Belleza horrible
Es un libro tan bello, que da miedo. Su oscuridad desvela cualquier mirada. Es bello y oscuro. Pesa lo suficiente como para que tiemble la mano al sostenerlo. Y hasta huele a carbón, como si hubiera llegado de las brasas. Para mayor desconcierto: es un libro del que no se puede salir porque tiene dos entradas que concluyen en su centro. Parece una trampa, pero simplemente son dos cuentos. Por un lado se ingresa en el de Alberto Laiseca, La madre y la muerte y por el otro, invirtiendo el libro, al del escritor mexicano minificcionista Alberto Chimal, La partida. ¿Qué los reúne? El tema y la ilustración.
Por el lado del tema, entramos en el terreno oscuro de la trama y la belleza expuesta del horror. En ambos relatos se trata de un niño muerto. Del lado de Laiseca, la muerte se presenta "flaca, apergaminada y huesuda" para arrebatarle a una madre su niño y llevárselo por el río Rin (legendario en leyendas lúgubres) hacia su paradero. El humor negro y delirante de Laiseca exaspera hasta la propia madre del cuento, dejándola mutilada y ciega, pero decidida a recuperar lo que la muerte le quitó irreverentemente: su hijo.
Del otro lado del libro, empieza el cuento de Chimal, menos grotesco, pero igual de truculento, más cercano a la pena poética, al gusto macabro del horror en la fabulosa tradición de los cuentos infantiles. Comienza con un "temblor espantoso" en la ciudad de Appa, que alude al de 1985 en el México. Allí perece un niño y su madre ruega a los dioses que se lo devuelvan. Lo hacen, pero claro, no está intacto. "Los dioses, compadecidos, no dejaron que el alma del pequeño entrase en el Otro Mundo y la devolvieron a su cuerpo." Su madre se empeña en cuidarlo, así como se lo devolvieron, machacado y con gusanos que recorren su pequeña calavera.
La ilustración engloba los relatos. Todo el libro, de un lado o del otro, el cuento de Laiseca y el de Chimal, está ilustrado por Nicolás Arispe. Los relatos son dos caras de un mismo trazo. En cierto sentido, es mucho más narrativa la ilustración de estas historias que las palabras que las cuentan. Hay tantos detalles, perspectivas, expresiones y paisajes, que cada página (que en realidad abarca la doble página), se convierte en un cuadro funesto de la pérdida, plagado de referencias míticas y pictóricas, tan humorísticas como trágicas. Históricas y actuales. Arispe mojó su pluma en la tinta del sarcasmo y la crítica, la poesía y lo escatológico; desde los grabados más terribles de Goya, hasta los de Posadas, los tiempos satíricos de Max y Moritz, la historieta de Wilhelm Busch publicada a mediados del siglo XIX, o los trazos raquíticos y espeluznantes de los filmes de Tim Burton.
Por eso, es un libro para recorrer con la mirada, y luego dejarla caer en las pocas líneas que impulsan estos cuadros. Las palabras, sobre todo en caso del Laiseca, son más crudas que las ilustraciones. Aquí no hay amparo simbólico. El texto, por escueto, no alcanza la risa sarcástica ni la prosa siniestra. La ilustración, en cambio, por abigarrada y bella, expande la trama. Quizá el cuento de Chimal permita un reposo, al menos en el sentimiento palpable de la tristeza.
También se puede empezar por abajo: leyendo primero el texto y encontrando en la ilustración el despliegue imaginario del dolor, y la gracia del arte para burlar su tormento. Recuerdo las primeras películas del director de El Señor de los Anillos, Peter Jackson. Eran un canto al asco. Llenas de mutilaciones, excreciones, muertes terribles, a tal punto que lo hilarante le ganaba a cualquier atisbo de pánico. La exageración es una ficción asegurada.
Los dibujos de Arispe, por saturación de calaveras (emparentadas a La Catrina de José Guadalupe Posadas), consiguen darle vida a la muerte, a tal punto que hasta parece buena. Buena e irreparable.
Vuelvo a este libro como objeto de arte. Insisto, huele a tinta y a ceniza, como si las palabras se hicieran humo entre las madres que corren tras la muerte. Es de una belleza horrible. Atrae y atormenta. Forma parte de las propuestas siempre novedosas y plásticas de la colección A la orilla del viento de la editorial Fondo de Cultura Económica. Bienvenida, aunque duela.