Belgrano en el corsé de apropiaciones con envase oficial
La tradición peronista de hacer uso de las figuras de la historia llegó hasta Cristina Kirchner, quien invoca con frecuencia al creador de la bandera, su "prócer preferido"
Quienes cursaron primer grado superior durante la aurora peronista, argentinos que hoy tienen 75, 77, tal vez 80 años, quizás todavía recuerdan las enseñanzas de su libro de lectura El alma tutelar: "¡Ayer Belgrano, San Martín, Moreno...! ¡Ayer los campos de batalla y los hombres valientes y arriesgados! (?) Y hoy, en la paz, la justicia social, libertad económica y soberanía política. Dos nombres hemos de sumar a tu historia, República Argentina. Trabajo, abnegación y sacrificio en el de Eva Perón. Patriotismo y firmeza en el de Juan Perón. Para ella el recuerdo imperecedero; para él la lealtad absoluta".
La memoria de Manuel Belgrano no llega al doble aniversario de 2020, pues, sin la experiencia de haber conocido apropiaciones con envase oficial, aunque su reivindicación fogosa desde el cristinismo tal vez trae una novedad: rescata a alguien que no había sido atacado ni olvidado. El uso de los patriotas para contagiar prestigio a los contemporáneos, desde luego, exige juzgar (y picotear) el pasado con ojos de hoy, distorsión arquetípica del revisionismo ramplón que el mundo académico repele con particular intensidad. Como Belgrano ya era un prócer enaltecido por la historiografía tradicional, su figura mal podría ser objeto de una reivindicación totalizadora a la manera de los rosistas con Rosas. En todo caso, un cargo que se formula, el de haberse restringido en el ámbito escolar el mérito de Belgrano al suceso de la creación de la bandera en desmedro de los aportes militares, intelectuales y educativos, forma parte de un problema pedagógico más vasto, a menudo aludido como la historia Billiken, que difícilmente sea superado con sobreactuaciones compensatorias. Quienes en su momento introdujeron en la escuela un juego llamado El Néstornauta seguramente saben que las estrategias pedagógicas son infinitas.
El uso político de la historia no es nuevo: se podría concluir que tiene una larga historia. Decirlo así por lo menos ayuda a recordar que en castellano la palabra historia no designa solo a la disciplina científica que estudia y narra los acontecimientos del pasado sino que es polisémica, lo cual complica un poco el debate en el que a veces también se enreda el concepto de memoria. En realidad, no hay un debate. Son varios superpuestos.
Por un lado está el revisionismo, que de la mano del nacionalismo desafió a partir de los años 30 a la historia tradicional y que le dio al papel de Rosas, quizás el personaje más contradictorio del siglo XIX, un lugar central en la discusión. No hubo antinomia histórica más ardiente que la del rosismo-antirrosismo. Hace treinta años, Menem trajo los restos de Rosas al país, la nomenclatura urbana aceptó al Restaurador, su figura multifacética dejó de ser relegada por los manuales escolares y las polémicas se volvieron más templadas, lo que contribuyó a repartir el ímpetu revisionista en otros capítulos.
Disputas por el pasado
Una segunda cuestión, acorde con la era de la comunicación, es la controversia entre historiadores académicos e historiadores silvestres, aficionados, divulgadores o novelistas respecto del rigor historiográfico, pero ya no solo dominada por cuestiones de orden metodológico e ideológico sino con intervención del factor comercial y del impacto público. Algunos ensayistas, como Verónica Tobeña, lo resumen como una disputa "por el pasado" que se da entre los historiadores profesionales y los best sellers de historia.
Un tercer debate tiene por actor al Estado. Es el uso de la historia que hacen algunos gobiernos mediante recursos y autoridad estatal con fines propagandísticos. Vicio autocrático mucho más añejo que la supuesta disputa entre la academia y los autores de libros "marketineros", inspirado, claro, en las corrientes revisionistas. Revisar también puede consistir en depurar las narrativas convencionales para que, con el argumento de humanizar a los patriotas, se los extrapole al presente.
Hubo gobernantes que acariciaron la tentación de medirse más o menos sutilmente con aquellos ilustres a los que les tocaba honrar. El peronismo desechó la sutileza. De entrada impuso el 17 de octubre, natalicio del Movimiento según la propia liturgia, como feriado nacional (lo fue desde 1946 hasta 1954) y convirtió a Perón y Evita en figuras más importantes que los principales patriotas argentinos. En ocasiones los equiparó. La equiparación con Belgrano tal vez sea hoy el mecanismo apropiador que prevalece, por encima de la revisión.
