Aventuras en clave futurista
En 1987, el escritor estadounidense Thomas Disch, entrevistado por Ricardo Piglia, señalaba que la ciencia ficción "es un terreno fértil para las construcciones delirantes y persecutorias porque especula con el futuro, y todos estamos preocupados por el futuro y la ciencia ficción nos ha enseñado a imaginar los terrores del porvenir". Esta aproximación al género habilita una perspectiva hermenéutica para la lectura de Cataratas, de Hernán Vanoli (Buenos Aires, 1980). Lejos de proponer la conocida distopía en la que falta la libertad y sobran el orden y el hastío, la novela presenta un futuro relativamente familiar, cercano, de desarrollo desparejo y descontrolado, construido a partir de proyecciones que configuran una realidad intensificada, dominada por la biotecnología, la informática, la depredación capitalista, la contaminación, la amenaza bacteriológica, la batalla por los recursos energéticos, el terrorismo y la corrupción institucional.
Los protagonistas son un pequeño grupo de sociólogos de la Universidad de Buenos Aires, en su mayoría becarios del Conicet, dirigidos por el catedrático Ignacio Rucci. El uso de un nombre real –el del sindicalista asesinado en 1973– se extiende a todos los miembros del equipo de investigación y a muchos otros personajes. Marcos Osatinsky, Gustavo Ramus, Alicia Eguren, Mónica Lafuente y Silvia Filler –representantes de diversas formas de la resistencia política de los años setenta– proveen los nombres para el resto de los sociólogos. Eguren está en pareja con Rucci, pero ella le es infiel con Osatinsky. Los seis viajan en micro a Iguazú, donde se desarrollará el XXII Congreso de Sociología de la Cultura.
Las primeras páginas exhiben algunas marcas del escenario futurista: Marcos Osatinsky "no aguantó más y pulsó la uña de su anular izquierdo para que Google Iris leyese su mensaje. La voz de una actriz famosa le informó que el mail era una foto enviada por Alicia Eguren". Mientras que para Ramus, Lafuente y Filler el congreso es una oportunidad turística, Osatinsky sólo piensa en estar con Eguren, en alejarla de Rucci, un personaje de perfil más político que académico; un hombre que ha sabido hacer negocios desde su posición en el aparato estatal. Su socio, Lorenzo Miguel, le encarga que lleve a Iguazú un maletín con un cargamento de BioEmol, "un error de laboratorio […], un prodigio irrepetible que había generado un fertilizante superpoderoso" capaz de hacer brotar carne vacuna. Entre los monstruos producidos por la ciencia, también estarán las palomas con hocico de gato y alas de mosca que "habían empezado siendo comercializadas como mascotas", y que luego de haberse "expandido cimarronamente por la ciudad", empezaron a ser utilizadas como artillería por un grupo terrorista que opera en el noreste del país. Los integrantes de esta organización están infectados con la bacteria de una extraña enfermedad, la esquistosomiasis derivada, que convierte a sus portadores en caracoles humanos.
Cataratas es una novela de aventuras, una historia en constante movimiento, que difícilmente aburra pero que puede resultar abrumadora. Su prosa es áspera, como sin pulir, siempre iluminada por una retórica audaz. Imaginar el futuro le permite a Vanoli regodearse en el pequeño exceso descriptivo, el detalle que acentúa el tono grotesco y delirante: "Ignacio Rucci, de muy buen humor, había encargado dos botellas de vino blanco catamarqueño con hormonas de mula". Su notable pulsión comparativa puede ser ingeniosa: "Marcos Osatinsky manejaba con brazos tiesos, como si entre su espalda y la butaca de la camioneta se hubiera escondido un erizo". Por momentos, lo acerca al surrealismo: "La expresión facial de Gustavo Ramus era la de un hongo tóxico que sobrevolaba una fábrica de aires acondicionados devastada desde hacía miles de años". Si de comparar se trata, la potencia de la escritura de Vanoli parece tomar la forma de un puño que golpea como un cross arltiano.
CATARATAS
Por Hernán Vanoli
Random House
456 páginas
$ 249