Balance 2016. Jaque a la democracia liberal: la antipolítica llegó al poder
Trump, el Brexit, los nacionalismos xenófobos: en 2016, las ideas liberales enfrentaron derrotas apoyadas en el descontento ciudadano
El fin de la Guerra Fría y el colapso del sistema totalitario soviético representaron el momento culminante de una oleada democratizadora global que se había iniciado a mediados de los años setenta en Europa y que resultó en la notable expansión de la democracia liberal en el mundo. La dimensión que alcanzó ese proceso fue impactante, a tal punto que algunos intérpretes llegaron a anunciar que representaba el comienzo de un nuevo ciclo histórico caracterizado por el predominio incontrastable de la democracia liberal.
Quizá la más conocida expresión de esa perspectiva es la de Francis Fukuyama, quien en un muy difundido ensayo declaró el fin de la historia en tanto guerra de ideologías: tras enfrentar durante todo el siglo XX a intimidantes enemigos, argumentaba, el modelo occidental de democracia salió victorioso del combate ideológico. Nos encontrábamos frente a una era marcada por el triunfo y la difusión de los ideales del liberalismo democrático en la que era dable esperar futuras oleadas democráticas que cerraran el ciclo de difusión planetaria de dicho régimen político. La globalización de la democracia era una promesa que desbordaba los límites del Estado-Nación. El proceso de integración de la UE señalaba cómo los principios del liberalismo democrático podían también aplicarse a la construcción de estructuras de gobernanza supranacional.
El año que termina -con la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos, el triunfo del Brexit y el ascenso de los nacionalismos europeos- terminó de poner en jaque no sólo el sistema político de la democracia liberal, sino los valores que sostuvieron la globalización como su correlato cultural: la diversidad, el multiculturalismo, la apertura, la convivencia pacífica de las diferencias.
El triunfo del capitalismo
El extraordinario triunfo político del liberalismo democrático lo fue también del capitalismo. El colapso de la economía soviética y el proceso de liberalización económica de China fueron las expresiones más dramáticas del triunfo de la economía de mercado sobre el socialismo de Estado. La revolución en las comunicaciones, por su parte, generó una notable expansión y aceleración de los flujos financieros y de capital. La liberalización económica que se inició en los años ochenta se tradujo, asimismo, en un notable crecimiento del comercio internacional.
Fue en los países de Europa Central y del Este en que esos desarrollos adquirieron quizá una expresión más dramática, dado que los tres procesos mencionados se desarrollaron casi en forma simultánea. Allí, la caída del imperio soviético activó una triple transición hacia el capitalismo, la democracia liberal y la integración supranacional. América latina, por su lado, logró exitosamente avanzar en un proceso regional de consolidación democrática, a la par que experimentaba con dispar éxito con políticas de liberalización económica y de integración subregional.
El optimismo de Fukuyama acerca de una vuelta de página de dimensiones históricas parecía ratificarse en la entusiasta aceptación por parte de la mayoría de los países de ambas regiones de la democracia liberal como única forma legítima de orden político. En años recientes, sin embargo, los vientos políticos parecen haber cambiado significativamente y, sobre todo en esas dos regiones, brotan expresiones políticas que cuestionan a la democracia liberal.
El nuevo ciclo se inició en la década pasada en América latina y está marcado por la resurrección del populismo, que se expresa en gobiernos que promueven medidas institucionales de fuerte cuño antiliberal. El caso más ilustrativo es el de la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, en la que derechos e instituciones paradigmáticos de la democracia liberal han sido barridos por las prácticas autoritarias del llamado socialismo del siglo XXI. Similar amenaza se cierne en torno al Ecuador de Rafael Correa.
Pero es en la Europa contemporánea donde se observan los desarrollos más preocupantes. En primer lugar, varias de las viejas democracias han sido testigo del crecimiento de fuerzas abiertamente antidemocráticas: en países como Bélgica, Francia, Grecia y Hungría, partidos xenófobos de extrema derecha como Interés Flamenco (Vlaams Belang), el Frente Nacional, Amanecer Dorado, o el Movimiento por una Hungría Mejor (Jobbik) vienen incrementando su popularidad de forma preocupante.