En aquella época, San Martín, cuyo centenario se evocó en 1950, fue mejor aprovechado que Belgrano. En 1952 se le confirió a Eva Perón por ley "el derecho al uso del Collar de la Orden del Libertador San Martín" con carácter vitalicio, "en mérito a los excepcionales servicios prestados por ella al Pueblo de la Patria, el espíritu de sacrificio y las virtudes de la más pura tradición sanmartiniana". Poco antes, el Congreso había designado a Perón "Libertador de la República". Incluso hubo usos físicos de la historia. El 9 de julio de 1947, Perón declaró en la Casa de Tucumán la "independencia económica" mediante un acta consagratoria de discutibles efectos prácticos. Fue una ceremonia exclusiva del gobierno alineada con la iconografía peronista.
Entre 2003 y 2015, el kirchnerismo, que en tantos órdenes profundizaría los rasgos autoritarios del peronismo original -como por ejemplo la obsesión por el control de la prensa-, modernizó el uso político de la historia y engalanó con su sello de agua cuanto bicentenario pasó por sus manos. Los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo, tan aplaudidos por la extraordinaria muchedumbre que convocaron, en realidad conmemoraron un siglo y medio. El deslumbrante mapping multimedia que pretendía recrear 200 años de historia en la fachada del Cabildo descartó el tramo que va del final de Rosas al Centenario, acaso considerado desagradable. Presidentes como Avellaneda, Pellegrini, Roque Sáenz Peña, cedieron su lugar para que en el cierre de la puesta cupieran, holgadas, las dos incorporaciones más frescas de la galería: Néstor y Cristina Kirchner.
Análogo ascenso se harían de sí mismos los Kirchner delante de Belgrano, como enseñaron Perón y Evita, junto con una disección de las virtudes belgranianas, alumbrando unas, soslayando otras. Entre estas últimas se destacan las condiciones de su muerte. Por algún motivo, Cristina Kirchner nunca menciona la relación de Belgrano con la riqueza familiar, las donaciones, su altruismo y el final sumido en la pobreza. Tampoco se ocupa del firme posicionamiento de Belgrano frente a la corrupción colonial.
Néstor Kirchner, en verdad, no se explayó demasiado sobre el héroe. Fue dos veces como presidente a Rosario para homenajearlo el Día de la Bandera, pero consagró sus discursos a hablar de otros temas, como la marcha del gobierno. En 2005 pidió que lo ayudaran a enfrentar al FMI; solo despachó una frase en la que recordó "el patriotismo del general Belgrano y de tantos que dieron todo por esta Patria, por tantos argentinos que sufrieron por pensar diferente". En el homenaje de 2007 ya no lo mencionó.
Para llenar un libro
Cristina Kirchner, en cambio, podría llenar un libro con sus reflexiones sobre Belgrano, a quien, con resonancias infantiles y siendo presidenta, escogió como su "prócer preferido". En 2014, igual que otras veces, lo consideró "el otro padre de la patria", idea que derivó de inmediato en un recuerdo de Néstor Kirchner. En 2019, las resonancias infantiles se convirtieron en cavilaciones adultas: "Yo hubiera sido su amante", dijo, tras informar que Belgrano no se había casado. En tono de víctima, previó que al día siguiente los diarios harían un título con su expresión, pronóstico certero.
En 2015, frente al Monumento a la Bandera dijo que Belgrano no debía ser evocado en el aniversario de su muerte sino el día de alguna de sus victorias, lo describió como un economista "que tomó las armas para defender a la Patria", elogió a los dirigentes que "representamos" los intereses colectivos del pueblo y terminó en una clásica equiparación por deslizamiento: "?No nos puede manejar nadie, como no los manejaron a Belgrano ni a San Martín".
El 27 de febrero de 2012, la entonces presidenta aprovechó el bicentenario del primer izamiento de la bandera para lanzar la consigna "vamos por todo", mientras la militancia cantaba, con fervor cívico, "si Belgrano viviera sería cristinista". Dedicó buena parte de su discurso a hablar sobre la tragedia de Once, ocurrida varios días antes, pero también tuvo tiempo para preguntarse, en forma retórica: "¡Qué corno es la bandera si no es el Estado con todos los 40 millones de argentinos adentro!". Puede ocurrir en estas improvisaciones que se confunda al Estado con la Nación. Hizo una larga enumeración de la acción de gobierno e intercaló: "Estos son los homenajes que querría Belgrano, esas son las acciones que querrían San Martín y Néstor".
No hay forma de preguntarles.