de responsabilidad social empresarial muy limitadas en las realidades latinoamericanas, y nacional (como lo indica entre otros un estudio reciente de IDEA de la Argentina, Tercer Sector, Junio 2003). Los contadores deberían velar por la protección de los intereses de la comunidad garantizando confiabilidad y transparencia total en la información tanto en el área pública como en la privada. Los economistas deberían contribuir a la generación de una economía que enfrente las tremendas exclusiones actuales, como la pauperización de los niños (60% de los niños latinoamericanos son pobres), la destrucción de familias por la pobreza y el desempleo (una de cada cinco en toda la región), la marginación de los jóvenes (su tasa de desocupación duplica en la región y en Argentina a las elevadas tasas promedio), las que derivan de las discriminaciones de género, del maltrato a las edades mayores, a las minorías indígenas, a los discapacitados, y otras.
El Premio Nóbel de Economía Joseph Stiglitz (2003) formula agudas sugerencias respecto a la necesidad de una ética para economistas. Dice que es imprescindible que una profesión tan influyente tenga de una vez regulaciones éticas, y que un código de ética razonable debería incluir inicialmente por lo menos tres principios. Primero, no recomendar a los líderes públicos de los países en desarrollo teorías no probadas por la realidad; segundo, no decirles que hay una sola alternativa, y tercero, ser sensibles a los efectos de sus recomendaciones sobre los sectores desfavorecidos y transparentar los costos que van a pagar dichos sectores por ellas.
¿Cómo llevar a la práctica la educación ética en estos campos que está siendo reclamada por las sociedades latinoamericanas? El contexto es favorable por el avance de la democratización. Véase así, por ejemplo, el impresionante apoyo (más del 80% en las encuestas) que la opinión pública argentina está dando a las medidas moralizantes que ha adoptado el nuevo Presidente del país, que han hecho recobrar la confianza a la ciudadanía. No se trata simplemente de agregar una materia que trate de ética a las carreras, sino de ir mucho más allá. Transversalizar la enseñanza de la ética, hacer discutir en cada una de las asignaturas los dilemas éticos concretos vinculados con sus contenidos, que surgen de la realidad. Al mismo tiempo generar cátedras especializadas en temas como ética y economía, capital social y las nuevas ideas sobre responsabilidad social de la empresa privada (tema en el que la Universidad latinoamericana está altamente atrasada). Por otra parte, sería importante acompañar la enseñanza con experiencias de campo. Una posibilidad importante al respecto es la voluntarización. Los estudiantes avanzados de administración, contaduría y economía, y otras áreas afines, podrían hacer grandes aportes como voluntarios a los programas con poblaciones pobres orientados al desarrollo de sus capacidades productivas. Podrían apoyarlas técnicamente, entre otros aspectos, en elaborar proyectos, generar microempresas y pequeñas empresas, obtener acceso al crédito, armar modalidades cooperativas de acción, recuperar empresas y otros campos similares. Esas acciones voluntarias les permitirían hacer un útil aporte, y fortalecerían su potencial ético. Esas experiencias podrían vincularse estrechamente con diversas materias, y formar parte de ellas, siendo guiadas y tutoreadas por el personal docente de las mismas.
La ética importa. Los valores éticos predominantes en una sociedad influyen a diario en aspectos vitales del funcionamiento de su economía. Eludir esa relación, como ha sucedido en América latina en las últimas décadas, significa crear el terreno propicio para que ese vacío de discusión ética favorezca que se desplieguen sin sanción social los valores antiéticos que encabeza la corrupción y continúan el egoísmo exacerbado, la insolidaridad y la insensibilidad frente al sufrimiento de tantos. El corrupto no sólo daña por lo que roba a la sociedad, sino por el mensaje que transmite: todo para mí, no me importan los demás, no tengo problemas de conciencia, lo único importante es enriquecerse. Es hora de contestar definitivamente a ese mensaje, reinvindicando los valores raigales de nuestra cultura que vienen de los textos bíblicos y de las civilizaciones originarias de América latina. Ellos proclaman que el destino del ser humano es el amor, la solidaridad, la paz, la superación de todo orden de discriminaciones, el abrir a todos oportunidades de desarrollar su potencial. Un incisivo periodista americano escribió, frente al caso Enron, que los altos ejecutivos corrompidos conocían bien los Diez Mandamientos, pero que en realidad los tomaron como "Las diez sugerencias". Algo parecido ha sucedido en América latina. Los valores morales fueron degradados, marginados, excluidos. Es hora de recuperarlos para la toma de decisiones cotidiana, son los únicos que pueden garantizar la América latina soñada.