Aunque fue una desilusión en el siglo XX, la perestroika triunfará en el siglo XXI
Por Mikhail Gorbachev
El ex premier soviético defiende su política de reestructuración gubernamental, que finalmente fracasó durante la caída de la antigua URSS; sin embargo, manifiesta que hoy ve signos de que los principios de dicha política tal vez estén, finalmente, echando raíces
P: ¿No cree usted que cometió un error al desmantelar el denominado grupo socialista, en lugar de corregir sus defectos y, al hacerlo, fortalecer sus virtudes? ¿No frustró usted las esperanzas de millones de personas que necesitaban una alternativa ante la situación en la que se encontraban? Tal vez hoy el mundo no sería tan unipolar (Aníbal Pérez Sorolla, España).
R: Una pregunta formulada con sinceridad merece una respuesta sincera.
Indirectamente, la pregunta es una crítica a la perestroika y de todo lo hecho en nuestro país, así como alrededor del mundo, durante esa época. Estoy en desacuerdo con esa crítica.
Comencé a promover la perestroika a mediados de la década de 1980 como una política de reestructuración y reforma de los sistemas económico, político y social de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). La Unión Soviética necesitaba un cambio radical como ese, sobre todo por razones internas. Nuestro país vivía en un sistema cuyas estructuras principales habían sido dispuestas por Joseph Stalin. La falta de democracia y libertad estaba restringiendo su futuro.
El "ablandamiento" de Nikita Khrushchev después del vigésimo Congreso del Partido Comunista, en el año 1956, y las reformas económicas propuestas en el año 1965 por su sucesor, Alexei Kosygin, dirigidas hacia la creación de incentivos para la iniciativa del pueblo, fueron intentos de responder a la necesidad de un cambio real.
Sin embargo, ambos intentos fueron frustrados.
La clase gobernante de la Unión Soviética temía a las innovaciones y, con el pretexto de defender los beneficios del socialismo, ponía freno al desarrollo del país, bloqueando toda reforma.
Sin embargo, para mediados de la década de 1980, resultó evidente que continuar empujando a la sociedad soviética a lo largo de la senda de Stalin era un callejón sin salida. En todas partes sabían que "no podían continuar viviendo de esa manera".
Recuerdo mi conversación, en marzo del año 1985, en vísperas de mi elección como secretario general, con Andrei Gromyko, ministro de relaciones exteriores y miembro del Politburó (Es el diminutivo de "Political Bureau" -Organismo Político-. El término proviene del "Russian Politicheskoye Buro", que se contrajo para formar "Politburo": una organización ejecutiva para una cierta cantidad de partidos políticos, principalmente para Partidos Comunistas). Le pregunté si consideraba que era necesario implementar cambios radicales en la URSS. Respondió que los cambios "ya no podrían posponerse" y que tanto la sociedad soviética como el grupo socialista los necesitaban en forma urgente.
Le dije que todos entendíamos lo difícil que esto sería. Pero debíamos actuar. Hace tiempo que se necesitaba el cambio. Gromyko respondió que estaba totalmente de acuerdo conmigo.
El entrevistador considera que deberíamos haber preservado y fortalecido las ventajas del sistema soviético y que deberíamos haber corregido las desventajas. Esto es lo que intentamos hacer en un principio cuando propusimos utilizar los avances de la ciencia y la tecnología para acelerar el desarrollo del país.
Pero los dos primeros años de perestroika demostraron que los mecanismos políticos y económicos propuestos por Stalin se habían tornado tan rígidos y "oxidados" que era imposible lograr un progreso significativo sin cambiarlos. Las reformas se veían obstaculizadas por la "nomenklatura" conservadora, el partido y la burocracia gubernamental que consideraban a la perestroika como algo pasajero. Su pensamiento parecía ser el siguiente: "Sobrevivimos a Khrushchev y Kosygin; sobreviviremos a Gorbachev también".
La fuerza que podía romper esa resistencia era el pueblo. Debíamos darle una oportunidad para participar en el proceso de cambio. Esa es la razón por la cual dimos el paso radical de implementar una reforma política amplia y una democratización total.
Esencialmente, la perestroika era un proyecto de democracia social.
La implementación de nuestros planes no fue completamente exitosa. La reforma de la URSS, con su gran economía militarizada y su población multi-étnica, era un duro desafío. Cometimos errores, algunas veces por actuar demasiado tarde; otras, por apurar el paso. La caída catastrófica de los precios del petróleo, de 25 dólares el barril a apenas 10 dólares el barril, en el año 1986, golpeó duramente los planes económicos y sociales de la perestroika.
