¡Basta de realidades, queremos promesas!
Basta de realidades, queremos promesas, podría volver a decirse ahora en plena sequía, no la sequía agraria sino la otra, todavía peor, la de ilusiones, certidumbres y líderes preclaros.
¿Qué hay para ilusionarse? ¿La estirada pelea de Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau con Patricia Bullrich y Mauricio Macri por incorporar o no a Juan Schiaretti en Juntos por el Cambio? ¿El juego de kermesse de barrio del Frente de todos de bajar a repetición candidaturas presidenciales? Tras batir magistralmente contundencia y ambigüedad en torno del tema de su propia candidatura, Cristina Kirchner se dedicó a tumbar la de Alberto Fernández, cruzada exitosa que dejó aceitada la maquinaria para voltear la de Daniel Scioli, quien no termina de entender que a las PASO no las inventó el peronismo para sí mismo sino, altruismo inigualable, para que las disfruten los que se sientan a gusto con ese tedioso asunto de la democracia interna.
Nadie recuerda con precisión si el reclamo algo irónico “basta de realidades, queremos promesas” viene del Mayo Francés o fue una pintada porteña setentista, del estilo de aquella que estamparon los Montoneros cuando dos dirigentes, José Pablo Ventura y Miguel Talento, cayeron presos: “Libertad a Ventura y Talento”, escribían en las paredes, plena lucha armada contra el gobierno de Isabel Perón, con la intención de reanimar el predicamento épico de “la orga” en la juventud peronista, que después del asesinato de José Rucci declinaba.
Del Mayo Francés siempre se recuerda “la imaginación al poder”, consigna ajustada a los psicodélicos sesenta en aquella Francia que pronto jubilaría al presidente De Gaulle, quien en lo inmediato hizo saltar al primer ministro Georges Pompidou. Aquí y ahora, con Alberto Fernández de presidente y con Agustín Rossi de jefe de Gabinete, “la imaginación al poder” no suena a poesía sino, más bien, a transfusión pedida por defensa civil. Rossi, otro precandidato súbitamente alterado por la falta de democracia en el peronismo (“yo no lo elegí a Alberto como candidato”, dijo hace poco de su superior inmediato) tiene un plan para gobernar la Argentina. Ya adelantó una parte: lo primero que piensa hacer es reponer la ley de medios. No es común que los candidatos se jueguen con medidas tan concretas para el 10 de diciembre.
Pero la mayor parte de las cosas que por estos días dicen los políticos en público (y en privado) se refiere al propio internismo. La explicación corriente de este fenómeno, el de concentrarse exclusivamente en la ampliación o encogimiento de coaliciones, porcentajes, encuestas, boletas electorales, rivales, colectoras, en “los tres tercios” (¿o serán cuatro?), la cancelación de candidaturas, los mecanismos de selección, convenciones, congresos partidarios y cosas por el estilo, es que estamos en temporada alta de internismo. La culpa es del calendario. “Siempre pasó antes de la inscripción de alianzas y del cierre de listas, y siempre hay peleas, es lo normal”, dicen veteranos merodeadores de la política. Y algo de razón tienen. Pero quizás lo interesante está en cuatro diferencias con el pasado.
1. Nunca el peronismo llegó tan cerca de las elecciones sin tener un candidato o sin siquiera prefigurarlo, lo que está en clara relación con el fracaso del gobierno que termina y el de su mentora. Este es el peor último año de un gobierno peronista.
2. Nunca un gobierno peronista fue tan fondodependiente. De los adelantos que le gire el FMI ya ni siquiera depende la suerte electoral del oficialismo sino algo preliminar, la paz electoral. Y, como ensañara 2019, la endeble paz postelectoral. El gobierno no tendría cómo evitar una corrida cambiaria en el peor momento a menos que lleguen antes de Washington, podría decirse, los camiones de Juncadella. En las actuales condiciones, corrida cambiaria puede querer decir hiperinflación. Historia conocida. Pero no en un final peronista.
3. Nunca antes sucedió que el peronismo tuviera (es su propia percepción) sólo dos figuras competitivas para una elección nacional, ambas con la disponibilidad recortada, el ministro de Economía y el gobernador de la provincia de Buenos Aires. De proverbial ambición, el ministro de Economía quiere ser candidato a presidente pero sólo si es seleccionado por aclamación, aunque nadie sabe cómo haría para ser ministro y candidato a la vez, mucho menos para ser sólo candidato, porque eso le exigiría primero renunciar o pedir licencia en el cargo (que fue lo que hizo el presidente Perón para la campaña de 1951). Y es difícil decir cuál sería el lado menos riesgoso de un corrimiento: ¿un Sergio Massa que abandona el Ministerio de Economía y la atención personalizada del frente externo o un Sergio Massa que, como padrino de la inflación anual de 140 por ciento y casi medio país en la pobreza, asume la responsabilidad de evitar que el peronismo salga tercero por primera vez desde su creación? En cuanto a Axel Kicillof, la situación es otra. Sería un caso infrecuente de repelencia a la candidatura presidencial. Motivado, junto a una razonablemente magra expectativa de éxito, por la opción de quedarse en La Plata e ilusionarse con renovar el puesto que hoy desempeña.
