Aunque pierda la elección, el peronismo no se va
La debacle electoral expone al movimiento peronista a la burla vengativa de adversarios políticos, con especulaciones sobre su posible final. La versión actual del peronismo sufrió la peor votación en unas PASO y su caudal electoral es mucho más bajo que el peor nivel histórico, que había sido con 38% en 1999 y 2015. Además, su gobierno deja una áspera herencia de política agrietada, economía resquebrajada, y sociedad insegura, fragmentada y empobrecida, y sus dirigentes quedan expuestos al riesgo de juicios por hechos de corrupción. Es el fin duro de una etapa, pero no es el final de un movimiento político.
El movimiento creado por Juan Domingo Perón nació con desprecio de sus adversarios, cuando desconocía a su oponente político y decía que la real competencia era contra un exembajador norteamericano en las sombras. Ningunear al rival ha sido la estrategia histórica, y eso genera rencores. Y así surge el canto de “se van, se van, se van …” que se reproduce por una oposición que se ha sentido agraviada por un gobierno que ejerce el poder con desprecio de la minoría. Ocurre que quien se sintió ninguneado corre riesgo de caer en la misma deformación política. Los partidos compiten en las urnas, uno gana, festeja y asume responsabilidad; otros pierden, ejercen su rol de control y se preparan para la próxima; pero nadie desaparece. No se van, se quedan; en otro rol, pero se quedan. Veamos el poderío electoral de este movimiento hoy golpeado en las urnas.
En 1946, tras ganar espacio dentro de la dictadura surgida por el golpe de 1943, el coronel Juan Domingo Perón se postuló a la presidencia con Hortensio Quijano como vice, bajo el lema Junta Nacional de Coordinación Política con su Partido Laborista, aliado a la Unión Cívica Radical Junta Renovadora y al Partido Independiente. Perón ganó con más de la mitad de votos a Tamborini-Mosca de la Unión Democrática (UCR, Socialista, Comunista y Demócrata Progresista).
En 1951 Perón fue por la reelección con el Partido Peronista y el Partido Peronista Femenino (por su esposa Eva Duarte), en fórmula con Quijano, y venció a Ricardo Balbín-Arturo Frondizi de la UCR por más de 60% de votos. Quijano falleció antes de reasumir el cargo, y hubo nuevas elecciones para la vicepresidencia: el peronismo dio la victoria a Alberto Teisaire por más de 64% frente a la UCR. Luego, otro golpe militar derrocó a Perón y le prohibió hacer política; para las elecciones de 1958, desde el exilio Perón hizo un pacto con Arturo Frondizi (Unión Cívica Radical Intransigente), y ordenó a sus seguidores votarlo, lo que inclinó la elección y dejó derrotado, otra vez, a Ricardo Balbín (Unión Cívica Radical del Pueblo). Aun proscripto, Perón decidió la puja electoral.
Después de otro golpe y otro presidente derrocado –Frondizi fue detenido por la dictadura–, en 1963 ganó Arturo Illia (UCR del Pueblo) con 32% a Oscar Alende (UCR Intransigente), mientras que el voto en blanco y anulado –marcado por los peronistas– sumó más de 21%. Tras el golpe de 1966 y la dictadura militar, las siguientes elecciones fueron con proscriptos, por lo que en 1973 Perón eligió a Héctor Cámpora como presidenciable y Vicente Solano Lima como vice, por la alianza liderada por el Partido Justicialista –Frente Justicialista de Liberación (Frejuli)–, que derrotó otra vez a Balbín (UCR) con casi 50%. Cámpora rehabilitó a Perón y luego renunció para convocar a nuevas elecciones. La fórmula Perón-Perón (con la esposa del general, María Estela Martínez) ganó por 64% frente a Balbín-Fernando de la Rúa (UCR).
