Autocensurados
¿Por qué hay gente que sube a Facebook o a Instagram una foto detalle de su boca y no de su nueva arruga en la frente? ¿Por qué publican su imagen dentro de un ascensor vestidos con ropa de deporte sucia y traspirada y no dentro del baño pasándose un hilo dental de marca? ¿Por qué hoy subir una foto sin maquillaje parece ser un acto subversivo que debe ir necesariamente con la explicación: #sin filtro?
¿Existe algún límite entre lo que es público y lo que es privado en la información que circula en las redes sociales? Quizás sí. Quizás exista una censura que dejó de ser religiosa y pasó a ser laica. Una censura a la exhibición de ciertas formas que son consideradas incorrectas, como por ejemplo una selfie de una pareja sosteniendo cada uno un cigarrillo o una mujer amamantando a su hijo.
Paula Sibilia, la antropóloga argentina autora del libro La intimidad como espectáculo afirma que lo que se considera el mundo privado mostrable cambia según las épocas y de acuerdo con las edades. Y Mark Zuckerberg, el joven creador la red social Facebook dijo, en una entrevista realizada en 2010, que hoy la privacidad dejó de ser una norma social.
Pero si la privacidad es, también, la discusión que se escucha del otro lado de la puerta, en la casa de los vecinos, cada vez que él llega de trabajar con aliento a cerveza; es aquel silencio gélido entre una pareja mientras cenan con la mirada puesta en el celular, o es una madre llena de ira contenida cantando el arrorró a un bebé que no deja de llorar, lo que en realidad se exhibe en las redes es una pequeña parte. Como si los usuarios, sin darnos cuenta, estuviéramos repitiendo lo que nuestros padres hicieron con nosotros cuando éramos unos niños y solo nos dejaban ver películas cómicas o de aventura con final feliz para no tener pesadillas.