Balance: el desafío de revitalizar la Iglesia y reconciliarla con el mundo
En un año, Francisco hizo cambios de forma y de fondo: renovó estructuras en la curia de Roma, abrió el debate sobre temas tabú e impuso la austeridad y la calidez como estilo
ROMA.- El 11 de febrero de 2013, día en que Benedicto XVI, papa emérito, con su renuncia, la primera en 600 años, cambió el rumbo de la Iglesia católica, Jorge Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires a punto de jubilarse, presidió lo que sería su última misa en Flores, su barrio.
"Fue en la calle, ante unos 1200 peregrinos porque eran las fiestas patronales, la fiesta de la Virgen de Lourdes. Ya se conocía la renuncia de Benedicto XVI, la gente estaba inquieta. Aunque ese día se lo veía agobiado porque seguramente intuía algo, como es un hombre de Dios, como siempre Bergoglio en la predicación se llenó de fuerza", cuenta el padre Raúl Laurencena, vicario interino de Flores y párroco de la Virgen Inmaculada de Lourdes. "En la homilía -agrega-, habló del gesto de grandeza de renunciar, dijo claramente que Benedicto XVI era un héroe, que se había animado a meter el dedo en la «mugre» de la Iglesia. Dijo que había que tener el coraje de meterse y purificar la Iglesia."
En esa misa, la última que celebró el cardenal Jorge Bergoglio en Flores, donde nació un 17 de diciembre de 1936, una señora al final gritó: "¡Que Dios y la Virgen te hagan papa!".
Pasó más de un año. El próximo jueves, 13 de marzo, Francisco cumple su primer aniversario de pontificado y llega la hora de los balances, aunque a él no le gustan: "Los hago solamente cada quince días, con mi confesor", le dijo el lunes pasado al director del Corriere della Sera, Ferruccio de Bortoli, en la tercera conversación concedida a un gran diario italiano.
Más allá de ese intento de mantener el perfil bajo que tuvo como cardenal primado de Buenos Aires, de ese "no querer creérsela" del primer papa argentino de la historia, el balance del primer año de Francisco es extraordinario. Al margen de haber puesto en marcha un proceso de renovación, de purificación y conversión del papado y de la Iglesia Católica -como indicó claramente en su exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" ("La alegría del Evangelio"), un documento programático-, el papa del fin del mundo ha logrado revitalizar una Iglesia hace un año totalmente en crisis y deprimida, salpicada por escándalos palaciegos de lo más mundanos, intrigas, venenos y corrupción.
Además, al inaugurar un modo de ejercer el papado que rompe los esquemas, totalmente distinto, cercano a la gente y a los dramas de un mundo agobiado por injusticias, guerras y miseria, se ha convertido en un líder espiritual de autoridad moral indiscutible en todo el mundo, incluso entre los no creyentes, en un período de la historia caracterizado por la ausencia de líderes políticos creíbles, auténticos. A un año de su elección, los presidentes de los países más poderosos del mundo hacen cola para ser recibidos en audiencia por el papa argentino. Próximamente, les estrechará las manos a Barack Obama y a la reina de Inglaterra.
Jorge Bergoglio, el primer papa jesuita, de 77 años, pero tan energizado en su nuevo cargo que parece mucho más joven, dejó claro que comenzaba una nuevo capítulo de la historia de la Iglesia Católica, una virtual revolución o reforma, la misma noche del 13 de marzo, cuando apareció vestido de blanco, sin muceta roja, en el balcón central de la Basílica de San Pedro. Y no sólo porque había elegido el nombre Francisco -algo que nadie jamás se había atrevido a hacer antes-, por Francisco de Asís, el santo que se despojó de toda su riqueza para estar al lado de los leprosos, los últimos, los pobres, y que había escuchado un llamado divino -"Ve y repara mi Iglesia"-, la misión que está cumpliendo ahora Francisco.
El silencio de la oración
"Me acuerdo de que ese 13 de marzo le había concedido una entrevista al diario Avvenire, en la que me pedían una lectura teológica del cónclave y hablé de la humildad del Espíritu Santo", recuerda a LA NACION el padre Roberto Repole, presidente de los teólogos italianos. "Pero no creía que ese día íbamos a tener un nuevo papa. Sobre todo no me esperaba semejante nuevo papa. Temía que fuera elegido un papa que hubiera seguido una línea que juzgo bastante nefasta, de miedo total con respecto a la modernidad, de cierre al presente y al futuro del mundo. No me esperaba un papa como Francisco, que se reconciliara con la modernidad y con el Concilio Vaticano II", agrega.
Francisco conquistó de inmediato, primero a nivel de los sentidos, después, en lo racional, a este teólogo turinés de 47 años. "Me di cuenta de que había algo extraño en el modo de presentarse de ese hombre. Hoy diría que es su simplicidad evangélica. Después, con ese inédito « Buona sera », que inmediatamente desacralizaba la figura del Pontífice a la que estábamos acostumbrados, una figura encorsetada, se acercaba en forma sin precedente a nuestra concreta y simple humanidad", evoca.
"Para mí, como teólogo, esa noche también fueron como pequeñas bombas que el nuevo papa se presentara como «obispo de Roma», cuando en otras épocas los papas solían ser llamados «vicario de Cristo» o incluso «sucesor de Cristo», y que llamara a su predecesor «obispo emérito de Roma», poniendo sobre el tapete la doctrina del primado de la Iglesia de Roma como servicio a la unidad. Además, me sorprendió su modo de entender la relación con el resto del pueblo de Dios: pide la bendición del pueblo sobre su obispo y luego el obispo da la bendición al pueblo. Y finalmente -subraya Repole-, me impactó el silencio de la oración: veníamos de un énfasis de insistencia sobre el primado de la liturgia, sobre el cuidado de las formas, sobre una cierta atención sobre paramentos, ritos, y este hombre, totalmente privado de oropeles, obtenía, con extrema simplicidad y naturalidad lo que difícilmente una plaza atestada de gente jamás había concedido: el silencio de la oración."
Casi trescientos sesenta y cinco días han pasado desde esa fría, pero inolvidable noche del 13 de marzo. Aunque para muchos la sensación es que fueron muchísimos más. "A un año de la elección de Francisco, aun los más anticlericales empiezan a tener una apertura hacia él, que es más emotiva que racional, es decir, es una energía mucho más fuerte, porque Bergoglio, con sus gestos, con su modo de hablar directo, simple, se ha demostrado el propulsor de una nueva evangelización, una evangelización moderna", afirma a LA NACION Marco De Angelis, doctor romano que admite estar entre los que se habían alejado de la Iglesia Católica, y que no oculta ahora haberse vuelto uno de los cientos de miles de fans del papa argentino.
Con el coraje de romper antiguas tradiciones y haciéndole honor al nombre elegido, desde la mismísima noche de su elección, Francisco se puso a predicar con el ejemplo. Rechazó la limusina pontificia y prefirió desplazarse en autobús con los demás cardenales, se quedó a vivir en la Residencia Santa Marta -para no quedar aislado y bajo control en el Palacio Apostólico, una virtual torre de marfil-, y enseguida dijo que deseaba una "Iglesia pobre para los pobres".
Con el mandato de los cardenales que lo eligieron, que durante las congregaciones generales habían dejado en claro que hacía falta un cambio, una vuelta de página, una Iglesia ya no manchada por escándalos, internas, nepotismo, corrupción -como había salido a la luz con el bochornoso VatiLeaks, la filtración de documentos reservados de Benedicto XVI-, Francisco puso manos a la obra. Y comenzó la compleja y difícil tarea de remover esa "mugre" de la que habló en su sermón del 11 de febrero en Flores, totalmente incompatible con una Iglesia que debe preocuparse de lo espiritual, que se había enquistado no sólo en la curia romana, el gobierno central de la Iglesia Católica, sino también en otras partes del mundo.
