Balance 2016. Educación: un sistema débil que profundiza la desigualdad
El inicio de clases y la evaluación fueron dos momentos reveladores en 2016
Dos temas del mundo escolar concentraron la atención en 2016: el inicio de las clases y la evaluación. Ambos son reveladores de las tensiones actuales y las rupturas y continuidades con el pasado reciente.
Las clases empezaron a tiempo, algo que no ocurría desde hacía mucho, cinco años en la provincia de Buenos Aires, por ejemplo. Fue una buena noticia, un ingreso en la normalidad. Pero en agosto volvieron los paros con el reclamo de nuevas paritarias. Gremios nacionales sin docentes negociaban con un Ministerio de Educación sin escuelas, una escena sólo útil para promocionar dirigentes.
La pérdida de días de clase afecta a los alumnos más vulnerables y muestra la precariedad de un sistema escolar que no puede garantizar los 180 días obligatorios. La discusión entre gobiernos y sindicatos suele reducirse a una pulseada salarial que rehúye el debate sobre la calidad educativa y sobre los mecanismos que permitirían blindar, sobre todo a las escuelas públicas, del vacío de los días sin clases. Así se hace visible la brutalidad de un sistema que profundiza la desigualdad al servicio del proselitismo gremial y político.
El otro tema, la evaluación, tuvo dos momentos críticos: el operativo nacional rebautizado "Aprender" y las pruebas internacionales PISA. "Aprender" intentó subsanar las debilidades de los operativos de los últimos 23 años. Mantuvo el carácter de pruebas estandarizadas, iguales para todos los alumnos, retocó los instrumentos que se venían usando, amplió la extensión y cobertura y se comprometió a devolver los resultados a los 5 meses, y no a los 2 años, como venía ocurriendo. Ahora se tendrá información sobre la calidad de los aprendizajes por cada escuela primaria y secundaria del país, una información imprescindible si existiera un plan nacional de mejora escolar. Alrededor de "Aprender" se generaron resistencias, prejuicios ideológicos contra la evaluación estandarizada de algunos actores sindicales, académicos y políticos que venían de permanecer en silencio sobre el tema. Pero se omitió el debate central: la evaluación de los sistemas educativos requiere capacidad técnica y transparencia política y eso, según la tendencia mundial, se garantiza con instituciones de nivel técnico independientes de los gobiernos.
La exclusión de Argentina de las pruebas PISA rompió un círculo virtuoso de 15 años de participación y nos privó de resultados que permitían realizar comparaciones en el tiempo y con otros países. Es grave, tanto como la ausencia de una investigación por parte del Estado que indague sobre las responsabilidades que llevaron a la descalificación.
Ambos temas desnudan la debilidad institucional, técnica y política del sistema educativo frente a urgencias que aún esperan, como la sangría de los 1000 chicos que abandonan cada día la escuela secundaria. Para construir una verdadera bisagra en educación se necesitará más coraje, mayor creatividad y sinceramiento frente a una sociedad que eligió mayoritariamente cambiar.
La autora es doctora en Educación y directora del Área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella