Baja natalidad en Europa
De acuerdo con recientes informaciones, el descenso de la natalidad en casi toda Europa acentúa preocupaciones y problemas. De prolongarse esta situación, a mediados del siglo actual se llegaría a un punto crítico. Si bien la reducción de nacimientos se observa de modo generalizado en el mundo -aun en los países en vías de desarrollo-, en la Unión Europea y, particularmente, en Alemania, ese proceso se torna muy agudo.
Es citado, al respecto, el caso extremo de Cottbus, ciudad ahora de 105.000 habitantes y ubicada al sur de Berlín, cuya población ha ido decreciendo por el éxodo de los jóvenes y la declinación de los nacimientos. Durante una década en dicha ciudad no hubo alumbramientos. Como consecuencia, ciertas actividades esenciales y el mantenimiento de ciertos servicios han tenido que ser limitados. Eso ha ocurrido, por ejemplo, con la construcción de viviendas, los servicios educativos y la provisión de agua corriente. De ahí que, para mantener la infraestructura de dichos servicios, se haya convertido en ciudad subsidiada.
Ese cuadro se está extendiendo a regiones de Europa antes muy prolíficas, como lo fueron el sur de Italia o el norte de España. Según los datos del Centro Estadístico de la Unión Europea, el año último hubo más defunciones que nacimientos en el 43% de las 211 regiones en que se subdivide el territorio de los países que la componen. Se comprende así la inquietud de quienes miran al futuro y comprueban la disminución demográfica y el envejecimiento de la sociedad.
Lo descripto no es una sorpresa. Ya lo anticipaba la declinación del indice de fertilidad (IF) -estima el número de hijos por cada mujer- cuyo descenso comenzó en la segunda mitad del siglo último y continúa así, lo cual trae consigo el riesgo de situarse por debajo del denominado índice de reposición, que marca el límite menor para evitar la reducción poblacional, si se prescinde del fomento de la inmigración. En este sentido, Europa ha recurrido a la aceptación de cuotas de inmigrantes turcos y africanos para poder cubrir los puestos de trabajo, por lo común no calificados, que iban quedando vacantes. Inversamente, ha crecido la franja de población de 60 o más años, con el consecuente acrecentamiento de las cargas de asistencia y seguridad social. Sin embargo, tanto en cuanto concierne a la interrupción del crecimiento demográfico como al descenso del IF, no se han podido establecer causas precisas. Lo cierto es que en medio siglo se ha producido una verdadera transición demográfica, que significa el paso de un estado de elevada mortalidad y natalidad a un estado en que una y otra se encuentran en baja.
Una de las excepciones a esa regla casi invariable se está dando en Francia. Tal como fue informado en LA NACION de ayer, ese país tiene un IF de 1,90 -sólo es superado por el de Irlanda, que llega a 1,97- y el año último su tasa de natalidad registró un aumento del 5%. Derivación previsible del hecho de que sucesivos gobiernos coincidieron en considerar que alentar la natalidad era -es- una política de Estado.
Es indudable que los cambios que se registran en las cifras de la natalidad dependen de diversas variables. Entre ellas, las nuevas perspectivas para el desarrollo personal de la mujer, la difusión de la información y la educación, y la generalización de los medios de control de la natalidad.
Todo ello ha contribuido a la reducción del IF. Ahora bien, las predicciones formuladas sobre la base de proyecciones estadísticas son una parte de la verdad. Los cambios en el comportamiento demográfico responden, también, a los acontecimientos políticos, bélicos, económicos o psicosociales. En su fondo están comprometidas ciertas formas de vida fundamentales para la supervivencia de la sociedad: la valoración de la maternidad y la paternidad como modos prioritarios de realización humana en el seno de la familia.
Mientras Europa se preocupa por la disminución de la natalidad, nuestro gobierno anuncia un plan de reparto gratuito de anticonceptivos para impedir los embarazos no deseados y favorecer la planificación familiar. Toda una paradoja