Sin embargo, el desafío más apremiante que enfrenta la democracia liberal no viene de fuerzas abiertamente autoritarias, sino de partidos y gobiernos que hablan en nombre de la democracia. El verdadero fantasma que azota hoy a la democracia liberal es el del populismo, es decir, fuerzas políticas que pretenden avanzar un ideal democrático anti-liberal. A las mencionadas experiencias latinoamericanas de Chávez y Correa, se suman los casos europeos de Jaroslaw Kaczynski en Polonia, Robert Fico en Eslovaquia, o Viktor Orbán en Hungría. La amenaza que plantean estos gobiernos no es hipotética. No son fuerzas políticas marginales, sino partidos y coaliciones que han accedido al gobierno y poseen el poder político e institucional para llevar a cabo drásticos procesos de reforma institucional.
Corolario del liberalismo
El crecimiento reciente que experimenta el populismo no está desligado de la difusión exitosa que la democracia liberal ha alcanzado en diversas partes del mundo. Por el contrario, debe ser entendido como un corolario de dicho proceso. No es casualidad que el populismo muestre mayor vitalidad en regiones donde la difusión y consolidación de la democracia liberal logró sus mayores éxitos: América latina y Europa Central y del Este. Precisamente, el populismo expresa una alternativa contestataria que se desarrolla en sociedades en las cuales la soberanía popular provee el principio incuestionable de legitimidad política.
Eso indica que la tesis de Fukuyama no puede ser totalmente descartada. Más bien puede ser reformulada: lo que observamos no es tanto el triunfo de la democracia liberal, sino el debilitamiento de aquellas ideologías abiertamente antidemocráticas. Es necesario especificar la hipótesis inicial: el triunfo de la legitimidad democrática no equivale necesariamente al triunfo de la democracia liberal. La vitalidad política de la que goza el populismo en la actualidad indica precisamente que las amenazas a la democracia liberal provienen paradójicamente de fuerzas que hablan en nombre de la democracia.
El populismo critica a la democracia liberal por poco democrática. Los populistas consideran que los actuales regímenes democrático-liberales han sido exitosamente cooptados por elites políticas y económicas, de manera que las dinámicas que gobiernan la política representativa están totalmente desconectadas de los reclamos y preocupaciones del ciudadano común. Ese proceso de cooptación, argumentan, es el corolario de un diseño institucional orientado a proteger los intereses de las minorías por sobre los de las mayorías. La aspiración y promesa de todo gobierno populista es eliminar las barreras que en su interpretación conspiran contra un efectivo ejercicio del gobierno popular, lo que supone un proceso de purificación institucional para eliminar los elementos liberales que contaminan a la democracia. Eso pone en marcha un proceso de hibridación institucional y política cuyo desenlace más probable es el autoritarismo.
La reciente victoria electoral de Donald Trump sólo contribuye a complicar un escenario político global ya preocupante. El optimismo que predominaba en ciertos círculos acerca de los potenciales de la globalización ha sido reemplazado por estrategias de repliegue nacionalista y, en ciertos casos, por abierta xenofobia.
Como muestra el presente con respecto al optimismo de Fukuyama, ningún proceso puede pensarse como irreversible. Se puede por tanto pensar que tampoco iniciamos un irreversible camino al autoritarismo y dar batalla política a los desafíos del presente. La irrestricta defensa de un modelo liberal de democracia en crisis puede no ser la respuesta más adecuada, aunque sí la más extendida. Quizá la solución no se encuentre ni en la democracia liberal como la hemos conocido ni en su presente negación populista. Requerirá de imaginación política diseñar un modelo democrático que combine la protección de libertades y las respuestas a las demandas y frustraciones que han alimentado el presente ciclo populista.
El autor es profesor de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del Conicet