En agosto de 1991, los opositores reaccionarios de la perestroika concretaron un golpe de estado. Trajeron tropas a las calles y me aislaron en Crimea. Buscaban hacer retroceder el reloj hasta los tiempos anteriores a la perestroika. Estaban apurados porque sólo unos pocos días más tarde se firmaría el tratado de la nueva unión.
Considerando que la antigua Unión Soviética fue nominalmente una federación, en verdad, fue un estado rígidamente centralizado. El tratado de la nueva unión habría dado a las repúblicas una oportunidad para lograr un desarrollo cada vez más independiente como parte de una federación democrática. La descentralización era la manera de evitar la desintegración, para construir sobre los logros del pasado y avanzar hacia el futuro.
El golpe de estado falló. Sus organizadores fueron detenidos. No obstante, fue un duro golpe para la perestroika: el tratado de la unión no se firmó, y mi credibilidad e influencia, así como la de las nuevas instituciones democráticas, se vieron socavadas.
Esto abrió camino a otro grupo de opositores de la perestroika, los seudo-demócratas radicales dirigidos por el Presidente de Rusia Boris Yeltsin. Al destruir nuestra unión, causaron una tragedia para millones de ciudadanos que de la noche a la mañana se transformaron en ciudadanos de diferentes estados.
La era Yeltsin fue una negación a la perestroika, no su continuación. Ocasionó un deterioro doble en la producción y profundas divisiones en la sociedad, una enorme brecha entre la riqueza de unos pocos y la pobreza masiva.
La lección que el siglo 20 debería darnos es que el pueblo ha rechazado tanto el "socialismo" de Stalin, sin democracia ni libertad, como el "capitalismo descontrolado" de la época de Yeltsin. Aun así, se conservaron los principales beneficios de la perestroika: las libertades democráticas y el pluralismo político y económico. Actualmente, Rusia busca su camino hacia una sociedad libre y justa.
Asimismo, la perestroika merece ser reconocida por haber abierto el camino hacia el fin de la Guerra Fría. Se ha dado la oportunidad a muchas naciones de elegir libremente su futuro. Hemos dejado en el pasado el peligro de un holocausto nuclear que habría dejado sin sentido cualquier conversación acerca de métodos alternativos para el desarrollo de la sociedad.
Concuerdo con quien realizó la pregunta en rechazar un mundo unipolar. No obstante, no siento nostalgia por la confrontación y menos aún por un mundo dividido en grupos hostiles. Si miramos atentamente el mundo actual, se torna evidente que no es, ni puede ser, unipolar. Los intentos por crear un nuevo imperio han fracasado. Estados Unidos debe reconocer, aunque le cueste, que las políticas de fuerza unilaterales no están funcionando.
Estoy convencido de que, al final, prevalecerán las políticas que se basan en el nuevo pensamiento que ayudó a poner fin a la Guerra Fría. Tanto la derecha, como las fuerzas conservadoras y la izquierda, comprometida con una agenda socialista, deberían reflejarse en las lecciones del siglo 20. La derecha debe finalmente darse cuenta de que las políticas que ensanchan la brecha entre los ricos y los pobres son la receta para una explosión social desastrosa, cuyas luces de advertencia ya pueden verse en diferentes partes del mundo.
Respecto de las fuerzas de izquierda, deben aprender a resistirse a las tentaciones del autoritarismo, que desacredita las ideas socialistas, y a deshacerse de las ilusiones de omnipotencia del estado. La alternativa que propongan debe ser democrática.
Espero que el siglo 21 se caracterice por la rivalidad democrática entre propuestas competitivas para el desarrollo de la sociedad. La perestroika, que buscaba mayor libertad, justicia y una vida digna para todos, ofrecía una verdadera alternativa. Aún es válida. Estoy convencido de que el futuro lo confirmará.
En su nueva columna mensual, distribuida en forma exclusiva por The New York Times, Mikhail Gorbachev, el ex líder de la hoy extinta Unión Soviética y ganador del Premio Nobel de la Paz, trae una perspectiva global única respecto de los acontecimientos decisivos que configuran el paisaje político y social en el ámbito internacional. Ahora, las personas alrededor del mundo tienen una oportunidad sin precedentes para involucrarse en un diálogo público mundial con uno de los líderes más notables del mundo. En futuras entregas de esta columna, Gorbachev, actualmente presidente de la Fundación Internacional para Estudios Socio-Económicos y Políticos (Fundación Gorbachev), con base en Moscú, responderá las preguntas formuladas por los lectores.
* Ejerció como líder de la antigua Unión Soviética desde el año 1985 hasta su colapso en 1991. En 1990, fue reconocido con el Premio Nobel de la Paz, actualmente es presidente de la Fundación Internacional para Estudios Socio-Económicos y Políticos -Fundación Gorbachev).