Auschwitz, recordar para que no se repita
Los nazis eligieron para realizar el mayor campo de la muerte de la historia humana un escondido lugar del sur de Polonia por ser una zona aislada, escasamente poblada, de fácil acceso ferroviario y que se podía camuflar. Le germanizaron el nombre, llamándolo Auschwitz. Allí y en los campos adyacentes se levantó también un complejo fabril con trabajo esclavo y un laboratorio de experimentación médica con seres humanos vivos. En Auschwitz-Birkenau fueron masacrados por lo menos 1.100.000 personas de toda edad, en su mayoría judíos; hubo también discapacitados, gitanos, homosexuales, testigos de Jehová, patriotas polacos y comunistas.
Nos señala el pensador Enzo Traverso: "Si bien Auschwitz era el más mortífero de los campos de exterminio, había más de un centenar de campos de concentración, y había guetos (Varsovia y otros) con centenares de miles de víctimas, más las masacres, más todas las formas de matanza imaginables o, mejor dicho, inimaginables". Esto es lo que históricamente se ha conocido como Holocausto (del griego, "entero quemado") o ahora se prefiere Shoá (del hebreo, "destrucción", "catástrofe", "devastación").
Historiadores y pensadores mantienen vivas las preguntas: ¿por qué la mayoría de las víctimas no contó inmediatamente lo ocurrido? ¿Los funcionarios medios que perpetraron la masacre eran todos sádicos o eran gente común llevada por una ideología perversa? ¿El Holocausto/Shoá es un producto de la civilización moderna o fue un carcinoma circunstancial que atacó el cuerpo social? ¿Estamos seguros de que no tendremos otros Auschwitz en el futuro?
Esbocemos algunas posibles respuestas: los nazis estaban seguros de que obtendrían la victoria final y de que nunca se sabrían los crímenes cometidos. Al respecto señala Daniel Rafecas (en su excelente libro Historia de la Solución Final): "Los perpetradores nazis les decían a los judíos cautivos en los campos de concentración: «Nadie quedará vivo para contarlo. Y si alguno logra escurrirse, cuando intente contar lo que vio, nadie creerá que semejante cosa pudo haber sucedido»". Por el intenso dolor del recuerdo, durante las primeras largas décadas no se animaban los sobrevivientes a dar ese tremendo testimonio. También prisionero de un campo, nos dice Jorge Semprún: "(El relato) no resultaba fácilmente creíble (...), incluso (era) inimaginable".
Entrando en la caracterización de los perpetradores, vemos que el historiador Raoul Hilberg plantea a sus lectores: "¿No estarían ustedes más contentos si se hubiera demostrado que todos los que lo hicieron estaban locos?"; y es elocuente su respuesta: "(Los perpetradores) fueron hombres educados y de su tiempo". La alienante propaganda nazi (según Omer Bartov) llevó a que se pudiera escuchar a Wagner, leer a Goethe y, en el mismo día, asesinar o facilitar que otro asesinara.
El pensador español Manuel Reyes Mate le da un contexto: "El Holocausto judío perpetrado por los nazis no fue la obra de un loco, sino el final de un proceso que compromete a lo mejor de la civilización occidental (?): ¿podemos pensar ya de espaldas a Auschwitz como si nada hubiera ocurrido?".
Según Daniel Rafecas, el Holocausto "ha significado un quiebre decisivo en la utopía del progreso civilizador; y, en efecto, se advierte que Auschwitz es un gran agujero negro en la modernidad".
Escribe el filósofo judío Emmanuel Levinas: "Jamás existimos en singular porque estamos relacionados con los seres y las cosas que nos rodean. Yo no soy el otro, pero no puedo ser sin el otro". Comprender y convivir con el otro es la mejor protección contra el racismo. Advierte Claude Levi-Strauss que "nada indica que los prejuicios raciales disminuyan; y todo conduce a pensar que, luego de breves treguas locales, resurgen en otras partes con una intensidad mayor". Y, acertadamente escribe Elías Canetti: "La humanidad sólo está indefensa allí donde carece de memoria". Para que no se repitan genocidios, disponemos de dos potentes herramientas: la memoria y la educación.
Coincidimos con las conclusiones de Daniel Rafecas: "Está claro que la consolidación de los valores fundamentales de la humanidad, el mandato de evitar que Auschwitz se repita, sólo podrá lograrse preservando la memoria de lo acontecido, extrayendo las enseñanzas necesarias en todos los ámbitos del conocimiento humano y honrando a las víctimas de aquel horror. Todo ello, en exacta oposición a quienes relativizan, tergiversan o directamente niegan estos sucesos".
Sostiene Ian Kershaw que "el camino que va a Auschwitz se construyó con el odio, pero se pavimentó con la indiferencia". Juan Pablo II definió a Auschwitz como "el Gólgota de nuestro tiempo". Y Paul Valéry advierte: "La inhumanidad tiene un grandioso futuro".
Hoy recordamos los 70 años del final de Auschwitz y nos encontramos con casi los últimos sobrevivientes vivos. ¡Tenemos la última oportunidad para escuchar a las víctimas! ¡Debemos trabajar para que no haya un nuevo Gólgota!
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