Autopsia de las dos décadas kirchneristas
El resultado del experimento fue muy destructivo para la sociedad: pobreza, ruina, analfabetismo y delincuencia; fluyeron, sí, los “negocios”: subsidios para amigos, empresarios prebendarios, privilegios y miles de “ñoquis”
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A fines de 2013, almorzaba en una parrilla de la calle Rodríguez Peña con un escritor nacionalista, peronista, cuya cosmovisión se condensa en que el de Dorrego fue el primer crimen que cometieron los liberales. De pronto pronunció una sentencia asombrosa: “El kirchnerismo empezó después de la crisis del campo”. ¿Me estaba diciendo que Néstor Kirchner no fue kirchnerista? Sí, ese era el mensaje. El gobierno de Néstor coqueteó con el neomontonerismo, con Hugo Chávez y con la Patria Grande; sindicalizó a los desocupados; minó las bases republicanas atropellando a la Corte Suprema y buscando reelecciones indefinidas; articuló un espeso friso de corrupción y espionaje; boicoteó en 2005 la Cumbre de las Américas y ridiculizó a George Bush en Mar del Plata; pero fue un populismo frío, lo que es una contradicción en los términos. Su épica fue solo retrospectiva e imaginaria.
Los procesos históricos son oceánicos y avanzan en zigzag. El populismo caliente exigía identificar enemigos y dividir la sociedad. Eso ocurrió a partir de 2008. Fue entonces cuando nacieron cuatro producciones estatales de máxima importancia: Carta Abierta en el terreno intelectual; el catecismo televisivo de 678, donde participaba mi amigo de la parrilla, para la clase media; la penetración popular del modelo con Fútbol para Todos; y el calado en la juventud con las actividades de La Cámpora. Este cuarteto redefinió el campo semántico, esterilizó toda disidencia y delimitó las reivindicaciones identitarias que eran asumidas como propias.
No por nada es la etapa en la cual intentaron capturar los medios de comunicación con una ley “democratizadora”, cuya aplicación frenó la Corte Suprema. Florecieron entonces todo tipo de muestras que fomentaban esos antagonismos agresivos. El cuadro de época se completa con la fiesta del Bicentenario, que remedaba a Leni Riefenstahl, y el funeral de Néstor Kirchner, con la viuda silente. De modo simultáneo con esta simbología comenzó una desaforada expansión del gasto público, que reforzaba fidelidades a golpes de subsidios y regalos.
La tercera inflexión irrumpió a fines de 2013, cuando se hizo evidente que ese ogro filantrópico, al decir de Octavio Paz, no podía financiarse ni con la soja en valores estratosféricos, ni con la expropiación de YPF. Más temprano que tarde llevaba al desastre. El hecho que signó la torsión fue la entrevista que Hebe de Bonafini le hizo para la revista de las Madres al general César Milani. La nota se tituló “La madre y el general”. Aparecía Milani asociado al emblemático pañuelo blanco que, en un juego de diseño, reemplazaba la letra “o” en la frase de tapa “ni un paso atrás”. Nada más forzado que compaginar a las Madres de Plaza de Mayo con un militar sobre el cual pendían juicios por delitos de lesa humanidad. La necesidad política lo consiguió. A falta de resultados económicos, intentaban pasar, como en Venezuela, a un ciclo de militarización. Lo cierto es que esa utopía autoritaria, que tal vez tuvo su coletazo más oscuro en la muerte del fiscal Nisman, fracasó.
El triunfo de Mauricio Macri en 2015 abrió paso a una cuarta etapa cuya impronta goza de una tradición en el peronismo: la resistencia. Claro que existe una evidente asimetría entre aquella resistencia de los años 60, cuando había proscripción, y la artificiosa que se practicó contra Macri. En su reciente libro Tyranny of the Minority, los profesores de la Universidad de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan tres rasgos distintivos de un político democrático: debe aceptar la derrota, debe alejarse de cualquier tipo de conspiración o violencia y debe denunciar a los falsos demócratas. El kirchnerismo en la oposición violó las tres reglas.
No aceptó haber perdido: Cristina Kirchner se rehusó a entregar los atributos del mando. Entabló una deshonesta conspiración con la muerte de Maldonado, intentando disfrazar de terrorismo de Estado lo que había sido un luctuoso accidente. Incitó a la violencia cuando organizó la famosa jornada en que lanzaron piedras contra el Congreso. Por fin, al dotar de protección a corruptos –basta recordar que Milagro Sala fue considerada presa política–, tanto como al haber desacreditado a los jueces mediante la abusiva invocación del lawfare, incumplió el tercer requisito.
Unidos por dos frágiles pespuntes, el espanto de la cárcel y el fervor por los negocios, los populistas concibieron en 2019 un monstruo de tres cabezas. Todos los corruptos que estaban presos fueron liberados, pero las causas que se cernían sobre Cristina Kirchner siguieron abiertas. ¿No eran acaso esos expedientes la garantía que tenían sus socios de que Cristina se mantuviera apaciguada? La dinámica era como la de El viejo y el mar: si el viejo pescador hacía fuerza para su lado, el enorme pez iba hacia atrás y lo hacía caer al mar, pero el pez tampoco podía tomar la iniciativa y tironear porque entonces se clavaba el aguijón y moría.
El resultado del experimento fue muy destructivo para la sociedad: pobreza, ruina, analfabetismo y delincuencia. Fluyeron, sí, los “negocios”. Donde se aprieta salta pus: subsidios para amigos, sobreprecios en las compras, empresarios prebendarios, privilegios y miles de “ñoquis” en todos los intersticios del Estado.
Después del IAPI del primer peronismo uno no imaginaba que se pudiera infligir un daño mayor al comercio exterior. Sucedió en esta quinta etapa. Con el cepo como condición necesaria, se implementó un plan tan meticuloso como inmoral: las importaciones habrían quedado sujetas a peajes de agentes paraestatales bajo un tarifario blue. El dispositivo se habría organizado mediante una pirámide de intermediarios entre los importadores y los funcionarios, con una gradiente de comisiones. Esta operación ponía a los empresarios en la disyuntiva de corromperse o quebrar. Cuando el propio Estado ejerce una pedagogía disolvente todo está perdido. Tal fue la circulación de esto que el tema irrumpió en los debates presidenciales sin que el oficialismo lo negara.
Mi contertulio de la parrilla tenía razón: el auténtico kirchnerismo nació después de la crisis del campo, cuando operó sobre el imaginario colectivo. Eso le confirió plausibilidad a una fantasía. De modo inversamente proporcional, al pensar la política en clave posideológica, el republicanismo incurrió en una estupidez. No es cuestión de darle más importancia al envoltorio que al contenido, no es cuestión de reemplazar la gestión por espuma, no es cuestión de hacer kirchnerismo inverso, pero la política es antes que nada creación de sentido simbólico, historización de las pasiones, anclaje de la acción en tradiciones literarias.
No entender que la cultura es el cemento de toda sociedad es como jugar un juego a ciegas, sin saber el valor de las fichas. Los populistas pusieron al frente de la cultura a activistas políticos sobresalientes. Nos gusten más o menos, José “Pepe” Nun u Horacio González fueron grandes ensayistas. Al revés, los gobiernos liberales en la Argentina viven sumidos en una confusión: suelen conformarse para esas funciones con empresarios, burócratas o técnicos descremados. La nueva etapa es oscilante: del solitario discurso inaugural de Milei, que esperanzadoramente incluyó historia y remisión a un mito de origen, podríamos pasar a otro desamparo discursivo, que mediría la magnitud de la catástrofe.