Benito Pérez Galdós, el retratista de la gente común
España celebra el centenario de la muerte de un autor de grandes frescos novelísticos, cuya impronta marcó a generaciones
MADRID
El eco de su bastón retumba por las calles de esta ciudad mientras sus lectores persiguen su sombra. Diversos tours recorren los circuitos donde Benito Pérez Galdós vivió, imaginó una sociedad mejor y ubicó a sus criaturas. Conocer al autor es conocer Madrid y viceversa. Este año se celebra el centenario de su muerte (ocurrida el 4 de enero de 1920) y la Biblioteca Nacional de España diseñó una muestra homenaje para el escritor que discutió las dicotomías entre progreso y tradición, honor e hipocresía, ser y parecer. Jamás, desde su muerte, se extinguió su imagen y su legado: el billete de mil pesetas, el de mayor circulación, llevó durante décadas su rostro, sus novelas se adaptaron al cine y la TV, y autores prestigiosos lo alaban y siguen su huella.
Nacido en Las Palmas de Gran Canarias en 1843, Galdós se mudó a Madrid para estudiar Derecho. El cambio de paisaje implicó poner distancia con su dominante madre, que algunos críticos ven reflejada en el personaje central de Doña Perfecta. En Memorias de un desmemoriado (1915), recuerda el clima que lo recibió en Madrid, la etapa previa a la Revolución de 1868, signada por fusilamientos y una turba estudiantil que aparece retratada en Fortunata y Jacinta (1885).
Cuando se habla del realismo en las letras hispánicas, se piensa en Galdós. Pero ¿qué dimensión tenía lo real para él? Señala Joan Oleza que el autor, religioso aunque anticlerical, creía que las soluciones se encontraban dentro de cada ser humano, ya que el orden externo (monarquía o república) era falible. En su ambicioso proyecto de novela oceánica hay un plano invisible, una "filosofía del amor" que supone que las personas deben explorar los valores en su interior y priorizar el más poderoso: la caridad. Galdós cincelaría estas ideas a través de ficciones de corte realista.
En 1867, en París, mientras paseaba por los puestos del Sena durante la Exposición Universal que exhibía las maravillas del progreso, tuvo una epifanía: descubrió el valor de la novela Eugenie Grandet (1834), de Honoré de Balzac. Germán Gullón y Marta Sanz, comisarios de la exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana en la Biblioteca Nacional de España, precisan que esta obra "le ofreció un modelo para describir una sociedad en la que palidecía la influencia del romanticismo". La vida privada de la gente común, sus dialectos y refranes iban a reverberar en el universo galdosiano, parte de un proyecto literario que suponía una sociedad capaz de evolucionar como si de un organismo vivo se tratase, con la burguesía como único motor posible del cambio.
En 1870 comenzó una gran apuesta: los Episodios Nacionales, una saga de 46 novelas que recorren la historia de la España del siglo XIX, y que se inicia con la derrota naval de España en Trafalgar ante los británicos.
Galdós se convirtió en el faro de otros creadores y su influencia se palpa incluso hoy, a pesar de quienes consideran que su prosa quedó vetusta. "En esta serie adopto un poco los procedimientos de Galdós, que nos enseñó a escribir la historia desde abajo", explicaba Almudena Grandes en la presentación de la última novela de la serie Episodios de una guerra interminable, donde recorre un arco que va desde la Guerra Civil Española hasta los años sesenta.
Antonio Muñoz Molina escribió hace unos meses en El País que se había reencontrado con los Episodios, un gozo de su juventud, y que le habían sabido mejor incluso que aquella lectura inicial. Además del impacto de Galdós sobre Miguel de Unamuno, Gullón y Sanz señalan a Rafael Chirbes ("escribía con un estilo semejante") y Arturo Pérez-Reverte como autores con herencia galdosiana. Incluso en cuanto a su proyecto de entomólogo de la realidad y defensor de la saga como estructura, otros críticos señalan a Karl Ove Knausgård como heredero del autor canario. Galdós también inspira como personaje; Carolina Molina imaginó sus últimos años de vida, víctima de una ceguera, en Los ojos de Galdós (Edhasa, 2019). Asimismo, varios cineastas se vieron influidos por su obra, en especial Luis Buñuel, cuya filmografía está atravesada por su narrativa: Nazarín (1958), Viridiana (1961) y Tristana (1970), con Catherine Deneuve.
Abundan en la obra galdosiana personajes femeninos sujetos a las jaulas y trampas de su tiempo, que luchan por su libertad y sus derechos. Jacinta, en lugar de desdeñar a la amante de su marido, comprenderá que el villano había sido su propio esposo, y no la desgraciada que creyó ser su rival. Otro personaje, Evaristo Feijoo, deja a Fortunata indicaciones antes de morir, reglas para sobrevivir en un mundo de apariencias. Fortunata y Jacinta fue muy popular en su tiempo y logró revitalizarse a fines del siglo XX a partir de la miniserie de 1980 con Ana Belén, Francisco Rabal y Charo López, una producción que puede verse de modo gratuito en el espacio A la Carta de Radio Televisión Española (www.rtve.es).
El suicidio ronda a muchas de sus desesperadas criaturas, como al bondadoso Pío Coronado, personaje de la novela El abuelo, a quien el conde de Abrit, protagonista de este relato, le dirá: "Un exceso de bondad mata lo mismo que un exceso de agua o de calor. ¿Tienes idea del peligro que representas para la humanidad?". Fernando Fernán Gómez interpreta a Abrit en una miniserie de 1998. Aunque parezca una hipérbole, hay personajes que mueren de pena (como Rafael, en El abuelo). La ceguera es otro de los tópicos de su narrativa, que opera de modo físico y también como metáfora de la oscuridad voluntaria ante la realidad. Así aparece Francisco de Bringas, o "Almudena", en Misericordia, y también Pablo, en Marianela (Julio Porter dirigió la adaptación homónima ambientada en el noroeste argentino, con Olga Zubarry).
Aunque la sociedad condicione a los seres humanos y determine su conducta, sostiene Galdós, cada sujeto tiene libertad para torcer su destino si este le ha sido adverso. El proceso es lento; el cambio nunca es radical. Quizá, gracias a sus novelas, la sociedad pueda, un siglo después de su muerte, encontrar retratos que la conmuevan a través de voces que claman por misericordia y caridad.