Con la muerte de Perón, el derrocamiento de Isabelita y la proscripción de la dictadura, el PJ quedó golpeado y a la vuelta de la democracia, en 1983, su candidato Ítalo Argentino Luder perdió ante Raúl Alfonsín (UCR) por más de 50% contra 43,2%. En 1989, enredado por alta inflación, Alfonsín debió adelantar las elecciones y el traspaso de poder: el peronismo volvía a ganar con Carlos Menem-Eduardo Duhalde frente a Eduardo Angeloz (UCR) y Álvaro Alsogaray (Ucedé). En 1995 el peronismo fue a la reelección con el triunfo de Menem-Ruckauf frente a José Octavio Bordón (Frepaso) y a Horacio Massaccesi (UCR). En 1999 el menemismo llegó desgastado a los comicios, sin reelección de su líder y con una herencia económica durísima. La oposición logró unidad y la victoria fue para la Alianza (UCR-Frepaso), con De la Rúa y el peronista disidente Chacho Álvarez, frente al peronista Eduardo Duhalde (Concertación Justicialista para el Cambio, con PJ, Ucedé y otros).
De la Rúa no pudo desenredar la madeja del menemismo, ni con el regreso del padre de la criatura monetaria, Domingo Cavallo, y en medio del caos, renunció a fin de 2001. El mando presidencial recayó en peronistas: Ramón Puerta (como presidente del Senado); el gobernador de San Luis, Adolfo Rodríguez Saá (elegido en la Asamblea Legislativa); Eduardo Camaño (presidente de Diputados), y Eduardo Duhalde (elegido por el Congreso). Curiosamente el presidente para terminar el mandato sería justo el perdedor de la elección de ese período. En 2003 la puja electoral se definió entre peronistas: Menem (PJ-Frente por la Lealtad) fue el más votado en primera vuelta, seguido por el delfín de Duhalde, Néstor Kirchner (PJ-Frente para la Victoria), pero ante la inminente derrota, Menem desistió y Kirchner asumió la presidencia. En 2007, con un recreación de la fórmula matrimonial justicialista, Perón-Perón, Kirchner dejó a su esposa, Cristina Fernández, como candidata junto a Julio Cobos (UCR), que ganaron por amplia ventaja a Elisa Carrió (Coalición Cívica), Roberto Lavagna (Una) y Rodríguez Saá (PJ).
En 2011, para la reelección, Cristina Fernández fue con un vice de su riñón kirchnerista, Amado Boudou, y juntos derrotaron al socialista Hermes Binner, del Frente Amplio Progresista, a Ricardo Alfonsín (UCR) y a Duhalde (PJ-Frente Popular). En 2015, otra vez desgastado por el fracaso económico, el dólar en madeja difícil de desenredar e, igual que en 1999 sin reelección, el peronismo K impulsó a Daniel Scioli, que perdió ante Mauricio Macri, que venía con alianza amplia en Cambiemos (Pro-UCR-Coalición Cívica). En 2019 Cristina Fernández hizo la jugada de postularse a vice y designar como presidenciable al peronista porteño Alberto Fernández (PJ-Frente de Todos), y derrotaron a Macri.
Desde 1946, el peronismo participó en doce elecciones, de las cuales ganó nueve (computando como solo una, a las dos del 73) y perdió tres. Incluso en las dos en las que no lo dejaron participar, incidió con su voto escondido o marcó altísimo lugar con voto en blanco. Y eso es solo el poder electoral. Aunque pierda la elección, el peronismo no se va, se queda; seguirá incrustado en barrios y provincias, dentro del Estado y manejando redes; y probablemente, sepa manejarse mejor en la oposición que en el gobierno. Para el peronismo, la elección de 2023 se parece a la de 1999 o a la de 2015: parece estar en la antesala de una derrota, y deja campo minado en política económica y en realidad social. Si el resultado probable se concreta, el movimiento creado por Perón se va a reconfigurar desde la oposición y no esperará el año 2027 mirando desde la platea. No se va; se queda, y no se quedará quieto.