Francisco aspira a una reforma moral espiritual de la Iglesia Católica -llamando casi a diario a vivir según el Evangelio, sin caer en actitudes mundanas o en las tentaciones del poder, el dinero, la vanidad-, que todo el mundo sabe que es imposible hacer de un día para el otro. Como ha dicho varias veces, quiere que los obispos y los curas tengan "olor a oveja", que acompañen a su pueblo, a los heridos de las periferias existenciales, y que no tengan un estilo de vida principesco, sino simple, austero, acorde con una "Iglesia pobre para los pobres". Sin contar que insiste en el concepto de misericordia y llama a no obsesionarse en transmitir un conjunto de doctrinas. Además, por haber sido durante toda su vida un sacerdote callejero, que conoce la realidad del mundo moderno, ha convocado en octubre de este año y en 2015, a dos sínodos sobre la familia, haciendo reabrir el debate sobre temas antes tabú, como, por ejemplo, los divorciados vueltos a casar y los homosexuales, categorías que en el pasado se han sentido de algún modo marginadas por la Iglesia Católica.
Reforma estructural
Francisco, que llama a una cultura del diálogo y del encuentro, también aspira a una reforma estructural, más acorde con los tiempos modernos, de la propia Iglesia. "También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia necesitan escuchar el llamado de la conversión pastoral", escribió en la exhortación "Evangelii Gaudium".
Además de hacer designaciones clave en diversos puestos de la curia y entre los obispos, con personas con perfil pastoral y mentalidad no clerical, de haber proclamado una primera tanda de cardenales del sur del mundo y de las periferias, junto con el consejo de ocho cardenales de todos los continentes que creó el año pasado y con la ayuda de comisiones que instituyó para analizar el IOR -el sospechado banco del Vaticano- y todas las finanzas de la Santa Sede, está reformando la curia romana. Una curia demasiado italiana, "Vaticanocéntrica" y terrenal, acusada de poca eficiencia y de poco servicio a los episcopados del mundo. "Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera", aseguró el Papa en "Evangelii Gaudium", en la que prometió darles más poder a los sínodos de obispos y a las conferencias episcopales. Una de las primeras reformas concretas fue la creación, anunciada hace menos de dos semanas, de un nuevo Ministerio de Economía, que controlará todos los gastos y las finanzas del pequeño Estado.
"Más allá de la revolución de austeridad y humildad, al tocar el dinero, las resistencias de la curia, que ya criticaba a Francisco por sus modos y por su supuesto populismo, seguramente se hacen más fuertes", asegura a LA NACION un sacerdote que pide el anonimato. "En su afán de ponerle fin a la ambición por hacer carrera, Francisco también decidió abolir el título de monseñor a prelados menores de 65 años, algo que también cayó muy mal entre personas que muchas veces viven por tener un ascenso de ese tipo", agrega.
En su primer viaje internacional a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud, el Papa llamó a "hacer lío" a los jóvenes. Pero muchos están convencidos de que el lío lo está haciendo él en el Vaticano. Allí, en verdad, nadie hace un año se esperaba que el Papa pudiera provocar cambios tan radicales, que sobre todo espantan a los sectores ultraconservadores que temen, al margen de la desacralización del papado, una licuefacción de la doctrina.
Pero el Papa, consciente de que hay resistencias, no está preocupado. Está en paz. Sabe que la gran mayoría del pueblo de Dios está con él, como puede notar cuando es aclamado por multitudes nunca antes vistas cada vez que preside una ceremonia pública. No por nada el padre Laurencena cuenta que hace unos días, cuando le preguntó a otro sacerdote argentino que había estado en Roma con Francisco, cómo lo había visto, éste le contestó: "Como si hubiera sido papa toda la vida".
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