Balcones que nunca fueron
Si se mira con atención el paisaje urbano porteño es posible descubrir sobre el frente de ciertas casas un detalle arquitectónico que expresa la ilusión de prosperidad que tenían nuestros antepasados inmigrantes
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La ciudad nos cuenta cosas. A través de ciertos detalles que suelen pasar desapercibidos, se filtran las historias de sus habitantes y de sus hacedores. A veces hace falta una mirada atenta para descubrirlas. En este caso, el de la mirada atenta no fui yo, pero igual me tomaré el atrevimiento de contar de qué se trata.
Hace una docena de años hice un recorrido guiado con el historiador Eduardo Lazzari por Almagro. Y él nos hizo notar que, en este barrio donde son numerosas las fachadas de lo que algunas vez fueran las llamadas casas chorizo, había un elemento muy particular.
Resulta que en lo alto de los frentes de estas viviendas asomaban unas estructuras rectangulares o semicirculares que eran como una prolongación del material del techo. Básicamente, eran –o son, porque siguen existiendo-, una suerte de base de un balcón -con ménsulas incluidas- que nunca se construyó del todo.
Efectivamente, Lazzari explicó que cuando los dueños de casa, en su gran mayoría inmigrantes, levantaban sus hogares, “estiraban” el material del techo un poco más para hacer el piso del balcón, con la esperanza de que una futura prosperidad económica les permitiera, en algún momento, construirle un segundo piso a su morada. De hecho, el nombre que le puso el profesor que nos guio por Almagro a esa estructura fue “el balconcito del progreso”.
A mí, que puede ser que no recuerde lo que comí anoche pero que hay cosas que se me adhieren a la memoria como una garrapata, ese concepto del balcón inconcluso me quedó para siempre. Y no puedo caminar por Almagro –también Boedo, Parque Patricios, Caballito-, sin tratar de descubrir una de esas perlitas que dejó el pasado en el paisaje urbano. Y lo cierto es que hay bastantes. Algunos, incluso tienen hasta la baranda construida.
Para poner un poco de contexto, las casas chorizo fueron el tipo de construcción familiar que se desarrolló en la ciudad de Buenos Aires aproximadamente entre 1880 y 1930. Fue un período en que la población, en gran parte inmigrantes italianos y españoles, comenzaba a constituir una clase media urbana que ya podía pensar en tener la vivienda propia.
Este tipo de casas, también presentes en otras ciudades del país, se caracterizan por tener una sucesión de habitaciones colocadas a lo largo de un patio interno y conectadas entre sí por puertas interiores. De esa conexión de los cuartos, que alguien –con dudoso sentido de la metáfora visual- vio similar a una ristra de chorizos, es de donde surge el nombre de este tipo de viviendas.
Además, las construcciones poseen una fachada rectangular, de poco menos que 9 metros de ancho, en general con una sola puerta y ventanas altas y angostas. Y cada una de estos frentes cuenta con una ornamentación particular, que responde a un estilo arquitectónico diferente según la época en que fue construida.
En este sentido, de acuerdo con la interesantísima cuenta CasaChorizo.net, el aspecto exterior de estos hogares puede responder a motivos neoclásicos, neo renacentistas, de la academia francesa, Art Nouveau, Art Déco y de secesión. Definitivamente, quienes levantaban sus viviendas, buscaban dotarlas, en su exterior, de personalidad y belleza. También solían incorporar maderas y metales trabajados artesanalmente en las aberturas. Y mármol en el umbral. Materiales que no se encontraban fácilmente en el interior.
Los años, las transformaciones urbanas y la vorágine del mercado inmobiliario han tragado muchas de estas casas chorizo. Otras tantas fueron reformadas por dentro, pero conservan en pie sus fachadas. Y alguna que otra permanece aún tal y como fue construida.
Por mi parte, disfruto mirar esas casas y detenerme en sus particularidades. Y todavía tomo como un premio cada vez que descubro un “balconcito del progreso”. A la vez, no puedo evitar preguntarme por qué ese Genaro o aquel Manuel no pudieron nunca construir su planta alta. Fuera cual haya sido el destino de ellos, lo cierto es que dejaron tras de sí, y a la vista de quien quiera verlo, su jirón de ilusión hecho de concreto.