Beethoven, música para la eternidad
La Novena Sinfoníade Beethoven no solo es potente gracias a sus sonidos, sino a los debates que produjo. Su gran innovación en la historia de la música se refiere a dos aspectos novedosos de la forma sinfónica. El primero es el ingreso de los instrumentos de percusión y el segundo, la introducción del coro. Hasta que el genio de Beethoven se atrevió a dar semejantes pasos, ningún compositor había tenido la ocurrencia de unir a la forma sinfonía estos elementos.
El mes de mayo se ha conmemorado un nuevo aniversario del estreno de esta Novena Sinfonía, cuyo cuarto movimiento introdujo una revolución. Ni siquiera talentos tan inspirados como el de Verdi supieron advertirla. Luego de su estreno en 1824, Verdi sentenció: "Los primeros tres movimientos son maravillosos, pero todo termina mal en el último". No advirtió que ahí empezaba el género de la sinfonía coral, cuya vigencia se mantuvo hasta el advenimiento del impresionismo musical a principios del siglo XX.
En 1817, la Sociedad Filarmónica de Londres había encomendado al recluido Beethoven la composición de esta obra. El trabajo fue iniciado recién en 1822, lo cual revela cuánta duda aún predominaba en el espíritu del compositor. Pese a que en su cabeza resonaban melodías y acordes, su pluma no lograba dibujar las notas en el pentagrama. El combate que siguió agitando su corazón tardó varios años en culminar. Recién dos años más tarde consiguió presentar la obra terminada. Cuando se anunció su estreno parecía una resurrección. Amplias porciones del público no podían creer que aún el compositor viviera. Incluso hubo conflicto sobre el lugar del estreno. Él prefería Berlín porque consideraba que Viena había caído bajo la influencia de los italianos como Rossini, por ejemplo. No obstante, productores y personalidades diversas le exigieron hacerlo en Viena.
El estreno de esta obra trascendental fue dirigido oficialmente por Michael Umlauf, maestro de capilla, pero este músico autorizó a Beethoven a compartir el escenario como una forma de lastimoso consuelo: no podía escuchar los sonidos pero los siguió mediante una copia de la partitura. Al final de la ejecución aún seguía enfrascado en la lectura sin enterarse de los aplausos que agitaban el teatro de un extremo al otro. Una de las solistas le tocó el brazo y le indicó que girase hacia la platea, que ardía de asombro y gratitud. Fue en ese momento cuando Beethoven pudo enterarse de la repercusión extraordinaria que había logrado su composición escrita a lo largo de dos laboriosos años mientras vivía encerrado en su pequeña vivienda y su sordera llegaba a extremos totales. Lo triste es que esta sordera no fue lo único que atacó su organismo, sino que una serie de desórdenes que generaba la frustración lo volteaba en su lecho e impedía unir sus ideas musicales con las notas que deseaba externalizar en el pentagrama. Esa repercusión fue la primera de las que glorificaron su composición. En efecto, porciones de la Novena Sinfonía han sido convertidas en el himno de la Unión Europea. Es obvio que la humanidad entera lo admira y celebra. Beethoven deseaba semejante reconocimiento. Cuando compuso su tercera sinfonía se enteró sobre la urgencia de Napoleón por convertirse en emperador y romper el anhelo de unión general, lo cual llevó a que destruyese la dedicatoria que había escrito.
Un testimonio del sufrimiento que padeció este compositor excepcional es la carta que escribió para sus hermanos en 1802, que pasó a la historia como "El testamento de Heiligenstadt". Heiligenstadt curiosamente significa "ciudad santa". Ahora podemos llamarla así por el sufrimiento de Beethoven más que por otras razones. En ese testamento confiesa su disposición a suicidarse. Aunque finalmente esa carta no fue enviada, fue guardada como prueba irrefutable de los padecimientos que abrumaban al artista. En aquel momento no podía imaginar el prestigio que honraría su memoria.
Esta aparición fue la última ante el público. Muchos mantuvieron su asombro durante varios días y hasta semanas. Nunca más volvió a mostrarse ante el público. Su reclusión volvió a predominar.
Pero acá no terminó la historia, porque esta obra tan innovadora generó la llamada "maldición de la novena sinfonía". En efecto, hasta que el compositor ruso Dmitri Shostakovich vertió su producción inmensa no hubo nadie que estrenara otras novena y décima. Autores tan prolíficos como Schubert, Bruckner, Dvorak y Mahler no pudieron llegar a la décima. Esta aparición supuso el fin de la supuesta maldición.
El genio de Bonn tenía fijado en su corazón los versos románticos de Schiller llamados "An die Freude", pero no se animaba al abordaje pleno debido a la enfermedad que lo abrumaba desde hacía años. La medicina, en aquel tiempo, no sabía cómo tratarla ni sedarla. Hasta ahora, sorprende la cantidad de compases que llenó sin la capacidad de oírlos. Los músicos contemporáneos aún no saben memorizar los sonidos con la simple y precisa lectura del pentagrama. Junto a Goethe, Schiller fue uno de los más altos exponentes de la corriente literaria conocida como Sturm und Drang. Este movimiento propiciaba la exaltación de la subjetividad individual por sobre las máscaras de la sociabilidad y terminó por instalar a Alemania en una posición más vigorosa en el panorama artístico de las naciones europeas. Muchos jóvenes alemanes, entre ellos el mismo Beethoven, se sintieron atraídos por este llamado impetuoso. "Sturm und Drang" significa precisamente eso: tormenta e ímpetu. Esta tendencia fue un preludio del romanticismo, que enamoró a Beethoven. El compositor tuvo el mérito de inaugurar esta corriente musical al recoger los versos de Schiller. De este modo, los artistas pudieron expandir su espíritu de una forma diferente a la que imponían las limitaciones del racionalismo. Por eso se explica la reflexión de Albert Einstein, que decía que "antes de Beethoven se escribía música para lo inmediato: con Beethoven, se empieza a escribir música para la eternidad".