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Batasuna y el ideario de la diferencia
Construye su dogma de ruptura
MADRID.- Basta recorrer pequeñas aldeas del País Vasco para descubrir la vocación de identidad que tiene su gente y, sobre todo, la más joven. Carecen de grandes intelectuales para explicarlos, pero se apoyan en valores cotidianos y fuertes para identificarse: hay lengua, danza, juego, deportes y gastronomía vasca, reveladores de una pertenencia mucho más honda.
Se descubren aromas, sonido y texturas específicamente vascos cuando se entra en sus poblados, donde hasta la boina -y la manera de usarla- es mucho más que una opción para proteger la cabeza. Sobre todo, cuando no se prescinde de ella ni aun cuando el calor apremia...
Es a partir de esa identidad vasca que el nacionalismo radical de Batasuna construye su dogma de ruptura. Tiene, para ello, ideas básicas: la diferencia como valor de separación, el considerarse víctimas perpetuas y la imposibilidad de entendimiento con Madrid. Bañada con fanatismo, esa interpretación de la historia y de las cosas culpa a España por todos sus males y sueña con que todo será mejor con sólo independizarse de ella.
Hasta allí, una posición política y un partido. El problema es que la agrupación terrorista ETA declara idéntico plan, con el pavoroso añadido de que asesina a mansalva para conseguirlo. Y que, ante tal coincidencia ideológica, el partido -llámese Batasuna, Herri Batasuna, lo mismo da- recita un guión de fidelidad extrema hacia lo que hace y dice la banda.
Batasuna es más que un partido. Sobre el patrón cultural vasco construyó una red de asociaciones -juveniles, sobre todo- de variada índole. Centros culturales, tabernas, clubes, asociaciones ecológicas, sindicatos. Pone su sello donde se aprecie lo vasco, aunque al extremo de que difícilmente un chico juegue allí al fútbol si no suscribe el ideario. En un raro canibalismo social, no es infrecuente que una cosa lleve allí, implícita, la otra...
Y todo vuelve a confundir su límite. Porque semejante red le sirve para nutrir no sólo a las futuras generaciones políticas, sino a la "vanguardia de ETA", a saber: un total de 442 detenidos por pertenencia a la banda o colaboración con ella eran en el momento del arresto -o habían sido anteriormente- cargos públicos o cuadros internos de Batasuna, en cualquiera de sus denominaciones, según datos públicos.
Posee el partido una impresionante maquinaria movilizadora que seduce al voto de rescate a lo vasco, pero que no implica necesariamente respaldo a la violencia de ETA. De hecho, Herri Batasuna tuvo uno de sus picos máximos de voto -224.000- en 1998, cuando el gobierno regional logró la controvertida tregua, rota por la banda 15 meses después, apenas terminó de reorganizarse y de quitarse de encima los espías que la habían infiltrado.
Efímera, la paz sirvió para crear la ilusión de que el radicalismo nacionalista era posible sin que corriera sangre. Por lo menos, eso pensaron los 80.000 nuevos sufragios que fue capaz de colectar HB.
Duró poco. Así como los ganó, los perdió su heredera, Batasuna, en los comicios de 2001, donde obtuvo sólo 143.000 votos y el peor resultado de su historia.
Entre una y otra elección, ETA anunció la ruptura de la tregua en diciembre de 1999. Desde entonces puso en marcha una feroz escalada de asesinatos que al día de hoy lleva 41 víctimas fatales. Batasuna no fue capaz de condenar ni uno solo de ellos.