Aventuras de periodistas judíos rescatadas del misterio del ídish
La traducción de un libro escrito en 1929 por Pinie Katz echa luz sobre la prehistoria del periodismo judío de principios del siglo XX
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Hubo un momento en el que Buenos Aires fue Babilonia. En febrero de 1898, por ejemplo, llegaron al puerto 4824 inmigrantes: 2919 italianos, 1284 españoles, 166 franceses, 137 turcos, 84 rusos, 47 austríacos, 46 alemanes, 42 ingleses, 35 portugueses, 23 suizos, 15 belgas, 13 marroquíes, 5 estadounidenses, 4 daneses, 3 suecos y 1 holandés. También en el sur se podía hacer la América.
Muchas de las colectividades tenían sus periódicos; la judía también. En febrero de 1898, en la habitación de pisos crujientes de un conventillo de Corrientes 1236 que servía como despojada oficina de redacción, un joven de 20 años llamado Mijl Hacohen Sinay componía a mano el primer número de Der Viderkol, el periódico inicial de los judíos en la Argentina. Fue breve y rudimentario: no había ninguna imprenta con tipografía en ídish, de letras hebreas, y por eso se imprimió en litografía, que es un método de grabado. Der Viderkol abrió el camino a muchísimas publicaciones en ídish. Todo aquel que tuviera al menos una mano o un pie escribía, según un refrán en ese idioma.
La historia de Der Viderkol nos llega a través de Pinie Katz, un periodista que en 1929 lanzó en Buenos Aires Tsu der geshijte fun der idisher dyurnalistik in Argentine (así de filoso es el ídish). Y aunque el libro traía un título en español (Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina), estaba en ídish desde la primera hasta la última página. Abordaba el período 1898-1914. Katz informó ahí sobre un puñado de quijotes inquietos y sobre sus periódicos, sus intrigas, sus debates.
Katz nació en el Imperio Ruso, como la mayoría de sus colegas, y llegó a la Argentina luego de la derrota de la revolución socialista de 1905. Aquí encontró una ciudad en ebullición en la que convivían sionistas, anarquistas, socialistas y colonos desterrados. También había prensa, mucha prensa.
Pero Katz no fue cualquier periodista: estuvo en el grupo que creó Di Presse, un matutino judío masivo y moderno, del cual sería por décadas su director. En su rol de traductor llevó al ídish Facundo, de Sarmiento, y Don Quijote de la Mancha, de Cervantes. Dedicó su vida a la cultura y a la política, y tuvo un altísimo perfil dentro de la comunidad judía en las primeras cinco décadas del siglo XX. Su nombre fue cayendo en el olvido a medida que se redujeron los lectores de ídish (toda su obra estaba en ese idioma, incluso los nueve tomos de sus Geklibene Shriftn [Escritos Selectos]). Una verdadera pena. Porque lo que hizo Katz en esa lengua fue reflejar una parte de la vida argentina.
Y aquí ocurre lo impensado: buscando algo de información sobre una serie de crímenes cometidos entre 1889 y 1906 en la colonia de Moisés Ville (lo que después se convertiría en mi libro Los crímenes de Moisés Ville), el bisnieto del pionero Mijl Hacohen Sinay –que vengo a ser yo– descubre el libro Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina. Lo lee con una traductora de ídish, que se lo trae desde esa lengua de ancestros (una lengua que el bisnieto pronto comenzará a estudiar) y encuentra que es un libro humano, sorprendente, incluso entretenido. Un libro especial.
Mientras duró la investigación de Los crímenes de Moisés Ville, llegamos a transcribir con Jana Powazek de Breitman, la traductora, algo menos de la mitad del libro de Pinie Katz. Así conocí la historia de los aventureros que habitaban sus páginas; entre ellos, un tal Abraham Vermont, a quien Katz describe como “un periodista salvaje”. Lo muestra sensacionalista, algunas veces embustero, otras irreprochable. Lo notable, pienso, es que sigue habiendo reporteros como Vermont. Yo conozco tres, cuatro, diez, no sé cuántos. El periodismo cambió; los periodistas, no tanto.
En 2014, un amigo mío que acababa de iniciar una editorial llamada Ediciones Del Empedrado me preguntó si no conocía yo otra historia similar a la de los asesinatos. El libro de Moisés Ville le había gustado. Pero yo no conocía otra historia. Cuando escribís no ficción, trabajás con la realidad y lo que hay es lo que existe. No más. Pero entonces recordé cuánto me había cautivado el libro de Pinie Katz, y le dije a mi amigo que había que terminar de traducirlo. Había que rescatarlo para nuestra generación y para las siguientes.
Y allá fuimos, y aquí llegamos. Hoy tenemos La caja de letras: Hallazgo y recuperación de ‘Apuntes para la historia del periodismo judío en la Argentina’, de Pinie Katz. En español. Así fue, en resumen, cómo trajimos al siglo XXI todas esas aventuras, esas noticias, esas vocaciones que nos habían esperado durante décadas, ocultas en el misterio del ídish.