4. Si bien no existe un día determinado para constituir o ampliar coaliciones, es la primera vez que la posible incorporación de un miembro (para colmo perteneciente al partido rival y gobernador de uno de los cuatro mayores distritos del país) se discute en el momento y en la forma más inoportunos: antes de acordar un programa y de definir la candidatura presidencial. Eso sucede en Juntos por el Cambio con la desordenada irrupción de Schiaretti, cuyos patrocinadores están convencidos de que un agrandamiento espectral de la coalición importa más que ganar o perder la provincia de Córdoba.
El tema Schiaretti es aún más complejo porque atañe al perfil de Juntos por el cambio. No se trata de una cinchada en la que si se acerca uno más a la muchachada para tirar de la soga aumentan las probabilidades de vencer al oponente. La coalición tiene dos misiones consecutivas. La primera es ganar las elecciones. La segunda, que no parece ser precisamente auxiliar de la primera, gobernar el país. Lo cual en esta ocasión supone sacarlo de la crisis de múltiples frentes en la que se encuentra y hacer frente al mismo tiempo a las advertencias de sectores peronistas, especialmente sindicales, acerca de que al próximo gobierno le harán la vida imposible. No es una novedad, desde luego, el boicot peronista a un gobierno no peronista. La novedad es que el anuncio haya sido hecho con semejante anticipación y, con desparpajo, a la luz del día. ¿Por qué antes no sucedía así? Porque el peronismo nunca había ido a una elección presidencial con la cabeza gacha, siempre iba en modo exitista. Las advertencias vandálicas, huelga decir antidemocráticas, vienen de hace aproximadamente un año, cuando Juntos por el Cambio alcanzó el clímax como favorito. Pero Cristina Kirchner, al hablar ahora en televisión de la teoría de los tres tercios, produjo un giro: blanqueó el riesgo de quedar afuera del ballotage.
Por cierto que los problemas del oficialismo y de la oposición son diferentes, como lo son sus apegos a la institucionalidad, sus estilos, sus métodos predilectos, sus lenguajes y, sobre todo, las cuentas pendientes de sus respectivos dirigentes con la Justicia. Pero no es un secreto que hay un inconveniente común: faltan líderes fuertes y escasean las ideas convocantes.
Lo primero es difícil de explicar. ¿Por qué hay épocas en la historia en la que se terminan los viejos liderazgos y no surgen nuevos líderes? Félix Luna se hizo esta pregunta hace muchos años, pero no consiguió llegar a una conclusión acabada. Lo segundo, la escasez de ideas convocantes, sí podría encontrar una explicación sencilla, que lamentablemente se refiere a la complejidad y extensión de la crisis, y también al poco margen para imaginar acuerdos. No hay soluciones rápidas ni indoloras, mucho menos reduccionistas, como las que enarbola el candidato de la ira.
Suele repetirse que el ascenso meteórico de Javier Milei alteró todo el tablero político, fenómeno que es a la vez causa y consecuencia. Pero es la falta de líderes fuertes lo que le impide al Frente de Todos resolver su dilema metodológico para encarar la escasez de candidatos competitivos y a Juntos por el Cambio, sintetizar y fijar una estrategia común. Un manejo de los tiempos, por ejemplo, para tramitar de manera menos onerosa el caso Schiaretti. ¿Es Milei el que atrae votos de JxC o es JxC quien, atrapado como está en el internismo obsesivo y monocanal, ahuyenta a parte de su electorado?
Debido al internismo casi toda la política parece haberse puesto de acuerdo en estas semanas en dejar de hablar del país, del futuro, de lo que se propone para salir adelante. Como si se desconociera lo que espera la sociedad de los políticos, hasta se interrumpieron los relatos. Prácticamente no hay promesas. Aunque las promesas nunca desaparecen del todo. Siempre hay uno que se queda de guardia. Como Eduardo de Pedro, quien en campaña frenética para que los votantes lo reconozcan, promete para el futuro “un país que funcione” y repite que “esto recién empieza”, lujo que se puede dar gracias a que una parte de las audiencias no advierte que se trata de la misma persona que se desempeña como ministro del Interior desde hace tres años y medio. Una paradoja bien elocuente.