Ayuda internacional para la crisis nuclear de Japón
Mientras unos pocos técnicos, se habla de 50, luchan denodadamente para controlar la crisis nuclear que parece agravarse minuto a minuto, lo primero que resulta sugestivo es la ausencia en el lugar de un comité de crisis internacional, que aúne los expertos en emergencias más calificados del mundo trabajando en conjunto, en un tema como el nuclear donde la experiencia internacional es tan vasta y los recursos tan abundantes.
Inmediatamente surge el interrogante de por qué la ayuda técnica de los países más avanzados, en equipamientos, materiales específicos, personal para acción capacitado no está llegando a Japón de una manera abrumadora para hacer frente a esta emergencia, que en definitiva nos afectará a todos.
Algunos hablan de la cultura japonesa como una barrera que cierra estas posibilidades, esto sintoniza con la queja de muchos analistas internacionales en cuanto a escasez de precisiones en cuanto a la información del incidente que está recibiendo el mundo.
No se puede ignorar que la crisis nuclear es sólo una parte de la enorme tragedia que golpea al país, sumido en devastación, escasez de alimentos, servicios interrumpidos, en medio de un clima gélido que dificulta las posibilidades de acción. Todas ellas son prioridades competitivas entre sí.
Por tal motivo la máxima ayuda internacional en el tema nuclear, fundamentalmente, por parte de los gobiernos calificados para ella, es ahora más importante que nunca.
Está claro que la escasez informativa de origen no ayuda a los gobiernos ni a la opinión pública internacional a una cabal comprensión de la situación, ya cede su lugar a las hipótesis exageradas y comparaciones alarmistas, típicamente con Hiroshima y Chernobyl , que promueven la amplificación de una situación que nadie deja de reconocer como grave. A esta confusión se suma la aparición de voces oportunistas tales como el siempre latente "no a la energía nuclear" con más arraigo en sociedades europeas con necesidades satisfechas y menos en países emergentes como Argentina y Brasil, que ven su desarrollo nuclear como un verdadero activo nacional. Tampoco ayudan las declaraciones poco prudentes de funcionarios de gobierno o de organismos multilaterales como el Comisario de Energía de la Unión Europea, Günther Öttinger, quien comparó la catástrofe con un apocalipsis nuclear. Todo esto no hace más que profundizar el pánico y la desinformación de la opinión pública pero de una manera estéril y sin salida. El termómetro obvio e inmediato de ese pánico es la caída de los mercados en todo el mundo.
Aunque estamos enfrente de un problema eminentemente técnico. Todos, técnicos y no, parecen tener algo que decir.
Algunas declaraciones de líderes políticos sobre todo europeos, son atendibles para bajar los decibeles de la preocupación social, como las de Angela Merkel de Alemania, con respecto de revisar la situación de sus reactores, y parar plantas en los límites de su vida útil, a los efectos minimizar el riesgo de futuros incidentes.
En síntesis mucho se hace por declarar y poco por esclarecer.
La idea de una continua mejora de la seguridad de los reactores no es nueva. Los reactores de última generación se diseñan ahora de manera diferente a los de las décadas anteriores, incorporando conceptos de seguridad pasiva. En ellos, una contingencia del tipo de la de Fukushima sería improbable ya que por diseño, en caso de accidente, los sistemas de seguridad no dependen de alimentación eléctrica para funciones críticas tales como la refrigeración del núcleo y de sus elementos combustibles. El diseño del reactor argentino CAREM se ubica en esa línea conceptual.
Un punto que se debatirá a la luz de las consecuencias del incidente será la forma en que se verá afectada la presente expansión nuclear mundial, con 62 reactores de potencia en construcción, sobre todo en países emergentes.
En China, por ejemplo, con altísimos niveles de contaminación ambiental debido al uso intensivo de los combustibles fósiles, se están desarrollando 27 proyectos, y es probable que esta tendencia continúe. Sin embargo algunos países que estaban evaluando la posibilidad de una primera central, probablemente revisarán sus ambiciones a la luz de los nuevos hechos.
El caso de Japón es particular ya que siendo la tercera economía mundial, carece de combustibles fósiles y posibilidades hidroeléctricas y a la vez posee una geografía con riesgo sísmico. La nación tomó hace muchos años atrás su decisión nuclear como una forma de expandir su industrialización. En tal espíritu llegó a disponer de 55 reactores en operación, los cuales abastecían hasta antes del terremoto, casi el 30% del consumo eléctrico. Existe hoy un cierto clamor para que revise esta estrategia energética, pero en realidad sus opciones son escasas y es prematuro hablar hoy de la verdadera magnitud del incidente.
Todos los esfuerzos deberían concentrarse en lo inmediato. En la necesidad de tomar acciones conjuntas internacionales decididas para neutralizar la crisis en el menor plazo y con los menores impactos posibles a la vida humana y al ambiente.
En términos generales, los gobiernos, los organismos multilaterales, los expertos, los medios, y el mismo público deberían asumir plenamente sus responsabilidades en esta crisis.
Los gobiernos deben actuar en el marco internacional con máxima prudencia en las declaraciones y máxima efectividad a la hora de brindar la ayuda que se puede ofrecer a Japón para controlar la emergencia. Japón debería abrirse a la ayuda externa para complementar sus capacidades en la convicción de que enfrenta un problema de connotaciones globales y no locales.
Es imprescindible que los organismos multilaterales transformen las declaraciones en energía de acción para alentar a los países a brindar la ayuda concreta que Japón necesita.
En particular, es fundamental que el Organismo Internacional de Energía Atómica, OIEA, incremente sus responsabilidades en materia de seguridad y su rol central de liderazgo y coordinación tanto durante como en el período posterior a la crisis, poniendo a disposición sus conocimientos técnicos y capacidades, pero también impulsando a futuro la re-evaluación de las medidas de seguridad con las que deben operar los 440 reactores nucleares remanentes en todo el mundo.
Es necesario que los expertos y los medios, sean comunicadores informados y éticos, con un alto nivel de responsabilidad social que los lleve a evitar el cortoplacismo de los golpes de efecto y la distorsión y exageración respecto del caso.
Es deseable que la opinión pública, sea selectiva a la hora de determinar calidad y adoptar fuentes de información, y no una mera receptora pasiva blanco de segundas intenciones. Esta es la manera de lograr una genuina comprensión que lleva a desarrollar opinión propia e informada, sin caer en las redes de intereses divergentes del bien común.
Incidentes como el de Fukushima, en medio de sus características adversas, abren para todos los protagonistas dentro y fuera de Japón, enormes oportunidades de aprendizaje. Es importante que tales lecciones sean tomadas en consideración con el objetivo último de promover el respeto del ser humano y su calidad de vida.
En el corto plazo, está en todos los actores deponer intereses particulares y trabajar en conjunto para superar la crisis con la convicción de que la ayuda brindada redundará en un beneficio general más allá de cualquier frontera.